Alejandro Pardo
Hace veinte años, en medio de una ardua polémica, llegaba a las salas del mundo entero La Pasión de Cristo, coescrita y dirigida por Mel Gibson, y protagonizada por Jim Caviezel. A fecha de hoy, este filme tan singular sigue despertando admiración y rechazo. Este artículo resume la historia de su accidentada producción y ofrece algunas claves para entender un éxito que va más allá de cualquier expectativa humana. Las dos décadas transcurridas nos permiten revisitarla de nuevo, con la serenidad y las evidencias que imprime el paso del tiempo.
La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson, se estrenó el miércoles 25 de febrero de 2004, a la sazón, Miércoles de Ceniza de aquel año. La película llegaba precedida de una contumaz polémica, en la que se cruzaban acusaciones de antisemitismo y extrema violencia. Al día siguiente al estreno, The New York Times, profetizó que este filme iba a significar el fin de la carrera profesional de Gibson y tocó al arrebato para boicotearla.
Sin embargo, la realidad fue muy distinta. En su primer día, el filme recaudó 26 millones de dólares (casi el total de lo que había costado) y, al concluir su primera semana en cartel, había superado los 125 millones.
Casi un mes después, con una recaudación que superaba ya los 200 millones de dólares. The New York Times acabó admitiendo que La Pasión había despertado en Hollywood el hambre de películas religiosas. No era para menos: al final de su recorrido en cines, este singular largometraje alcanzó los 370 millones de dólares en Norteamérica y los 251 millones en el mercado internacional, convirtiéndose en la película calificada “R” (mayores con reparos) más taquillera de la historia del cine (récord que, por cierto, todavía ostenta).
Una motivación personal
En una entrevista publicada con motivo del estreno de Hamlet (1990), dirigida por Franco Zeffirelli, Mel Gibson –que interpretaba al príncipe danés– hablaba ya de su deseo de llevar al cine la vida de Jesús e incluso de encarnarlo él mismo.
A sus 34 años entonces, el actor y director neoyorkino estaba atravesado una crisis de fe y sentía la necesidad de adentrarse en la figura de Jesús y de sus padecimientos, para entender hasta qué punto era grande su amor a los hombres. “Yo siempre he creído en Dios, en su existencia. Pero a mitad de mi vida dejé algo de lado mi fe y otras cosas ocuparon su lugar. Comprendí entonces que necesitaba algo más, si quería sobrevivir. Me sentí impulsado a una lectura más íntima de los Evangelios y ahí fue donde la idea empezó a cuajar dentro de mi cabeza. Empecé a imaginarme el Evangelio con gran realismo, recreándolo en mi propia mente, para que tuviera sentido y fuera relevante para mí. Cristo pagó el precio de nuestros pecados. Entender lo que sufrió, incluso a nivel humano, me hace sentir no solo compasión, sino también sentirme en deuda: quiero compensarle por la inmensidad de su sacrificio”.
Este deseo no pudo hacerse realidad en el corto plazo. Tendrían que transcurrir doce años para que ver cumplido su sueño. En efecto, Gibson rodó La Pasión en Italia entre octubre de 2002 y febrero de 2003.
Había coescrito el guion con Benedict Fitzgerald partiendo de los Evangelios e inspirándose en las obras La mística ciudad de Dios, de la venerable María Jesús de Ágreda (siglo XVII) y en La dolorosa pasión de Nuestro Señor Jesucristo, un libro de Clemens Brentano que detalla las visiones de la beata Ana Catalina Emmerick (siglo XVII).
Ni Gibson ni su equipo imaginaban hasta qué punto iban a remar contra viento y marea. Y no solo marea: una auténtica tormenta iba a desatarse sobre ellos desde el mismo momento en que el proyecto fue anunciado a la prensa.
Primera acusación: antisemitismo
La primera campaña en contra se centró en la acusación de antisemitismo, una denuncia especialmente grave en un país como Estados Unidos y en una industria como la hollywoodiense.
El guion se filtró de manera interesada y llegó a manos de representantes oficiales del judaísmo. Gibson fue acusado de promover el odio a los judíos, retratados como responsables de la muerte de Jesús. Este temor fue recogido por una multitud de rabinos influyentes y difundido por todo el país, etiquetando la película (antes de verla) como una amenaza para el pueblo judío.
Bien es cierto que un conocido rabino, Daniel Lupin, denunció la hipocresía de sus paisanos de raza y religión: “Creo que quienes protestan públicamente contra la película de Mel Gibson carecen de legitimidad moral. Quizás no recuerden la película de Martin Scorsese, La última tentación de Cristo, estrenada en 1988. Casi todas las confesiones cristianas protestaron ante Universal Pictures por el estreno de una película tan difamatoria que, si se hubiera hecho sobre Moisés o, digamos, sobre Martin Luther King Jr., habría provocado alaridos de ira en todo el país.
Tal como estaban las cosas, los cristianos tuvieron que defender su fe completamente solos, con la excepción de algún que otro valiente judío (…). La mayoría de los estadounidenses saben que Universal estaba dirigida en aquel entonces por Lew Wasserman y conocían bien su origen étnico [judío]. Podemos preguntarnos por qué Mel Gibson no tiene derecho a la misma libertad artística que se le concede a Wasserman”.
Aunque Gibson y su equipo trataron de apaciguar los ánimos organizando pases privados para líderes de opinión judíos, la sentencia estaba dictada y no iba a ser retractada.
Un rodaje accidentado
Con este ambiente enrarecido, llegó el momento de la filmación. Gibson no tuvo más remedio que producir la película de forma independiente, ya que ningún estudio importante de Hollywood quiso involucrarse en el proyecto.
El rodaje tuvo lugar en Italia, en los conocidos estudios Cinecittà de Roma y en diversas locaciones (Matera y Craco, ambas en la región de Basilicata). El costo de producción rondó los 30 millones de dólares, a los que habría que sumar otros 15 millones de gastos de publicidad y marketing, que fueron asumidos en su totalidad por Gibson y su productora, Icon Productions.
Quien trabaja en la producción cinematográfica sabe lo que es un rodaje y, en concreto, cómo los imprevistos están a la orden del día. Sin embargo, cualquier observador perspicaz se habría dado cuenta, en el caso de este largometraje, hasta qué punto los incidentes comenzaban a ser sospechosamente frecuentes, en especial con relación a Jim Caviezel.
El actor protagonista no solo fue alcanzado por un rayo durante la filmación de la escena del Calvario (al igual que algún otro miembro del equipo), sino que sufrió varias lesiones mientras rodaban la secuencia de la flagelación e incluso una dislocación del hombro en una de las caídas mientras portaba la cruz.
Durante el rodaje llegó a perder casi veinte kilos y tuvo que someterse posteriormente a dos cirugías a corazón abierto. Más de uno se preguntó si había alguien ahí fuera empeñado en que esta película no siguiera adelante…
Segunda acusación: violencia extrema
Si la denuncia de antisemitismo no había logrado boicotear el proyecto a priori, la acusación de extrema violencia iba a intentarlo a posteriori. No fueron pocos los críticos de cine que la tildaron incluso de violencia pornográfica.
España no fue una excepción: “Deleznable película (…). Gibson convierte al que juzga su Dios en un pelele de filme de terror de los de alto y refinado negocio”, escribía Ángel Fernández Santos en las páginas de El País. “La Pasión de Cristo, que bien podría titularse La tortura o linchamiento de Cristo, por hacer honor a su verdadero contenido (…). Hay más de morbo y de sadismo que de reconstrucción de la realidad”, anotaba Alberto Bermejo en El Mundo.
No cabe duda de que La Pasión es un filme que muestra una violencia cruda, descarnada, pero no de forma gratuita, sino debidamente contextualizada. En un artículo que conmemora los veinte años de su estreno, publicado en el National Catholic Register, la guionista y crítica de cine Barbara Nicolosi comenta: “La violencia infligida a Cristo en La Pasión es, sin duda, terrible de contemplar. Cuando, en una ocasión, le comenté a Gibson que quizá la violencia reflejada en la película era demasiada, negó con la cabeza y me contestó: ‘No llega a ser tanta como lo que supondría un solo pecado mortal’. Tenía razón, por supuesto. El pecado es lo que violó el cuerpo de Cristo, y todavía hoy violenta el Cuerpo Místico de Cristo. El objetivo de toda meditación sobre la Pasión es provocar horror ante la violencia del pecado. Gibson lo hizo a su manera en esta película”. En palabras de Juan Manuel de Prada, “en este mundo podrido, el uso de la violencia resulta admisible si se emplea para ilustrar un alegato antifascista o antibélico; en cambio, produce escándalo en un alegato cristiano”.
Por su parte, Gibson sentencia: “Si hubiéramos filmado exactamente lo que pasó, nadie hubiera sido capaz de verlo. Pienso que nos hemos acostumbrado a ver cruces bonitas en la pared y nos olvidamos de lo que realmente ocurrió. Sabemos que Jesús sufrió y murió, pero no nos hacemos realmente idea de lo que esto significa. Yo tampoco me daba cuenta hasta ahora de todo lo que Jesús sufrió por nuestra redención”. Con todo, el director decidiría hacer una nueva versión eliminando cinco minutos de película, que incluían los planos más desagradables y explícitos, y que se estrenó en marzo de 2005.
Buscando apoyos
Visto que la película continuaba despertando polémica, la 20th Century Fox –estudio con el que Gibson tenía contrato y con quien había producido y distribuido sus anteriores largometrajes (entre otras, la oscarizada Braveheart, en 1995)– decidió desentenderse.
Ante tal negativa, y para no poner en un brete a las otras grandes compañías de Hollywood, el director optó por distribuirla por su cuenta en los Estados Unidos, con la ayuda de una firma menor, Newmarket Films.
Consciente de que era una película de nicho, para un público muy concreto, buscó el apoyo de grupos afines, católicos y protestantes. Muchos respondieron con entusiasmo. El productor de la película, Steve McEveety, incluso acudió al Vaticano con el fin de organizar un pase privado para el Papa (Juan Pablo II) y otras autoridades de la Curia. Sin embargo, esta iniciativa se vio parcialmente truncada, ya que no recibieron la aprobación de usar ningún comentario literal del Romano Pontífice.
Hubo pasos hacia delante y hacia atrás, y todo se enredó cuando no debía. Con gran desilusión, Gibson y McEveety comprobaron cómo aquellos que más debían apoyarles se mostraban esquivos por miedo a verse envueltos en el ojo del huracán.
Ha nacido un clásico
Tras toda esta carrera de obstáculos, la película llegó por fin a las salas de cine. La enorme afluencia de público cerró las bocas de unos y premió la audacia y el esfuerzo de otros. Más de uno pensó que lo que viene de Dios siempre logra salir a flote y demuestra a su debido tiempo su poder y eficacia.
Así como parte de la crítica respondió de manera burlesca o furibunda, no faltaron quienes reconocieron la grandeza de la película desde el punto de vista formal y de contenido.
En España, Oti Rodríguez Marchante, crítico del ABC, admitía: “Un gran cineasta que no ha incurrido ni una sola vez en la escena prevista, en la composición fácil, en el tópico visual o en la postal hecha (…). Se diga lo que se diga, La Pasión de Cristo, tal y como nos la ve y enseña Mel Gibson, es, además de dolorosamente física y profundamente espiritual, única”.
Por otro lado, en las páginas de Fila Siete, Javier Aguirremalloa profetizaba: “Cualquier gran película supone una perfecta conjunción de fondo y forma. Ciertamente, la película de Gibson tiene una factura impecable. Creo que dentro de unos años La Pasión de Cristo será tenida por una obra maestra, una de esas películas imprescindibles en la historia del cine”.
En efecto, la película es de una calidad excepcional tanto lo que narra como en el modo de hacerlo. Las imágenes y sonido transmiten de manera desnuda, realista –alejada de todo pietismo– la secuencia del prendimiento, juicio y ejecución de Jesús de Nazaret, en un logrado y difícil equilibrio entre crudeza y contemplación. No en vano, el propio Gibson prefería referirse a ella “menos como una película como tal y más como un recorrido por las estaciones del viacrucis”.
La fotografía de Caleb Deschanel pinta la pantalla de claroscuros (al modo de Caravaggio) en una paleta de ocres y tonos apagados, logrando así un bello dramatismo, al tiempo que la música de John Denby envuelve las escenas con una solvente banda sonora que lo acentúa de manera no intrusiva.
Al mismo tiempo, son las interpretaciones contenidas, a la medida de cada personaje, las más eficaces ventanas a través de las cuales el espectador revive el drama del Calvario: un Jim Caviezel que ofrece un Jesús empático, cercano y majestuoso, cuyo rostro y cuerpo se convierten progresivamente en un retablo de dolores; Maia Morgenstern que encarna a una pietá de carne y hueso, en cuyo corazón amor y dolor se funden en una aceptación conmovedora; una Monica Belluci que combina belleza y miseria, viva imagen de la naturaleza caída y redimida… Mención aparte merece el verdadero antagonista, Satanás, al que dan vida Rosalinda Celentano (demonio-adulto) y Davide Marotta (demonio-niño) en un retrato extrañamente seductor y grotesco, reflejo de la tentación y de la deformidad del pecado.
Hay que agradecer el montaje alterno –obra de John Wright– que combina los momentos más duros de la Pasión con esos flasbacks de la vida de Jesús (con su Madre en Nazaret, en la Última Cena) que alivian la dolorosa tensión dramática y actúan que como respiraderos para el sufriente espectador. Y también, cómo no, la breve coda final del filme, que relata magistralmente la Resurrección, porque la Redención, al decir de Tolkien, es la eucatástrofe primigenia, como bien señala Joseph Pierce en su valoración de esta película.
Es este mismo escritor británico quien resume: “Resulta inadecuado describir la obra maestra de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, como una película; es mucho más que eso. Sería más exacto describirlo como un icono en movimiento. Nos llama a la oración y nos lleva a la contemplación que nos lleva a la presencia de Cristo mismo. (…) Como dice T. S. Eliot acerca de La Divina Comedia de Dante: no hay nada que hacer en presencia de tan inefable belleza excepto contemplar y guardar silencio”.
El tiempo ha demostrado que La Pasión de Cristo no solo puede ser calificada de obra maestra, sino que es algo más que otra película sobre la vida de Jesús.
Desde su estreno hace dos décadas, el torrente de catarsis individual y colectiva no ha dejado de fluir, de un modo parecido a como –en la secuencia del Calvario– fluye con fuerza el agua y la sangre sobre el soldado romano que abre el costado de Cristo muerto, y cae de hinojos bajo ese chorro de gracia. Si algo queda demostrado era que esta película no deja a nadie indiferente.
Numerosos testimonios de conversiones –grandes y pequeñas– han ido apareciendo aquí y allá… Una pléyade de historias con un denominador común: la experiencia de haber experimentado como nunca los sufrimientos que el Hijo de Dios padeció para salvarnos.
Conversiones durante el rodaje (los casos de Pietro Sarubbi, que interpreta a Barrabás y de Luca Lionello, que da vida a Judas Iscariote), y otras muchas entre el público que acudió a verla. En Estados Unidos se estrenó incluso el documental Changed Lives: Miracles of the Passion, dirigido por Jody Eldred con varios testimonios al respecto (publciado también como libro).
¿Hasta qué punto esta obra cinematográfica actúa como un instrumento de gracia? Mel Gibson apunta una explicación desde su propia experiencia: “Esta película es lo más difícil que he hecho. Verla es aún más arduo, porque la Pasión de Cristo lo fue. Pero al hacerla, descubrí que, en realidad, me había purgado. De alguna manera, me sanó (…). Mi objetivo es que quien la vea experimente un cambio profundo. El público tiene que experimentar esta dura realidad para entenderla. Quiero llegar a la gente con un mensaje de fe, esperanza, amor y perdón. Cristo nos perdonó incluso cuando fue torturado y asesinado. Ese es el máximo ejemplo de amor”.
Precisamente esto es lo que experimentaron Gabriela y Antonio. Ella es diseñadora de moda en Valencia, y este es su testimonio: “A los 13 años dejé de practicar mi fe. Dejé a Dios en el Cielo; no me atrevía a mirarlo mucho, porque así podía hacer lo que me daba la gana. Pero como Dios es muy bueno, la tele cambió mi vida”. Sucedió unos días antes de Semana Santa. Estaba sola en casa, aburrida, y se sentó frente al televisor. Al encenderlo, se encontró con que comenzaba la película de La Pasión. Mientras la veía, recuerda, “el Señor cambió mi corazón y mi mente; me hizo entender lo que me quiere, lo que ha hecho por mí, y darme cuenta de cómo yo le estaba volviendo la cara desde los 13 años”. Decidió confesarse después de varias décadas y volver a ir a misa los domingos. “Viví mi primer Domingo de Ramos después de mucho tiempo, con el sentimiento de volver a casa y con una alegría tremenda”, recuerda.
El caso de Antonio es muy similar. Profesor universitario en Sevilla, agnóstico y anticlerical, acudió al cine con su esposa para ver algún filme en versión original (ella es profesora de inglés). Aquel día no ofrecían ninguno, pero sí proyectaban La Pasión. “Entramos sin que tuviéramos idea de qué era la película, ni que la dirigía Mel Gibson”, recuerda. No había más de quince personas y según arrancó la película, con la escena de la oración agónica de Jesús en el Monte de los Olivos, quedó completamente absorto. “Empecé a sentir mucho dolor por mis pecados y luego el don de lágrimas…. No era un llanto histérico, sino lágrimas calientes, que me empaparon toda la camisa y me llegaban hasta el pantalón. Cuando acabó la película me sentí transformado y pensé: ‘todo esto fue verdad, ¡lo sufriste por mí!’”.
La lista de testimonios sería interminable. Se entiende que Barbara Nicolosi, estableciendo una relación ente las dificultades que la película experimentó en su producción y el impacto entre personas del mundo entero, concluya: “La Pasión es un milagro”.
Balance final
Las dos décadas transcurridas confirman la peculiar naturaleza de esta película, que puede definirse como icono cinematográfico (obra de arte que lleva a la contemplación) e incluso en un ejemplo de “cine sacramental” (canal o vehículo de gracia). De ahí que Barbara Nicolosi afirme sin ambages: “Al cabo de veinte años, una vez asentado el polvo levantado por la guerra cultural, cabe afirmar, de modo claro e indiscutible, que La Pasión de Cristo es la mayor obra de cine sagrado jamás realizada”.
¿Mereció la pena? Mel Gibson y Jim Caviezel, al igual que el productor, Steve McEveety, no se arrepienten. Más bien, todo lo contrario. Por supuesto, eran conscientes del riesgo que asumían. En efecto, las carreras del actor y del director se vieron truncadas a partir de esta producción. Gibson, que había alcanzado la gloria con Braveheart, no volvería a paladearla; y Caviezel, cuya prometedora trayectoria parecía afirmarse tras La delgada línea roja (1998) y La venganza del conde de Montecristo (2002) vería su nombre relegado a títulos de segunda fila (hasta la reciente Sound of Freedom, 2023).
Quizá sus nombres no vuelvan a aparecer en grandes películas, pero motivos tienen para pensar que están escritos en el Cielo…
Fuente: omnesmag.com