8/31/25

Juntos en torno a la mesa eucarística

El Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Sentarse a la mesa juntos, especialmente en los días de descanso y de fiesta, es un signo de paz y de comunión en todas las culturas. En el Evangelio de este domingo (Lc 14,1.7-14), Jesús es invitado a comer por uno de los jefes de los fariseos. Tener invitados ensancha el espacio del corazón, y hacerse huésped exige la humildad de entrar en el mundo del otro. Una cultura del encuentro se nutre de estos gestos que acercan.

Encontrarse no siempre es fácil. El evangelista señala que los comensales “observaban” a Jesús y, en general, Él era mirado con cierta desconfianza por los intérpretes más rigurosos de la tradición. Sin embargo, el encuentro es posible porque Jesús se hace realmente cercano, no permanece ajeno a la situación. Se hace huésped de verdad, con respeto y autenticidad. Renuncia a esos buenos modales que son sólo formalidades que eluden comprometerse recíprocamente. Así, con su estilo, mediante una parábola, describe lo que ve e invita a pensar a quienes lo observan. De hecho, Él se había percatado de una carrera por ocupar los primeros lugares. Esto sucede también hoy, no tanto en la familia, sino en las ocasiones en que importa “hacerse notar”. Entonces, el estar juntos, se transforma en una competición.

Hermanas y hermanos, sentarnos juntos en torno a la mesa eucarística, en el día del Señor, significa también para nosotros darle a Jesús la palabra. Él, se hace nuestro huésped y puede describir cómo nos ve. Es muy importante vernos a través de su mirada, repensar cómo muchas veces reducimos la vida a una competición, cómo perdemos la compostura con tal de obtener algún reconocimiento, cómo nos comparamos inútilmente unos con otros. Detenernos a reflexionar, dejarnos sacudir por una Palabra que cuestiona las prioridades que ocupan nuestro corazón, es una experiencia de libertad. Jesús nos llama a la libertad.

El Evangelio usa la palabra “humildad” para describir la forma plena de la libertad (cf. Lc 14,11). La humildad, en efecto, es ser libre de uno mismo. Nace cuando el Reino de Dios y su justicia se han convertido verdaderamente en nuestro interés y podemos permitirnos mirar lejos: no la punta de nuestros pies, ¡sino lejos! Quien se engrandece, en general, parece no haber encontrado nada más interesante que sí mismo y, en el fondo, tiene poca seguridad en sí. Pero quien ha comprendido que es muy valioso a los ojos de Dios, quien se siente profundamente hijo o hija de Dios, tiene cosas más grandes de las que gloriarse y posee una dignidad que brilla por sí sola. Esa se coloca en primer plano, ocupa el primer lugar sin esfuerzo y sin estrategias, cuando en vez de servirnos de las situaciones, aprendemos a servir.

Queridos amigos, pidamos hoy que la Iglesia sea para todos un taller de humildad, es decir, esa casa en la que siempre se es bienvenido, donde los puestos no se conquistan, donde Jesús puede tomar todavía la Palabra y educarnos en su humildad y en su libertad. María, a quien ahora invocamos, es verdaderamente la Madre de esta casa.       

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

lamentablemente, la guerra en Ucrania sigue sembrando muerte y destrucción. También en estos días, los bombardeos han alcanzado varias ciudades, incluida la capital, Kiev, causando numerosas víctimas. Renuevo mi cercanía al pueblo ucraniano y a todas las familias afectadas. Invito a todos a no ceder a la indiferencia, sino a acercarse con la oración y con gestos concretos de caridad. Reitero con fuerza mi urgente llamamiento a un alto el fuego inmediato y a un compromiso serio con el diálogo. Es hora de que los responsables renuncien a la lógica de las armas y emprendan el camino de la negociación y la paz, con el apoyo de la comunidad internacional. La voz de las armas debe callar, mientras que debe alzarse la voz de la fraternidad y la justicia.

Elevemos nuestras oraciones por las víctimas del trágico tiroteo ocurrido durante una misa de estudiantes en Minnesota, Estados Unidos. Oremos también, por los innumerables niños asesinados y heridos cada día en todo el mundo. Supliquemos a Dios que detenga la proliferación de las armas, largas y cortas, que infectan el mundo. Que nuestra Madre María, Reina de la Paz, nos ayude a cumplir la profecía de Isaías: «Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas» (Is 2, 4).

Nuestros corazones también están heridos por las más de cincuenta personas fallecidas y las aproximadamente cien que siguen desaparecidas tras el naufragio de una embarcación cargada de migrantes que intentaban recorrer los 1100 kilómetros que separan Mauritania de las Islas Canarias y que volcó cerca de la costa atlántica de Mauritania. Esta tragedia mortal se repite cada día en todo el mundo. Oremos para que el Señor nos enseñe, como individuos y como sociedad, a poner plenamente en práctica su palabra: «estaba de paso, y me alojaron» (Mt 25,35).

Encomendemos a todos los heridos, desaparecidos y fallecidos, en cualquier lugar del mundo, al amoroso abrazo de nuestro Salvador.

Mañana, 1 de septiembre, es la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. Hace diez años, el Papa Francisco, en sintonía con el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, instituyó esta Jornada para la Iglesia católica. Esta celebración es más que nunca importante y urgente, y este año, tiene como tema «Semillas de paz y esperanza». Unidos a todos los cristianos, la celebramos y la prolongamos en el “Tiempo de la Creación” hasta el 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís. En el espíritu del Cántico del hermano sol, compuesto por él hace 800 años, alabamos a Dios y renovamos nuestro compromiso de no estropear su don, sino de cuidar nuestra casa común.

Dirijo mi afectuoso saludo a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos de Italia y de diversos países. En particular, saludo a los grupos parroquiales de Quartu Sant’Elena, Morigerati, Venegono, Rezzato, Brescello, Boretto y Gualtieri, Val di Gresta, Valmadrera, Stiatico y Casadio; y al grupo de familias de Lucca que ha venido por la Vía Francígena.

Saludo también a la Fraternidad Laical de las Hermanas Dimesse de Padua, a los jóvenes de Acción Católica y de AGESCI de Reggio Calabria, a los jóvenes de Gorla Maggiore y a los confirmandos de Castel San Pietro Terme; así como al Movimiento Shalom de San Miniato con la Filarmónica Angiolo del Bravo, a la Asociación «Note libere» de Taviano y al grupo «Genitori Orsenigo».

¡Feliz domingo a todos!

Fuente: vatican.va

8/29/25

“Amigo, sube más arriba”

 22.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C)

Evangelio (Lc 14,1.7-14)

Un sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos y ellos le estaban observando.

Proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los primeros puestos, diciéndoles:

—Cuando alguien te invite a una boda, no vayas a sentarte en el primer puesto, no sea que otro más distinguido que tú haya sido invitado por él y, al llegar el que os invitó a ti y al otro, te diga: «Cédele el sitio a éste»; y entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a ocupar el último lugar, para que cuando llegue el que te invitó te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. Porque todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado.

Decía también al que le había invitado:

—Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos y a ciegos; y serás bienaventurado, porque no tienen para corresponderte; se te recompensará en la resurrección de los justos.


Comentario

Durante su ministerio público Jesús aceptó con cierta frecuencia las invitaciones de distintas personas para comer en sus casas, incluso de quienes la sociedad consideraba gente de vida poco recta. Fue tal la actitud acogedora de Jesús, que algunos hipócritas lo tacharon de “comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,34). En esta ocasión, Jesús es recibido en casa de uno de los principales fariseos y, escribe san Lucas que muchos de ellos lo observaban. Pero a Jesús le mueve el afán de salvar a todos por encima de la opinión pública y las habladurías. Como dice san Cirilo, “aunque el Señor conocía la malicia de los fariseos, aceptaba sus convites para ser útil a los que asistían a ellos con sus palabras y milagros”.

Al notar Jesús cómo los fariseos iban eligiendo los primeros puestos, les propuso una parábola ambientada en un banquete de bodas. En principio, todo parece un sencillo consejo humano de etiqueta social para quedar bien ante la gente. Sin embargo, la imagen esconde un mensaje mucho más trascendente sobre la virtud de la humildad, que queda condensado en la famosa sentencia paradójica: “Todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado”.

La tradición de la Iglesia ha insistido mucho en el papel fundamental que desempeña la virtud de la humildad de la que habla Jesús en casa del fariseo. Muchos Padres de la Iglesia coinciden en definir esta virtud como hizo san Gregorio: “Madre y maestra de todas las virtudes”. Jesús da a entender al fariseo que no es fácil acertar con la actitud adecuada que hemos de adoptar, según la verdad de nosotros mismos en cada situación. Es fácil creerse más de lo que uno en realidad es. Por eso sugiere Jesús considerarse siempre inferior a lo que cabría esperar; ponerse “en el último lugar”.

En realidad, Jesús es quien ha sabido ponerse en último lugar y ha sido después exaltado. Como explica Benedicto XVI, “esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la postura del hombre en relación con Dios. De hecho, el “último lugar” puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo mismo “tomó el último puesto en el mundo —la cruz— y precisamente con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente” (Deus caritas est, 35)”. Jesús es quien se puso de verdad en último lugar, el del servicio a los demás y la entrega generosa hasta la cruz. Por eso luego fue exaltado a la diestra del Padre. En cierto sentido, el propio Jesús escuchó la frase de la parábola de hoy: “Amigo, sube más arriba”. La virtud de la humildad resulta por tanto una condición necesaria para que Dios nos pueda exaltar, porque “a pasos de humildad es como se sube a lo alto de los cielos”, comentaba san Agustín.

Por último, Jesús sugiere al fariseo vivir la caridad con los demás, que es también señal de humildad. Por eso el Maestro anima a su anfitrión a que invite a su banquete precisamente a todos aquellos que cualquiera pondría en último lugar y no en el primero, “a pobres, a tullidos, a cojos y a ciegos”, que no tienen para corresponder. Esta actitud generosa que da importancia y valor a los humildes, es premiada y exaltada por Dios que como dice Jesús “recompensará en la resurrección de los justos”. Porque como explica san Juan Crisóstomo, “si convidas al pobre, tendrás por deudor a Dios, que nunca olvida”. Y entonces oiremos nosotros también la invitación del anfitrión: “Amigo, sube más arriba”.

Fuente: opusdei.org


Hanna Arendt, filósofa, a los que lo quieren todo perfecto: "Para seguir viviendo hay que intentar escapar de la muerte que implica el perfeccionismo"

Celia Pérez León


El perfeccionismo puede ser un poderoso enemigo del que hay que cuidarse, porque cuando nos obsesionamos con que todo sea perfecto caemos en la parálisis.

El perfeccionismo puede ser la muerte para la creatividad, la productividad, la felicidad y el disfrute. Cuando cedemos ante el impulso de hacerlo todo perfecto, acabamos sacrificando, sin darnos cuenta, la oportunidad de hacer, de crear, de disfrutar. Porque como dijo Voltaire, “lo perfecto es enemigo de lo bueno”.

También lo dijo la filósofa lúcida y radical Hannah Arendt, que aseguraba que “para seguir viviendo hay que intentar escapar de la muerte que implica el perfeccionismo”. Porque el perfeccionismo nos bloquea, y abre la puerta a la autoexigencia, el miedo y el agotamiento, y eliminar toda espontaneidad, nos condena a la infelicidad.

El perfeccionismo, el miedo y la excelencia

Cualquier persona mínimamente perfeccionista te dirá que no hay nada de malo en querer hacer bien las cosas. Que el suyo es el comportamiento de alguien que intenta conseguir la excelente, que quiere lo mejor para su familia, para su carrera. Que quiere dar a los demás su mejor versión. Pero no es cierto. El perfeccionismo no es excelencia, es miedo.

Lo explica la psicóloga Brené Brown, que nos asegura en Los dones de la imperfección que el perfeccionismo no ha sido jamás una vía hacia la superación personal, sino una forma de protegernos del dolor al juicio, la vergüenza y la culpa.

El problema es que este miedo a no valer, a no ser queridas y a no ser suficientes nos condena, irónicamente, al aislamiento. Porque solo desde la vulnerabilidad y la autenticidad, explicaba Brown, podemos conectar de verdad. “Nuestro sentido de pertenencia nunca puede ser mayor que nuestro nivel de autoaceptación”, escribió la autora.

Los ‘todos’ no son buenos

En una línea más filosófica, Hannah Arendt fue una filósofa crítica en todo lo relacionado con las aspiraciones excesivas de pureza, perfección y coherencia total, tanto en lo individual como en lo político. Y es que, desde su perspectiva, como explica en La condición humana, el ser humano es inherentemente impredecible.

En su obra, Arendt defendió que la acción es una de las capacidades fundamentales del ser humano, pero advierte también de que toda acción está marcada por la imprevisibilidad y por el hecho de que nunca podemos controlar completamente las consecuencias.

Es decir, que, aunque la voluntad de hacer algo esté bajo nuestro control, el cómo se desarrolle esa acción y, sobre todo, las consecuencias que se deriven de ellas no dependen de nosotros. Desde esta perspectiva, una postura como la del perfeccionismo carece completamente de sentido: el ser humano no puede ser perfecto, por definición.

Además, para Arendt lo que se presenta como “absoluto”, como lo hace el perfeccionismo, es potencialmente peligroso. Para ella, la obsesión por lo ideal puede conducir a formas de extrema violencia y deshumanización que debemos evitar en todos los aspectos posibles. Porque el perfeccionismo, tanto político como personal, exige eliminar todo lo que no encaja, y eso es tremendamente peligroso, tanto social como individualmente.

Frente a este pensamiento de todos y nadas, Arendt apostaba por la capacidad de juzgar, de reflexionar sin normas fijas, y el reconocimiento de la pluralidad, que podemos aplicar tanto desde el punto de vista político como de forma individual. Porque somos el resultado de todas nuestras contradicciones. Somos diversos, cambiantes y vulnerables. Y eso está bien. No hay modelos universales ni vidas perfectas. Solo vidas vividas.

¿Cómo se escapa del perfeccionismo?

Como siempre, la teoría puede ayudarnos a comprender la dimensión de lo que nos afecta, a comprender los motivos por los que el cambio es positivo. Sin embargo, todo cambio de mentalidad se construye desde la práctica. Para lidiar con el perfeccionismo, puedes empezar por aquí:

  • Cambia el foco. En lugar de centrarte en hacerlo perfecto, céntrate en estar presente, en ser honesta contigo misma, en disfrutar. Porque la vida no es una serie de objetivos cumplidos, sino un proceso continuo que rara vez es perfecto.
  • Practica la autocompasión. Trátate como lo harías con alguien a quien quieres mucho. Cuando falles, cuando dudes, cuando no llegues, acompáñate. Juzgarte no te hará mejorar, solo te lastimará.
  • Atrévete sin estar preparada. El perfeccionismo puede limitarnos impidiendo que hagamos cosas que no sabemos si nos saldrán bien. Por eso es importante animarte a salir de tu zona de confort y hacer cosas sin estar preparada. Es mejor hacerlo mal, que no hacerlo.
  • Rodéate bien. Los vínculos en los que los errores están permitidos y las disculpas son válidas ayudan a reducir el perfeccionismo que, como explicábamos, suelen provenir del miedo al rechazo.
  • Vivir es arriesgar. Por último, recuerda que cada vez que eliges moverte, hablar y mostrarte a los demás puede fallar, pero también puedes crear algo nuevo. Eso es la vida, un revoltijo imprevisible de acciones y reacciones que puede disfrutarse con la actitud correcta.

Fuente:  cuerpomente.com


8/28/25

Una sonrisa

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

El fin de semana pasado fui a un curso de retiro. Tuvo lugar en una casa cerca de Barcelona, a unos 20 kilómetros, en una población llamada Premiá. Ahí nos encontramos una treintena de hombres para dedicar un fin de semana más intenso a Dios.

Hubo meditaciones y charlas muy interesantes, y ratos largos de oración y reflexión personal en el oratorio, la sala de estar o paseando por el jardín. Desde el primer momento, nos insistieron en que el más importante estaba encerrado en una cajita, el Sagrario, y ante Él nos emplazábamos una y otra vez para distintas actividades. Ahí pasé largas horas, algunos ratos simplemente estando. Como nos dijo el sacerdote recordando una imagen del papa Francisco, la acción de Dios es como el bronceado: tú te expones a Él y lo demás no tiene ya mucha importancia. Puedes experimentar intensos afectos, tener una sequedad grande o dormirte, que Dios, al igual que el sol, te va bronceando.

Pero yo no quería hablar hoy del Sagrario, sino del comedor y de todo lo que se esconde detrás de él. He ido a muchos retiros, pero en este experimenté una especie de toma de conciencia de algo que, en realidad, me habían explicado muchas veces. Todo empezó con una sonrisa…

Enseguida percibí que aquella no era una sonrisa cualquiera. Me habían hablado muchas veces de la importancia de quienes sirven en un curso de retiro. En algunos lugares hasta les llaman así, servidores, y ellos están encantados con este nombre porque saben que servir es amar. Se encargan de que todo, lo material y lo espiritual, esté en disposición y al servicio del alma que va a encontrarse con Dios. Y, sobre todo, rezan por esas almas.

Pero aquí había algo más. No se trataba de un servicio, digámoslo así, de fin de semana, de voluntariado, sino de una vida hecha servicio. Los mil detalles del cuidado de la casa, el orden y disposición de las cosas, los topes de fieltro en las patas de las mesas, sillas y sillones, los amortiguadores en las paredes para preservarlas de los golpes, los protectores alrededor de las manetas de los armarios, las flores del Sagrario, las fotos, la limpieza, el olor, la esmerada y excelente comida, el ambiente de hogar familiar…, todo invitaba a crecer por fuera y por dentro. Y ese “algo divino” que se esconde en las cosas más materiales, como le gustaba llamarlo a san Josemaría, impregnaba todo y nos contagiaba a todos. Al hacerte la cama, pensabas: “he de hacerla bien y sin arrugas”. Y al guardar la ropa: “ha de quedar bien doblada”. Y al salir del cuarto: “he de cerrar la puerta sin golpearla”. Y al sentarte a la mesa: «he de coger bien los cubiertos». Y al cruzarte con los demás: “he de sonreír y rezar por él”. Y así con todo.

Las charlas y meditaciones fueron muy interesantes y nos acercaban a un Dios que es amor. Pero esa sonrisa permanente que nos cautivaba cuando coincidíamos con ella en el comedor y tras la que se adivinaba una oración constante se prolongaba misteriosamente durante todo el día y nos mostraba algo más: que Dios no solo es amor en abstracto, sino que nos ama a cada uno con especial predilección, y que hay quien ha hecho de su vida esa misma verdad.

Todo aquello no podía proceder de una mera y esmerada formación profesional en restauración o en gestión hotelera. Tampoco podía ser fruto de algunos ratos de oración específicos destinados a aquella actividad de fin de semana.

Sumido en el entusiasmo contemplativo propio del retiro, me dio por imaginarnos a los que allí estábamos desde la mirada de Dios, y vi claramente que, en realidad, quienes servían eran quienes dirigían. Imaginé una compañía de treinta hombres a las órdenes de dos capitanas que transmitían sus órdenes mediante la sonrisa y la palabra amable hasta obtener lo mejor de cada uno de nosotros, desde refinar nuestros modales en la mesa hasta despertar y embellecer la nobleza de nuestras almas. Ellas parecían servir, pero, en realidad, desde esta nueva perspectiva, éramos nosotros quienes servíamos, como dóciles instrumentos, en la lucha por la santidad de cada una de ellas, que después se vertía en la de cada uno de nosotros.

En estas cavilaciones andaba yo enfrascado cuando oí a lo lejos una voz que contestaba a alguien que no salía de su asombro: “no es ninguna empresa; las que llevan la casa son numerarias auxiliares del Opus Dei”.

Y yo desperté de mi ensoñación y volví a comprender tantas cosas que, en el fondo, ya sabía.

Fuente: javiervidalquadras.com

8/27/25

Mensaje del Prelado del Opus Dei (26 agosto 2025)

Mons. Fernando Ocáriz

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

El próximo día 29 se celebra la memoria litúrgica de la Pasión de san Juan Bautista. Entre las consideraciones que su figura y su vida nos pueden sugerir, podemos fijarnos especialmente en su valiente y heroico testimonio de la verdad, que le llevó al martirio. Me vienen al recuerdo aquellas palabras de san Josemaría: «No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte» (Camino, n. 34). Sin llegar al extremo del martirio, el amor a la verdad puede acarrear, en algunas circunstancias, inconvenientes de diversa naturaleza y, en ocasiones, muy notables.

A la vez, el amor a la verdad sobre la realidad del mundo y de uno mismo nos hace libres (cfr. Jn 8,32); y, radicalmente, nos libera la Verdad que es Cristo (cfr. Jn 14,6). Sin libertad no podríamos amar, y sin amor nada valdría la pena.

Siempre, pero sobre todo ante situaciones difíciles que podrían llevar al desaliento, procuremos conocer y reconocer la verdad sobre nuestra vida personal. Para esto, como nos recomendaba nuestro Padre, seamos sinceros ante Dios, ante nosotros mismos y ante quienes nos pueden ayudar en nuestra vida espiritual.

Este amor a la verdad, esta sinceridad, está unido a la humildad, que es «la virtud que nos ayuda a conocer, simultáneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza» (Amigos de Dios, n. 94). Cuando nuestra miseria se nos haga más presente, procuremos considerar también nuestra grandeza: la de ser, en Cristo, hijos de Dios. Entonces será también la humildad –verdad– la que nos lleve a recordar que «si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rm 8,31).

Sigamos encomendando al Señor la revisión de los estatutos de la Obra por parte de la Santa Sede, uniendo nuestra oración a la petición filial por el Papa y por todas sus intenciones, especialmente—como ha pedido en la audiencia de la semana pasada— “para que los pueblos encuentren el camino de la paz”.

Con todo cariño, os bendice vuestro Padre


Roma, 26 de agosto de 2025

La esperanza cristiana no es evasión, sino decisión

El Papa en la Audiencia General

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 4.  La entrega. «¿A quién buscan?» (Jn 18,4)

¡Viva Brescia! ¡Buenos días a todos! ¡Buenos días! ¡Buenos días! Tengan un poco de paciencia, celebramos la audiencia dentro, podrán seguir todo en la pantalla y, después de la audiencia, como también voy a la basílica, pasaré por aquí, y así también ustedes, los que están al fondo, nos saludaremos un poco... ¡Gracias por estar aquí! ¡Buenos días! ¡Gracias! 

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy nos detenemos en una escena que marca el inicio de la pasión de Jesús: el momento de su detención en el huerto de los Olivos. El evangelista Juan, con su habitual profundidad, no nos presenta a un Jesús asustado, que huye o se esconde. Al contrario, nos muestra a un hombre libre, que se adelanta y toma la palabra, afrontando con valentía la hora en la que puede manifestarse la luz del amor más grande.

«Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?”» (Jn 18,4). Jesús lo sabe. Sin embargo, decide no retroceder. Se entrega. No por debilidad, sino por amor. Un amor tan pleno, tan maduro, que no teme el rechazo. Jesús no es capturado: se deja capturar. No es víctima de un arresto, sino autor de un don. En este gesto se encarna una esperanza de salvación para nuestra humanidad: saber que, incluso en la hora más oscura, se puede seguir siendo libre para amar hasta el final.

Cuando Jesús responde «Soy yo», los soldados caen al suelo. Se trata de un pasaje misterioso, ya que esta expresión, en la revelación bíblica, evoca el nombre mismo de Dios: «Yo soy». Jesús revela que la presencia de Dios se manifiesta precisamente allí donde la humanidad experimenta la injusticia, el miedo y la soledad. Precisamente allí, la luz verdadera está dispuesta a brillar sin temor a ser abrumada por el avance de las tinieblas.

En plena noche, cuando todo parece derrumbarse, Jesús muestra que la esperanza cristiana no es evasión, sino decisión. Esta actitud es fruto de una profunda oración en la que no se pide a Dios que nos libre del sufrimiento, sino que nos dé la fuerza para perseverar en el amor, conscientes de que la vida ofrecida libremente por amor nadie nos la puede quitar.

«Si me buscan a mí, dejen que estos se vayan» (Jn 18,8). En el momento de su detención, Jesús no se preocupa por salvarse a sí mismo: solo desea que sus amigos puedan irse libres. Esto demuestra que su sacrificio es un verdadero acto de amor. Jesús se deja capturar y encarcelar por los guardias solo para poder dejar en libertad a sus discípulos.

Jesús vivió cada día de su vida como preparación para este momento dramático y sublime. Por eso, cuando llega, tiene la fuerza de no buscar una vía de escape. Su corazón sabe bien que perder la vida por amor no es un fracaso, sino que posee una misteriosa fecundidad. Como el grano de trigo que, al caer en tierra, no permanece solo, sino que muere y da fruto.

También Jesús se siente turbado ante un camino que parece conducir solo a la muerte y al fin. Pero está igualmente convencido de que solo una vida perdida por amor, al final, se reencuentra. En esto consiste la verdadera esperanza: no en tratar de evitar el dolor, sino en creer que, incluso en el corazón de los sufrimientos más injustos, se esconde la semilla de una nueva vida.

¿Y nosotros? Cuántas veces defendemos nuestra vida, nuestros proyectos, nuestras seguridades, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, nos quedamos solos. La lógica del Evangelio es diferente: solo lo que se da florece, solo el amor que se vuelve gratuito puede devolver la confianza incluso allí donde todo parece perdido.

El Evangelio de Marcos también nos habla de un joven que, cuando Jesús es arrestado, huye desnudo (Mc 14,51). Es una imagen enigmática, pero profundamente evocadora. También nosotros, en nuestro intento de seguir a Jesús, vivimos momentos en los que nos vemos sorprendidos y quedamos despojados de nuestras certezas. Son los momentos más difíciles, en los que nos sentimos tentados de abandonar el camino del Evangelio porque el amor nos parece un viaje imposible. Sin embargo, será precisamente un joven, al final del Evangelio, quien anunciará la resurrección a las mujeres, ya no desnudo, sino vestido con una túnica blanca.

Esta es la esperanza de nuestra fe: nuestros pecados y nuestras vacilaciones no impiden que Dios nos perdone y nos devuelva el deseo de retomar nuestro seguimiento, para hacernos capaces de dar la vida por los demás.

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos también nosotros a entregarnos a la buena voluntad del Padre, dejando que nuestra vida sea una respuesta al bien recibido. En la vida no es necesario tenerlo todo bajo control. Basta con elegir cada día amar con libertad. Esta es la verdadera esperanza: saber que, incluso en la oscuridad de la prueba, el amor de Dios nos sostiene y hace madurar en nosotros el fruto de la vida eterna.

Llamamiento

El viernes pasado acompañamos con la oración y el ayuno a nuestros hermanos y hermanas que sufren a causa de las guerras. Hoy vuelvo a hacer un fuerte llamamiento tanto a las partes implicadas como a la comunidad internacional para que pongan fin al conflicto en Tierra Santa, que ha causado tanto terror, destrucción y muerte.

Ruego que se libere a todos los rehenes, se alcance un alto el fuego permanente, se facilite la entrada segura de la ayuda humanitaria y se respete íntegramente el derecho humanitario, en particular la obligación de proteger a los civiles y la prohibición del castigo colectivo, del uso indiscriminado de la fuerza y del desplazamiento forzoso de la población. Me uno a la declaración conjunta de los patriarcas greco-ortodoxo y latino de Jerusalén, que ayer pidieron que se pusiera fin a esta espiral de violencia, que se pusiera fin a la guerra y que se diera prioridad al bien común de las personas.

Imploramos a María, Reina de la Paz, fuente de consuelo y esperanza. Que su intercesión obtenga la reconciliación y la paz en esa tierra tan querida por todos.


Saludos 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos la fiesta litúrgica de santa Mónica y mañana la de su hijo, san Agustín. Pidamos al Señor, por la intercesión de estos queridos santos, que sepamos —siguiendo la lógica del Evangelio— amar y dar la vida de manera libre y gratuita, como lo hizo Cristo, nuestra esperanza. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
 

¡Buenos días de nuevo! ¡Gracias por vuestra paciencia! Muchas gracias a todos por vuestra paciencia y por estar aquí, lo cual es una señal muy bonita de nuestra unidad en la fe. Y todos queremos renovar nuestra fe. Hoy es la fiesta de Santa Mónica, mañana la de San Agustín, que nos ha llamado a todos a estar siempre unidos en Cristo, a vivir esta fe en nuestra peregrinación. bSaludos a ustedes de Brescia que están aquí hoy, y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre con ustedes. Amén. ¡Felicidades y gracias!


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,  ¡la paz esté con vosotros!

Supongo que habéis seguido toda la audiencia, os agradezco vuestra presencia y también vuestra paciencia. Es una señal, también esta es una señal de la presencia del espíritu de Dios que está con nosotros. Muchas veces en la vida nos gustaría recibir una respuesta inmediata, una solución inmediata, y por alguna razón Dios nos hace esperar, y hay mucho que aprender. Sin embargo, como Jesús mismo nos enseña, debemos tener esa confianza que solo viene porque sabemos que somos hijos e hijas de Dios, y que Dios siempre nos da la gracia. No siempre nos quita el dolor, no siempre nos quita el sufrimiento, pero nos dice que está cerca de nosotros. Dios está siempre con nosotros, y hay que renovar esta fe. 
 

Dios está siempre con nosotros, y por eso somos felices. Hermanas y hermanos, que Dios os bendiga a todos en este día, que camine con vosotros, con nosotros, como Iglesia, y nos ayude a ser siempre una familia, una comunión de fe que da testimonio en el mundo de la presencia del amor de Dios. 

Damos ahora la bendición.  

Ahora impartimos la bendición a todos vosotros, pidiendo al Señor que la gracia, el amor y la misericordia desciendan sobre cada uno de vosotros. (traducción del inglés)

 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis reflexionamos sobre el momento en el que Jesús fue arrestado en el huerto de los olivos. El Evangelio no nos muestra un Jesús temeroso, que huye o se esconde. Por el contrario, nos revela un hombre sereno, que se entrega gratuitamente, manifestando así el amor más grande. En este gesto se encarna una esperanza de salvación para nuestra humanidad; es el hecho de saber que, aun en los momentos más oscuros, podemos ser libres de amar hasta el final.

Jesús nos enseña que la esperanza cristiana no es evasión, sino compromiso. Esta actitud es fruto de una oración profunda, en la que se pide a Dios la fuerza para perseverar y permanecer en el amor. Además, Jesús se deja apresar por los soldados para que sus discípulos queden en libertad. Él sabe que es un camino que lo conducirá a la muerte. Pero también está persuadido de que, en medio de los sufrimientos más injustos, se esconde el germen de una vida nueva. Y en esto consiste la auténtica esperanza.

Fuente: vatican.va

8/26/25

¿Qué es el amor realmente?

José María Contreras Luzón


El «órgano» del cariño es la voluntad: yo quiero porque quiero querer.

Pregunta: Llevo siete años casada y tengo dos hijos de cinco y tres años de edad. Yo estoy bien, pero cuando veo en la televisión esos amores tan apasionados y esas decepciones, a veces me planteo si yo no sabré querer, o si no estaré lo suficientemente enamorada, ¡yo no tengo un aparato para medir el amor! ¿Qué es amar?

Lo que a usted le pasa, le está pasando cada vez a más gente. Los programas y revistas del corazón nos están dando una visión del amor como si fuera algo sólo emocional, sentimental, y no es verdad.

Cuando el sentimiento es positivo «cuesta menos querer» y cuando es negativo «cuesta más querer», pero todos los sentimientos – tanto los positivos como los negativos- tienden a amortiguarse.

Uno se lleva una gran alegría y al cabo del tiempo baja esa alegría; uno se lleva un gran disgusto y el sentimiento también tiende a normalizarse. Así son los sentimientos y en el amor sucede lo mismo.

La manera de saber si uno quiere o es querido es tener una respuesta a la pregunta: ¿Yo por quién soy capaz de sufrir y quién es capaz de sufrir por mí?

Hay muchas veces que uno les explica las lecciones a los niños o juega con ellos y esas cosas nos cuestan, es decir, no sentimos ninguna gran alegría por hacer eso y sabemos que son actos de cariño hacia ellos.

Si se «siente» el cariño bien, pero cuando no se «siente», no quiere decir que no se quiera. No olvide que el «órgano» del cariño es la voluntad: yo quiero porque quiero querer, no hay una balanza para medir el amor.

Quizás alguien se sienta extraño porque he dicho que el órgano del cariño es la voluntad. Un bebe no la tiene, luego no puede querer. Puede sentir apego hacia sus padres, pero amar, lo que se dice amar, no puede.

Una persona con una enfermedad de Alzheimer tampoco puede querer, lo hemos comprobado cuando ha muerto algún hijo o padre de una persona con ese padecimiento y no se ha dado por aludido. No tiene voluntad, luego no puede amar. Al no amar, no sufre.

Sin voluntad uno no se puede comprometer. Cómo va uno a comprometerse en función de un estado de ánimo positivo hacia otra persona, si uno no es dueño de sus estados de ánimo.

Uno se puede comprometer en función de algo que dependa de uno: la voluntad es ese algo. Uno con la voluntad puede seguir amando aunque vaya contra los sentimientos.

Actualmente, como se dice con frecuencia que el amor es un estado de ánimo, un sentimiento, la gente se separa porque no siente nada hacia el otro.

Hay que saber que uno tiene que pasar esas travesías del desierto en los amores verdaderos. Va a haber periodos en que uno no siente nada y, sin embargo, puede seguir queriendo, porque con la voluntad puede continuar haciendo actos de amor. Ya pasará. Los sentimientos no son estables, antes o después, cambian.

Las parejas que se separan porque no sienten nada es muy probable que no se hayan querido nunca en realidad. No han sabido lo que es el amor.

Si unas personas se unen para hacer un negocio y no saben lo que es el dinero, lo más probable es que fracasen, por ende, al establecerse una pareja sin saber lo que es el amor es muy probable que fracase.

Antes de comprometerse es muy importante preguntarse si yo o el otro sabemos lo que es el amor.

Si eso no es así, en el momento en que otra persona les provoque un sentimiento más positivo del que me produce mi pareja, dirán que se ha terminado el amor y se separarán. No saben lo que es amar.

Y es que, como decía una antigua canción, con el amor no se juega.

Fuente: eldebate.com

8/25/25

Para conocerse no basta con vivir juntos

Juan Luis Selma

En más de una ocasión he escuchado a parejas que han convivido durante mucho tiempo decir que, una vez formalizada su relación, rompieron al poco tiempo. Uno de los motivos que aducen es que no se conocían realmente.

Según estadísticas recopiladas en Estados Unidos, aproximadamente el 70 % de las parejas heterosexuales no casadas se separan durante el primer año de convivencia. En relaciones más largas, se ha observado que muchas enfrentan una crisis significativa alrededor del cuarto año, momento en el que disminuyen la intimidad y el compromiso, lo que puede llevar a la ruptura.

En España, aunque no existe un porcentaje exacto para rupturas tras muchos años de convivencia, los datos del INE muestran que la duración media de los matrimonios antes del divorcio ronda los 16 años, lo que indica que incluso relaciones largas pueden terminar.

Me llama la atención la falta de intimidad emocional. No hablamos solo de sexo. La intimidad emocional –sentirse escuchado, comprendido, valorado– puede erosionarse con el tiempo si no se cultiva, o puede que nunca haya existido.

Leemos en el Evangelio: “Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Y os responderá: No sé de dónde sois. Entonces empezaréis a decir: Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas. Y os dirá: No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad”.

“No te conozco”, “no sé quién eres”. Son reproches que puede hacer el Señor a sus seguidores. Podría ser –Dios no lo quiera– lo que nos digan cuando llamemos a la puerta del Cielo, incluso tras mucho tiempo de cumplimiento de los preceptos divinos. Sin duda, es lo que les sucedió a los maestros de la Ley y fariseos, a los sumos sacerdotes Anás y Caifás en tiempos del Señor.

El verdadero conocimiento mutuo no consiste simplemente en saber datos sobre el otro –como su comida favorita, su rutina diaria o su cuerpo– sino en entender su mundo interior: cómo piensa, qué teme, qué sueña, qué le duele, qué le da esperanza. Amor y conocimiento van de la mano: no se ama lo desconocido y, a su vez, no se conoce lo que no se ama.

Este tipo de conocimiento profundo, de sabiduría, requiere tiempo, espera, paciencia. Necesita entrar por “la puerta estrecha”. Comentaba un amante del Camino de Santiago que cada vez hay más turigrinos y menos peregrinos. La diferencia está en el sacrificio: llevar la mochila uno mismo, madrugar, largas caminatas en soledad, incertidumbre de encontrar plaza en el albergue, frío y calor, sed, hambre… Todo esto crea un clima propicio para meditar, purificarse, alcanzar la sabiduría, el encuentro con la Verdad.

La puerta estrecha –las dificultades, cruces, desengaños y contrariedades– es lo que nos fortalece, nos prepara, nos enseña el camino del amor. Lo fácil y placentero no nos enseña a amar. La puerta es Cristo, que dice: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”.

El amor verdadero, el que conlleva un conocimiento profundo, una verdadera comunión –comunicación– está forjado con la renuncia, con el olvido de uno mismo. No es mero sentimiento. No es para quien cultiva una actividad de manera superficial o esporádica, para diletantes.

“Quisiera haceros una propuesta –decía el papa Francisco–. Pensemos ahora, en silencio, por un momento, en las cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden atravesar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la otra puerta, aquella abierta de par en par por la misericordia de Dios, que al otro lado nos espera para darnos su perdón”.

“Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Y uno le dijo: –Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Jesús no responde de un modo matemático. La salvación es algo muy serio, como lo es el amor. No se consigue frente a una videoconsola ni siguiendo un culebrón. En el día a día nos jugamos el amor, como la salvación. No basta un cumplimiento superficial, un mero pasar el tiempo. Hay que sufrir juntos, servir mucho, hasta que duela, como decía la Madre Teresa de Calcuta. Hay que comprender. Hay que darse.

Fuente: eldiadecordoba.es

8/24/25

La “puerta estrecha”

El Papa en el Ángelus 

Queridos hermanos y hermanas, feliz domingo.

En el centro del Evangelio que hemos proclamado hoy (Lc 13,22-30) encontramos la imagen de la “puerta estrecha”, usada por Jesús para responder a uno que le pregunta si son pocos los que se salvan. Jesús dice: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán» (v. 24).

A primera vista, esta imagen hace surgir en nosotros algunas preguntas: Si Dios es el Padre del amor y de la misericordia, que siempre permanece con los brazos abiertos para acogernos, ¿por qué Jesús dice que la puerta de la salvación es estrecha?

Ciertamente, el Señor no quiere desanimarnos. Sus palabras, más bien, sirven para rechazar la presunción de aquellos que se sienten seguros de su salvación, de aquellos que practican la religión y, por eso, se confían. En realidad, ellos no han comprendido que no basta cumplir actos religiosos si estos no transforman el corazón. El Señor no quiere un culto separado de la vida ni acepta sacrificios y oraciones que no nos conducen a vivir el amor a los hermanos y a practicar la justicia. Por eso, cuando estos se presenten ante el Señor enorgulleciéndose de haber comido y bebido con Él y de haber escuchado sus enseñanzas, oirán que les dice: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!» (v. 27).

Hermanos y hermanas, es hermosa la provocación que nos trae hoy el Evangelio. Mientras a veces nos sucede que juzgamos a quien está alejado de la fe, Jesús pone en crisis “la seguridad de los creyentes”. Él, en efecto, nos dice que no es suficiente profesar la fe con los labios, comer y beber con Él celebrando la Eucaristía o conocer bien las enseñanzas cristianas. Nuestra fe es auténtica cuando abraza toda nuestra vida, cuando es un criterio en las decisiones que tomamos, cuando nos hace mujeres y hombres que se comprometen con el bien y son capaces de arriesgarse por amor tal y como hizo Jesús. Él no ha elegido el camino fácil del éxito o del poder, sino que, con tal de salvarnos, nos ha amado hasta atravesar la “puerta estrecha” de la cruz. Él es la medida de nuestra fe, Él es la puerta que debemos cruzar para ser salvados (cf. Jn 10,9), viviendo su mismo amor y siendo constructores de justicia y de paz con nuestra vida.

A veces, esto significa tomar decisiones complicadas e impopulares, luchar contra el propio egoísmo y prodigarse por los demás, perseverar en el bien allí donde parecen prevalecer las lógicas del mal, y así sucesivamente. Pero, franqueando este umbral, descubriremos que la vida se abre de par en par ante nosotros como un mundo nuevo, y, desde ese momento, entraremos en el amplio corazón de Dios y en la alegría de la fiesta eterna que Él ha preparado para nosotros.

Invoquemos a la Virgen María, para que nos ayude a atravesar con valentía la “puerta estrecha” del Evangelio, de modo que podamos abrirnos con alegría a la amplitud del amor de Dios Padre.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Quiero manifestar mi cercanía a la población de Cabo Delgado, en Mozambique, víctima de una situación de inseguridad y violencia que continúa provocando muertos y desplazados. Mientras hago un llamamiento a no olvidar a estos hermanos y hermanas, los invito a rezar por ellos y expreso la esperanza de que los esfuerzos que llevan a cabo los responsables del país puedan restablecer la seguridad y la paz en ese territorio.

El pasado viernes, 22 de agosto, hemos acompañado con nuestra oración y ayuno a los hermanos y hermanas que sufren a causa de las guerras. Hoy nos unimos a nuestros hermanos ucranianos, que, con la iniciativa espiritual Oración Mundial por Ucrania, piden al Señor que conceda la paz a su martirizado país.

Los saludo a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos de varios países, en particular a los de Karaganda en Kazajistán, Budapest y la comunidad del Pontificio Colegio Norteamericano. Me alegro de acoger a la Banda Musical de Gozzano y a los grupos parroquiales de Bellagio, Vidigulfo, Carbonia, Corlo y Val Cavallina. Saludo también a los fieles que han llegado en bicicleta desde Rovato y Manerbio, y al grupo de la Via Lucis itinerante.

A todos ustedes les deseo un feliz domingo.

Fuente: vatican.va

8/22/25

La puerta angosta

21.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C). 

Evangelio (Lc 13,22-30)

Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Y uno le dijo:

— Señor, ¿son pocos los que se salvan?

Él les contestó:

— Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y os responderá: «No sé de dónde sois». Entonces empezaréis a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». Y os dirá: «No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad». Allí habrá llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

Comentario

La escena que nos presenta el evangelio es muy actual. Jesús está en camino hacia Jerusalén. Mientras avanza, las gentes que lo rodean van hablando con Él y le comentan sus inquietudes. Como ellos, también nosotros somos caminantes, que nos dirigimos hacia la patria celestial.

El camino de la vida se puede afrontar con la actitud de un turista tranquilo y despreocupado, atento sólo a disfrutar de todo lo placentero que se le ofrezca, o como un peregrino que va ligero de equipaje y se entretiene poco en lo que le sale al paso, porque su objetivo es alcanzar su destino. Pero, y si caminamos con comodidad disfrutando de lo que nos apetece en cada momento ¿no llegaremos también a la presencia del Señor? Aquel que es bueno y misericordioso ¿no nos abrirá gustoso la puerta para invitarnos a su banquete eterno? Es frecuente encontrarse con personas que están convencidas de que, al final, serán muchísimos, todos, lo que se salven. Así pensarían algunos de los que iban caminando con Jesús, y tal vez al escuchar sus palabras, un poco temeroso, uno de ellos le pregunta para quedarse tranquilo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (v. 23).

Jesús no le responde directamente, sino que le invita a reflexionar. Le dice que lo importante no es el número, si serán muchos o pocos, sino acertar con el buen camino, el que lleva a la puerta que da acceso a la salvación.

Jesucristo es la puerta (cf. Jn 10,9) que nos abre el acceso a Dios Padre y, en comunión con él, disfrutamos de su misericordia, de su protección y de su cariño. La puerta es estrecha porque nos exige ser sacrificados, comprimir nuestro orgullo, quitarnos de encima la carga de nuestras faltas, y perder el miedo a abrir el corazón con humildad. Es estrecha, pero está siempre abierta de par en par.

En su respuesta, Jesús alude a que la invitación al banquete de la vida inmortal se ha cursado a la humanidad entera, y las gentes se dirigen hacia allá desde todos los puntos cardinales. Se espera a pobres y ricos, sanos y enfermos, ancianos y niños, hombres y mujeres, y a todos se les quiere dispensar una gran acogida. La salvación no es clasista, ni está reservada a algunos privilegiados. Pero Jesús hace notar que hay “una sola condición igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos”.

La salvación es asequible a todos, pero no es una baratija. La vida de verdad no se disputa ante una videoconsola, ni es como una serie de televisión donde se interpreta un rol ficticio sin mayores consecuencias reales. Se dirimen en ella asuntos importantes, y por eso se requiere actuar con responsabilidad y esfuerzo. En el día del juicio seremos juzgados según nuestras obras. No bastará con declararse amigos de Jesús: “Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas” (v. 26). Hay cielo y hay infierno.Los “servidores de la iniquidad” (v. 27) estarán allí donde “habrá llanto y rechinar de dientes” (v. 28). En cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, aun a costa de sacrificios. Dios no excluye a nadie, pero quedarán fuera quienes no quieran entrar por la puerta estrecha.

“Quisiera haceros una propuesta –decía el Papa Francisco-. Pensemos ahora, en silencio, por un momento, en las cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden atravesar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la otra puerta, aquella abierta de par en par por la misericordia de Dios que al otro lado nos espera para darnos su perdón”.

Fuente: opusdei.org

Edith Stein y la Europa posible

Ignacio Sánchez Cámara

Los jerarcas nazis se vengaban de la carta pastoral difundida por los obispos neerlandeses en contra de las deportaciones de judíos al Este. Comenzaba la «solución final»

El domingo 9 de agosto de 1942, la hermana Teresa Benedicta de la Cruz fue asesinada, junto a su hermana Rosa y varios centenares de judíos, muchos de ellos católicos, en el campo de Auschwitz-Birkenau. Los jerarcas nazis se vengaban de la carta pastoral difundida por los obispos neerlandeses en contra de las deportaciones de judíos al Este. Comenzaba la «solución final». Su nombre original era Edith Stein. Fue canonizada el 11 de octubre de 1998 por el papa Juan Pablo II en Roma.

Había nacido en 1981 en Breslau en una familia judía. Practicó el judaísmo hasta que muy joven cayó en el ateísmo. Dedicó su vida a la búsqueda de la verdad y lo hizo a través de una intensa vocación filosófica. Fue discípula y colaboradora directa de Edmund Husserl, el fundador de la fenomenología, con quien trabajó en Friburgo y Gotinga. Se convirtió en una de las figuras más destacadas del movimiento fenomenológico. Su libro más importante es Ser finito, ser eterno. Ensayo de una ascensión al sentido del ser, un extraordinario ensayo de diálogo entre la filosofía de Tomás de Aquino y la fenomenología, en el que ya es patente el camino recorrido desde esa escuela filosófica al catolicismo. Su último trabajo fue Ciencia de la cruz, espléndido estudio de la obra de san Juan de la Cruz.

Pero acaso lo más relevante no sea simplemente esa evolución del judaísmo al catolicismo a través de ateísmo, sino el hecho de que existe un camino natural, que ella recorrió, desde la filosofía fenomenológica al catolicismo, lo que evidentemente no significa que todo fenomenólogo haya de ser religioso ni, concretamente, cristiano. La búsqueda afanosa de la verdad, el ideal de la vida dedicada al conocimiento y la concepción personalista del hombre es normal que puedan conducir a la verdad revelada del cristianismo. Edith Smith, devota de santa Teresa de Jesús, ingresó en el Carmelo de Colonia en 1933 y murió carmelita.

Al terminar el horror de la primera guerra mundial con la catástrofe total de Alemania, se sintió obligada a la participación política. Anteriormente ya se había destacado por su defensa de los derechos de las mujeres y, concretamente, por su derecho al voto. Colaboró con el partido demócrata de centro, de orientación liberal y opuesto tanto al socialismo como al nacionalismo. Apreciaba la democracia, pero no ignoraba la facilidad con la que podía corromperse. Una advertencia merece la pena destacar. Escribió: «Por ejemplo, si en un Estado de constitución parlamentaria y por la alternancia de los partidos políticos, se llega sucesivamente a marcar el rumbo según diferentes teorías acerca del Estado, por un camino legal y sin quebrar sistemáticamente las leyes, es posible estar contribuyendo a la destrucción del Estado».

Todo lo que escribió procedía de su propia experiencia vital. Consideraba sus trabajos como condensaciones de lo que le había ocupado durante su vida, ya que estaba hecha de tal modo que no podía dejar de reflexionar. La filosofía aspira a aclarar la cuestión fundamental: cómo se llega al saber y a la verdad. Ella lo logró y por eso es Maestra de Europa. En su libro fundamental declara que llegó a la convicción de que toda su vida es «una perfecta conexión de sentido a los ojos de Dios, que todo lo ven». Su maestro, Husserl, afirmó que la sustancia de Europa es filosófica, y que, sin la filosofía, Europa necesariamente declina. Y esta es la causa principal de la crisis europea que se vivió como nunca en el terrible siglo XX. Pero no hay que olvidar que, junto al horror, el siglo pasado conoció un desarrollo de la filosofía como no se había conocido desde hacía siglos. Auschwitz pertenece al siglo XX, pero hay en él mucho más que Auschwitz. Edith Stein es, junto a otros, la encarnación de la Europa posible.

Fuente: eldebate.com


Educar siempre es educar en libertad

Jaime Nubiola

Un buen profesor, según Jaime Nubiola, “tiene que ser competente, tiene que conocer la materia que trata y saber cómo se enseña, en segundo lugar, tiene que ser coherente, ejemplar, y, en tercer lugar, tiene que querer a los alumnos, eso es clave. Un profesor tiene que querer a sus alumnos, lo que quiere es que los alumnos crezcan, aprendan, que sean cada vez mejores.

Me viene a la cabeza la frase de Plutarco que dice que ‘educar no es llenar un vaso sino encender un fuego’, los buenos profesores contagian las ganas de aprender”. Justamente por este motivo, Nubiola defiende que la educación no es adoctrinar ─eso sería una mala educación─ ya que“ educar siempre es educar en libertad”.

Como profesor transmite una gran pasión por despertar la curiosidad de sus alumnos, invitándolos a pensar a pesar de que en muchas ocasiones son los propios alumnos los que muestran reticencia a hacerlo porque según ellos “quien piensa se raya” e incluso puede hacer sufrir. La manera amable de acompañar a los alumnos a que piensen que ha encontrado el profesor Nubiola es hacerles escribir sobre cuestiones que les interpelan y así abrir la puerta al diálogo: ni más ni menos que el método socrático, explica.

Sin prisas. Así le gusta vivir. Disfrutando de la vida y poniendo en práctica el slow movement, como él mismo dice: detenerse “para disfrutar de la belleza y contemplar las cosas bonitas de la vida, el hecho de disfrutar de los placeres intelectuales se contagia”. Y todo esto siempre con plena libertad porque para despertar el espíritu crítico no se puede obligar a leer o formarse. 

Estas reflexiones también sirven a este filósofo para adentrarse en el mundo de la fe, “las personas reciben enseñanzas cristianas, en la escuela, en la parroquia, en la familia, pero siempre hay un momento, como es el caso de la adolescencia en el que se cuestionan estas enseñanzas y unos dejan de practicar y otros empiezan a pensar de manera propia”. Así afirma que el camino es “una fe bien vivida, pensada y acogida, que ensanche nuestra libertad”.

Fe y cultura

Como buen filósofo Jaime Nubiola no rehúye ninguna pregunta. Una vez hemos entrado en el terreno de la fe avanzamos hablando de cultura y amor a la verdad. En uno de sus últimos libros, “Pensadores de frontera”, el autor presenta veinte pensadores y pensadoras del pasado reciente con grandes mensajes para continuar reflexionando hoy. 

Sus breves capítulos invitan a consultar los textos originales de cada autor y a repensar la propia fe en el horizonte cultural de nuestro tiempo. Nos confiesa que “hay libros que cambian la vida. Yo descubrí Camino de san Josemaría y me lo leí en una noche, pensé: «este libro me cambia la vida, quiero conocer a este autor»”.

Una fe que no se hace cultura no es plenamente acogida, asegura, idea que recoge de san Juan Pablo II. Acoger, pensar y vivir la fe en una cultura es un hecho que comporta pluralismo, no hay una sola manera de vivir la vocación cristiana. “La fe tiene que impregnar nuestra vida. Parte central del mensaje del Opus Dei consiste en el hecho de que la santidad donde se realiza es en nuestro trabajo profesional, es en nuestras relaciones familiares, sociales, no es algo exclusivo de la vida sacramental” dice Nubiola.

Hablamos de la necesidad de que “todo cristiano sea intelectual, a Jesucristo no se le sigue tan solo con el corazón también con la cabeza”. Hacen falta intelectuales que amen la verdad porque como dice el evangelista san Juan «la verdad os hará libres» (Jn 8, 31).

Hablar de Dios en el mundo actual

¿Cómo hablar de Dios en un mundo secularizado? Ante esta pregunta, Nubiola recurre a unas palabras de san Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba”. Y así hace la conexión entre belleza e interioridad que según Nubiola es la manera de hablar de Dios actualmente.

La identidad cristiana es amarnos los unos a los otros, ser personas amables, cordiales, que escuchan. Todos tenemos nuestras heridas, limitaciones, errores, que nos apartan de Dios y de los otros, pero si reflexionamos sobre ellas somos capaces de corregirnos, de mejorar, de rectificar, y cambiar las cicatrices en condecoraciones.

Para este profesor “se trata de convertir nuestra vida en la mejor obra de arte de la que uno sea capaz. Yo recomiendo que uno tenga una libreta donde anotar sus reflexiones, procurando expresar lo que uno piensa. Eso da paz, alivia las preocupaciones, para que cuando uno llegue al final de la vida diga: esto es lo que quería hacer con la ayuda del Cielo y los otros, y ha salido bastante bien”.

Fuente: opusdei.org/es