8/31/12


"RECIBID CON DOCILIDAD LA PALABRA SEMBRADA EN VOSOTROS"


Pedro Mendoza (segunda lectura dominical TO 22º, CICLO B)

"Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio  ni sombra de rotación. Nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuésemos como las primicias de sus criaturas. Y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación  y conservarse incontaminado del mundo". Sant 1,17-18.21b.22.27
Comentario
El pasaje de la 2ª lectura de este 22º domingo del Tiempo ordinario está tomado de la conclusión de la primera parte de la carta del apóstol Santiago en la que se presentan los beneficios aportados por las pruebas (1,2-18), y del inicio de la segunda parte en la que señala la necesaria coherencia que debe haber entre la palabra y las obras (1,19-27). En la primera parte de la carta, el autor pone en guardia contra cualquier ilusión piadosa, como si bastara estar convencido de las verdades cristianas para ser cristiano y salvarse. La verdadera fe, si ha de conducir a la salvación, hay que demostrarla día a día. En la segunda parte, precisa que la fe reconocida y profesada urge por su esencia para que se pase a la acción, si en realidad es verdadera fe. Por eso Santiago insiste en que no basta oír, sino que hay que realizar. Hay que ser realizador de la palabra (1,22.23) y realizador de la obra (1,25). Una fe que sólo repercute en el pensamiento es una forma piadosa de engañarse a sí mismo. Por eso, al final, pone algunos ejemplos de fe realizada: la solicitud desinteresada por los indigentes (1,27: viudas, huérfanos) y la lucha para vivir de un modo agradable a Dios.
En nuestro pasaje, Santiago inicia recordando que Dios es la primera causa y el creador de todo lo bueno (vv.16-18). De este modo rebate la afirmación de quien pretende atribuir a Dios en último término la responsabilidad  de la tentación y del pecado. Para ello toma este argumento del orden de la creación y se sirve de ideas que eran familiares sobre todo en el ambiente de sus lectores. Dios, por ser el creador y el conservador del mundo, es también su padre (v.17). Para demostrar lo que afirma dirige su mirada a Dios, cuya esencia es pura y buena y por consiguiente no puede producir el mal o algo imperfecto. Sus dádivas y dones son todos buenos y hacen rico y bueno al agraciado. En el v.18 presenta una prueba más contundente contra el otro modo de ver, falso y peligroso: fue voluntad libre de Dios salvarnos a nosotros, pecadores y pobres criaturas. La voluntad de Dios tiende a nuestra salvación y nada puede desviarla. No hay ninguna razón para desconfiar del amor paterno y salvador de Dios, ni siquiera cuando sufrimos tentación. Precisamente en ese caso su ayuda salvadora es el único apoyo con que contamos, la única razón sólida de nuestra confianza en que saldremos victoriosos de todas las tentaciones.
En la segunda parte de la carta, Santiago busca precisar cuál debe ser la manera de comportarse con la palabra. Señala en primer lugar la docilidad o mansedumbre: "recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas" (v.21b). La fecundidad de la Palabra no sólo depende del poder operativo de la Palabra de Dios, sino también de la colaboración del creyente. El hombre debe colaborar, venciendo su ira con mansedumbre y con una disposición amistosa, dulce, humilde y confiada.
Hay que advertir que Santiago insiste en que se acepte el mensaje de la fe y se cumplan sus exigencias:  "recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros". Ocupaos constantemente de ella, vivid desplegando la fuerza de esa nueva semilla, de ese principio vital; haced fermentar vuestro pensamiento y vuestra voluntad con esa activa levadura; reformad y perfeccionad con ella vuestra vida. Es un requisito muy importante, que sólo puede cumplirse como es debido mediante un constante contacto con la palabra de Dios, que hemos de oír tal como nos la enseñan y anuncian. Vivir de la palabra pertenece a la esencia del cristianismo, tanto antes como ahora. La palabra es poderosa; "capaz de salvar vuestras almas".
En el v.22, Santiago enuncia el objetivo a que tendían sus palabras: sed realizadores de la palabra. Vivid lo que creéis. Quien reconoce como verdadero el mensaje de la fe y lo acepta, quien procura con todas sus fuerzas penetrar el sentido espiritual de la revelación, pero no ajusta su vida a la voluntad de Dios, se engaña. Santiago refuerza con una comparación el precepto que acaba de dar. Quien por medio de la fe ha penetrado en la verdad, pero sigue viviendo como si la fe no le hubiera dado una visión fundamental y nueva de su conducta y de su vida, es como un hombre que contempla su rostro en un espejo y olvida inmediatamente lo que el espejo le mostró. Un mero conocimiento superficial de la fe no sirve para nada (v.23).
Nuestro pasaje concluye con el v.27 en donde el autor precisa una vez más que la verdadera religión se demuestra con obras: "visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación  y conservarse incontaminado del mundo". La verdadera religión se manifiesta en una vida laboriosa al servicio del amor fraterno y en la pureza de costumbres.
Aplicación
"Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros".
Toda la liturgia de la Palabra de este 22º domingo del Tiempo ordinario busca dejarnos la enseñanza de en qué consiste la religión auténtica, iluminando cuál debe ser la relación entre religión y observancia, entre religión y corazón. La 1ª lectura del libro del Deuteronomio nos ofrece el elogio hecho por Moisés a la ley y la exigencia de ponerla en práctica. En la segunda lectura, Santiago nos indica que la Palabra de Dios, sembrada en nosotros, no sólo debe ser escuchada, sino que debe ser puesta en práctica. En el Evangelio Jesús, hablándonos de la observancia de la ley y de las tradiciones, nos deja una enseñanza muy importante: vivir la religión del corazón, que no está esclavizada de las prácticas de pureza externa, sino de la pureza del corazón.
La lectura del Deuteronomio (4,1-2.6-8) pone de relieve ante todo que la Ley es un don de Dios, que proviene de su amor por nosotros. En ella Dios nos traza el camino para alcanzar la vida auténtica y la felicidad. De ahí la insistencia de la necesidad de cumplir la Ley. Si no es puesta en práctica, no sirve de nada. Por eso debemos acoger esta Palabra de Dios, contenida en la Ley, con gratitud y llevarla fielmente a la práctica.
En el Evangelio (Mc 7,1-8.14-15.21-23) Jesús nos pone en guardia contra uno de los peligros con relación al cumplimiento de la Ley: la observancia meramente externa de los preceptos, que se queda en un ritualismo sin corazón y cae en la hipocresía. Esa fue una de las desviaciones que trajeron consigo la introducción de un excesivo número de prácticas y de tradiciones, como la de la pureza ritual, hasta hacer del cumplimiento de la Ley algo insoportable. Jesús crítica severamente tal actitud, pues mata el espíritu de la auténtica religión, reduciéndola a ritualismos y prácticas exteriores. Lo que no puede faltar en la vivencia de una auténtica religión es la práctica de la justicia, la misericordia y la fidelidad, lo cual es más importante que todas las otras prácticas exteriores. Así Jesús señala que la verdadera impureza no es la exterior, sino la del corazón, la cual provoca los pecados más grandes.
Como vemos en la 2ª lectura de la carta de Santiago (1,17-18.21b.22.27), él también insiste mucho en la necesidad de poner en práctica la Palabra de Dios: "Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos" (v.22). Por ello es preco que acojamos la Palabra de Dios de tal manera que penetre profundamente en nosotros para después ponerla en práctica en la vida concreta, por ejemplo, como nos indica Santiago a través de la solicitud desinteresada por los indigentes (v.27: viudas, huérfanos) y la lucha para vivir de un modo agradable a Dios.

HIPOCRESÍA:

EL CÁNCER DE LA RELIGIÓN


Jesús Álvarez García (Evangelio del Domingo 22° del T.O./B)


 Algunos fariseos y maestros de la ley preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no observan la tradición de los mayores, sino que comen con las manos impuras?» Él les contestó:«Hipócritas, Isaías profetizó muy bien acerca de ustedes, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto enseñando doctrinas que son preceptos humanos’. Ustedes dejan el mandamiento de Dios y se aferran a la tradición de los hombres».Llamó de nuevo a la gente y les dijo:«Óiganme todos y entiendan bien: Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que puede manchar al hombre, porque del corazón proceden los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaño, desenfreno, envidia, blasfemia, soberbia y estupidez. Todas esas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre».(Mc. 7, 1-8.14-15.21-23)
Jesús, más que reprochar a los fariseos y maestros de la Ley por lavarse las manos, los reprueba por suplantar con leyes y tradiciones humanas la Ley divina del amor a Dios y al prójimo, hasta el punto de sentirse con derecho a abandonar a sus padres ancianos y enfermos, si daban al templo el dinero con que deberían socorrerlos.
También hoy las exigencias del amor a Dios y al prójimo son fácilmente suplantadas por ritos externos, normas y leyes fáciles, costumbres cómodas, etc., que siguen envenenando la religión con la idolatría, y pervirtiendo las relaciones familiares, humanas y sociales con el egoísmo.
El mero cumplimiento del culto externo merece la dura descalificación de Isaías repetida por Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. El culto, si no sale del corazón, del amor, se hace hipocresía.
A Dios solo le agrada el culto vivido en el amor efectivo a Él y al prójimo, pues en eso consiste la verdadera religión, que es la fuente de la auténtica felicidad, de la santidad y de la salvación.
Les ruego, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como sacrificio vivo y santo, capaz de agradarle; éste es el culto razonable” (Rm. 12, 1); “La religión verdadera consiste en socorrer a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Sant. 1, 27).
La intención profunda, que brota del corazón, es la que hace grandes o perversas nuestras obras, palabras, culto, alegrías, penas y nuestra misma persona. Todo lo que Dios ha creado es bueno. Nuestro corazón, con sus intenciones, puede consagrar la bondad de las cosas en función del amor a Dios y al prójimo; o pervertirlas con el egoísmo, la hipocresía, la idolatría, que brotan del corazón y expulsan de la vida al Dios del amor, de la libertad, de la alegría, de la salvación.
Jesús nos invita hoy a una revisión profunda y sincera de nuestro modo de rezar, celebrar y vivir el culto en el templo y de proyectarlo en la existencia cuotidiana, desde nuestro corazón, donde acogemos o rechazamos a Dios y al prójimo, donde consagramos o profanamos las cosas, las obras y la vida con que Dios nos bendijo y bendice.
La religión, la oración, la Eucaristía y la Biblia como encuentros amorosos con Dios, son causa de nuestra alegría, paz, felicidad en este mundo y nos llevan a la felicidad eterna, que todos anhelamos desde lo más profundo de nuestra persona.

8/30/12


COMO EL BAUTISTA, MANTENER SIEMPRE LA PRIMACÍA DE DIOS EN NUESTRAS VIDAS


El Papa ayer en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas:
En este último miércoles de agosto, es la memoria litúrgica del martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. En el calendario romano, es el único santo del cual se celebra tanto el nacimiento, 24 de junio, como la muerte producida a través del martirio. Esta de hoy es una memoria que se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste en Samaria, donde, a mediados del siglo IV, se veneraba su cabeza. El culto se extiende después a Jerusalén, en las Iglesias de Oriente y en Roma, con el título de la Decapitación de San Juan Bautista. En el Martirologio Romano se hace referencia a un segundo hallazgo de la preciosa reliquia, transportada para la ocasión, a la iglesia de San Silvestre en Campo Marzio, en Roma.
Estas pocas referencias históricas nos ayudan a entender cuán antigua y profunda es la veneración de Juan el Bautista. En los evangelios se destaca muy bien su papel en relación con Jesús. En particular, san Lucas narra el nacimiento, la vida en el desierto, la predicación, y san Marcos nos habla de su trágica muerte en el Evangelio de hoy. Juan el Bautista comenzó su predicación en el periodo del emperador Tiberio, en el año 27-28 d.c., y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es preparar el camino para acoger al Señor, para enderezar las sendas torcidas de la vida a través de un cambio radical del corazón (cf. Lc. 3, 4). Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como el "Cordero de Dios" que vino a quitar el pecado del mundo (Jn. 1, 29), tiene la profunda humildad de mostrar a Jesús como el verdadero Mensajero de Dios, haciéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido.
Como nota final, el Bautista testifica con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, o sin ceder o darle la espalda, cumpliendo hasta el final su misión. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice: San Juan por [Cristo] dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar de Jesucristo, le fue ordenado solo callar la verdad. (Cf. Om 23:. CCL 122, 354). Y no calló la verdad y por eso murió por Cristo, quien es la Verdad. Justamente, por el amor a la verdad, no reduce su compromiso y no tiene temor a dirigir palabras fuertes a aquellos que habían perdido el camino de Dios.
Vemos en esta gran figura, esta fuerza en la pasión, en la resistencia contra los poderosos. Preguntamos: ¿de dónde viene esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, gastada así completamente por Dios, y preparar el camino para Jesús? La respuesta es simple: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia. Juan es el don divino por mucho tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel (cf. Lc. 1,13); un don inmenso, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada y Isabel era estéril (cf. Lc. 1,7); pero nada es imposible para Dios (cf. Lc. 1,36). El anuncio de este nacimiento se produce en el lugar de la oración, en el templo de Jerusalén, es más, sucede cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar en el lugar santísimo del templo para quemar incienso al Señor (cf. Lc. 1, 8-20). También el nacimiento de Juan el Bautista estuvo marcado por la oración: el canto de gozo, de alabanza y de acción de gracias que Zacarías eleva al Señor, y que recitamos cada mañana en los Laudes, el "Benedictus", exalta la acción de Dios en la historia y muestra proféticamente la misión de su hijo Juan: preceder al Hijo de Dios hecho carne, para preparar sus caminos (cf. Lc. 1,67-79). Toda la existencia del Precursor de Jesús es alimentada por una relación con Dios, especialmente el tiempo de permanencia en el desierto (cf. Lc. 1,80); las regiones desérticas que son lugar de la tentación, pero también es el lugar donde el hombre siente la propia pobreza, porque, debido a la falta de apoyo y seguridad material, comprende cómo el único punto de referencia sólido es Dios mismo. Pero Juan el Bautista no sólo es un hombre de oración, de contacto constante con Dios, sino también una guía en esta relación. El evangelista Lucas, refiriéndose a la oración que Jesús enseña a sus discípulos, el "Padre Nuestro", narra que la solicitud viene hecha por los discípulos con estas palabras: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos" (cf. Lc. 11, 1).
Queridos hermanos y hermanas, celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de este tiempo, que no se puede descender a componendas con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es Verdad, no hay componendas. La vida cristiana requiere, por así decirlo, el "martirio" de la fidelidad diaria al Evangelio, el valor para dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Cristo quien dirija nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto puede suceder en nuestras vidas solo si es sólida la relación con Dios.
La oración no es una pérdida de tiempo, no es robar espacio a las actividades, incluidas las apostólicas, sino es exactamente lo contrario: solo si somos capaces de tener una vida de oración fiel, constante, segura, Dios mismo nos dará la fuerza y la capacidad de vivir de un modo feliz y sereno, superar las dificultades y testimoniarlo con valor. San Juan Bautista interceda por nosotros, para que sepamos mantener siempre la primacía de Dios en nuestras vidas. Gracias.

8/29/12


Meterse en la forja del Amor de Dios


En 2012 se han cumplido 25 años de la publicación de la primera edición de "Forja", un libro que busca encender a las almas en deseos de santidad, y que San Josemaría Escrivá de Balaguer escribió a lo largo de varios años

      Forja, publicado por primera vez en 1987, es, en palabras de Mons. Álvaro del Portillo«un libro de fuego, cuya lectura y meditación pueden meter a muchas almas en la fragua del amor divino, y encenderlas en afanes de santidad y apostolado, porque éste era el deseo de Mons. Escrivá de Balaguer».

      San Josemaría había comprendido que las mujeres y los hombres de Dios levantarían la Cruz con la doctrina de Cristo sobre todas las actividades humanas, y como respuesta a esto quería escribir, a pesar de sentirse«vacío de virtud y ciencia» —así lo decía él mismo en sus apuntes espirituales—, libros de fuego que encendieran luz y calor en los hombres. Así nacieron ForjaCamino y Surco.

      Forja, de estructura similar a Camino y Surco, está formado por 1055 puntos que, según Mons. Del Portillo, «acompañan al alma en el recorrido de su santificación, desde que percibe la luz de la vocación cristiana hasta que la vida terrena se abre a la eternidad».

      El libro está dividido en trece capítulos que hablan de temas como la lucha, la derrota, la victoria y la eternidad. Pero en especial llama la atención el capítulo titulado ¡Puedes!, en el que el Fundador del Opus Dei, consciente del desaliento y el cansancio que podría presentarse, aconseja, como buen amigo, abandonarse en Dios.

      «Tú, solo, sin contar con la gracia, no podrás nada de provecho, porque habrás cortado el camino de las relaciones con Dios. —Con la gracia, en cambio, lo puedes todo» (Forja, n. 321).

      Mons. Del Portillo, en el prólogo que escribió para la primera edición de Forja, recuerda, retomando una frase de San Josemaría, que la felicidad del cielo es para lo que saben ser felices en la tierra, y que al comenzar y recomenzar el camino de la vida interior, finalmente se llegará al final de la carrera con la seguridad de ser acogidos por el Padre.

      «Me atrevo a asegurarte, amigo lector, que si tú y yo nos metemos en esta forja del Amor de Dios, nuestras almas se harán mejores, perderán un poco de la ganga que tenían. Mons. Escrivá de Balaguer nos guiará por los caminos de la vida interior, con paso seguro, como quien conoce el terreno palmo a palmo, porque la ha recorrido muchas veces», concluía Mons. Del Portillo.

      Forja se ha editado en catorce idiomas y ha vendido cerca de medio millón de ejemplares desde su publicación en 1987, es decir, doce años después de la muerte del Fundador del Opus Dei.

Enlace relacionado: Escritos de San Josemaría

8/28/12


AGUSTÍN, UN GENIO DE LA HUMANIDAD Y UN GRAN SANTO


El cardenal arzobispo de Milán Angelo Scola celebrará la eucaristía mañana 28 de agosto, fiesta litúrgica de san Agustín, ante la tumba del santo situada en la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro, en la ciudad de Pavía, Italia.
Según informa la Curia Generalicia Agustiniana, ante la tumba celebrarán también en horas diversas el obispo de Pavía monseñor Giovanni Giudici y el prior general de la Orden de San Agustín, padre Robert F. Prevost.
El cardenal Angelo Scola ha valorado la figura de san Agustín en una entrevista hecha pública por la Curia Generalicia Agustiniana. La presencia del cardenal Scola, arzobispo de la diócesis ambrosiana, en este acto renueva la estrecha relación que existió entre san Ambrosio y san Agustín.
A este respecto, declara el cardenal en la citada entrevista: “Ambrosio y Agustín vivieron decenios difíciles del pasado, entre lo antiguo, representado por el imperio romano ya extenuado y encaminado a su inexorable declive, y lo nuevo que se anunciaba en el horizonte pero del que no se veía todavía nítidamente el perfil. Estaban inmersos en una sociedad por muchos aspectos similar a la nuestra, sacudida por continuos y radicales cambios, bajo la presión de los pueblos extranjeros y agobiada por la depresión económica debida a las guerras y las carestías”.
“En estas condiciones –añade el cardenal--, aún en la profunda diversidad de historia y temperamentos, Ambrosio y Agustín fueron anunciadores indomables del acontecimiento de Cristo a cada hombre, en la humilde certeza de que la propuesta cristiana, si se asume libremente, es un recurso valioso para la construcción del bien común. Ellos fueron defensores incansables de la verdad, sin mirar los riesgos y dificultades que esto comporta”.
Tomando prestadas palabras actuales, el cardenal Scola define a los dos santos “como dos paladines de la dimensión pública de la fe y de un sano concepto de laicidad”.
Para el cardenal la perenne actualidad del pensamiento y la aventura humana de san Agustín se explica por “el corazón inquieto del que el mismo habla al principio de las Confesiones". Y destaca que "su incansable búsqueda, que ha fascinado a los hombres de todos los tiempos, es especialmente valiosa para nosotros hoy, inmersos (y a menudo sumergidos) en las angustias de este inicio del tercer milenio. Una búsqueda que no se detiene en la dimensión horizontal, aunque esta sea sin fin: sino que se adentra en la vertical".
El cardenal concluye dando su personal definición del santo obispo de Hipona: "Un genio de la humanidad y un gran santo, es decir un hombre plenamente logrado. Me impresionó, en este sentido, una afirmación de Maritain, que cito repetidamente a los jóvenes, a menudo tan obsesionados por el problema del éxito y la autorrealización: 'No hay personalidad verdaderamente perfecta sino en los santos. Pero ¿cómo? ¿Los santos se han propuesto desarrollar la propia personalidad? No. La han encontrado sin buscarla, porque no la buscaban sino sólo a Dios'".

'¡ABRAN VERDADERAMENTE SUS CORAZONES A CRISTO!'


Mensaje del cardenal Stanislaw Rylko a la 34 Jornada Nacional de la Juventud de Uruguay

Excelencias, queridísimos sacerdotes, queridísimos responsables de pastoral juvenil, queridísimos jóvenes:
Ante todo quisiera felicitar a todos los que han colaborado en la preparación de la 34a Jornada Nacional de la Juventud de Uruguay, para los días 1 y 2 de septiembre 2012, especialmente a Su Excelencia, Monseñor Arturo Fajardo, presidente de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil y a Su Excelencia, Monseñor Rodolfo Wirz Kraemer, obispo de Maldonado-Punta del Este, que acoge este encuentro. Quisiera saludar además a los numerosos jóvenes presentes y a sus animadores, sacerdotes, religiosos y laicos.
En todo el mundo la Iglesia presta particular atención a la juventud y muchos jóvenes encuentran en la Iglesia un lugar privilegiado donde vivir y crecer. En las parroquias, en los movimientos y comunidades, los jóvenes encuentran verdaderos amigos y aprenden juntos a descubrir el sentido de la vida. Todo esto es fruto del encuentro con Cristo en la Iglesia; porque, como ha escrito el Papa Benedicto: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.» (Deus Caritas Est, 1) Esta persona es Jesús a quien reconocemos como Cristo, es decir, como Salvador. Solo el encuentro con El nos abre a un futuro nuevo. 
Es por eso que me alegra profundamente que como tema para su encuentro nacional hayan escogido: “Encontráte con Cristo, tu vida cambiará”. ¡Abran verdaderamente sus corazones a Cristo! ¡Escuchen su Palabra! Él es el Buen Pastor que los guiará a vivir una vida buena y útil. Acepten convertirse diariamente para seguirlo mejor, Él nunca los decepcionará. Tengan confianza en Él y en los pastores que les ha mandado: sus obispos y sacerdotes, sus responsables de pastoral juvenil.
Como todos saben, el Santo Padre ha invitado a los jóvenes de todo el mundo a las Jornadas Mundiales de la Juventud en Río de Janeiro en julio del 2013. Espero de todo corazón que también los jóvenes de Uruguay puedan participar en este momento de gracia. Los invito a prepararse a esta próxima JMJ meditando en sus grupos el tema “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28, 19). Los obispos de América Latina reunidos en Aparecida, Brasil en 2007 lanzaron a toda la Iglesia a una misión continental. Ustedes, jóvenes, son los misioneros del Evangelio para los demás jóvenes de su país. La Iglesia los envía en misión en nombre de Cristo. ¿Quién mejor que ustedes puede anunciar el amor de Cristo a sus contemporáneos? Oren y busquen juntos como mejor responder a esta misión. Y recibirán la inmensa alegría de ver surgir y crecer entre sus amigos nuevos discípulos de Jesús.
Les deseo, entonces, que esta Jomada Nacional de la Juventud sea para cada uno de los participantes un tiempo de encuentro con Cristo para que a partir de Él puedan dar testimonio de la alegría de la fe con mucho entusiasmo en los diversos ambientes en los que se encuentran.
Reciban mi bendición.
Stanislaw Card. Rylko
Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos

8/27/12


CREER EN JESÚS PARA PODER CONOCERLO


El Papa ayer en el Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!
En el domingo pasado, hemos meditado el discurso sobre el "pan de vida" que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm después de alimentar a miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el evangelio nos presenta la reacción de los discípulos a ese discurso, una reacción que fue el mismo Cristo, de manera consciente, quien lo provocó. En primer lugar, el evangelista Juan --que estaba presente junto con los demás apóstoles--, refiere que "desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él" (Jn 6,66). ¿Por qué? Debido a que no creyeron en las palabras de Jesús cuando dijo: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi carne y bebe mi sangre vivirá para siempre (cf. Jn 6,51.54); ciertamente que eran palabras difíciles de aceptar en ese momento. Esta revelación fue incomprensible para ellos, porque la entendían en sentido material, cuando en esas palabras se preanunciaba el misterio pascual de Jesús, mediante el cual Él se entregaría por la salvación del mundo: la nueva presencia en la Sagrada Eucaristía.
Al ver que muchos de sus discípulos se iban, Jesús le dijo a los Apóstoles: "¿También ustedes quieren marcharse?" (Jn. 6,67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: "Señor, ¿a quién vamos a ir? --También nosotros podemos reflexionar: ¿a quién iremos?-- Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6,68-69).
Sobre este pasaje tenemos un bellísimo comentario de san Agustín, que dice: "¿Ven cómo Pedro, por la gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, entendió? ¿Por qué sucedió? Debido a que ha creído. Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que nos das la vida eterna, ofreciéndonos tu cuerpo (resucitado) y tu sangre (a Tí mismo). Y nosotros hemos creído y conocido. Él no dice: hemos conocido y después creído, sino, hemos creído y después conocido.
Hemos creído para poder conocer; Si, en efecto, hubiéramos querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué cosa hemos creído y qué cosa hemos conocido? Que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, por tanto, tú eres la misma vida eterna, y en la carne y en la la sangre nos das de lo que tú mismo eres" (Comentario al Evangelio de Juan, 27, 9). Así lo dijo san Agustín en esta prédica a sus fieles.
Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos discípulos; es más, tendría que haberse ido si hubiese sido honesto. En cambio, se quedó con Jesús. Permaneció no por fe, no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Debido a que Judas se sintió traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había decepcionado las expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su fallo más grave fue la mentira, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los Doce: "Uno de ustedes es un diablo" (Jn. 6,70).
Pidamos a la Virgen María, que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre honestos con Él y con todos.

8/24/12


En torno a la Fe y la Razón
 Lluís Clavell

La fe y la teología son una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella misma. El hombre es sanado y confortado por la fe, pero además el contenido de la Revelación amplía sus horizontes

      En el décimo aniversario de un documento del queridísimo Juan Pablo II especialmente importante para todas las universidades: la Encíclica “Fides et ratio”, fechada el 14 de septiembre de 1998.

      No se trata de repetir ahora las enseñanzas de la Encíclica. Quisiera más bien desarrollar brevemente tres puntos que, como fruto de ese documento, me han acompañado en los últimos años.

      El primero se refiere a la prosecución por parte de Benedicto XVI de los temas de la Encíclica. El segundo versa sobre el posible modo de obtener una mayor colaboración entre la Fe y la racionalidad en los saberes y en las profesiones. El tercero abordará el papel de la filosofía y de la teología.

1. Benedicto XVI, continuador de “Fides et ratio”

      El pasado 17 de enero de 2008, un profesor de la Universidad “La Sapienza”, la más antigua de Roma, fundada por Bonifacio VIII como Studium Urbis, dirigía un seminario para los docentes de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

      Con un comprensible sentimiento agridulce, el prof. Daniele Guastini comenzó relatando que por la mañana había explicado a sus alumnos que con muchos meses de anticipación había sido invitado para esa tarde a dirigir una sesión de seminario para los profesores de filosofía en una universidad pontificia, precisamente el mismo día en que Benedicto XVI debía haber visitado la Universidad La Sapienza, si no lo hubiese impedido la oposición de un grupo de docentes.

      El discurso preparado por el actual Romano Pontífice, que es un profesor universitario emérito, fue leído por un miembro de la comunidad académica. En ese texto Benedicto XVI reflexiona sobre la misión de las cuatro facultades de la universidad medieval: medicina, derecho, filosofía y teología. Sus consideraciones acerca de la relación entre teoría y praxis, y entre fe y racionalidad, se mueven entre el pasado y la actualidad y revelan una característica muy acusada ya en el profesor Joseph Ratzinger: su pensar siempre al hilo de la historia. La armonía entre la reflexión racional y la fe no es algo alcanzable de una vez por todas. Es más bien una tarea a realizar en cada generación para responder a las nuevas circunstancias y a las posibles rupturas que van surgiendo.

      Recuerdo sólo algunos de los momentos de una historia tan dilatada en los siglos, que menciona en sus escritos Benedicto XVI. En el Antiguo Testamento, varios escritos proféticos razonan sobre la verdad de que el Dios del pueblo elegido es el único Dios y, por tanto, el Dios de todos los hombres, el Creador del mundo entero. El Espíritu Santo inspira a los profetas y al pueblo para ahondar en la universalidad de su Dios y surge así una reflexión racional y religiosa que se dirige a toda la humanidad. También los libros sapienciales y la traducción de la Biblia hebrea a la lengua griega a cargo de los Setenta sabios en Alejandría contienen una fecunda colaboración de la fe judía con la racionalidad helénica.

      En el Nuevo Testamento, escrito todo él en la forma común (koiné) de la lengua griega, esa armonía prosigue su camino. Es sabido que la Galilea del tiempo de Jesús estaba fuertemente helenizada, sobre todo en sus núcleos urbanos, e incluso es posible que Cristo hablase en griego en algunas ocasiones, por ejemplo con Pilatos en el proceso civil de su condena. Sin embargo le correspondió especialmente a San Pablo, hombre de tres culturas —judía, helénica y romana—, la tarea de realizar en concreto, en el ambiente de los gentiles y especialmente en Europa, la universalidad ínsita en la misma persona de Jesucristo.

      Luego ante las filosofías neoplatónicas, en las que religión y filosofía estaban unidas de modo inseparable, los Padres presentan “la fe cristiana como la verdadera filosofía, subrayando también que esta fe corresponde a las exigencias de la razón que busca la verdad; que la fe es el "sí" a la verdad, con respecto a las religiones míticas, que se habían convertido en mera costumbre”.

      Siglos después llegan los escritos filosóficos de Aristóteles en su integridad a las nacientes universidades medievales. Estaban presentes también las especulaciones judías y árabes continuadoras de la filosofía griega. El cristianismo establece entonces un nuevo diálogo con la razón de los demás, y lucha una vez más por su propia racionalidad.

      “Históricamente, es mérito de santo Tomás de Aquino —ante la diferente respuesta de los Padres a causa de su contexto histórico— el haber puesto de manifiesto la autonomía de la filosofía y, con ello, el derecho y la responsabilidad propios de la razón que se interroga basándose en sus propias fuerzas].

      En su lúcido y valiente discurso académico en la Universidad de Ratisbona, del 12 de septiembre de 2006, Benedicto XVI analiza otra fase del diálogo entre razón y fe: el programa de deshelenización del cristianismo en la Reforma del siglo XVI, en la teología liberal de los siglos XIX y XX (Adolf von Harnack) y en su fase actual.

      En su razonada conclusión reafirma la importancia decisiva del encuentro entre la fe cristiana y el helenismo. Algunos sostienen hoy que “la síntesis con el helenismo en la Iglesia antigua fue una primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas. Éstas deberían tener derecho a volver atrás, hasta el momento previo a dicha inculturación, para descubrir el mensaje puro del Nuevo Testamento e inculturarlo de nuevo en sus ambientes respectivos. Esta tesis no es del todo falsa, pero sí rudimentaria e imprecisa (...) Ciertamente, en el proceso de formación de la Iglesia antigua hay elementos que no deben integrarse en todas las culturas. Sin embargo, las opciones fundamentales que atañen precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la fe misma, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza”.

      El debate sobre la helenización del cristianismo es sólo uno de los puntos de contraste entre la fe cristiana y la razón moderna. Pero existen otros aspectos, entre los que destacan el proceso a Galileo, el encerramiento de la religión dentro de los límites de la razón pura a cargo de Kant, el enfrentamiento de la fe de la Iglesia con el liberalismo radical. Así lo expone el Santo Padre en otro importante discurso dedicado en gran parte a las relaciones entre razón y Fe, que tuvo lugar en el tradicional encuentro con la Curia Romana con ocasión de las fiestas de Navidad, el 22 de diciembre de 2005.

      También en esta reflexión de Benedicto XVI las oposiciones entre razón y Fe aparecen en la fluidez del dinamismo histórico. En concreto, después de un periodo de conflicto más fuerte, acontece un acercamiento mutuo, ya avanzada la edad moderna. Por parte de la racionalidad moderna, los cambios son: en el plano político surge otro modelo de Estado moderno fruto de la revolución de Estados Unidos, y en el campo científico, las ciencias naturales reflexionan sobre sus propios límites. Por parte de los creyentes, se desarrolla una doctrina social católica y algunos políticos católicos muestran con los hechos la posibilidad de un Estado moderno laico, pero no laicista.

      El Concilio Vaticano II opera una reconciliación de la Fe con las ciencias naturales y con el método histórico-crítico, y define de modo nuevo la relación entre Iglesia y Estado moderno, entre la libertad y la tolerancia en relación con otras religiones y sobre todo con la fe de Israel. De este modo los documentos conciliares determinan la dirección esencial para una nueva relación positiva entre razón y fe. “El paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de un modo muy impreciso se ha presentado como "apertura al mundo", pertenece en último término al problema perenne de la relación entre la fe y la razón, que se vuelve a presentar de formas siempre nuevas”.

      Desde esta perspectiva se alcanza a ver cómo la Encíclica “Fides et ratio” se enfrenta a una grave amenaza para el Occidente: la aversión hacia los interrogantes fundamentales de la existencia humana y de la realidad entera, la renuncia a alcanzar la verdad, el cansancio ante el razonamiento. “En el diálogo de las culturas —dice Benedicto XVI en la universidad de Ratisbona— invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros mismos es la gran tarea de la universidad”.

      Concluyendo este primer punto, se puede afirmar que Benedicto XVI ha proseguido la reflexión de “Fides et ratio” tanto en sus aspectos históricos como en algunos puntos de gran actualidad, poniendo de relieve los elementos racionales contenidos en la fe e invitando a todos a examinarlos. A la vez en muchas ocasiones anima a las universidades a afrontar valientemente estas cuestiones fundamentales.

2. La colaboración entre la Fe y la racionalidad en los saberes y en las profesiones.

      Poco después de la publicación de “Fides et ratio”, en el ejercicio de mi labor universitaria, informada por la luz fundacional del Opus Dei de difundir la llamada universal a la santidad mediante la santificación del trabajo profesional ordinario, un grupo de profesionales —médicos, abogados, ingenieros, profesores, entrenadores deportivos, etc.— me pidió unas sesiones de comentario sobre la encíclica. Esa invitación me llevó a preguntarme de modo expreso: ¿Qué dice “Fides et ratio” a los profesionales y a los que cultivan las diversas ciencias?

      Esta pregunta me ha acompañado en mi trabajo a lo largo de estos diez años. Se trataba de releer el texto de Juan Pablo II para encontrar las claves fundamentales referentes a las ciencias particulares. Como es lógico, la encíclica trata con más extensión y detalle las relaciones entre fe y racionalidad en el plano de los saberes más universales: la filosofía y la teología. Sin embargo contiene además algunas indicaciones profundas sobre otros saberes, porque la fe no está en contacto sólo con la racionalidad filosófica, sino también con las ciencias particulares teóricas y prácticas.

      Juan Pablo II, con su rico bagaje intelectual universitario, mira a la sabiduría filosófica en su conexión con las ciencias y expone la necesidad de que “la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida” (FR 81). De este modo ejercitará la función crítica de ayudar a las diversas ramas del saber científico a conocer su fundamento y su límite. Además podrá ser la “última instancia de unificación del saber y del obrar humano, impulsándolos a avanzar hacia un objetivo y un sentido definitivos” (FR 81).

      Esta dimensión sapiencial es hoy indispensable, “en la medida en que el crecimiento inmenso del poder técnico de la humanidad requiere una conciencia renovada y aguda de los valores últimos” (FR 81). Estas tareas requieren “una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de trascender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental” (FR 83).

      A Juan Pablo II le preocupa la fragmentación del saber y de modo especial sus consecuencias de ruptura de la unidad interior del hombre. Está convencido de que “el hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber” (FR 85) y de que éste es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del tercer milenio (Cfr FR 85). La mención del milenio actual indica una conciencia de que se trata de un proceso intelectual y cultural largo y difícil.

      Hacia el final de la encíclica Juan Pablo II anima a los científicos y a los filósofos. A los investigadores científicos, a los que tanto debe la humanidad por el desarrollo actual, les exhorta a “continuar en sus esfuerzos permaneciendo siempre en el horizonte sapiencial en el cual los logros científicos y tecnológicos están acompañados por los valores filosóficos y éticos, que son una manifestación característica e imprescindible de la persona humana” (FR 106).

      También alienta a los creyentes dedicados a la filosofía: en este caso, para que “iluminen los diversos ámbitos de la actividad humana con el ejercicio de una razón que es más segura y perspicaz por la ayuda que recibe de la fe” (FR 106).

      Estos son algunos de los estímulos de la importante encíclica, que plantean cuestiones de peso para una mejor cooperación entre Fe y razón. Uno de ellos se refiere a la dispersión de los conocimientos Pero ¿qué significa fragmentación y unidad del saber? Ciertamente, la especialización es necesaria para el progreso humano. Eso lleva consigo la multiplicación de las ciencias, con sus propios métodos y lenguajes. Cuando hablamos de fragmentación añadimos algo más. Indicamos un modo de vivir la especialización y la sectorialidad, en el que faltan instrumentos para no alejarse de la unidad variada de la realidad entera y no perder de vista un punto tan central como es la persona humana. Si se cae en el aislamiento y no se cultiva la colaboración con los saberes vecinos y con aquellos que son más universales —la filosofía y la teología—, ¿no se corre el riesgo de considerar la propia parte como si fuese el todo y de absolutizar el propio método, imaginándolo como el único o el mejor?

      Un modo importante de superar la fragmentación es tener siempre como referencia fundamental a la persona —el “derecho humano subsistente”, en la célebre fórmula de Antonio Rosmini—, a cada ser humano, mujer u hombre, niño o anciano, de cualquier raza, cultura, condición económica, sano, enfermo, discapacitado.

      Eso explica la atención concedida a la dimensión ética de las profesiones y del obrar científico y técnico. En algunos casos asistimos al nacimiento de nuevas disciplinas: además de la bioética, surgen la tecnoética, la roboética, la neuroética, etc. En muchos países se reflexiona sobre los códigos deontológicos de los diversos colegios profesionales. Junto a ellos nacen nuevas disciplinas, como el bioderecho y luego la biopolítica, que a veces quiere suplantar la ética y el derecho.

      Junto a los efectos positivos de esta reflexión ética, se plantean algunas preguntas: ¿es suficiente el planteamiento ético, jurídico y político? ¿no convendría reflexionar más sobre la naturaleza misma de cada uno de los saberes y de las profesiones, en su estatuto antropológico y epistemológico? ¿la ética de una profesión o de un saber no se deriva de lo que esa profesión es en sí misma?

      En algunos países muchos profesionales manifiestan una inquietud por la debilitación de su conciencia personal de la dignidad de su trabajo. Como ustedes, he advertido esa desazón en conversaciones con médicos, juristas, políticos, ingenieros, farmacéuticos, militares, etc. No se trata sólo de una cuestión ética en algunos casos límite, sino también de la conciencia y del reconocimiento social de la identidad de la profesión.

      A mi modo de ver, la ética presupone e incluye una reflexión sobre la naturaleza misma del propio saber y profesión. Teniendo la mirada fija en la persona, la carrera universitaria de derecho comprende en muchas facultades desde hace siglos una filosofía del derecho. En bastantes lugares también los estudios universitarios de medicina incluyen una filosofía de la medicina, hoy día a veces como parte de las llamadas “humanidades biomédicas”. En estas materias se tratan aspectos epistemológicos: ¿qué tipo de saber es el derecho? ¿es teórico y práctico a la vez? ¿qué significa “lo justo”? Pero también dimensiones antropológicas: la función de la justicia en la sociedad humana, las repercusiones educativas de la ley humana, etc. O en el caso de la medicina: ¿qué es la salud y qué es la enfermedad en el conjunto de la persona humana entera? ¿cuál es la función del médico?

      Estas preguntas llevan a delimitar bien los niveles de conocimiento. Elaborar una filosofía de la medicina, de la técnica o de la ingeniería, de la comunicación, de la formación, etc. como saber y como profesión permite encarar explícitamente cuestiones de algún modo presupuestas por la ética y puede facilitar el debate público para que no se centre exclusivamente en las posiciones éticas, cuando estas son consideradas erróneamente como elecciones subjetivas.

      En este sentido, es muy necesario defender el derecho a la objeción de conciencia, pero es también muy importante la elaboración de argumentaciones rigurosas y concretas sobre los problemas, sin limitarse a una genérica apelación a una visión humanista cristiana. Recientemente la profesora Natalia López Moratalla ha dicho con acierto que en muchos casos en realidad no es una objeción de conciencia, en nombre de una convicción individual, sino una “objeción de ciencia”, porque se basa en conocimientos científicos. Por ejemplo, la presencia de un nuevo ser humano se basa en la aparición de un nuevo DNA.

      Una filosofía del propio saber puede ser un modo de concretar las indicaciones de Juan Pablo II sobre la función crítica de la filosofía para ayudar a las diversas ramas del saber científico a conocer su fundamento y su límite —aspecto epistemológico— y la función de unificación del saber y del obrar humano, impulsándolos a avanzar hacia un objetivo y un sentido definitivos —aspecto antropológico más amplio.

      Conocer bien la especificidad del propio método científico de investigación lleva a ver sus ventajas, su campo de aplicación y sus límites, es decir aquello para lo que no está pensado ni capacitado. Reflexionar explícitamente sobre la peculiar conjunción de ciencia y de arte práctica en las diversas profesiones es también una contribución al progreso humano.

3. El papel de la filosofía y de la teología

      Entramos en el tercero y último punto, más breve. En realidad en el punto anterior he hablado casi sólo de filosofía y lo he hecho con un estilo más bien aristotélico, por cierto apreciado por pensadores como R. Carnap, J.-F. Lyotard o J. Habermas. Es decir, partiendo de las ciencias particulares ir hacia un examen responsable de los presupuestos.

      Es bien sabido que una respuesta a la fragmentación han sido los programas de investigación interdisciplinares. La rígida separación plurisecular entre las facultades universitarias ha  sido bien criticada hace pocos años por A. MacIntyre. Desde hace algunos años tiende lentamente a ser superada, pero en algunas ocasiones con escasa participación de la filosofía —especialmente en su dimensión metafísica— y muchas veces con la ausencia de la teología.

      En el ya citado discurso a la Universidad La Sapienza, Benedicto XVI recuerda que en las universidades medievales a las Facultades de filosofía y de teología “se encomendaba la búsqueda sobre el ser hombre en su totalidad y, con ello, la tarea de mantener despierta la sensibilidad por la verdad. Se podría decir incluso que este es el sentido permanente y verdadero de ambas Facultades: ser guardianes de la sensibilidad por la verdad, no permitir que el hombre se aparte de la búsqueda de la verdad”.

      No es fácil expresar esa misión de la sabiduría de manera más bella. Sin embargo, a renglón seguido el Santo Padre se pregunta: “¿cómo pueden dichas Facultades cumplir esa tarea? Esta pregunta exige un esfuerzo permanente y nunca se plantea ni se resuelve de manera definitiva. En este punto, pues, tampoco yo puedo dar propiamente una respuesta. Sólo puedo hacer una invitación a mantenerse en camino con esta pregunta, en camino con los grandes que a lo largo de toda la historia han luchado y buscado, con sus respuestas y con su inquietud por la verdad, que remite continuamente más allá de cualquier respuesta particular”.

      Sobre la filosofía he intentado decir algo de lo que puede significar ese “mantenerse en camino con esta pregunta, en camino con los grandes”. Pero ¿y la teología? ¿cómo puede hacerlo?

      Porque el filosofar sigue un camino ascendente, o si se quiere hacia abajo examinando los fundamentos, pero siempre partiendo de la experiencia ordinaria y de las ciencias particulares. Por eso he propuesto “pensar junto a los científicos”, como deseaba Karl Jaspers. Luego se puede volver al punto de partida con una nueva luz. En Sant’Ivo alla Sapienza, la Iglesia de la primera universidad de Roma, hay una bellísima y singular cúpula de Borromini, que asciende en movimiento espiral hasta el punto más alto, en el que está la Cruz que corona toda iglesia. Una representación magnífica de la sabiduría: volar como las águilas en un camino circular siempre hacia arriba y luego descender. Ese recorrido se puede subir y bajar. Lo específico de la filosofía es la ascensión ardua.

      En cambio la teología cristiana, como participación de la misma ciencia divina, considera la realidad creada desde Dios. Sigue por tanto de suyo un orden descendente e ilumina desde lo alto. Sin embargo esa participación de la Sabiduría, a causa de la limitación de la inteligencia humana, necesita del ejercicio de la racionalidad, especialmente de los argumentos de razón a nivel filosófico.

      La gran novedad de la teología se concentra en Cristo, Hijo Unigénito del Padre que ha asumido la naturaleza humana para salvarnos sobre todo con el máximo “exceso” del amor divino, que es la Cruz, seguida de la Resurrección a la Vida gloriosa. Especialmente con la Cruz y la Eucaristía se nos hace manifiesta la realidad sublime de la Filiación divina. Cristo crucificado y glorificado y presente en la historia revela plenamente qué es la persona humana y la verdad profunda de todo lo creado. Con palabras de la liturgia: lux in Cruce, requies in Cruce, gaudium in Cruce! «¡claridad en la Cruz, descanso en la Cruz, alegría en la Cruz!»]. La Cruz ilumina toda la realidad. Todos los saberes en su conjunto necesitan esta luz.

      Pero Dios no destruye el orden natural de la realidad que Él ha creado con amorosa sabiduría. La teología proyecta su luz en todo con la mediación de la filosofía. Como decía antes, no se trata de un defecto de la Revelación, sino de que la gracia no destruye la naturaleza sino que la sana y eleva a un estado más alto.

      Pero la sabiduría natural debe tener conciencia de los propios límites. Sabiduría es también apertura al misterio. “La filosofía, que por sí misma es capaz de reconocer el incesante trascenderse del hombre hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la “locura” de la Cruz la auténtica crítica de los que creen poseer la verdad, aprisionándola entre los recovecos de su sistema. La relación entre fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual ambas pueden encontrarse” (FR 23).

      Benedicto XVI lo ha expresado con una fórmula feliz y profunda: “Yo diría que la idea de santo Tomás sobre la relación entre la filosofía y la teología podría expresarse en la fórmula que encontró el concilio de Calcedonia para la cristología: la filosofía y la teología deben relacionarse entre sí "sin confusión y sin separación"” .

      "Sin confusión" significa que ambas deben conservar su identidad propia. "Sin separación" implica que la filosofía no es fruto del sujeto pensante aislado, sino que se desarrolla en el gran diálogo de la sabiduría histórica, sin “cerrarse ante lo que las religiones, y en particular la fe cristiana, han recibido y dado a la humanidad como indicación del camino”.

      La fe y la teología son una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella misma. El hombre es sanado y confortado por la fe, en cuanto sujeto que nace con la vocación a la verdad. Pero además el contenido de la Revelación amplía sus horizontes con la filiación divina y la identificación con Cristo, y le aclara también un panorama no inaccesible para la razón humana, pero difícil: el que se refiere a las realidades espirituales y personales, como quiso formularlo Romano Guardini.

      He mencionado la necesidad de la mediación filosófica para una eficaz iluminación de la teología en todos los campos científicos. Termino con el auspicio de que crezca en los nos dedicamos a la teología y a la filosofía la modestia y la apertura para escuchar a los que cultivan las ciencias particulares. También así se puede facilitar a los científicos que no se cierren a los niveles no empíricos de la realidad sino que vivan esa ampliación de la racionalidad que Benedicto XVI propone a todos, pero especialmente a las universidades como una gran aventura.

8/23/12


'LA REALEZA DE MARÍA ES SERVICIO A DIOS Y A LA HUMANIDAD'


El Papa ayer en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es la fiesta de la Santísima Virgen invocada con el título de "Reina". Es una celebración de reciente creación, aunque sea antiguo el origen y la devoción: fue establecida por el Venerable Pío XII, en 1954, al final del Año Mariano, fijando la fecha en el 31 de mayo (cf. Carta EncíclicaAd caeli Reginam, 11 octubre 1954: AAS 46 [1954], 625-640). En esta ocasión, el papa dijo que María es Reina más que cualquier otra criatura por la elevación de su alma y por la excelencia de los dones recibidos. Ella nunca deja de otorgar todos los tesoros de su amor y su preocupación por la humanidad (cf. Discurso en honor a María Reina, 1 de noviembre 1954).
Ahora, después de la reforma postconciliar del calendario litúrgico, se colocó a ocho días de la solemnidad de la Asunción para hacer hincapié en la estrecha relación entre la realeza de María y su glorificación en cuerpo y alma junto a su Hijo. En la Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, leemos lo siguiente : "Maríafue asunta a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo" (Lumen Gentium, 59).
Es esta es la raíz de la fiesta de hoy: María es Reina porque está asociada de modo único a su Hijo, tanto en el camino terreno, como en la gloria del cielo. El gran santo de Siria, Efrén el Sirio, dice, acerca de la realeza de María, que viene de su maternidad: ella es la Madre del Señor, el Rey de reyes (cf. Is. 9,1-6) y nos muestra a Jesús como vida, salvación y esperanza nuestra. El Siervo de Dios Pablo VI recordaba en la Exhortación apostólica Marialis Cultus: "En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El: en vistas a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro." (n. 25).
Pero ahora nos preguntamos: ¿qué significa María Reina? ¿Es solo un título junto a los otros?, la corona, ¿un ornamento como los demás? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es esa realeza? Como ya se ha indicado, es una consecuencia de su ser unida al Hijo, de su estar en el cielo, es decir, en comunión con Dios; Ella participa en la responsabilidad de Dios por el mundo y del amor de Dios por el mundo.
Hay una idea corriente, común, sobre el rey o la reina: que sería una persona con poder y riqueza. Pero este no es el tipo de la realeza de Jesús y de María. Pensemos en el Señor: la realeza y el ser rey en Cristo, está tejido de humildad, de servicio, de amor: es sobre todo servir, ayudar, amar. Recordemos que Jesús fue proclamado rey en la cruz con la siguiente inscripción escrita por Pilato: "rey de los Judíos" (cf. Mc. 15,26). En ese momento sobre la cruz se demuestra que Él es rey; ¿y cómo es rey?, sufriendo con nosotros, por nosotros, amando hasta el final, y así gobierna y genera verdad, amor, justicia. O pensemos también en otro momento: en la Última Cena se inclina para lavar los pies de los suyos.
Por lo tanto, el reino de Jesús no tiene nada que ver con el de los poderosos de la tierra. Es un rey que sirve a sus siervos; así lo ha demostrado en toda su vida. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a Dios, a la humanidad, es la reina del amor que vive el don de sí misma a Dios para entrar en el plan de salvación del hombre. Al Ángel le dice: He aquí la esclava del Señor (cf. Lc. 1,38), y canta en el Magnificat: Dios ha puesto los ojos en la humildad de su sierva (cf. Lc. 1,48). Nos ayuda. Es reina justamente amándonos, ayudándonos en nuestras necesidades; es nuestra hermana, sierva humilde.
Y así hemos llegado al punto: ¿cómo ejercita María esta realeza de servicio y de amor? Velando por nosotros, sus hijos: los hijos que se dirigen a Ella en la oración, para agradecerle o para pedirle su maternal protección y su ayuda celestial, tal vez después de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o la angustia por las tristes y agitadas vicisitudes de la vida. En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María, encomendándonos a su continua intercesión, para que podamos obtener toda la gracia y misericordia necesarias para realizar nuestra peregrinación por los caminos del mundo.
A Aquel que gobierna el mundo y que tiene el destino del universo en sus manos, nos dirigimos con confianza, por medio de la Virgen María. A Ella, desde siglos, se le invoca como celestial Reina de los cielos; ocho veces, después de la oración del santo Rosario, es implorada en las Letanías lauretanas como Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes, de todos los Santos y de las Familias. El ritmo de estas antiguas invocaciones y oraciones diarias como la Salve Regina, nos ayudan a comprender que la Virgen Santísima, cual Madre nuestra al lado de su Hijo Jesús en la gloria del cielo, está siempre con nosotros, en el devenir diario de nuestra vida.
El título de reina entonces, es título de confianza, de alegría, de amor. Y sabemos que aquella que tiene en sus manos en parte, el destino del mundo, es buena, nos ama y nos ayuda en nuestras dificultades.
Queridos amigos, la devoción a la Virgen es un elemento importante de la vida espiritual. En nuestra oración no dejemos de acudir confiados a Ella. María no dejará de interceder por nosotros ante su Hijo. Contemplándola a Ella, imitemos la fe, la plena disponibilidad al amoroso plan de Dios, la generosa acogida a Jesús. Aprendemos a vivir de María. María es la Reina del cielo cerca de Dios, pero es también la madre cercana a cada uno de nosotros, que nos ama y escucha nuestra voz. Gracias por su atención.

8/22/12


EL HOMBRE HA SIDO HECHO PARA BUSCAR Y ENCONTRAR EL INFINITO


Antonio Gaspari

"Decir que la naturaleza del hombre es una relación con el infinito, es decir que cada persona fue creada a fin de que pueda entrar en diálogo con Dios". Así comienza el mensaje que Benedicto XVI envió al obispo Francis Lambiasi, obispo de Rimini, en la inauguración de la XXXIII edición del ‘Meeting’ de la Amistad entre los Pueblos.
Inspirado por el tema elegido por los organizadores: “La naturaleza del hombre en relación con el infinito”, el papa señaló que "hablar del hombre y de su deseo de infinito significa, en primer lugar, reconocer su relación constitutiva con el Creador". Debido a que "el hombre es una criatura de Dios", y aún hoy en que la palabra "criatura" parece estar fuera de moda, está claro que "permanece en el hombre el deseo ardiente" de este diálogo con el Creador.
Según el pontífice, la tensión hacia el infinito "es indeleble en el corazón del hombre" y, aún cuando "niega o rechaza a Dios, no desaparece la sed de infinito que habita en el hombre". El problema surge en lo que Benedicto XVI ha llamado "búsqueda desesperada y estéril, de falsos infinitos", es decir, "en las drogas, en una sexualidad vivida de una manera desordenada, en las tecnologías que lo abarcan todo, en el éxito a cualquier precio, incluso en las formas engañosas de religiosidad".
El Obispo de Roma explicó que "incluso las cosas buenas que Dios ha creado como caminos que conducen a Él, a menudo corren el riesgo de ser absolutizadas y por lo tanto convertirse en ídolos que reemplazan al Creador". Para llegar al verdadero infinito, se debe "seguir un camino de purificación --dice el papa--, un camino de conversión del corazón y de la mente. Se deben eliminar todas las falsas promesas de infinito que seducen al hombre y lo convierten en un esclavo".
Y añade que "para encontrarse verdaderamente a sí mismo y la propia identidad, para vivir a la altura de nuestro propio ser, el hombre debe volver a reconocerse criatura, dependiente de Dios."
En la segunda parte del mensaje, el santo padre Benedicto XVI explicó que Dios es tan bueno que ha encontrado una manera para que el infinito puede alcanzar al hombre, a través de una forma finita. "Desde la Encarnación –dice--, desde el momento en que el Verbo se hizo carne, se ha eliminado la distancia insalvable entre lo finito y lo infinito: el Dios eterno e infinito de Dios ha dejado su cielo y ha entrado en el tiempo, se ha sumergido en la finitud humana".
El descenso de Jesús a la tierra nos demuestra que "nada es trivial o insignificante en el camino de la vida y del mundo". "El hombre --escribe el papa--, fue hecho por un Dios infinito que se hizo carne, que asumió nuestra humanidad para atraerla a la altura de su ser divino". Por ello, subrayó, "No debemos tener miedo de lo que Dios nos pide a través de las circunstancias de la vida. (...) El Señor, llamando a algunos a vivir totalmente para Él, convoca a todos a reconocer la esencia de la naturaleza misma del ser humano: hecho para el infinito".
Benedicto XVI concluyó diciendo que a "Dios le interesa nuestra felicidad, nuestra plena realización humana" y ha alentado a "entrar y permanecer en aquella mirada de fe que caracterizó a los santos, a fin de poder descubrir las semillas de bien que el Señor esparce a lo largo del camino de nuestra vida, y cumplir con alegría con nuestra vocación".