8/20/12


DIOS ESTÁ DE MODA


Monseñor Francisco Gil Hellín


Alguien podía pensar que la historia de los grandes conversos es agua pasada. La realidad es muy distinta. Las letras francesas, por ejemplo, siguen las huellas de Paul Claudel, Péguy o Mauriac y cada vez son más frecuentes las novelas y ensayos que tienen como protagonista la fe cristiana. Siguiendo el sendero de escritores de tanta talla como Tournier o Decoin, está surgiendo una nueva generación de autores creyentes, cuyas obras literarias y filosóficas buscan la concordancia con el mensaje evangélico.
Más aún, autores como Sylvie Germain, están viendo que sus obras comienzan a seducir en la laica Francia y más allá de las fronteras galas, según recogía recientemente el diario italiano Avvenire. En las páginas de Le Figaro, Francois Tallandier, otro talentoso escritor de la nueva literatura francesa, ha explicado las razones de su silenciosa conversión al catolicismo, tras largos años de profundo escepticismo. «Quizás por el esplendor de Bourges, que daba alas a Stendhal para ser cristiano. Quizás por la modesta dulzura de la iglesia románica de Ennezat. Quizás porque un día, oyendo pronunciar la palabra ‘católico’ con el desprecio de quien no necesita más razones, me he cansado y he dicho abiertamente: ‘Soy católico’».
El itinerario creativo de F. Hadjadj es también una referencia en la cultura francesa. Este escritor e intelectual judío, se ha convertido al catolicismo después de una larga fase de ‘nihilismo’. En un ensayo analiza con ironía y pasión su indiferencia hacia la muerte de las sociedades de Occidente, mientras llama a la alegría fundada en las razones que aporta la fe. El mismo Dactec, intelectual excéntrico y controvertido, se ha atrevido a gritar en público que «no hay futuro para la humanidad fuera de Cristo».
Son algunos ejemplos de ese cada vez más numeroso grupo de conversos que están llegando al catolicismo y -lo que quizás llama aún más la atención- que no tienen ningún complejo para declararlo. Ellos me traen a la mente personajes históricos de tanto relieve como Tertuliano, el más brillante abogado de Cartago; san Cipriano, igualmente brillante abogado convertido en plena madurez; y el sin igual san Agustín. Más próximos a nosotros, la italiana Alexandra Borghese y la española María Nájera.
Sin que sea una conversión en sentido estricto, no deja de llamar la atención el caso de Akiko Tamura. Tiene treinta y siete años y una brillante carrera a sus espaldas como cirujana torácica en la Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra. Tras hacer sus primeras prácticas en la Universidad de Harvard y ampliar su especialidad en el Hospital de Massachussets, aterrizó en Pamplona y alcanzó un gran prestigio profesional. El último Jueves Santo –lo ha contado ella misma en una entrevista al diario ABC- «iba en mi coche tan tranquila y de repente, en medio de mi corazón noté claramente que Dios me pedía ser carmelita descalza. Ni oí voces ni visiones, sólo sentí una paz y un amor de Dios bestial». Nunca se me hubiera ocurrido «meterme monja en un convento», añade, pero «es el plan de Dios». Efectivamente, acaba de ingresar como carmelita descalza en el convento de Zarautz.
Sin salir de nuestra diócesis, las religiosas de Iesu Communio podrían contarnos muchos casos parecidos. No pocas han dejado su profesión de ingenieras, arquitectas o médicos y locas de contento vistiendo un tosco y sencillo hábito. Sin entrar en los muros de un convento, cuántos profesionales de prestigio, estudiantes de primero de carrera, amas de casa o chicos y chicas han descubierto en medio de la calle –donde siguen- la verdad de lo que decía con convicción santa Teresa de Jesús: «Sólo Dios basta». En el fondo, ésta es la razón por la que vienen a la fe tantos profetas y apóstoles del nihilismo o el escepticismo, o salen del letargo religioso tantos creyentes tibios, convirtiéndose en verdaderos creyentes y apóstoles.