8/31/14

Es triste encontrarse cristianos aguados

El Papa hoy en el Ángelus



Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
En el itinerario dominical con el Evangelio de Mateo, llegamos hoy al punto crucial en el que Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e Hijo de Dios "empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho..., y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día". Es un momento crítico en el que emerge el contraste entre la forma de pensar de Jesús y la de los discípulos. Pedro, de hecho, se siente en el deber de regañar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final así de innoble. Entonces Jesús, a su vez, regaña duramente a Pedro, le marcó la línea, porque no piensa "según Dios, sino según los hombres" y sin darse cuenta hace la parte de Satanás, el tentador.
Sobre este punto insiste, en la liturgia de este domingo, también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los cristianos de Roma, les dice: "No os ajustéis a este mundo, no ir con los esquemas de este mundo, sino transformaros por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios".
De hecho, nosotros cristianos vivimos en el mundo, plenamente insertados en la realidad social y cultural de nuestro tiempo, y es justo así; pero esto lleva el riesgo de que nos convirtamos en "mundanos", el riesgo de que "la sal pierda sabor", como diría Jesús, es decir que el cristiano se "ague", pierda la carga de la novedad que le viene del Señor y del Espíritu Santo. Sin embargo debería ser al contrario: cuando en los cristianos permanece viva la fuerza del Evangelio, esta puede transformar "los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida (Paolo VI, Exort. ap. Evangelii nuntiandi, 19)".
Es triste encontrarse cristianos aguados. Que parecen el vino aguado. Y no se sabe si son cristianos o mundanos. Como el vino aguado no se sabe si es vino o agua. Es triste esto. Es triste encontrarse cristianos que no son ya sal de la tierra. Y sabemos que cuando la sal pierde el sabor, ya no sirve para nada. Su sal ha perdido el sabor porque se han entregado al espíritu del mundo. Es decir, se han convertido en mundanos.
Por eso es necesario renovarse continuamente aprovechando la sabia del Evangelio. ¿Y cómo puedo poner esto en práctica? Ante todo leyendo y meditando el Evangelio cada día, así que la palabra de Jesús esté siempre presente en nuestra vida. Recordad, os ayudará llevar siempre un Evangelio con vosotros, un pequeño Evangelio, en el bolsillo, en el bolso. Y leer durante el día un pasaje. Pero siempre con el Evangelio, porque es llevar la palabra de Jesús. Y poder leerla.
Además participando en la misa dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchamos su Palabra y recibimos la Eucaristía que nos une a Él y entre nosotros; y después son muy importantes para la renovación espiritual los días de retiro y de ejercicios espirituales. Evangelio, Eucaristía, oración. No olvidéis. Evangelio, Eucaristía, oración. Gracias a estos dones del Señor podemos ajustarnos no al mundo, sino a Cristo, y seguirlo sobre su camino, el camino del "perder la propia vida" para encontrarla. "Perderla" en el sentido de donarla, ofrecerla por amor y en el amor - y esto conlleva al sacrificio, también la cruz- para recibirla nuevamente purificada, liberada del egoísmo y de la hipoteca de la muerte, llena de eternidad. La Virgen María nos precede siempre en este camino; dejémonos guiar y acompañar por ella.

8/27/14

'En la comunidad cristiana la división es un pecado grave'

El Papa hoy en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Cada vez que renovamos nuestra profesión de fe recitando el "Credo", afirmamos que la Iglesia es "una" y "santa". Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de plena comunión. La Iglesia también es santa, en cuanto que está fundada en Jesucristo, animada por su Espíritu Santo, colmada de su amor y de su salvación. Al mismo tiempo, sin embargo, está compuesta de pecadores, todos nosotros, pecadores que cada día experimentan las propias fragilidades y las propias miserias. Entonces, esta fe que profesamos nos empuja a la conversión, a tener la valentía de vivir cotidianamente la unidad y la santidad y si nosotros no estamos unidos, si no somos santos, ¡es porque no somos fieles a Jesús! Pero Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia. Él camina con nosotros, Él nos entiende. Entiende nuestras debilidades, nuestros pecados, nos perdona, siempre que nosotros nos dejemos perdonar. Él está siempre con nosotros, ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más unidos.
El primer consuelo nos viene del hecho que Jesús ha rezado mucho por la unidad de los discípulos. Es la oración de la Última Cena, Jesús ha pedido mucho: 'Padre, que sean una sola cosa'. Ha rezado por la unidad y lo ha hecho en la inminencia de la Pasión, cuando iba a ofrecer toda su vida por nosotros. Es eso a lo que estamos enviados continuamente a releer y meditar, en una de las páginas más intensas y conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo diecisiete. ¡Que bonito es saber que el Señor, justo antes de morir, no se preocupó de sí mismo, sino que pensó en  nosotros! Y en su diálogo sincero con el Padre, ha rezado precisamente para que podamos ser una sola cosa con Él y entre nosotros. Con estas palabras, Jesús se ha hecho nuestro intercesor ante el Padre, para que podamos entrar también nosotros en la plena comunión de amor con Él; al mismo tiempo, nos confía a Él como su testamento espiritual, para que la unidad pueda convertirse cada vez más en la nota distintiva de nuestras comunidades cristianas y la respuesta más bella a quien nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros.
"Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste". La Iglesia ha buscado desde el principio realizar este propósito que está tan en el corazón de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que los primeros cristianos se distinguían por el hecho de tener "un solo corazón y una sola alma"; el apóstol Pablo, después, exhortaba a sus comunidades a no olvidar que son  "un solo cuerpo". La experiencia, sin embargo, nos dice que son muchos los pecados contra la unidad. Y no pensamos solo a las grandes herejías, los cismas, pensamos a faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados "parroquiales", a esos pecados en las parroquias. A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de compartir y de comunión, están tristemente marcadas por envidias, celos, antipatías... Y el chismorreo está a mano de todos. ¡Cuánto se chismorrea en las parroquias! Esto no es bueno. Por ejemplo, cuando alguien es elegido presidente de tal asociación, se chismorrea contra él. Y si otra es elegida presidenta de la catequesis, las otras chismorrean contra ella. Pero, esta no es la Iglesia. Esto no se debe hacer, ¡no debemos hacerlo! No os digo que os cortéis la lenga, tanto no. Pero pedid a Dios que dé la gracia de no hacerlo.
¡Esto es humano, sí, pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos hacia los primeros puestos; cuando nos ponemos a nosotros mismos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los otros; cuando miramos a los defectos de los hermanos, en vez de a sus dones; cuando damos más peso a lo que nos divide, en vez de a lo que nos reúne.
 Una vez, en la otra diócesis que tenía antes, escuché un comentario interesante y bonito. Se hablaba de una anciana que toda la vida había trabajado en la parroquia, y una persona que la conocía bien, dijo: 'Esta mujer no ha hablado nunca mal, nunca ha chismorreado, siempre era una sonrisa'. ¡Una mujer así puede ser canonizada mañana! Este es un bonito ejemplo. Y si miramos a la historia de la Iglesia, cuántas divisiones entre nosotros cristianos. También ahora estamos divididos.
También en la historia, los cristianos hemos hecho la guerra entre nosotros por divisiones teológicas. Pensemos en la de los 30 años. Pero, esto no es cristiano. Debemos trabajar también por la unidad de todos los cristianos, ir por el camino de la unidad que es el que Jesús quiere y por el que ha rezado.
Frente a todo esto, debemos hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino de la del diablo, el cual es por definición el que separa, que rompe las relaciones, que insinúa prejuicios... La división en una comunidad cristiana, ya sea una escuela, una parroquia o una asociación, es un pecado gravísimo, porque es obra del demonio. Dios, sin embargo, quiere que crezcamos en nuestra capacidad de acogernos, de perdonarnos, de querernos, para parecernos cada vez más a Él que es comunión y amor.  En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocer a imagen de Dios, colmada de su misericordia y de su gracia.
Queridos amigos, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Pidamos sinceramente perdón por todas las veces en la que hemos sido ocasión de división o de incomprensión dentro de nuestras comunidades, aún sabiendo que no se llega a la comunión sino a través de una continua conversión. ¿Qué es la conversión? Es pedir al Señor la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer a todos. Es una gracia que el Señor nos da. Esto es convertir el corazón.  Y pidamos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo cada vez más bonito y feliz de la relación entre Jesús y el Padre.

Comentario a la liturgia Domingo XXII Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C.

Textos: Jr 20, 7-9; Rm 12, 1-2; Mt 16, 21-27


Idea principal:  O pensamos como Dios o pensamos como el mundo y los hombres. No hay otra opción.
Resumen del mensaje: Cuando Jesús anuncia por primera vez que va a Jerusalén a padecer y que allí será entregado a muerte, y resucitará al tercer día, se encuentra con la reacción, de buena fe pero exagerada, de Pedro que quiere impedir ese fracaso a Cristo. La respuesta de Jesús hoy no es ciertamente de alabanza, como en el domingo pasado, sino una de las más duras palabras que salieron de su boca: “Apártate de mí, Satanás”. Cristo le invita –nos invita- a pensar como Dios y no como los hombres.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, los hombres pensamos de ordinario en clave de éxito, y no de fracaso. Y cuando no viene ese éxito, nos invade la depresión, el desaliento y la tristeza. Preguntemos, si no, al profeta Jeremías en la primera lectura. Profeta del tiempo final del destierro y figura de Jesús en su camino de pasión, y de todo cristiano que quiera ser consecuente con su fe. Era joven y el ministerio que le tocó no era nada fácil: anunciar desgracias, si no cambiaban de conducta y de planes incluso políticos de alianzas. Nadie le hizo caso. Le persiguieron, le ridiculizaron. Ni en su familia ni en la sociedad encontró apoyo. Jeremías sufrió angustia, crisis personal y pensó en abandonar su misión profética. ¡Qué fácil es acomodarse a las palabras de los gobernantes y del pueblo para granjearnos el éxito y el aplauso! Los profetas verdaderos, los cristianos verdaderos, no suelen ser populares y a menudo acaban mal por denunciar injusticias. En esos momentos, miremos a Cristo en Getsemaní.
En segundo lugar, los hombres pensamos de ordinario en clave de poder y ambición, y no de humildad y desprendimiento. A Pedro no le cabe en la cabeza la idea de la humillación, del despojo, del último lugar. No había entendido que toda autoridad se debe ejercerla como servicio, y no como dominio. ¡Le quedaba tanto por madurar! Nos queda tanto por madurar. Pensamos como los hombres y no como Dios. A esto lo llama el Papa Francisco “mundanidad” (Evangelii gaudium, nn. 93-97).  Y cuando Pedro entendió, afrontó todo tipo de persecuciones, hasta la muerte final en Roma, en tiempos de Nerón, como testigo de Cristo. Los proyectos humanos van por otros caminos, de ventajas materiales y manipulaciones para poder prosperar y ser más que los demás y dominar a cuantos más mejor. Pero los proyectos de Dios son otros.
Finalmente, los hombres pensamos de ordinario en clave de comodidad, y no de cruz. Ni a Pedro ni a nosotros nos gusta la cruz, ya sea física –enfermedades-, moral –abandono, calumnia, incomprensión- o espiritual –noches oscuras del alma que nada ve ni siente; sólo hay un túnel oscuro. ¿A quién le gusta la cruz? Ya nos avisó Jesús. No nos prometió que su seguimiento sería fácil y cómodo. “Carga con la cruz y sígueme”. Preferimos un cristianismo “a la carta”, aceptando algunas cosas del evangelio y omitiendo otras. Queremos Tabor, no Calvario. Queremos consuelo y euforia, no renuncia ni sacrificio. La cruz la tenemos, tal vez, como adorno en las paredes o colgada del cuello. Pero que esa cruz se hunda en nuestras carnes y en nuestro corazón, de ninguna manera. La clave para cuando nos visita la cruz de Cristo nos la da san Pablo en la segunda lectura de hoy a los romanos: ofrecernos a Dios como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Sólo así pensaremos como Dios.
Para reflexionar: ¿Pensamos como Dios en materia de negocios, de moral sexual, de política, de relaciones humanas? Dice el papa Francisco: “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal…Si invadiera la Iglesia (esta mundanidad) sería infinitamente más desastrosa que cualquier otra mundanidad simplemente moral”(Evangelii gaudium, n. 93).

8/26/14

Jesús nos invita como a Pedro, a ser piedras vivas

El Papa antes del Ángelus del Domingo



«Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio de este domingo es la celebre parte central de la narración de san Mateo, cuando Simón en nombre de los doce, profesa su fe en Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”; y Jesús llama 'beato' a Simón por esta fe que tiene, reconociendo en ésta un don especial del Padre, y le dice: 'Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia'.

Detengámonos un momento justamente sobre este punto, sobre el hecho que Jesús atribuye a Simón este nuevo nombre: 'Pedro', que en el idioma de Jesús se dice 'Kefa', una palabra que significa 'roca'. En la biblia este término 'roca' se refiere a Dios. Jesús lo atribuye a Simón no por sus cualidades o méritos humanos, pero por su fe genuina y sólida que le viene desde lo alto.
Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque reconoce en Simon la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que Dios Padre le dio a Simón una fe en la que se puede confiar, sobre la cual Jesús podrá construir su Iglesia, o sea su comunidad. Como en todos nosotros.
Jesús tiene en su ánimo dar vida a su Iglesia, un pueblo fundado no más sobre la descendencia, sino sobre la fe, o sea sobre la relación con Él mismo, una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús construye la Iglesia.
Y por lo tanto para iniciar con su Iglesia Jesús tiene necesidad de encontrar en los discípulos una fe sólida, confiable. Es esto que Él debe verificar en este punto del camino.
El señor tiene en mente la imagen del construir, la imagen de la comunidad como un edificio. Por ello cuando escucha la profesión de fe simple de Simón, lo llama 'roca', y manifiesta la intención de construir su Iglesia sobre esta fe.
Hermanos y hermanas, lo que sucedió de manera única con san Pedro, sucede también con cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
El evangelio de hoy interpela también a cada uno de nosotros: ¿Cómo va tu fe? Cada uno dé una respuesta en su corazón. ¿Cómo va tu fe, cómo es?
¿Qué encuentra el Señor encuentra en nuestro corazón?, un corazón firme como la roca o un corazón arenoso, o sea dubitativo, desconfiado, incrédulo. Nos hará bien durante el día de hoy pensar sobre esto.
Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe, no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros a piedras vivas con las cuales puede construir su comunidad. De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y única. Por su parte Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia. Pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús la propia fe, pobre pero sincera, de manera que Él pueda seguir a construir su Iglesia, hoy y en cada parte del mundo.
También en nuestros días la gente piensa que Jesús sea un gran profeta, un maestro de sabiduría, un modelo de justicia... Y también hoy Jesús le pregunta a sus discípulos, o sea todos nosotros: '¿Quienes dicen que yo sea?, ¿un profeta?, ¿un maestro de sabiduría?, ¿un modelo de Justicia?
¿Qué responderemos?, pensemos, pero sobretodo recemos a Dios Padre, para que nos dé la respuesta. Y por intercesión de la Virgen María pidamos que nos dé la gracia de responder con corazón sincero: Tú eres el Cristo, el Dios vivo. Esta es una confesión de fe, este es el Credo propiamente. Podemos repetirlo tres veces todos juntos: 'Tu eres el Cristo el hijo del Dios vivo' ». (Repite tres veces).
Ángelus...
«Queridos hermanos y hermanas, mi pensamiento va de manera particular a la amada tierra de Ucrania, que hoy celebra su fiesta nacional, a todos sus hijos e hijas, a sus deseos de paz y serenidad amenazados por una situación de tensión y de conflicto que no indica querer disminuir, generando tanto sufrimiento entre la población civil. Confiamos toda esta nación al Señor Jesús y a la Virgen, y rezamos unidos especialmente por las víctimas, sus familiares y por todos los que sufren.
Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los que llegan desde diversos países, en particular a los fieles de Santiago de Compostela (España), los niños de Maipú (Chile), i los jóvenes de Chiry- Ourscamp (Francia) y a todos los que participan al encuentro internacional promovido por la diócesis de Palestrina.
Saludo con afecto a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano, que llegaron a Roma para realizar estudios teológicos.
Saludo a los 600 jóvenes de Bérgamo, que a pié junto a su obispo, llegaron a Roma desde Asís. Queridos jóvenes, vuelvan a casa con el deseo de dar testimonio a todos sobre la belleza de la fe cristiana. Saludo a los jóvenes de Verona, Montegrotto Terme y del Valle Liona, así como a los fieles de Giussano y Bassano del Grappa.
Y a todos les deseo “buona domenica” y “buon pranzo”».

8/22/14

Los laicos santifican el mundo desde dentro

Entrevista de Martín Rodríguez González  a Javier Echevarría 


 
La auténtica felicidad surge como consecuencia de vivir cerca de Dios, es fruto de la presencia del Espíritu Santo en el alma
Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei desde 1994, visitó Costa Rica recientemente en medio de una gira de carácter pastoral que lo llevó por varias naciones de Centroamérica. Aquí se reunió con miembros de la Obra, con sacerdotes, familias, el Arzobispo de San José y hasta pudo visitar el Santuario Nacional de Nuestra Señora de los Ángeles.
Acerca de esta experiencia y de la vigencia del Opus Dei y su carácter eminentemente laical, sus trabajos, retos, énfasis y perspectivas en orden a la evangelización, el obispo de origen español y de 82 años, conversó con Eco Católico. Este es un extracto del diálogo.
“Sueño con muchedumbres de hijos de Dios, santificándose en su vida de ciudadanos corrientes, compartiendo afanes, ilusiones y esfuerzos con las demás criaturas”. Esta frase de San Josemaría Escrivá aplicada a la actualidad del Opus Dei, ¿es una realidad acabada o aún en proceso?
San Josemaría repitió siempre, desde 1928, que la santidad no es una meta para unos privilegiados, sino para todos los bautizados. La tarea de la Prelatura del Opus Dei consiste, precisamente, en recordar esa llamada universal a la santidad y el consiguiente valor de la vida cotidiana como camino de santificación. Gracias a Dios, son muchas las personas que, a través de la labor apostólica de las mujeres, de los hombres y de los sacerdotes de la Obra de Dios, se han decidido a poner a Jesucristo en el centro de su existencia. En este sentido, puede decirse que el sueño de San Josemaría se ha hecho realidad. Sin embargo, es evidente que es una realidad siempre en proceso, −como la vida de la Iglesia−, que se realiza con la gracia de Dios y con la respuesta de la creatura. Un cristiano no puede ser conformista: cada día −con alegría nueva− intenta manifestar su amor a Dios y a los demás.
Usted conoció a San Josemaría. ¿Qué diría él a quienes hoy, en pleno Siglo XXI, siguen anhelando la auténtica felicidad?
San Josemaría afirmaba que “la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra”. La auténtica felicidad surge como consecuencia de vivir cerca de Dios, es fruto de la presencia del Espíritu Santo en el alma. Los hombres y las mujeres que se saben, en la fe, hijos amados de Dios, no pueden más que estar llenos de paz y de alegría, también en medio de las contrariedades o del dolor, con una felicidad que no es una simple situación anímica; sino fruto de la fe y de la caridad. El pecado es el gran obstáculo para la felicidad.
El Opus Dei es uno más entre los posibles caminos cristianos, a los que el Señor puede llamar a una persona: cada uno de nosotros tiene una vocación personalísima, que debe descubrir en la oración, en el diálogo amistoso con el Señor. Responder “sí” a la llamada divina, sea la que sea, y corresponder cotidianamente a sus exigencias, supone una garantía cierta de felicidad.
Respecto a la historia de la Iglesia, la existencia del Opus Dei es reciente. ¿Cuánto pesa este hecho en la comprensión de la Obra, su naturaleza, métodos y fines? ¿Qué hace el Opus Dei para aportar respuestas en clave evangélica ante las dudas o la abierta oposición?
Cuando San Josemaría vio que Dios lo llamaba a difundir la vocación universal a la santidad, esta realidad −profundamente evangélica− resultaba algo muy nuevo para la mayoría de cristianos, no era tan común hablar de una llamada universal a la santidad y, como ha sucedido muchas veces en la historia de la Iglesia, sufrió incomprensiones, especialmente en los años treinta y cuarenta del Siglo XX. En la actualidad −sobre todo tras el Concilio Vaticano II−, esta doctrina es común y universal.
Siguiendo el ejemplo de su fundador, los fieles del Opus Dei tienen sus brazos abiertos a todos y, gracias a Dios, desde hace muchos años es muy querido y ayudado por millones de personas, incluso no católicas y no cristianas. Cuando pueda surgir una incomprensión, se intentan aclarar las cosas con paciencia y serenidad. La experiencia nos ha demostrado que −incluso entonces− el ataque o la falta de información se convierten en ocasión de amistad y de acercamiento a la Iglesia, de quienes los han promovido.
La santificación en la vida ordinaria habla de los laicos. ¿Qué lugar están llamados a ocupar en la Iglesia?
A los laicos, como enseña el Concilio Vaticano II, corresponde iluminar y organizar los asuntos temporales en los que intervienen, de manera que se realicen según el espíritu de Jesucristo y sean para la gloria de Dios y el bien de los demás. El Opus Dei ayuda a sus fieles, y a quienes participan en sus apostolados, a encontrar y tratar a Dios en las ocupaciones de cada día: en el trabajo, en la familia, en la vida social, en los momentos de entretenimiento, en la enfermedad o en la pobreza. Si se esfuerzan por identificarse con Cristo en esos ámbitos, los laicos santifican el mundo desde dentro, difunden el mensaje del Evangelio y contribuyen al progreso humano de la sociedad. Asumen así su papel de protagonistas en el desarrollo de la misión de la Iglesia desde su taller, su oficina, el quirófano de un hospital, el colegio y el resto de escenarios en que transcurre la jornada de cada uno.
Hoy se insiste en la descomposición del entramado social, pero, ¿no estaremos con ello quitando la mirada de la familia y los retos que enfrenta? ¿Está en crisis la familia?
La familia es una gran riqueza, indispensable para la sociedad y, por tanto, debemos esforzarnos por dar a conocer la verdadera naturaleza de la institución familiar, aunque a veces no resulte tarea fácil. Para mí, es motivo de especial agradecimiento a Dios poderme encontrar en estos días, en Costa Rica, con matrimonios que imparten orientación familiar a padres y madres de niños y adolescentes: pienso que, con esa dedicación generosa, prestan al país, y al mundo, un servicio de gran entidad y calidad, también humana.
Pero no podemos conformarnos con promover “de palabra” los valores de la familia: ¡cuánto ayuda el ejemplo! Que sepamos preocuparnos por los miembros de nuestra familia, que recemos por ellos, que nos alegremos con sus gozos y que los acompañemos en sus penas. Tenemos que crear a nuestro alrededor un verdadero ambiente de familia y, luego, debemos mantenerlo, también, sacrificándonos por nuestros parientes y dedicándoles generosamente tiempo y energías a los enfermos y a los ancianos. Repitamos a menudo esas tres palabras que el Papa Francisco ha señalado que no pueden faltar en una familia :permiso, gracias y perdón.
En ‘Evangelii Gaudium’, el Papa Francisco afirma preferir una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una enferma por el encierro. ¿Cómo contribuir desde el Opus Dei a este anhelo?
El dinamismo apostólico del Papa Francisco supone una bendición para toda la Iglesia. La evangelización a la que urge nos habla de una misión que compete a todos los bautizados. El santo Padre nos invita a ir al encuentro de los demás, a dejar a un lado la comodidad y a compartir nuestra cercanía a Cristo con las personas que están a nuestro alrededor. ¿Cómo? Primero con el ejemplo y con el cariño, y luego con un diálogo de tú a tú con nuestros amigos y conocidos, precedido de la oración por la persona a la que nos dirigiremos y de la invocación al Espíritu Santo. En ocasiones quizá nos parece que algunas de nuestras acciones no producen fruto, pero nada más ajeno a la realidad: el Señor cuenta con todo lo que hacemos pensando en El, y ninguna semilla quedará estéril.
El Papa Francisco también nos anima a vivir la misericordia con las personas que sufren y con las que están solas. Todos estamos en condiciones de ayudar a un enfermo, a un menesteroso o a un anciano; y también podemos llevarles la luz de Cristo, ¡no nos quedemos de brazos cruzados!
Personalmente doy también gracias a Dios al ver a tantos fieles y amigos de la Prelatura que sacan adelante iniciativas de servicio en toda la tierra: hospitales en lugares necesitados de África, centros de atención a enfermos terminales en las periferias de varias ciudades europeas, institutos de formación dirigidos a inmigrantes en Estados Unidos o en Brasil y tantas otras. Cada bautizado es y se siente Iglesia. Y, por tanto, también a través de actividades civiles de servicio como las que he mencionado u otras, la Iglesia se hace presente en las periferias, en los barrios, en los lugares donde a veces falta ese cariño al que toda persona tiene derecho.
En la era del pensamiento débil faltan referentes, se siente un gran vacío de verdad, gana terreno la duda, el secularismo y el laicismo feroz, ¿Cómo presentar la fe hoy a este mundo tan lleno de contrastes?
Jamás un católico coherente se ha de dejar llevar por el pesimismo. Aunque en nuestro tiempo no falten eventos tristes e incluso dramáticos, si somos hombres y mujeres de fe, sabremos descubrir innumerables beneficios del Señor en nuestras vidas, en las de los que nos rodean y en las de las naciones. Y, sobre todo, esa fe es precisamente el fundamento de la esperanza, como leemos en la Carta a los Hebreos. En medio del secularismo y el relativismo, que se aprecia en gran parte de Occidente, mucha gente se muestra sedienta de la verdad de Dios. Esas gentes necesitan testigos que ayuden a los demás a acercarse a Jesucristo; colegas o amigos que se guíen por encima de todo por el amor a Dios y a los otros y no sólo por sus propios intereses, que iluminen con su fe y que sepan explicarla.
Para esto es necesario −como le decía antes− anclar la propia vida en la oración, en el trato con Dios y en la recepción frecuente de los sacramentos, auténticos canales de la gracia divina. Además, siempre cabe empeñarse un poco más en conocer mejor nuestra fe, a través de la lectura, del estudio y de la participación en la catequesis. Con este pequeño esfuerzo, resulta posible dedicar tiempo a crecer en el conocimiento de Dios y a tratar a nuestro Padre del Cielo.
Por otra parte, diría que la fe se transmite bien cuando el motor es el cariño y el interés por el prójimo. El futuro beato Álvaro del Portillo solía pedirnos: “Derrochad cariño, hijas e hijos míos, aunque no seáis correspondidos”. Este consejo viene muy bien a cualquier persona que desee evangelizar.
Tiene la ocasión de reunirse con Mons. José Rafael Quirós. ¿Cómo podría consolidar el Opus Dei la comunión con las iglesias diocesanas y fortalecer el común empeño por la evangelización?
Efectivamente, tendré el gusto de conversar con el querido Arzobispo de San José, Mons. José Rafael Quirós. Nada más concretarse este viaje, pedí que se advirtiera de mi estancia en Costa Rica al señor Arzobispo y a las demás autoridades eclesiásticas, ya que el Opus Dei, como pequeña parte de la Iglesia, solo desea, en palabras de su fundador, “servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida”.
Evidentemente, la labor que realizan los fieles del Opus Dei rinde sus frutos en las mismas diócesis en las que trabajan y viven y, en los más de cincuenta años que han pasado desde que comenzó la labor apostólica del Opus Dei en este país, han surgido −con la gracia del Señor− numerosos matrimonios cristianos y vocaciones para el sacerdocio, para la vida religiosa y para el celibato laical.
A quienes pertenecen a la Obra, y a todos los costarricenses, deseo invitarles a ser un apoyo para los Obispos diocesanos, a rezar por cada uno, y a pedir a Dios abundantes frutos apostólicos en esta tierra. Les rogaría especialmente que rezaran por las vocaciones sacerdotales en las diócesis de la nación, por los catequistas y educadores, por la santidad de las familias costarricenses y por las demás intenciones de los Obispos del país. También les animaría a reforzar cada día su afán apostólico, para que la Iglesia en Costa Rica recoja muchos frutos del trabajo de evangelización del Opus Dei.
El Opus Dei se prepara para la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo. ¿Cómo consolida la Obra la elevación a los altares de su 'ingeniero', como algunos llamaron a don Álvaro?
Álvaro del Portillo fue un hombre de paz, de servicio, de fidelidad: primero en su trabajo como ingeniero, luego como sacerdote y más tarde como Obispo. En la proximidad del 27 de septiembre, fecha de su beatificación, pido al queridísimo don Álvaro que nos contagie su paz, su bondad, su alegría, su lealtad a la Iglesia y su preocupación por los más necesitados.
La gente reconocía en él a un hombre de Dios y, desde su fallecimiento, se ha ido multiplicando el número de quienes le confían sus peticiones: piense que, hasta ahora, en la postulación se han recibido más de 13.000 relaciones firmadas de favores atribuidos a su intercesión. Es un dato sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que, de entre los que reciben favores, apenas unos pocos se deciden a ponerlos por escrito y enviarlos a Roma. Muchas de esas relaciones provienen de países en los que ni siquiera hay centros de la Prelatura. La próxima beatificación de Álvaro del Portillo, además de constituir un motivo de gran alegría, será una ocasión de dar gloria a Dios y un don para toda la Iglesia.
Estando el Opus Dei a la vanguardia en este campo, ¿qué está en juego en el mundo de la comunicación de cara a la fe y la evangelización? ¿Comprendemos en la Iglesia el valor de la comunicación social o arrastramos deudas con sus muchas potencialidades?
San Josemaría miraba con especial simpatía los ambientes profesionales relacionados con la comunicación. Se percataba de la importancia de que muchos católicos trabajaran profesionalmente en medios de comunicación, para aportar al mundo el calor y la amistad propia de quien desea seguir a Cristo. Personalmente, dio clases de ética periodística, impulsó facultades de comunicación en varios países, y alentó −con su iniciativa humana y su oración− la puesta en marcha de algunos medios de comunicación promovidos por personas del Opus Dei y por sus amigos: soñaba con que numerosos católicos eligieran como ámbito profesional el mundo del cine, de la literatura, del entretenimiento, de la radio y de la televisión. Si hay algo de cierto en la amable valoración que usted ha manifestado −que le agradezco− se debe, sin duda, a esta semilla plantada por el fundador.
Pienso que, gracias a Dios, la consideración positiva de la comunicación social −que no excluye una reflexión crítica sobre los límites de un cierto tipo de periodismo sensacionalista− está hoy generalizada. Da alegría ver la cantidad de actividades de evangelización que, a través de los medios de comunicación, van surgiendo por aquí y por allá, debidas al empuje de católicos de diversas proveniencias: agencias de noticias, páginas web de formación cristiana, iniciativas de caridad y de servicio en internet, productoras de cine y televisión con valores cristianos. A veces no son muy conocidas pero, si se sumaran sus audiencias, superarían a las de no pocas cadenas internacionales.
El interés por la comunicación social es patente en la mayoría de las diócesis e instituciones de la Iglesia. Muchas, por ejemplo, envían estudiantes a la Facultad de Comunicación Institucional de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma. Se trata, precisamente, de un centro de estudios que tiene como fin, dotar a las personas de las condiciones necesarias para transmitir el mensaje cristiano y la realidad estupenda de la Iglesia, a través de los medios de comunicación.

8/21/14

San Pio X

Isabel Orellana Vilches


«Papa de la Eucaristía, gran reformador, carismático pastor, luchó contra las herejías de su época; un hombre sencillo y abnegado que asumió la altísima misión de regir a la Iglesia en medio de lágrimas, confesando su sentimiento de indignidad» 

«Para alabar a Dios bien, no se necesita ser sabio», decía Giuseppe M. Sarto, segundo vástago de los diez nacidos en una humilde familia de Riese, Italia, donde nació el 2 de junio de 1835. Su padre, cartero, murió cuando él se hallaba en plena juventud, pero su madre, que hizo un ímprobo esfuerzo para poder darle adecuada formación, tendría la alegría de verle con el solideo cardenalicio; había visto crecer a su pequeño «Beppi» recordando por activa y por pasiva que sería sacerdote. Su excelente formación catequética le marcó. Precisamente la catequesis fue una de las líneas significativas de su pontificado porque sabía el bien que una preparación rigurosa reporta a la fe, especialmente a estas edades. Una beca del párroco le permitió seguir cursando estudios en Castelfranco Veneto, aunque para ello debía recorrer diariamente 8 km., una distancia que efectuaba a pie dos veces.
Sus arduos sacrificios dieron resultado, y en 1850, con otra ayuda que recibió del obispo de Treviso, se trasladó al seminario de Padua. Fue ordenado previa dispensa en 1858. Durante nueve años ejerció como vicepárroco de Tombolo y en 1867 fue designado párroco de Salzano (diócesis de Treviso). Si en Tombolo había abierto una escuela nocturna para adultos, en Salzano y Treviso siguió en esta línea ocupándose de ellos y también de los jóvenes. Sufragó las obras de ampliación del hospital de esta ciudad, restauró la iglesia y mostró su generosidad y abnegación con los afectados por la epidemia de cólera. Desde 1875 a 1878 fue director espiritual y rector del seminario, canónigo, vicario general y capitular a la muerte del prelado Zanelli.
En noviembre de 1884 fue designado obispo de Mantua, una diócesis difícil, presa de divisiones entre el clero. En su ejercicio pastoral tuvo como punto de mira singular la formación de este colectivo. Impartió en el seminario teología moral y dogmática; era seguidor de la doctrina tomista. En 1893 León XIII lo nombró cardenal de San Bernardo alle Terme, y casi a renglón seguido patriarca de Venecia en un momento político complejo por los afanes de injerencia del gobierno italiano que hubiera querido influir en su nominación. En Venecia prosiguió con su apostolado, promovió el canto gregoriano, estableció la facultad de derecho canónico y se granjeó el afecto y el respeto de los fieles. Era un hombre sencillo y humilde, de inmenso corazón, sensible al sufrimiento de los pobres y enfermos. Luchó por amor a Cristo para superar sus debilidades, y huyó de cualquier atisbo de pompa y ostentación, despidiendo al servicio para ser atendido por sus hermanas. Siempre se sintió, y así aludía a su persona, como un «cardenal rural».
Muchas obras impulsó en Venecia hasta que en 1903, tras la muerte del papa León XIII, después de varias votaciones del cónclave fue elegido para sucederle. Inicialmente todo apuntaba al cardenal Rampolla, pero fue vetado por el emperador de Austria. Por eso, Giuseppe --que escogió el nombre de Pío en honor de los pontífices que habiéndolo elegido antes dieron su vida defendiendo la religión-- revocó la prebenda de los gobernantes para intervenir en nombramientos que debían regirse por la voluntad de Dios. Él mismo, abrumado por la altísima misión que se le encomendaba y sintiéndose indigno, quiso rehusarla, sin poder contener sus lágrimas. Pero le hicieron ver que aceptando la elección cumplía la voluntad divina. Con el peso de la temblorosa soledad del que ha sido designado para regir la Iglesia, manifestó: «Acepto el pontificado como una cruz…»Creyó que Dios le daría las gracias precisas para ejercer el gobierno, como así fue. Desde el principio se propuso «renovar todas las cosas en Cristo». Hacia Él quería conducir al mundo entero, afligido al constatar que el hombre vivía de espaldas a Dios.
Era piadoso y firme; estaba lleno de caridad. Había demostrado sobradamente sus dotes para encauzar la vida espiritual de los fieles corrigiendo y animando, exhortando a todos a que dejasen penetrar en su espíritu el amor de Dios. Y en esa línea se mantuvo cultivando personalmente la oración, llevando por doquier la devoción por Cristo y por María, sin abandonar los estudios. Se ocupó de que la instrucción catequética llegase a los adultos --es autor de un catecismo-- y a los jóvenes en las escuelas y en la universidad, de la formación del clero, diseñó un nuevo programa de estudios para los seminarios, estableció el seminario regional (le preocupaba la santidad de los sacerdotes), impulsó la redacción de un nuevo Código de Derecho Canónico, creó el Pontificio Instituto Bíblico en Roma, emprendió una importante restauración del Vaticano, dio realce a las misiones en la Iglesia, etc. También fomentó la recepción de la comunión, que aconsejaba fuese diaria, impulsó la solemnidad de los Congresos Eucarísticos, (de ahí su reconocimiento como «papa de la Eucaristía»), promovió la música sacra y dio realce al canto gregoriano. Además, combatió las herejías y plantó cara al modernismo entre otras acciones encaminadas a preservar la pureza de la fe.
En el aspecto diplomático tuvo que lidiar con distintos gobiernos reacios a la Santa Sede. Vaticinó el estallido de la Primera Guerra Mundial y profundamente consternado manifestó:«Esta será la última aflicción que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a mis pobres hijos de esta terrible calamidad». Pocos días después de expresarse así, cayó gravemente enfermo. Murió el 21 de agosto de 1914. En su testamento escribió: «Nací pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir pobre». En el funeral se resaltaron las tres virtudes características de su vida: pobreza, humildad y bondad. Pío XII lo beatificó el 3 de junio de 1951, y también lo canonizó el 29 de mayo de 1954.

Razón, religión y fundamentalismo

Pablo Blanco Sarto 


El acuerdo alcanzado desde la diferencia por Habermas y Ratzinger hace diez años podría aportar algunas luces al momento actual
El 11 de septiembre de 2001 dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, destruyéndolas en su totalidad. El atentado inspirado en el fanatismo religioso causó la muerte a cerca de tres mil personas y fueron heridas otras seis mil, así como la destrucción del entorno del World Trade Center de Nueva York. Mal empezaba el siglo. En Irak en estos días las cosas no van mejor.
Treinta y tres días después del atentado del 11-S, Jürgen Habermas recibía en la Pauluskirche de Fráncfort el premio nacional de los libreros, con el utópico motivo de la paz. En contra de las voces dominantes que hablaban de nuevas guerras de religión, el filósofo ilustrado y neomarxista (“con escaso oído musical para la religión”, como él mismo decía) afirmaba que el atentado “había hecho vibrar una cuerda religiosa en lo más íntimo de la sociedad secular”.
Iglesias, sinagogas y mezquitas se llenaron y no para clamar venganza. Es más, aseguraba que el fundamentalismo era un fenómeno moderno, que debía más a las ideologías que a los principios religiosos (en esto coincidía con Ratzinger, quien pensaba que el fundamentalismo islámico debía más al marxismo que al islam). Habermas sostenía además que los fundamentos éticos del Estado liberal eran de origen religioso, si bien secularizados y expresados en un sentido racional.
Dos años y medio después del atentado contra las Torres Gemelas, en 2004, tuvo lugar el famoso encuentro entre Habermas y Ratzinger, el filósofo ilustrado y el teólogo dogmático, que dio lugar al llamado MunichPaper. Se han cumplido ahora diez años de ese debate. En primer lugar, el título de la intervención resulta significativo: Fundamentos morales prepolíticos del Estado liberal.
Por tanto, se entiende una sociedad liberal como espacio posible de convivencia, es decir, una sociedad democrática y pluralista; no se piensa pues en un Estado confesional, o en una identificación entre la Iglesia y el Estado. En segundo lugar, hablamos de “fundamentos morales prepolíticos”: no se va a hablar de política o de una determinada orientación ideológica, sino de ética y de la fundamentación previa del juego político, según los principios emanados a partir del pensamiento cristiano. Existía así una sintonía inicial entre ambos interlocutores.
Lejos de la pregunta escéptica y despreciativa de Pilatos (“¿qué es la verdad?”), Ratzinger y Habermas se planteaban ambos en serio la “cuestión de la verdad”, tal vez desde concepciones distintas. En este sentido, el futuro Papa apelaba al “proyecto de una ética mundial” (Project Weltethos), por el que había abogado Hans Küng, al que le va a dar sin embargo un contenido nuevo.
Ha de ser posible una ética mundial que podría ser compartida por todos, creyentes y no creyentes, todos ellos pensantes. Ratzinger acudía más a la razón y a la ciencia, que a una fe cristiana no siempre compartida por todos. No renuncia a ella, pero tampoco la impone. Como había dicho Chesterton: el problema actual no es tanto el de la falta de fe, sino el de la falta de razón…
Ratzinger apelaba además al derecho, que ha de estar por encima de los intereses individuales y de “la ley del más fuerte”. Esta ley ha de conjugarse con la libertad: en ella ha de realizarse de modo pleno. El derecho no es un instrumento del poder, sino “expresión del común interés de todos”. Por eso no puede coartar ni limitar mi libertad, sino darle alas, ayudarla a crecer. Aparte del criterio de la mayoría, hace falta una referencia común a todos, un refugio en el que todos puedan cobijarse.
Eso es lo que llamamos verdadnaturalezadignidad humana o lo que Habermas denomina con cierta audacia imagodei, tal vez en un sentido débil. Porque tampoco el consenso resulta suficiente para fundamentar los derechos humanos, tal como se aprecia también en la actualidad. Habría que superar la crisis de la ley o del derecho natural, por la cuenta que nos trae.
El teólogo Johann Baptist Metz consideró que Habermas no podía ser considerado sin más un filósofo “postmetafísico”, a la vez que mencionó la piedra de escándalo: la cuestión de la verdad. La diferencia entre ambos era por tanto clara: mientras para Habermas la verdad es fruto del diálogo, para Ratzinger el diálogo es fruto de la verdad. Mientras el filósofo entendía la verdad tan solo como consenso, para el teólogo es la verdad que salva, encarnada en la persona de Jesucristo, a la que podemos acceder por la razón.
En las circunstancias actuales de califatos expansionistas la cuestión no está fuera de lugar. La pregunta que nos queda pendiente entonces es si, en medio de ese ambiente posmoderno y −podríamos decir− postsecular tendrá cabida la religión. Por lo menos, bastaría de momento con que tuvieran espacio también la razón, la conciencia, la justicia y un concepto amplio de naturaleza. El acuerdo alcanzado desde la diferencia por Habermas y Ratzinger hace diez años podría aportar algunas luces al momento actual.

8/20/14

Comentario a la liturgia Domingo XXI. Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C

Textos: Is 22, 19-23; Rm 11, 33-36; Mt 16, 13-20

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Idea principal: la misión de Pedro en la Iglesia por voluntad de Cristo es presidir en la caridad.
Resumen del mensaje: A Pedro lo ha puesto el mismo Señor al frente de la Iglesia. Como respuesta a un acto de fe por parte de Pedro, Jesús le alaba y le anuncia la misión que ha pensado para él en la primera comunidad: presidir en la caridad. Y lo hace con tres imágenes: la piedra, las llaves, y el acto de atar y desatar.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Pedro será la piedra sobre la que Jesús quiere edificar su Iglesia. Para eso, Cristo le cambia de nombre: de Simón a Kefas, o sea, Piedra en arameo, que traducimos Pedro en griego, y que en el Nuevo Testamento resuena 163 veces. Sólo Jesús y este apóstol en el Nuevo Testamento reciben un tal apelativo: piedra. ¿Pedro la roca sobre la que estamos fundados, cuando sabemos que negó a Cristo? No. La Roca es Cristo. Pero Pedro, precisamente por la profesión de fe que ha sabido formular con tanta decisión, es el signo visible de ese fundamento sólido que es Cristo. El sentido está claro: Pedro tiene en la historia la misión de hacer visible la función de fundamento, de unidad, de estabilidad de Cristo respecto a su Iglesia. Los creyentes en Cristo no estarán dispersos o aislados, sino que se encontrarán juntos en torno a la piedra de Pedro, que en el nombre de Cristo reúne la Iglesia de Dios. No es una autoridad de privilegio, sino de servicio en el amor. Veintiún siglos esta Iglesia ha sido azotada por vientos, tempestades y olas inmensas: persecuciones, herejías, cismas, etc. Pero sigue firme, porque esta Iglesia es guiada por el Espíritu Santo y tiene como piedra angular a Cristo, el Hijo de Dios vivo.
En segundo lugar, además le dará las llaves de esa comunidad que Cristo quiere fundar. La llave de una casa, de un cofre precioso o de la lectura de un texto, es señal de una autoridad en sede jurídica, administrativa o cultural. Las llaves son necesarias para mantener cerradas o abrir en el momento oportuno las puertas de una casa. Pedro de ahora en adelante será aquel que dispensará los tesoros de la salvación; será el canal a través del cual la palabra de Cristo será comunicada e interpretada; será el camino a través del cual los dones del amor de Dios serán continuamente y visiblemente infundidos en la comunidad cristiana. Veintiún siglos algunos han pretendido sacar una copia de estas llaves que Cristo concedió a Pedro en las cerrajerías ideológicas del mundo, pero a la hora de querer introducir la llave, no entraba en el cerrojo de esta Iglesia una, santa, católica y apostólica.
Finalmente, y a Pedro le concede la potestad de atar y desatar, que en el judaísmo indicaba el acto legal de la prohibición y del permiso. Es la definición de Pedro como guía en la moral y sobre todo en el perdón de los pecados. Es una misión de la que participan todos los apóstoles. Misión también de consolar, de amonestar, de exhortar, de guiar al pueblo de Dios. Veintiún siglos algunos se han querido arrogar esta potestad, proclamando que tienen línea directa con Dios; otros, de corte liberal y libertino, se creen con permiso de hacer lo que desean y quieren, sin necesidad de permisos ni prohibiciones. Y así les ha ido: pasarán en las páginas de la historia de la Iglesia como herejes, cismáticos y renegados.
Para reflexionar: ¿Somos conscientes de lo que decimos en la oración eucarística de cada misa cuando pedimos a Dios que confirme en la fe y en la caridad al Papa y a los obispos, en comunión con él? ¿Nos cuesta aceptar el ministerio del Papa, sucesor de Pedro? ¿Tenemos ojos de fe para ver que su encargo es asegurar el servicio de la fe, de la caridad, de la unidad, de la misión? ¿Creemos firmemente que la Iglesia es apostólica, es decir, cimentada sobre Pedro y los demás apóstoles?

El Papa habla de su viaje a Corea y da las gracias por las oraciones y el pésame por sus familiares fallecidos

Texto completo de la catequesis


Queridos hermanos y hermanas:
En los días pasados he realizado un viaje apostólico a Corea y hoy, junto a vosotros, doy gracias al Señor por este gran don. He podido visitar una Iglesia joven y dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por el espíritu misionero, en un país donde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad del Evangelio, se encuentran a las dos.
Deseo nuevamente expresar mi gratitud a los queridos hermanos obispos de Corea, a la señora presidenta de la República, a las otras autoridades y a todos aquellos que han colaborado con mi visita. El significado de este viaje apostólico se puede condensar en tres palabras: memoria, esperanza, testimonio.
La República de Corea es un país que ha tenido un notable y rápido desarrollo económico. Sus habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados, y deben mantener la fuerza hereditaria de sus antepasados.
En esta situación, la Iglesia es custodia de la memoria y de la esperanza: es una familia espiritual en la que los adultos transmiten a los jóvenes la antorcha de la fe recibida por los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se convierte en nuevo testimonio en el presente y esperaza de futuro. En esta perspectiva se pueden leer los dos eventos principales de este viaje: la beatificación de 124 mártires coreanos, que se añaden a los que ya canonizó hace 30 años san Juan Pablo II; y el encuentro con los jóvenes, en ocasión de la Sexta Jornada Asiática de la Juventud.
El joven es siempre una persona buscando algo por lo que valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo. Es más, de Alguno por el que vale la pena dar la vida. Esta realidad es el amor, es Dios que ha tomado carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a los jóvenes, el Espíritu del Señor Resucitado nos ha llenado de alegría y de esperanza, ¡que los jóvenes llevarán en sus diferentes países y que harán tanto bien!
La Iglesia en Corea custodia también la memoria del rol primario que tuvieron los laicos ya sean en los albores de la fe, como en la obra de evangelización. En esta tierra, de hecho, la comunidad cristiana no ha sido fundada por misioneros, sino de un grupo de jóvenes coreanos de la segunda mitad del 1700, quienes quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a fondo y lo eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para recibir el Bautismo y después, este laico, bautizó a su vez a sus compañeros. De ese primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde el inicio y durante casi un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Por tanto, la Iglesia en Corea está fundada en la fe, en el compromiso misionero y el martirio de los fieles laicos.
Los primeros cristianos coreanos tomaron como modelo a la comunidad apostólica de Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera cualquier diferencia social. Por eso he animado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el capítulo 25: "Todo lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos pequeños, me lo habéis hecho a mí". 
Queridos hermanos, en la historia de la fe que se desarrolla en Corea se ve como Cristo no anula las culturas, Cristo no anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos que atraviesan los siglos y los milenios buscando la verdad y practican el amor por Dios al prójimo. Cristo no elimina lo que es bueno, sino que lo lleva adelante, a cumplimiento.
Lo que sin embargo combate Cristo y derrota es al maligno, que siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría del dinero; que siembra el veneno de la nada en los corazones de los jóvenes. Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y lo ha vencido con su sacrificio de amor. Y si permanecemos en Él, en su amor, también nosotros, como mártires, podemos vivir y dar testimonio de su victoria. Con esta fe hemos rezado, y también ahora rezamos para que todos los hijos de la tierra coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan cumplir un camino de fraternidad y reconciliación.
Este viaje ha sido iluminado por la fiesta de la Asunción de María. Desde lo alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del pueblo de Dios, sostiene en los momentos de mayor cansancio, conforta a cuantos están en la prueba y tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por su materna intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, les done paz y prosperidad; y bendiga la Iglesia que vive en esa tierra, para que sea siempre fecunda y llena de la alegría del Evangelio.
Gracias.