Ernesto Juliá
El diálogo del cristiano con el mundo está alimentado por el afán de convertir el mundo a la Verdad de Cristo, a la Verdad que Cristo confió a su Iglesia
«El Amor es el que da la vida: por es la Iglesia es enviada a difundir en el mundo la caridad de Cristo, para que los hombres y los pueblos “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10)».
A estas palabras tan claras de Benedicto XVI podemos hoy añadir las que ha dicho Francisco a los Obispos de Asia: «El Buen Pastor, que conoce y ama a cada una de sus ovejas, guíe y sostenga vuestros esfuerzos para reunirlas en unidad con Él y con todos los demás miembros de su rebaño esparcidos por todo el mundo».
Francisco invita a los Obispos de Asia a seguir caminando en diálogo con los creyentes de otras religiones esparcidos por el continente asiático. Un diálogo, lógicamente, que no se agota en el hablar, y tampoco, siquiera, en manifestar a todos los hombres “la identidad cristiana de la Iglesia”. El diálogo del cristiano con el mundo está alimentado por el afán de convertir el mundo a la Verdad de Cristo, a la Verdad que Cristo confió a su Iglesia. El cristiano anhela “convertir”, “bautizar”, porque así envió Cristo a sus apóstoles al mundo: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he enseñado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 19-20).
Para esto ha venido al mundo Cristo: «Para que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la Verdad» (1 Tim 2, 4). Y la Iglesia, bien consciente de esa Voluntad de Dios, ha comenzado a ser proselitista desde sus primeros pasos sobre la tierra, y hubiera traicionado a su Fundador de no haber actuado así. El Espíritu Santo ha hecho, hace y hará, que eso no ocurra jamás. Siempre ha sido una Iglesia “en salida”, como le gusta decir a Francisco
La Iglesia no llega al último rincón del mundo como conquistadora de nada. Llega siempre como anunciadora de la «verdad de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado». Camina con todas las culturas y todas las civilizaciones del mundo, y siendo la suya una identidad superior y de otro orden a la de las civilizaciones y culturas, se injerta en los hombres de esas culturas, y cambia y, por su acción personal, privada y pública, enriquece y modifica las culturas y las civilizaciones.
La Verdad que anuncia Iglesia no es una cultura; y por tanto no tiene por qué acomodar su contenido al pensar de las diferentes culturas. Convive con todas las culturas, porque la Iglesia se puede “inculturalizar” en todas las culturas. Ese es el sentido del pluralismo religioso, y del pluralismo cultural. La Iglesia vive de igual manera en un mundo unicultural que en un mundo pluricultural.
La “atracción” de la que habla Francisco, y a la que se refirió Benedicto XVI cuando se dirigió a los obispos latinoamericanos en el santuario de la Aparecida el 13 de mayo de 2007, es el primer paso, la siembra que le permite a la Iglesia ser proselitista.
«La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por “atracción”: como Cristo “atrae a todos a sí” con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo, realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor». Esta es la frase completa de Benedicto XVI. Las palabras “cumple su misión” dan la clave para entenderla correctamente. La misión de la Iglesia subsiste solamente en cuanto prolongación de la de Cristo: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Y para realizar esa misión, la Iglesia es “proselitista”
Benedicto XVI estaba hablando en Brasil, y no es de extrañar que tuviera en la cabeza el sentido de la palabra “proselitismo” que se podía traslucir de la actuación de algunos grupos de animistas, espiritistas, mágicos, gnósticos, etc. etc. que pululan por Sudamérica buscando “prosélitos” con promesas engañosas de falsos paraísos, de finales inmediatos del mundo. Ejemplos no faltan, y son, por desgracia, tan semejantes a los “engaños” de yihadistas y otros “fundamentalistas” islámicos.
También, cuando dice: La Iglesia no hace proselitismo, Benedicto XVI es consciente del cambio de contenido que esa palabra ha sufrido por la acción de un tipo de “proselitismo protestante y similares” agresivo de los Testigos de Jehová, de los Adventistas del último día, de algunas confesiones Evangelistas y Evangelicales, etc., que nada tiene que ver con el arraigado, sereno y tradicional proselitismo de la Iglesia católica, que sigue manteniendo todo su sentido y significado.
La invitación de fondo que Francisco les dirige a los Obispos es la de “ser proselitistas”; la de convertir en “prosélitos” de Cristo también a los seguidores de esas corrientes, “culturas”, “civilizaciones”, engañosas y mentirosas.
Cristo nos habló muy claro: «animadles a entrar» les recomendó a los enviados a llenar el banquete nupcial; «sígueme», les dijo con toda claridad a Mateo y a los Apóstoles. A ninguno les quitó la libertad: sencillamente les animó a dar el paso definitivo para creer en Él, después de haberles “atraído” con su Amor.
Los cristianos no dejamos de emplear la palabra Amor, por muy bajo y pecaminoso que sea el sentido con que algunos la usan. ¿Por qué tenemos que dejar de emplear la palabra “proselitismo”, cuando “ser proselitistas” forma parte de la identidad de Cristo, de nuestra identidad en Él, con Él, por Él?