1/31/22

La cultura del envase

Martín Michel Rojas Rojas

“La cultura del envase desprecia los contenidos.”

 ¿Y tú..? ¿Eres un anticuado con contenido o un envase vacío?. “Estamos en la plena cultura del envase”.

El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo, el físico más que el intelecto y la misa más que Dios.

Así lo describe el periodista uruguayo Eduardo Galeano, quien con su gran talento para entender el mundo logra ponerle nombre y apellido a uno de tantos pensamientos que predominan en la actualidad.

Tanto envase tenemos que lo superfluo nos parece suficiente, hemos vaciado nuestra parte racional de nuestra caja de pensamiento para llenarla de migajas de información y prejuicios, los cuales solo pretenden implantarnos ideas de consumo y egocentrismo para seguir alimentando la premisa de fijarnos por encima y no a profundidad, desechando el fondo de las cosas, lo verdaderamente importante y esencial.

¿Qué vamos a comer? ¿En qué lugar costoso? ¿tiene relevancia esto mientras la familia se encuentre reunida? ¿De qué universidad vienes? ¿Qué celular tienes? ¿Qué coche traes? ¿La persona vale por su cascaron y marca? … conste que solo son preguntas.

Y es que cada vez es más común mirar con ojos que se cautivan con todo lo que resplandece a primera vista, más recordemos que no todo lo que brilla es oro.

Nos enganchamos con ideologías que resultan ser atractivas y de fácil salida, cuando en realidad poco a poco y silenciosamente van dañando a la persona. Somos una sociedad sobreexpuesta a resolver todo con violencia y a pensar con el menor esfuerzo. Con el aborto las madres aprenden a matar a sus hijos, con la eutanasia los hijos aprenden a matar a sus padres, con la eugenesia el gobierno aprende a matar a sus futuros ciudadanos, con los divorcios aprendemos a evitar el compromiso, con las redes sociales aprendemos a estar más solos, con la tecnología aprendemos a ser más inútiles, etc.

Somos la generación que se destruye a sí misma y que persigue su declive, “solo los peces muertos van con la corriente”, bien diría Diego Arranz en su libro que se titula con la misma frase, en donde muy atinado expone;  “he llegado a la conclusión de que este mundo está loco, de verdad que sí. No entiendo a la mayoría de las personas, el porque prefieren la estabilidad, la comodidad y no se atreven a salir de sus barreras del confort. Que se enfoquen mejor a conocerse a sí mismos y dimensionar de que son capaces. No entiendo porque siempre siguen la corriente, como peces muertos y se dejan arrastrar por pensamientos de otras personas.”

Tal parece que la cultura del envase es para quienes siguen las masas en plena era de la posmodernidad, pues ir contra-corriente esta pasado de moda, quien no la acepte será llamado “anticuado” y “retrógrada”, ofensas de la que todos tratan de huir y no ser etiquetados, una verdadera trampa para quien se compra este discurso. Sin embargo, como bien señala G.K. Chesterton “a cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales”.

Fuente: es.catholic.net/

1/30/22

«Ningún profeta es bien recibido en su tierra»

 

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la liturgia de hoy, el Evangelio narra la primera predicación de Jesús en su propio pueblo, Nazaret. El resultado es amargo: en lugar de recibir aprobación, Jesús encuentra incomprensión y también hostilidad (cf. Lc 4,21-30). Sus paisanos, más que una palabra de verdad, querían milagros, signos prodigiosos. El Señor no los realiza y ellos lo rechazan, porque dicen que ya lo conocen de pequeño: es hijo de José (cf. v. 22), etc. Así, Jesús pronuncia una frase que se ha convertido en proverbio para siempre: «Ningún profeta es bien recibido en su tierra» (v. 24).

Estas palabras revelan que el fracaso para Jesús no fue del todo inesperado. Conocía a su gente, conocía el corazón de los suyos, sabía el riesgo que corría, contaba con el rechazo. Así que podemos preguntarnos: pero si las cosas estaban así, si prevé el fracaso, ¿por qué va a su pueblo? ¿Por qué hacer el bien a personas que no están dispuestas a aceptarte? Es una pregunta que nos hacemos a menudo. Pero es una pregunta que nos ayuda a entender mejor a Dios. Ante nuestras cerrazones, Él no retrocede: no pone frenos a su amor. Ante nuestras cerrazones, Él sigue adelante. Vemos un reflejo de esto en aquellos padres que son conscientes de la ingratitud de sus hijos, pero no dejan de amarlos y hacerles el bien. Dios es así, pero a un nivel mucho más alto. Y hoy también nos invita a creer en el bien, a no escatimar esfuerzos para hacer el bien.

Sin embargo, en lo ocurrido en Nazaret encontramos algo más: la hostilidad hacia Jesús por parte de “los suyos” nos provoca: ellos no fueron acogedores... ¿Y nosotros? Para comprobarlo, veamos los modelos de acogida que propone Jesús hoy a sus paisanos y a nosotros. Son dos extranjeros: una viuda de Sarepta de Sidón y Naamán, el sirio. Ambos acogieron a los profetas: la primera a Elías, el segundo a Eliseo. Pero no fue una acogida fácil, sino que pasó por pruebas. La viuda acogió a Elías, a pesar de la hambruna y de que el profeta era perseguido (cf. 1 R 17,7-16), era un perseguido político religioso. Naamán, en cambio, a pesar de ser una persona de altísimo nivel, aceptó la petición del profeta Eliseo, que lo llevó a humillarse, a bañarse siete veces en un río (cf. 2 R 5,1-14), como si fuera un niño ignorante. La viuda y Naamán, en definitiva, aceptaron a través de la disponibilidad y la humildad. El modo de acoger a Dios es siempre estar dispuestos, acogerlo y ser humildes. La fe pasa por aquí: disponibilidad y humildad. La viuda y Naamán no rechazaron los caminos de Dios y sus profetas; fueron dóciles, no rígidos y cerrados.

Hermanos y hermanas, también Jesús recorre el camino de los profetas: se presenta como no nos lo esperamos. No lo encuentra quien busca milagros —si nosotros buscamos milagros no encontraremos a Jesús—, quien busca sensaciones nuevas, experiencias íntimas, cosas extrañas; quien busca una fe hecha de poder y signos externos. No, no lo encontrará. Solo lo encuentra, en cambio, quien acepta sus caminos y sus desafíos, sin quejas, sin sospechas, sin críticas ni caras largas. En otras palabras, Jesús te pide que lo acojas en la realidad cotidiana que vives; en la Iglesia de hoy, tal como es; en los que están cerca de ti cada día, en la concreción de los necesitados, en los problemas de tu familia, en los padres, en los hijos, los abuelos, acoger a Dios allí. Ahí está Él, invitándonos a purificarnos en el río de la disponibilidad, y en tantos y saludables baños de humildad. Se necesita humildad para encontrar a Dios, para dejarnos encontrar por Él.

Y nosotros, ¿somos acogedores, o nos parecemos a sus paisanos, que creían saberlo todo sobre Él? “Yo he estudiado teología, hice ese curso de catequesis... Lo sé todo sobre Jesús”. Sí, como un tonto... No hagas el tonto, tú no conoces a Jesús. Quizás, después de tantos años como creyentes, pensamos muchas veces que conocemos bien al Señor, con nuestras propias ideas y juicios. El riesgo es que nos acostumbremos, nos acostumbremos a Jesús. Y ¿cómo nos acostumbramos? Cerrándonos, cerrándonos a sus novedades, al momento en que Él llama a la puerta y te dice algo nuevo, quiere entrar en ti. Tenemos que salir de este permanecer fijos en nuestras posiciones. El Señor pide una mente abierta y un corazón sencillo. Y cuando una persona tiene una mente abierta, un corazón sencillo, tiene la capacidad de sorprenderse, de asombrarse. El Señor siempre nos sorprende, ésta es la belleza del encuentro con Jesús. Que la Virgen, modelo de humildad y disponibilidad, nos muestre el camino para acoger a Jesús.


 

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es el Día Mundial contra la Lepra. Expreso mi cercanía a quienes padecen esta enfermedad y espero que no les falte apoyo espiritual y atención sanitaria. Es necesario trabajar juntos para la plena integración de estas personas, superando cualquier discriminación asociada a una enfermedad que, desgraciadamente, sigue afectando a muchos, especialmente en los contextos sociales más desfavorecidos.

Pasado mañana, 1 de febrero, se celebrará el Año Nuevo Lunar en todo el Extremo Oriente, así como en varias partes del mundo. En esta ocasión, dirijo mis cordiales saludos y expreso el deseo de que en el nuevo año todos puedan disfrutar de paz, salud y una vida pacífica y segura. ¡Qué bonito es cuando las familias encuentran ocasiones para reunirse y vivir momentos de amor y alegría! Muchas familias, por desgracia, no podrán reunirse este año a causa de la pandemia. Espero que pronto podamos superar la prueba. Por último, espero que, gracias a la buena voluntad de los individuos y a la solidaridad de los pueblos, toda la familia humana pueda alcanzar con renovado dinamismo metas de prosperidad material y espiritual.

En la víspera de la fiesta de san Juan Bosco, quiero saludar a los salesianos y salesianas que tanto bien hacen en la Iglesia. He seguido la misa celebrada en el santuario de María Auxiliadora [en Turín] por el Rector Mayor, Ángel Fernández Artime, y recé con él por todos. Pensemos en este gran santo, padre y maestro de la juventud. No se encerró en la sacristía, no se encerró en sus cosas. Salió a la calle a buscar a los jóvenes, con esa creatividad que le caracterizaba. Mis mejores deseos para todos los salesianos y salesianas.

Saludo a todos, fieles de Roma y peregrinos de diversas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de Torrejón de Ardoz, en España, y a los estudiantes de Murça, en Portugal.

¡Con cariño saludo a los chicos y chicas de la Acción Católica de la Diócesis de Roma! Están aquí en grupo. Queridos jóvenes, también este año, acompañados por vuestros padres, educadores y sacerdotes asistentes, habéis venido —un pequeño grupo, debido a la pandemia— a la conclusión de la Caravana de la Paz. Vuestro lema es "Recosamos la paz". Bonito lema. Es importante. Hay mucha necesidad de "recoser", empezando por nuestras relaciones personales, hasta las relaciones entre Estados. Gracias. ¡Seguid adelante! Y ahora soltad vuestros globos al cielo en señal de esperanza… ¡Bien! Es un signo de esperanza que los jóvenes de Roma nos traen hoy, esta “caravana por la paz”.

Les deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.

1/29/22

El hijo del artesano

4.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C)


Evangelio (Lc 4,21-30)

Y comenzó a decirles:

—Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.

Todos daban testimonio en favor de él y se maravillaban de las palabras de gracia que procedían de su boca y decían:

—¿No es éste el hijo de José?

Entonces les dijo:

—Sin duda me aplicaréis aquel proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo». Cuanto hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu tierra.

Y añadió:

—En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Os digo de verdad que muchas viudas había en Israel en tiempos de Elías, cuando durante tres años y seis meses se cerró el cielo y hubo gran hambre por toda la tierra; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Muchos leprosos había también en Israel en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado, más que Naamán el Sirio.

Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira y se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.


Comentario

Todos en la sinagoga de Nazaret quedan asombrados ante el escueto comentario que hace Jesús al texto de Isaías que acaba de leer: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. Habla con una autoridad que sorprende, y que parece presuntuosa a sus conciudadanos, refiriendo las palabras del profeta a sí mismo y a su misión.

Es comprensible que se asusten, e incluso se escandalicen, cuando aquel al que conocen desde niño se pone a sí mismo como punto de referencia para la interpretación de la Sagrada Escritura. Pero “¿no es éste el hijo de José?”, comentan entre sí, ¿no es el hijo de un pobre carpintero de aquí mismo, el muchacho que trabaja en el taller de su padre?

Jesús es un hombre normal, un buen trabajador manual, de una sencilla aldea. Es uno más del pueblo. Pero lo que se rumorea de sus acciones en Cafarnaún y lo que está diciendo ahora lo sitúan en el ámbito de Dios. Su origen es notorio, de una parte, y desconocido de otra. ¿Quién es realmente Jesús? Esa es la gran pregunta a la que responden los Evangelios: Jesús el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para redimirnos de nuestros pecados y para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar[1].

Jesús es perfectus Deus, perfectus homo, perfecto Dios y hombre perfecto, y el primer ejemplo que nos da, durante la mayor parte de los años de su vida, es el de un buen profesional. ¿Cómo no sentir la atracción de esa vida de Jesús tan cercana a la nuestra? “Toda la vida del Señor me enamora –comenta San Josemaría-. Tengo, además una debilidad particular por sus treinta años de existencia oculta en Belén, en Egipto y en Nazaret. Ese tiempo -largo-, del que apenas se habla en el Evangelio, aparece desprovisto de significado propio a los ojos de quien lo considera con superficialidad. Y, sin embargo, siempre he sostenido que ese silencio sobre la biografía del Maestro es bien elocuente, y encierra lecciones de maravilla para los cristianos. Fueron años intensos de trabajo y de oración, en los que Jesucristo llevó una vida corriente -como la nuestra, si queremos-, divina y humana a la vez; en aquel sencillo e ignorado taller de artesano, como después ante la muchedumbre todo lo cumplió a la perfección”[2].

Jesús actúa con una naturalidad y sinceridad transparentes, como quien es, sin buscar ser admirado y sin miedo a ser mal entendido. Ante el asomo de crítica que percibe en la actitud de sus conciudadanos no realiza el prodigio que satisfaga su curiosidad malsana y le atraiga la admiración de todos, ni modera su discurso quitando fuerza a la verdad. Por eso sus palabras son provocativas: “ningún profeta es bien recibido en su tierra”, y los ejemplos que aduce, también lo son: menciona dos milagros citados en los libros sagrados, uno de Elías y otro de Eliseo, en los que los beneficiarios no eran israelitas sino extranjeros.

La reacción de quienes lo escuchaban en la sinagoga no se hizo esperar: “se llenaron de ira y se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle”.

¿Es Jesús un provocador? Nada más lejos de la realidad. Es un hombre sereno, que se retira con calma entre gentes enfurecidas. Es alguien plenamente coherente. No se ajusta a lo que los otros desean ver o escuchar, sino que, desde el principio, se comporta del modo que luego proclamará solemnemente ante Pilato: “para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). Trabajo bien hecho, verdad, y coherencia de vida, así se manifiesta la personalidad de Jesús.


Fuente: opusdei.org


Es religiosa o no será

ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Resulta natural que en las páginas de Religión de El Debate comente el significativo lapsus que he tenido en las páginas de la revista católica Misión. Me encargaron un reportaje sobre el premio y la colección Adonáis de poesía, que ha cumplido 75 esplendorosos años. Es el sello vigente más antiguo dedicado a la poesía en España. Lo hice encantado, poniendo por las nubes la trayectoria del premio (que es impresionante) y su catálogo de obras publicadas (que apabulla).

Sin embargo, me olvidé mencionar su conexión con el catolicismo. Ni mu. Ni palabra. Es un lapsus significativo en sus dos dimensiones. Por la revista que me pedía el trabajo y por la editorial que ampara a Adonáis, que es Rialp, y que está vinculada al Opus Dei. No se puede achacar tampoco a que yo ejerza el catolicismo secreto ni que me vaya el camuflaje.
¿A qué? Pues a que ni el catálogo ni los premiados han sido nunca confesionales. Se ha premiado y se ha publicado poesía católica, sí, y también más genéricamente cristiana, y poesía agnóstica, indiferente y atea. De todo.
¿Por indiferentismo? Oh, no, qué va. Es algo muchísimo más interesante, y que explica el interés de Rialp por mantener el sello Adonáis y su prestigio y el interés de la revista Misión por dedicarle unas páginas y la conveniencia de que El Debate recoja esta columna en su sección de Religión. La realidad es que la poesía no necesita ser explícitamente religiosa para serlo ontológicamente.
Hay un hecho latente que Dámaso Alonso acertó a formular con claridad meridiana: «Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios en la Belleza. Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego, acaso. Se volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del misterio, llegará quizá a la blasfemia. No importa. Si trata de reflejar el mundo, imita la creadora actividad. Cuando lo canta con humilde asombro, bendice la mano del Padre. Si se resuelve, iracunda, reconoce la opresión de la poderosa presencia. Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así va la poesía de todos los tiempos en busca de Dios…». Con más brevedad, abundó el poeta brasileño Mario Quintana: «Los poetas son los únicos que no pueden hablar contra los absurdos de la religión. Incluso aquellos que se juzgan materialistas deben estar ingenuamente aludidos: la poesía es un síntoma de lo sobrenatural». De la poesía de todos los tiempos se puede decir lo que alguien de algún siglo: o será religiosa o no será.
Las razones son múltiples. Dios, para empezar, crea el mundo con su palabra. Dijo: «Hágase la luz» y la luz se hizo, dejándonos el modelo insuperable de la capacidad poética. El Hijo –nada menos que el Verbo– escribió sobre la arena y no sabemos qué puso, pero en el gesto se hermanó (casi una kénosis) con la suerte rastrera que tienen la mayoría de los poemas que hacemos, pasto del olvido; la inspiración del Espíritu Santo es el don suyo al que más aspiramos los escritores se lo supliquemos explícitamente o no, etc. Pero la explicación más bonita es la de Santo Tomás de Aquino.
Nos recuerda el aquinate la unidad que existe entre la verdad, la bondad y la belleza. En última instancia, remiten a Dios al unísono. Una verdad, la diga quien la diga, la dice el Espíritu Santo, dijo el filósofo; y lo mismo pasa cuando se escribe o se reproduce cualquier belleza. Por eso, todo poema, aunque de Dios se aparte –como también dijo Mario Quintana–, si es verdadero, es hermoso y, por tanto, apunta a Dios. Si es en los espacios en blanco de las entrelíneas o es las líneas negras del texto propiamente escrito, eso da básicamente igual.
La colección Adonáis realiza perfectamente su vocación si premia y publica poemas hermosos. Y la revista Misión cumple la suya recordando a sus muchísimos lectores que se sigue haciendo poesía muy estimable y que Adonáis ha celebrado su cumpleaños. El Debate pone su pica en Flandes recordando la fuente de la poesía que mana y corre incluso en este mundo tan agitado. Y el lector hará muy bien en leer alguna vez poesía, y todavía mejor en estar atento siempre a la belleza cotidiana. Ahí también nos espera Dios. 

Fuente: eldebate.com

1/28/22

La nueva cultura del envase

Edgardo Flores

“Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido.” (Eduardo Galeano)

Recuerdo el caso de una veinteañera que salía con un “galán” y estaban conociéndose, por decir “saliendo”, en mi época se decía “checar”. Ese “salir” es el puente para conocerse, convivir, mirarse, escucharse, y reconocer si se quiere iniciar una relación. De forma casual y de la nada, el galán comenzó a salir con otra niña, diferente, superficial y de ahí ellos se convirtieron en novios. De esto nunca se habló, nunca se expresó, todo siempre se quedó en intermitentes. Ella, una joven con mucha esencia, mucha vida interior y de reflexión, me decía: ¿Porqué todos corren a lo fácil? Y yo le decía que aprendiera a esperar, que aunque batallara para coincidir con jóvenes que quieran ir a profundidad, que tengan una conversación mayor a las ocurrencias de fin de semana, con valores cómo los de ella e intereses por encima cómo muchos, llegará ese niño que sepa valorar esa esencia, ese niño diferente a los demás que valore lo que hay en el interior.

Mentiría si digo que no observo una juventud con la nariz y el cuerpo perfecto, con niñas que parecen modelos, pero sin conversación. Con jóvenes guapísimos y bien vestidos, pero sin ganas de esforzarse por crecer cómo hombres y vencer retos profesionales. Y no es que quisiera generalizar, pero me salta y lo veo constantemente. No solamente los jóvenes, sino los adultos. Toda mujer nos esforzamos y damos latigazos por tener ese cuerpo perfecto, incluso las que somos mamás de hijos pequeños y estamos en nuestros treintas. Nos preocupamos mucho por el envase, y le dedicamos poco a lo interior.

Maquiavelo tenía razón cuándo decía que pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos. Y es que nos hemos convertido en una sociedad en la que se han ido transgiversando ciertos valores y han cambiado las escalas. Vivimos hoy en un mundo dónde se valoran más otras cosas, que la forma de ser y de pensar.

Nuestra sociedad hoy carece de líderes, de hombres y mujeres que vivan con integridad, de hombres y mujeres auténticos, que demuestren con su carisma cierta “gracia” y fuerza. Hemos ido tolerando que el hedonismo y el materialismo vayan consumiendo nuestras comunidades. Hemos ido tolerando todo tipo de acciones, al grado que en ocasiones, no sabemos distinguir entre el bien y el mal. Todo vale, todo se puede, y nada sirve lo suficiente. Estamos viviendo en una sociedad hueca, que busca la complacencia a sí mismo en todos los aspectos, que busca el poder y estar mejor o por encima de otros. Esta sociedad ha ido también transformando a cada persona que formamos parte de ella, contribuyendo a forjar seres más egoístas e individualistas, más insolidarios y egocéntricos, que con acciones expresan a gritos “Primero lo mío” a toda costa. Esto sin duda, es el reflejo de un vacío existencial.

Viktor Frankl, fundó la Logoterapia después de haber sobrevivido de un campo de concentración, y muchas de sus ideas se fundan, en que cuándo el hombre se cuestiona su propia existencia, vive la angustia de elegir el camino adecuado, y esa  angustia. provoca angustia, pero hay que permitirnos vivirla. La realidad es que a mayor superficialidad, mayor angustia.

Permítete cuestionarte: ¿Te sientes vacío? Voltea a tu interior.

¿Qué haces por Dios, por TI, y por los demás? Busca conocerte, busca ver que hay adentro de ti. Que rencores y resentimientos tienes que soltar, qué inseguridades no te permiten avanzar, acepta a quién necesitas perdonar, pedir perdón y perdonarte. Examina cómo son tus amistades, si te quieren por quien eres o sólo te usan. Identifica 3 fortalezas o talentos y 3 valores en los que aportes algo positivo en los demás. Comprométete en hacer algo que nutra tu ambiente y aporte valor en dónde trabajas, convives, ayudas y vives. 

¿Quieres comenzar a trabajar en tu valía personal?

Mira lo que hay adentro de ti con total honestidad, abrázalo, acéptalo y ámalo. No hay forma de crecer cómo personas si no nos adentramos a nuestro propio viaje.

“El hombre es un ser de pregunta, pero también es un ser de respuesta. El hombre es un ser que cuestiona, pero es también un ser que espera. El hombre es un ser que duda, pero también busca una respuesta. El valor del ser humano no está sujeto a una corriente ideológica, sino que es inherente a cada uno; no está ligado a una marca, sino a la esencia humana; no está configurada por el estatus, sino a la vida; no lo determina el tener, sino el ser.

El vacío existencial, reflejo de una sociedad posmoderna, es fruto de la carencia del valor más importante: el valor de la existencia humana.” 

Fuente: vanguardia.com.mx/

1/27/22

Casarse versus convivir

Juan Luis Selma

Las pasiones ciegan, todos los sabemos. El amor probado necesita tiempo, espera

En varias ocasiones han intentado convencerme de la conveniencia de vivir juntos antes de contraer matrimonio. En la última me decían que eso de casarse es muy serio y que tenían que estar seguros de conocerse bien; esto justifica la previa convivencia. De hecho, lo moderno es que los jóvenes deciden, al poco de conocerse, vivir como pareja. Lo triste es que este “gran conocimiento” no garantiza que el asunto vaya a salir bien. El Instituto de Política Familiar afirma que de cada diez matrimonios que se producen en España, siete acaban en ruptura y la mayoría han estado conviviendo antes.

Otra cuestión paralela que nos podemos hacer es cómo le ha ido a la familia la supresión del llamado tabú sexual. ¿Ahora que nos hemos liberado de las represiones tradicionales le va mejor a la familia? Creo que la respuesta es obvia: la desinhibición no ha llevado de la mano ni el respeto ni la satisfacción. Los delitos, adicciones y aberraciones en este campo crecen de un modo alarmante.

Hace un tiempo fui testigo involuntario de una discusión callejera. Un chico decía, a voz en grito en medio de la calle, a ella: “No habíamos quedado que el primero que se cansara se iba, pues yo me he cansado. Ahí te quedas”. No me cabe duda de que lo que lleva a una pareja a emprender una vida en común es el enamoramiento. Dicen: como nos queremos, nos juntamos. Así parece muy bonito y si, además, se hace pensando en una preparación para el posible matrimonio, incluso plausible.

Pero el sentido común, reforzado por el religioso, nos dice que hay otros factores a tener en cuenta. Nadie pone su salud en manos de un estudiante novel de medicina, ni deja que un alumno primerizo de derecho le lleve un pleito de consideración. Las cosas importantes hay que prepararlas, llevan mucho estudio y discernimiento. Uno con la familia se juega mucho: la felicidad. Y, la sociedad, su pervivencia.

Muchos siglos de sabiduría acumulada han aconsejado un noviazgo serio. Un tiempo para conocerse bien, guardando las distancias. No siempre la demasiada cercanía ofrece buenas perspectivas; si además añadimos el ingrediente de la promiscuidad sexual, es más difícil ser objetivos. Las pasiones ciegan, todos los sabemos. El amor probado necesita tiempo, espera.

Siguiendo nuestro razonamiento, no es lo mismo cortar una relación, en la que ha habido distancia y respeto, que otra, en la que ha habido una íntima convivencia. En este caso se producen más heridas: se ha dado mucho, se ha compartido tanto, como para no poder decir que lo dejamos y no pasa nada. Mis convicciones y la enseñanza de la Iglesia dictan no entregar el cuerpo a quien no se ha entregado el alma, la vida. Para ser una sola cosa hace falta un compromiso, una entrega total, incondicionada, libre.

El matrimonio añade algo importante al enamoramiento: la decisión de quererse. Como te quiero decido quererte para siempre, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en le penuria, en la juventud y en la vejez. Nadie desea que le quieran un poquito, o un fin de semana, o una temporada: el amor pide plenitud o no es tal. Esta decisión o compromiso es más que sentimiento, ilusión, cosquilleo. Es libertad, razón, elección. Es algo pensado, sopesado, decidido. Por supuesto que, avalado por el amor, pero apalancado por todo el ser, por las convicciones. No es una probativa, un capricho, un ensueño.

Hoy vemos la alegre presencia de Jesús en las bodas de un pueblo cercano al suyo, en Caná. Después de las bodas hay una gran fiesta, y no es para menos: se ha formado una nueva familia. Siempre me ha llamado la atención que el primer milagro de Jesús fue transformar el agua en el mejor de los vinos. El motivo, que no quedaran mal los recién casados por la escasez del vino. Y todo, gracias a la finura de una gran mujer: María, que se da cuenta de la falta de vino, del preciado líquido. Dios bendice el matrimonio, asiste a las familias. La cuida y protege.

Para los cristianos, el matrimonio es tan grande y santo que es un sacramento. Casarse por la Iglesia su pone la bendición de Dios, su gracia y ayuda. Su compañía y consejo. Llevar al altar el amor humano es reconocer su grandeza, su misterio. Acudir a que Dios bendiga ese compromiso supone el reconocimiento de nuestra pequeñez, es un acto de humildad. Es decir: Señor, enséñame a amar. Acrecienta mi amor, ayúdame, porque solo yo no puedo. Además, la Iglesia nos ofrece su ayuda y experiencia en los cursillos prematrimoniales; nadie sabe casarse, formar una familia. Y, como una buena madre, sale en nuestra ayuda.

Esto no garantiza que todo vaya a salir bien, pero sí que no estamos solos. Que podemos tejer un gran amor, si nos dejamos ayudar.


Fuente: eldiadecordoba.es/

1/26/22

San José, hombre que "sueña"

 El Papa en la Audiencia General


Catequesis sobre san José 9. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera detenerme en la figura de san José como hombre que sueña. En la Biblia, como en las culturas de los pueblos antiguos, los sueños eran considerados un medio a través del cual Dios se revelaba [1]. El sueño simboliza la vida espiritual de cada uno de nosotros, ese espacio interior, que cada uno está llamado a cultivar y custodiar, donde Dios se manifiesta y a menudo nos habla. Pero también debemos decir que dentro de cada uno de nosotros no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y confundirnos. Por tanto, es importante lograr reconocer la voz de Dios en medio de las otras voces. José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y, sobre todo, tomar las decisiones justas delante de la Palabra que el Señor le dirige interiormente. Nos hará bien hoy retomar los cuatro sueños narrados en el Evangelio y que le tienen a él como protagonista, para entender cómo situarnos ante la revelación de Dios. El Evangelio nos cuenta cuatro sueños de José.

En el primer sueño (cf. Mt 1,18-25), el ángel ayuda a José a resolver el drama que le asalta cuando se entera del embarazo de María: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (vv. 20-21). Y su respuesta fue inmediata: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado» (v. 24). Muchas veces la vida nos pone delante de situaciones que no comprendemos y parece que no tienen solución. Rezar, en esos momentos, significa dejar que el Señor nos indique cuál es la cosa justa para hacer. De hecho, muy a menudo es la oración la que hace nacer en nosotros la intuición de la salida, cómo resolver esa situación. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nunca permite un problema sin darnos también la ayuda necesaria para afrontarlo. No nos tira ahí en el horno solos. No nos tira entre las bestias. No. El Señor cuando nos hace ver un problema o desvela un problema, nos da siempre la intuición, la ayuda, su presencia, para salir, para resolverlo.

Y el segundo sueño revelador de José llega cuando la vida del niño Jesús está en peligro. El mensaje está claro: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). José, sin dudarlo, obedece: «Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes» (vv. 14-15). En la vida todos nosotros experimentamos peligros que amenazan nuestra existencia o la de los que amamos. En estas situaciones, rezar quiere decir escuchar la voz que puede hacer nacer en nosotros la misma valentía de José, para afrontar las dificultades sin sucumbir.

En Egipto, José espera la señal de Dios para poder volver a casa; y es precisamente este el contenido del tercer sueño. El ángel le revela que han muerto los que querían matar al niño y le ordena que salga con María y Jesús y regrese a la patria (cf. Mt 2,19-20). José «se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (v. 21). Pero precisamente durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí» (v. 22). Y ahí está la cuarta revelación: «y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret» (vv. 22-23). También el miedo forma parte de la vida y también este necesita de nuestra oración. Dios no nos promete que nunca tendremos miedo, sino que, con su ayuda, este no será el criterio de nuestras decisiones. José siente el miedo, pero Dios lo guía a través de él. El poder de la oración hace entrar la luz en las situaciones de oscuridad.

Pienso en este momento en muchas personas que están aplastadas por el peso de la vida y ya no logran ni esperar ni rezar. Que san José pueda ayudarles a abrirse al diálogo con Dios, para reencontrar luz, fuerza y paz. Y pienso también en los padres ante los problemas de los hijos. Hijos con tantas enfermedades, los hijos enfermos, también con enfermedades permanentes: cuánto dolor ahí. Padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos; cómo gestionar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud condenatoria. Padres que ven a los hijos que se van, mueren, por una enfermedad y también —es más triste, lo leemos todos los días en los periódicos— jóvenes que hacen chiquilladas y terminan en accidente con el coche. Los padres que ven a los hijos que no van adelante en la escuela y no saben qué hacer… Muchos problemas de los padres. Pensemos cómo ayudarles. Y a estos padres les digo: no os asustéis. Sí, hay dolor. Mucho. Pero pensad cómo resolvió los problemas José y pedid a José que os ayude. Nunca condenar a un hijo. A mí me da mucha ternura —me daba en Buenos Aires— cuando iba en el autobús y pasaba delante de la cárcel: estaba la fila de personas que tenían que entrar para visitar a los presos. Y había madres ahí que me daban mucha ternura: delante del problema de un hijo que se ha equivocado, está preso, no le dejaban solo, daban la cara y lo acompañaban. Esta valentía; valentía de papá y mamá que acompañan a los hijos siempre, siempre. Pidamos al Señor que dé a todos los padres y a todas las madres esta valentía que dio a José. Y después rezar para que el Señor nos ayude en estos momentos.

Pero la oración nunca es un gesto abstracto o intimista, como quieren hacer estos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos. No, no es eso. La oración siempre está indisolublemente unida a la caridad. Solo cuando unimos a la oración el amor, el amor por los hijos por el caso que he dicho ahora o el amor por el prójimo, logramos comprender los mensajes del Señor. José rezaba, trabajaba y amaba —tres cosas bonitas para los padres: rezar, trabajar y amar— y por esto recibió siempre lo necesario para afrontar las pruebas de la vida. Encomendémonos a él y a su intercesión.

San José, tú eres el hombre que sueña,
enséñanos a recuperar la vida espiritual
como el lugar interior en el que Dios se manifiesta y nos salva.
Quita de nosotros el pensamiento de que rezar es inútil;
ayuda a cada uno de nosotros a corresponder a lo que el Señor nos indica.
Que nuestros razonamientos estén irradiados por la luz del Espíritu,
nuestro corazón alentado por Su fuerza
y nuestros miedos salvados por Su misericordia. Amén.

 


[1] Cfr  Gen 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32;  Nm 12,6;  1 Sam 3,3-10;  Dn 2; 4;  Jb 33,15.

 


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de san José, maestro de vida interior, pidamos al Señor que nos conceda un corazón orante y misionero, abierto al diálogo con Él y disponible para ayudar a los hermanos y hermanas que más lo necesitan. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

LLAMAMIENTO

Mañana se celebra el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Es necesario recordar el exterminio de millones de judíos y personas de diferentes nacionalidades y creencias religiosas. ¡Esta indescriptible crueldad no debe repetirse más! Hago un llamamiento a todos, especialmente a los educadores y a las familias, para que favorezcan en las nuevas generaciones la conciencia del horror de esta página negra de la historia. No hay que olvidarla, para que se pueda construir un futuro donde la dignidad humana ya no sea pisoteada.


 

Antes del rezo del Padrenuestro

Y ahora, con el Padrenuestro, los invito a rezar por la paz en Ucrania, y a hacerlo muchas veces a lo largo de este día. Pidamos con insistencia al Señor que esa tierra pueda ver florecer la fraternidad y superar las heridas, los miedos y las divisiones. Hemos hablado del holocausto. Pero piensen que [también en Ucrania] fueron exterminadas millones personas [entre 1932 - 1933]. Es un pueblo que sufre; ha pasado hambre, ha sufrido muchas crueldades y se merece la paz. Que las oraciones e invocaciones que hoy se elevan al cielo toquen las mentes y los corazones de los responsables en la tierra, para que hagan prevalecer el diálogo y antepongan el bien de todos a los intereses particulares. Recemos por la paz con el Padrenuestro, que es la oración de los hijos que se dirigen al mismo Padre, la oración que nos hace hermanos, la oración de los hermanos que piden reconciliación y concordia. Pero por favor, nunca la guerra.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy reflexionamos sobre san José como hombre que sueña. Los sueños simbolizan la vida espiritual de cada persona, ese espacio interior donde Dios se manifiesta y nos habla. Pero en nuestro interior también hay otras voces, que pueden condicionarnos y confundirnos —por ejemplo, nuestros miedos—, y por eso es importante aprender a hacer silencio, como san José, para reconocer la voz de Dios y discernir lo que Él nos quiere revelar.

El Evangelio menciona cuatro sueños que tuvieron a José como protagonista. Escuchando la Palabra que Dios le dirigía por medio de esos sueños, y respondiendo a ella con obediencia y docilidad, José encontró la fuerza y la valentía necesarias para poder afrontar las dificultades. También nosotros, por medio de la oración, aunque tengamos que enfrentar problemas que parecen no tener solución, podemos experimentar la presencia de Dios que nos ilumina, que nos transforma y que nos sostiene.


Fuente: vatican.va

Dicen que no son tristes las despedidas: dile a quien te lo dijo que se despida

Fuente: elsiglodedurango.com.mx/

En su intervención Niceto Alcalá Zamora expone: ¿Y ahora para concluir: dicen que no son tristes las despedidas; dile a quien te lo dijo que se despida?

 Todavía hace unas semanas, los caminos y carreteras del estado de Durango, y seguramente de buena parte de la República, eran cruzados por todo tipo de automóviles de marcas diversas, pero con un distintivo común: un moño rojo al frente del vehículo. Eran los paisanos que procedentes de la Unión Americana venían unos a pasar la Navidad; otros a visitar las tumbas de sus parientes, algunos a los tamales y los buñuelos, muchos a ¿chupar? y los más a recordar días pasados, cuando en sus comunidades soñaban con buscar mejores horizontes en ?el otro lado?; hacer fortuna y retornar para emprender un negocio o cultivar en grande las parcelas y afincarse definitivamente en su país. Ese fenómeno recurrente lo observamos año con año, pero también vemos cómo pasada la euforia decembrina, en las casas otrora alegres reina la desolación, la soledad, la tristeza, la nostalgia. Como vinieron se fueron. Los patios y los corrales son invadidos por la basura, producto de los paquetes que adornaban los regalos traídos; por los residuos de comida, y eso sí, botellas de licor y latas de cerveza por doquier, vaciadas por las gargantas de los visitantes que entusiasmados platicaban a los de aquí de sus aventuras; de los enfrentamientos con los ¿bolillos?, con los mayordomos y con los patrones durante años.

Pero? ¿se fueron para no volver? Existe una conseja pueblerina que enseña que todo buen cristiano tarde o temprano regresa al lugar donde ¿está enterrado su ombligo? y que lo hará ande donde ande; que lo perseguirá el llamado de la tierra y la voz de su pueblo que lo reclama para reenergizarlo y con mayores bríos prosiga en la conquista del mundo. Todo parece indicar que aquel aserto es verídico, pues usted se habrá encontrado personas que hace décadas no veía y repentinamente transitan por esas calles de Dios. Un buen amigo de Guadalupe Victoria me platicó que recientemente visitó un poblado de ese precioso municipio una señora. Al encontrárselo le preguntó si no la recordaba. Sin pensarlo, con sinceridad le dijo que no. Le dio su nombre, pero mi paisano siguió sin saber de quién se trataba, hasta que le enumeró a sus familiares, muchos de los cuales ya murieron. Ella, desde que era pequeña, salió de la localidad. Durante mucho tiempo abrigó la esperanza de regresar, hasta que finalmente su anhelo se cumplió y junto con él uno de sus deseos, acariciado durante su larga ausencia: columpiarse de un frondoso árbol, que se yergue a la vera del arroyo de la población, lo cual hizo muchas veces en su tierna edad.

Todo lo anterior viene a cuento a propósito de la lectura del libro Derecho Procesal en serio y en broma, del tratadista Niceto Alcalá Zamora y Castillo, quien formara parte de los refugiados españoles y que junto con muchos otros juristas enriquecieron el derecho mexicano y también otras áreas del saber. En las palabras escritas por el licenciado Francisco García Jimeno, rector de la Escuela Libre de Derecho, le dice: ¿El maestro, después de treinta años de hallarse entre nosotros, retorna definitivamente a su nativa España. Larga estadía que ha hecho fecunda su infatigable labor al servicio de México?. Precioso, pero no menos melancólico adiós. En su intervención Niceto Alcalá expone: ¿Y ahora para concluir: dicen que no son tristes las despedidas; dile a quien te lo dijo que se despida?; y narra una anécdota que describe la eterna añoranza de todo ser humano y en forma particular de aquellos que por una u otra razón anda fuera de su suelo y su perenne deseo de regresar al mismo antes de que su vida se apague. Menciona que en el año de 1928, con motivo de un crucero que realizó por el Mediterráneo, llegó a la Isla de Rodas y subió a un coche tirado por caballos para recorrer la ciudad. Cuando el cochero se puso en marcha, un muchacho de entre ocho y diez años se acercó a conversar con éste, que era su padre, en un diáfano castellano del siglo XV. El maestro, gratamente sorprendido (él era español), interpeló a aquel respecto de su origen. El hombre, que seguramente era analfabeto y que ante un mapa quizá no localizaría España, le hizo saber que no era de Rodas, sino de Ávila de Caballeros, ¿la ciudad con murallas de ensueño, la tierra de Santa Teresa y su paisano San Juan de la Cruz?, datos de los cuales seguramente no sabía nada como tampoco de la madre patria. Lo único que dominaba aquel caballero era el idioma. Tan es así que, como ya quedó anotado, dialogaba con una inusitada fluidez y en la misma lengua le platicó que en su casa de Rodas guardaba como una reliquia, pensando en un quimérico retorno, la llave -gigantesca- de su casa de Ávila, transmitida de generación en generación a lo largo de más de cuatrocientos años. ¿Cuántas llaves, propiedad de duranguenses, no estarán guardadas allende las fronteras?


1/25/22

La vocación

Enrique Gª-Máiquez

Su objetivo era hacer ver a los niños que muchas veces nos movemos por utilitarismo, y que no tenemos en cuenta ni nuestra vocación, ni la libertad de elección de los demás

 Cada vez que mi hijo afirma que quiere ser escritor, los circundantes ponen cara de circunstancias. Yo sonrío. Y nos reímos en cuanto nos cuenta el motivo: es un trabajo que se hace tumbado, leyendo, y, a lo sumo, en una silla ergonómica. Sin embargo, un día llegó del colegio con 9 años diciendo que iba a ser filósofo.

Los pequeños habían tenido una visita del profesor de filosofía don José María Gallardo, y les había contado el mito de la caverna y el apasionante desafío de salir a la luz de la verdad. Mi hijo se confesaba deslumbrado. Era capaz hasta de dejar la silla ergonómica. Sentí algo parecido a los celos, pero me repuse, asumí que, al fin y al cabo, la filosofía era un ascenso; y escribí al profesor para felicitarle por la pasión que sabía insuflar. Me contestó con una evasiva humildad, que me admiró aún más.

Anteayer, al salir de su inesperado funeral, me enteré de que Gallardo hacía un experimento con sus alumnos de bachillerato (que era, como confirmé al llegar a casa, el que había hecho con mi hijo y conmigo). Les pedía que contaran a sus padres que la primera clase de filosofía les había gustado tanto que iban a estudiar esa carrera. Su objetivo era hacer ver a los niños que muchas veces nos movemos por utilitarismo, y que no tenemos en cuenta ni nuestra vocación ni la libertad de elección de los demás. Un año, a un alumno se le ocurrió grabar la conversación con su padre, mientras éste le decía que era gilipollas, que se iba a morir de hambre, etc. Gallardo lo consideró un éxito descomunal de su experimento.

Él predicaba con el ejemplo y no interfería en las vocaciones de sus alumnos. Incluso siendo un profesor anarquistoide y que había sobrellevado una mili mítica, respetaba a los alumnos con vocación militar, que tanto abundan en el colegio Guadalete, que era el suyo, fue el mío y es el de mi hijo. Apenas los picaba un poco por su prematura marcialidad.

Ahora, cuando esos "militronchos", como socráticamente los llamaba, se han enterado en la Escuela Naval de su muerte, han organizado, conmovidos, una misa. Hay cientos de historias de cariño más, pero ésta vale como botón de muestra de su enorme respeto a las vocaciones de cada cual, y de su fidelidad a la suya de numerario del Opus Dei, de profesor y de filósofo. Ha salido definitivamente de la caverna, dejándonos el ejemplo de su amor a la libertad, de su fidelidad y de su alegría, ya colmadas.

Fuente: diariodecadiz.es/

Escuchar con los oídos del corazón

Mensaje del Papa para la 56ª Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebrará el próximo 29 de mayo


 «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar» (St 1, 19)

Queridos hermanos y hermanas: El año pasado reflexionamos sobre la necesidad de “ir y ver” para descubrir la realidad y poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos  y del encuentro  con las personas. Siguiendo en esta línea, deseo ahora  centrar la atención sobre otro verbo, “escuchar”, decisivo en la gramática de la comunicación y condición para un diálogo auténtico.

En efecto, estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante, sea en la trama normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas  más  importantes de  la vida civil. Al  mismo  tiempo,  la  escucha  está  experimentando un nuevo e importante desarrollo  en el campo comunicativo e informativo, a  través de las diversas  ofertas de  podcast  y chat  audio, lo que confirma que escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana.

A un ilustre médico, acostumbrado a curar las heridas del alma, le preguntaron cuál era la mayor necesidad de los seres humanos. Respondió: “El deseo ilimitado de ser escuchados”. Es un deseo  que a menudo  permanece  escondido,  pero que interpela a todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un papel de comunicador: los padres y los profesores, los pastores y los agentes de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio social o político.

 

Escuchar con los oídos del corazón

En las páginas bíblicas aprendemos que la escucha no sólo posee el significado de una percepción acústica, sino que está esencialmente ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad. «Shema’ Israel - Escucha, Israel» (Dt 6, 4), el íncipit del primer mandamiento de la Torá se propone continuamente en la Biblia, hasta tal punto que san  Pablo  afirma que  «la fe proviene  de la escucha» (Rm 10, 17). Efectivamente, la iniciativa es de Dios que nos  habla, y nosotros  respondemos escuchándolo; pero también esta escucha, en el fondo, proviene de su gracia, como sucede al recién nacido que responde a la mirada y a la voz de la mamá y del papá. De los cinco sentidos, parece que el privilegiado por Dios es precisamente el oído, quizá porque es menos invasivo, más discreto que la vista, y por tanto deja al ser humano más libre.

La escucha corresponde al estilo humilde de Dios. Es aquella acción que permite a Dios revelarse como  Aquel que, hablando, crea  al  hombre  a  su  imagen,  y,  escuchando, lo reconoce como  su interlocutor. Dios ama  al hombre: por eso le dirige la Palabra, por eso “inclina el oído” para escucharlo.

El hombre, por el contrario, tiende a huir de la  relación, a  volver  la  espalda y “cerrar los oídos” para no tener que escuchar. El negarse  a escuchar termina a menudo por convertirse  en agresividad  hacia el  otro, como les sucedió a los oyentes del diácono Esteban, quienes, tapándose  los  oídos, se  lanzaron todos juntos contra él (cfr. Hch 7, 57).

Así, por una parte está Dios, que siempre se revela comunicándose gratuitamente; y por la otra, el hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha. El Señor llama explícitamente al hombre a una alianza de amor, para que pueda llegar a ser plenamente lo que es: imagen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar, de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una dimensión del amor.

Por eso Jesús pide a sus  discípulos que verifiquen  la calidad  de s u escucha: «Prestad atención a la forma en que escucháis» (Lc 8, 18); los exhorta de ese modo después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien. Sólo da frutos de vida y de salvación quien acoge la  Palabra  con  el corazón “bien dispuesto y bueno” y la custodia fielmente (cfr. Lc 8,15). Sólo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad» (Evangelii gaudium, 171).

Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón. El rey Salomón, a pesar de ser muy joven, demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera «un corazón capaz de escuchar» (1R 3, 9). Y san Agustín invitaba a escuchar con el corazón (corde audire), a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en  el corazón: «No  tengáis el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón» («Nolite habere cor in auribus, sed aures in corde», Sermo 380, 1). Y san F rancisco de  Asís exhortaba  a sus  hermanos  a «inclinar el oído del corazón» (Carta a toda la OrdenFuentes Franciscanas, 216).

La primera escucha que hay que redescubrir cuando se busca una comunicación verdadera es la escucha de sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo  de  toda persona. Y no  podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.

La escucha como condición de la buena comunicación

Existe un uso del oído que no es verdadera escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas. De hecho, una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes sociales, parece haberse agudizado, es la  de escuchar a escondidas y espiar, instrumentalizando a los demás para nuestro interés. Por el contrario, lo que hace la comunicación buena y plenamente humana es precisamente la escucha de quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos con apertura leal, confiada y honesta.

Lamentablemente, la falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario  ingenioso  dirigido  a  ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad. Es triste cuando, también en la Iglesia, se forman   bandos  ideológicos, la  escucha   desaparece  y  su  lugar  lo  ocupan  contraposiciones estériles.

En realidad, en muchos de nuestros diálogos no nos comunicamos en absoluto. Estamos simplemente esperando  que el  otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista. En estas situaciones, como  señala  el filósofo  Abraham Kaplan (cfr. The life of dialogue), el diálogo es un “duálogo”, un monólogo a dos voces. En la verdadera comunicación, en cambio, tanto el  como el yo están “en salida”, tienden el uno hacia el otro.

Escuchar es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar. Para ofrecer una información sólida, equilibrada y completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo. Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida.

En efecto, solamente si se sale del monólogo se puede llegar a esa concordancia de voces que es garantía de una verdadera comunicación. Escuchar diversas fuentes, “no  conformarnos   con  lo  primer  o que  encontramos” —como  enseñan  los  profesionales expertos— asegura fiabilidad y seriedad a las informaciones que transmitimos. Escuchar más voces, escucharse mutuamente, también en la Iglesia, entre hermanos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que aparece siempre como la capacidad de  orientarse  en medio de una sinfonía de voces.

Pero, ¿por qué afrontar el esfuerzo que requiere la escucha? Un gran diplomático de la Santa Sede, el  cardenal  Agostino Casaroli,  hablaba  del “martirio  de  la paciencia”, necesario para escuchar y hacerse escuchar en las negociaciones con los interlocutores más difíciles, con  el fin de  obtener el mayor  bien posible en condiciones de  limitación  de la  libertad. Pero  también  en situaciones  menos difíciles, la escucha requiere  siempre  la  virtud de  la  paciencia, junto  con  la  capacidad de dejarse sorprender por la verdad —aunque sea tan sólo un fragmento de la verdad— de la persona que estamos escuchando. Sólo el asombro permite el conocimiento. Me refiero a la curiosidad infinita del niño que mira el mundo que lo rodea con los ojos muy abiertos. Escuchar con esta disposición de ánimo —el asombro del niño con la consciencia de un adulto— es un enriquecimiento, porque siempre habrá alguna cosa, aunque sea mínima, que puedo aprender del otro y aplicar a mi vida.

La capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo herido por la larga pandemia. Mucha desconfianza acumulada precedentemente hacia la “información oficial” ha causado una “infodemia”, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparente el mundo de la información. Es preciso disponer el oído y  escuchar en  profundidad, especialmente  el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas.

También la realidad de las migraciones forzadas es un problema complejo, y nadie tiene la receta lista para resolverlo. Repito que, para vencer los prejuicios sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Muchos buenos  periodistas  y a  lo  hacen. Y  muchos  otros  lo harían si pudieran. ¡Alentémoslos! ¡Escuchemos estas historias! Después,  cada  uno  será  libre de sostener las políticas migratorias que considere más adecuadas para su país. Pero, en cualquier caso, ante nuestros ojos ya no  tendremos  números  o  invasores  peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas, esperanzas, sufrimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar.

 

Escucharse en la Iglesia

También en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que p odemos  ofrecernos  los unos  a los otros. Nosotros los cristianos olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es el oyente  por  excelencia, a cuya  obra  estamos  llamados  a participar. «Debemos  escuchar  con los  oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios» (Bonhoeffer, Vida en comunidad, 92). El  teólogo  protestante Dietrich Bonhoeffer nos recuerda de este modo que el primer servicio que se debe prestar  a los demás en  la comunión  consiste en  escucharlos. Quien  no  sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz de escuchar a Dios (cfr. ibíd., 90-91).

En la acción pastoral, la obra más importante es “el apostolado del oído”. Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar» (St 1, 19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.

Hace poco ha comenzado un proceso  sinodal. Oremos  para que  sea una gran ocasión de escucha recíproca. La comunión  no  es el resultado de estrategias y programas, sino  que se  edifica  en la  escucha  recíproca  entre  hermanos  y hermanas. Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el compositor, pero su realización  depende de la sinfonía de todas y cada una de las voces.

Conscientes de participar en una  comunión  que  nos  precede y  nos  incluye,  podemos redescubrir una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu Santo compone.


Fuente: vaticannews.va/es


1/23/22

«Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy»

 El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de la Liturgia de hoy vemos a Jesús que inaugura su predicación (cfr Lc 4,14-21): es la primera predicación de Jesús. Se dirige a Nazaret, donde creció, y participa en la oración en la sinagoga. Se levanta a leer y, en el volumen del profeta Isaías, encuentra el pasaje sobre el Mesías, que proclama un mensaje de consolación y liberación para los pobres y los oprimidos (cfr Is 61,1-2). Terminada la lectura, «todos los ojos estaban fijos en él» (v. 20). Y Jesús inicia diciendo: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (v. 21). Detengámonos en este hoy. Es la primera palabra de la predicación de Jesús contada en el Evangelio de Lucas. Pronunciada por el Señor, indica un “hoy” que atraviesa toda época y permanece siempre válido. La Palabra de Dios siempre es “hoy”. Empieza un “hoy”: cuando tú lees la Palabra de Dios, en tu alma empieza un “hoy”, si tú la comprendes bien. Hoy. La profecía de Isaías se remontaba a siglos antes, pero Jesús, «por la fuerza del Espíritu» (v. 14), la hace actual y, sobre todo, la lleva a cumplimiento e indica la forma de recibir la Palabra de Dios: hoy. No como una historia antigua, no: hoy. Hoy habla a tu corazón.

Los paisanos de Jesús están admirados por sus palabras. Incluso si, nublados por los prejuicios, no le creen, se dan cuenta de que su enseñanza es diferente de la de otros maestros (cf. v. 22): intuyen que en Jesús hay más. ¿El qué? Está la unción del Espíritu Santo. A veces, sucede que nuestras predicaciones y nuestras enseñanzas permanecen genéricas, abstractas, no tocan el alma y la vida de la gente. ¿Y por qué? Porque les falta la fuerza de este hoy, ese que Jesús “llena de sentido” con el poder del Espíritu es el hoy. Hoy te está hablando. Sí a veces se escuchan conferencias impecables, discursos bien construidos, pero que no mueven el corazón, y así todo queda como antes. También muchas homilías – lo digo con respeto pero con dolor – son abstractas, y en vez de despertar el alma la duermen. Cuando los fieles empiezan a mirar el reloj – “¿cuándo terminará esto?” – duermen el alma. La predicación corre este riesgo: sin la unción del Espíritu empobrece la Palabra de Dios, cae en el moralismo o en conceptos abstractos; presenta el Evangelio con desapego, como si estuviera fuera del tiempo, lejos de la realidad. Y este no es el camino. Pero una palabra en la que no palpita la fuerza del hoy no es digna de Jesús y no ayuda a la vida de la gente. Por esto quien predica, por favor, es el primero que debe experimentar el hoy de Jesús, para así poderlo comunicar en el hoy de los otros. Y si quiere dar clases, conferencias, que lo haga, pero en otro lado, no en el momento de la homilía, donde debe dar la Palabra para que sacuda los corazones.

Queridos hermanos y hermanas, en este Domingo de la Palabra de Dios quisiera dar las gracias a los predicadores y los anunciadores del Evangelio que permanecen fieles a la Palabra que sacude el corazón, que permanecen fieles al “hoy”. Recemos por ellos, para que vivan el hoy de Jesús, la dulce fuerza de su Espíritu que vuelve viva la Escritura. La Palabra de Dios, de hecho, es viva y eficaz (cfr Hb 4,12), nos cambia, entra en nuestros asuntos, ilumina nuestra vida cotidiana, consuela y pone orden. Recordemos: la Palabra de Dios transforma una jornada cualquiera en el hoy en el que Dios nos habla. Entonces, tomemos el Evangelio en la mano, cada día un pequeño pasaje para leer y releer. Llevad en el bolsillo el Evangelio o en el bolso, para leerlo en el viaje, en cualquier momento y leerlo con calma. Con el tiempo descubriremos que esas palabras están hechas a propósito para nosotros, para nuestra vida. Nos ayudarán a acoger cada día con una mirada mejor, más serena, porque, cuando el Evangelio entra en el hoy, lo llena de Dios. Quisiera haceros una propuesta. En los domingos de este año litúrgico es proclamado el Evangelio de Lucas, el Evangelio de la misericordia. ¿Por qué no leerlo también personalmente, entero, un pequeño pasaje cada día? Un pequeño pasaje. Familiaricémonos con el Evangelio, ¡nos traerá la novedad y la alegría de Dios!

La Palabra de Dios es también el faro que guía el recorrido sinodal iniciado en toda la Iglesia. Mientras nos comprometemos a escucharnos unos a otros, con atención y discernimiento – porque no es hacer una encuesta de opiniones, no, sino discernir la Palabra, ahí -, escuchamos juntos la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. Y la Virgen nos conceda la constancia para nutrirnos cada día con el Evangelio.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Ayer en San Salvador fueron beatificados el sacerdote jesuita Rutilio Grande García y dos compañeros laicos, y el sacerdote franciscano Cosme Spessotto, mártires de la fe. Ellos estuvieron al lado de los pobres testimoniando el Evangelio, la verdad y la justicia hasta la efusión de la sangre. Su heroico ejemplo suscite en todos el deseo de ser valientes trabajadores de fraternidad y de paz. ¡Un aplauso por los nuevos beatos!

Sigo con preocupación el aumento de las tensiones que amenazan con infligir un nuevo golpe a la paz en Ucrania y cuestionan la seguridad en el continente europeo, con repercusiones aún más amplias. Hago un sentido llamamiento a todas las personas de buena voluntad, para que eleven oraciones a Dios omnipotente, para que cada acción e iniciativa política esté al servicio de la fraternidad humana, más que a los intereses de las partes. Quien persigue sus propios fines en detrimento de los demás, desprecia su propia vocación de hombre, porque todos hemos sido creados hermanos. Por esto y con preocupación, dadas las tensiones actuales, propongo que el próximo miércoles 26 de enero sea una jornada de oración por la paz.

En el contexto de la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos, he aceptado la propuesta llegada de varias partes y he proclamado a San Ireneo de Lyon Doctor de la Iglesia universal. La doctrina de este Santo pastor y maestro es como un puente entre Oriente y Occidente: por esto nos referimos a él como Doctor de la Unidad, Doctor Unitatis. El Señor nos conceda, por su intercesión, trabajar a todos juntos por la plena unidad de los cristianos.

Y ahora dirijo mi saludo a todos vosotros, queridos fieles de Roma y peregrinos venidos desde Italia y de otros países. Saludo en particular a la familia espiritual de los Siervos del sufrimiento y a los Scout Agesci del Lacio. Y veo también que hay un grupo de connacionales: saludo a los argentinos aquí presentes. Y también los jóvenes de la Inmaculada.

Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Fuente: vatican.va



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