Enrique Gª-Máiquez
Su objetivo era hacer ver a los niños que muchas veces nos movemos por utilitarismo, y que no tenemos en cuenta ni nuestra vocación, ni la libertad de elección de los demás
Cada vez que mi hijo afirma que quiere ser escritor, los circundantes ponen cara de circunstancias. Yo sonrío. Y nos reímos en cuanto nos cuenta el motivo: es un trabajo que se hace tumbado, leyendo, y, a lo sumo, en una silla ergonómica. Sin embargo, un día llegó del colegio con 9 años diciendo que iba a ser filósofo.
Los pequeños habían tenido una visita del profesor de filosofía don José María Gallardo, y les había contado el mito de la caverna y el apasionante desafío de salir a la luz de la verdad. Mi hijo se confesaba deslumbrado. Era capaz hasta de dejar la silla ergonómica. Sentí algo parecido a los celos, pero me repuse, asumí que, al fin y al cabo, la filosofía era un ascenso; y escribí al profesor para felicitarle por la pasión que sabía insuflar. Me contestó con una evasiva humildad, que me admiró aún más.
Anteayer, al salir de su inesperado funeral, me enteré de que Gallardo hacía un experimento con sus alumnos de bachillerato (que era, como confirmé al llegar a casa, el que había hecho con mi hijo y conmigo). Les pedía que contaran a sus padres que la primera clase de filosofía les había gustado tanto que iban a estudiar esa carrera. Su objetivo era hacer ver a los niños que muchas veces nos movemos por utilitarismo, y que no tenemos en cuenta ni nuestra vocación ni la libertad de elección de los demás. Un año, a un alumno se le ocurrió grabar la conversación con su padre, mientras éste le decía que era gilipollas, que se iba a morir de hambre, etc. Gallardo lo consideró un éxito descomunal de su experimento.
Él predicaba con el ejemplo y no interfería en las vocaciones de sus alumnos. Incluso siendo un profesor anarquistoide y que había sobrellevado una mili mítica, respetaba a los alumnos con vocación militar, que tanto abundan en el colegio Guadalete, que era el suyo, fue el mío y es el de mi hijo. Apenas los picaba un poco por su prematura marcialidad.
Ahora, cuando esos "militronchos", como socráticamente los llamaba, se han enterado en la Escuela Naval de su muerte, han organizado, conmovidos, una misa. Hay cientos de historias de cariño más, pero ésta vale como botón de muestra de su enorme respeto a las vocaciones de cada cual, y de su fidelidad a la suya de numerario del Opus Dei, de profesor y de filósofo. Ha salido definitivamente de la caverna, dejándonos el ejemplo de su amor a la libertad, de su fidelidad y de su alegría, ya colmadas.
Fuente: diariodecadiz.es/