El Papa en la Audiencia General del pasado miércoles
Catequesis sobre la Vejez 17.
Las palabras del sueño de Daniel, que hemos escuchado, evocan una visión de Dios que es misteriosa y al mismo tiempo luminosa. Se retoma al comienzo del libro del Apocalipsis y se refiere a Jesús Resucitado, que se aparece al Vidente como Mesías, Sacerdote y Rey, eterno, omnisciente e inmutable (1,12-15). Pone su mano sobre el hombro del Vidente y lo tranquiliza: «¡No temas! Yo soy el Primero y el Último, y el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre» (vv. 17-18). Desaparece así la última barrera de miedo y angustia que siempre ha suscitado la teofanía: el Viviente nos tranquiliza, nos da seguridad. Él también murió, pero ahora ocupa el lugar que le ha sido destinado: el del Primero y el Último.
En este entrelazamiento de símbolos –aquí hay muchos símbolos– hay un aspecto que tal vez nos ayude a comprender mejor el vínculo de esta teofanía, esta aparición de Dios, con el ciclo de la vida, el tiempo de la historia, el señorío de Dios para el mundo creado. Y este aspecto tiene que ver precisamente con la vejez. ¿Qué tiene que ver? Veamos.
La visión comunica una impresión de vigor y fuerza, nobleza, belleza y encanto. El vestido, los ojos, la voz, los pies, todo es espléndido en esa visión: ¡es una visión! Pero su cabello es blanco: como la lana, como la nieve. Como el de un anciano. El término bíblico más difundido para designar al anciano es “zaqen”, de “zaqan”, que significa “barba”. El cabello blanco es el símbolo antiguo de un tiempo muy largo, de un pasado inmemorial, de una existencia eterna. No hay que desmitificarlo todo con los niños: la imagen de un Dios viejo con el pelo blanco no es un símbolo tonto, es una imagen bíblica, es una imagen noble y también una imagen tierna. La Figura que en el Apocalipsis está entre los candelabros de oro se superpone a la del “Anciano de días” de la profecía de Daniel (7,9). Es viejo como toda la humanidad, pero aún más. Es antiguo y nuevo como la eternidad de Dios, porque la eternidad de Dios es así, antigua y nueva, porque Dios siempre nos sorprende con su novedad, siempre sale a nuestro encuentro, cada día de manera especial, para ese momento, para nosotros. Siempre se renueva: Dios es eterno, siempre lo ha sido, podemos decir que hay como una vejez en Dios, no es así, pero es eterno, se renueva.
En las Iglesias orientales, la fiesta del Encuentro con el Señor, que se celebra el 2 de febrero, es una de las doce grandes fiestas del año litúrgico. Destaca el encuentro de Jesús con el anciano Simeón en el Templo, subraya el encuentro de la humanidad, representada por los ancianos Simeón y Ana, con Cristo el pequeño Señor, el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Una imagen bellísima se puede admirar en Roma en los mosaicos de Santa María en Trastevere.
La liturgia bizantina reza con Simeón: «Éste es el que nació de la Virgen: es el Verbo, Dios de Dios, el que se encarnó por nosotros y salvó al hombre». Y prosigue: «Que se abra hoy la puerta del cielo: el Verbo eterno del Padre, asumiendo un principio temporal, sin salir de su divinidad, es presentado por su voluntad en el templo de la Ley por la Virgen Madre y el anciano lo toma en sus brazos». Estas palabras expresan la profesión de fe de los cuatro primeros Concilios Ecuménicos, que es sagrada para todas las Iglesias. Pero el gesto de Simeón es también la imagen más hermosa de la especial vocación de la vejez: mirando a Simeón vemos la imagen más bella de la vejez: presentar a los niños que vienen al mundo como un don ininterrumpido de Dios, sabiendo que uno de ellos es el Hijo engendrado en la intimidad misma de Dios, antes de todos los siglos.
La vejez, en su camino hacia un mundo donde el amor que Dios ha puesto en la Creación podrá finalmente irradiarse sin obstáculos, debe hacer ese gesto de Simeón y Ana, antes de su partida. La vejez debe dar testimonio –esto para mí es el núcleo, lo más central de la vejez– la vejez debe manifestar a los hijos su bendición: consiste en su iniciación –hermosa y difícil– en el misterio de un destino de vida que nadie puede aniquilar. Ni siquiera la muerte. Dar testimonio de fe ante un niño es sembrar esa vida; también, dar testimonio de humanidad y de fe es vocación de los ancianos. Dar a los niños la realidad que han vivido como testigos, dar testimonio. Los viejos estamos llamados a esto, a pasar el testigo, para que lo lleven adelante.
El testimonio de los ancianos es creíble para los niños: los jóvenes y los adultos no son capaces de hacerlo tan auténtico, tan tierno, tan conmovedor, como los ancianos y los abuelos. Cuando los ancianos bendicen la vida que viene a su encuentro, desechando cualquier resentimiento por la vida que se va, es irresistible. No está amargado porque pasa el tiempo y está a punto de irse: no. Tiene esa alegría del buen vino, del vino que se ha vuelto bueno con los años. El testimonio de los ancianos une las edades de la vida y las mismas dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro, porque no son sólo la memoria, son el presente y también la promesa. Es doloroso –y dañino– ver que las edades de la vida se conciben como mundos separados, compitiendo entre sí, tratando de vivir unos a expensas de los otros: esto no está bien. La humanidad es antigua, muy antigua, si miramos el tiempo del reloj. Pero el Hijo de Dios, que nació de una mujer, es el Primero y el Último de todos los tiempos. Significa que nadie cae fuera de su generación eterna, de su fuerza espléndida, de su proximidad amorosa.
La alianza –y digo alianza–, la alianza de los ancianos y los niños salvará a la familia humana. Donde los niños, donde los jóvenes hablan con los viejos, hay futuro; si no hay diálogo entre viejos y jóvenes, el futuro no está claro. La alianza de los ancianos y los niños salvará a la familia humana. ¿Podríamos, por favor, devolver a los niños, que deben aprender a nacer, el tierno testimonio de los ancianos que poseen la sabiduría de morir? Esta humanidad, que con todo su progreso parece una adolescente nacida ayer, ¿podrá recuperar la gracia de una vejez que mantiene firme el horizonte de nuestro destino? La muerte es ciertamente un paso difícil en la vida, para todos: es un paso difícil. Todos tenemos que ir allí, y no es fácil. Pero la muerte es también el paso que cierra el tiempo de la incertidumbre y tira el reloj: es difícil, porque ese es el paso de la muerte. Porque la belleza de la vida, que ya no caduca, comienza precisamente entonces. Pero comienza con la sabiduría de ese hombre y de esa mujer, mayores, que son capaces de dar el testimonio a los jóvenes. Pensemos en el diálogo, en la alianza de los viejos y los niños, de los viejos con los jóvenes, y procuremos que ese vínculo no se corte. Que los viejos tengan la alegría de hablar, de expresarse con los jóvenes y que los jóvenes busquen a los viejos para tomar de ellos la sabiduría de la vida.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa. Hermanos y hermanas, la muerte es ciertamente un paso difícil en la vida. Pero sepamos aprender de los ancianos, que sostienen el horizonte de nuestro destino que se abre a la vida más hermosa que ya no caduca. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. Tratemos de fortalecer, en nuestra vida cotidiana, esa alianza entre los ancianos y los niños que salva a la familia humana. Dios os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Asunta a los cielos, para que podamos siempre contemplar el misterio de la vida y de la muerte con ojos de eternidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, ¡bienvenidos! Que este período estival, que para muchos es época de vacaciones, sea para todos una oportunidad de acercarnos aún más a Jesucristo. Él pone su mano sobre nuestros hombros, nos fortalece y nos anima a buscarlo en los ancianos y en los pobres. Que Nuestra Señora de la Asunción nos guarde en este camino de fe. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. La alianza de los ancianos y los niños salvará a la familia humana, por eso, la vejez debe dar testimonio a los hijos su bendición: consiste en su iniciación –bella y difícil– en el misterio de un destino de vida que nadie puede aniquilar, ni siquiera la muerte. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Estos días, miles de peregrinos van a pie al santuario de Jasna Góra, rezando por la paz y la reconciliación en el mundo. Entre ellos hay muchos ucranianos que han encontrado un hogar hospitalario en vuestro país. Confiamos el destino de Europa y del mundo a la Virgen Negra. Os bendigo de corazón.
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a los universitarios de diferentes países y de diversas religiones que participan en las jornadas de encuentro promovidas por la “Opera Giorgio La Pira”: queridos amigos, os animo a tomar caminos de diálogo y cambio de impresiones para construir un mundo de paz. Saludo con particular afecto a las Hermanas de la Inmaculada Concepción –estaban en la curia de Buenos Aires, las conozco bien– que celebran el Capítulo General: queridas Hermanas, invoco sobre vosotras copiosos dones del Espíritu Santo y os invito a cooperar generosamente para la evangelización, especialmente de las generaciones más jóvenes y de las personas más frágiles. ¡Y recemos por las vocaciones!
Mi mente, como siempre, va a Ucrania: no olvidemos a esa gente maltratada.
Y finalmente mi pensamiento, como de costumbre, para los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. La solemnidad de la Asunción, que celebramos hace unos días, nos invitaba a vivir con compromiso el camino de este mundo siempre encaminado hacia los bienes eternos. Que María ayude a cada uno a poner siempre a Cristo y al Evangelio en primer lugar. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va