6/04/09

Benedicto XVI presenta al "maestro de Alemania", Rabano Mauro


Intervención en la audiencia general del 3 de junio


Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablar de un personaje del occidente latino verdaderamente extraordinario: el monje Rabano Mauro. Junto a hombres como Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, Ambrosio Auperto, de los que ya he hablado en catequesis precedentes, supo durante los siglos de la Alta Edad Media mantener el contacto con la gran cultura de los antiguos sabios y de los padres cristianos. Recordado con frecuencia como "praeceptor Germaniae" [maestro de Alemania, ndt.], Rabano Mauro tuvo una fecundidad extraordinaria. Con su capacidad de trabajo totalmente excepcional fue quizás el que más contribuyó a mantener viva la cultura teológica, exegética y espiritual a la que recurrirían los siglos sucesivos. A él hacen referencia grandes personajes pertenecientes al mundo de los monjes, como Pedro Damián, Pedro el Venerable y Bernardo de Claraval, así como un número cada vez más consistente de "clérigos" del clero secular, que en los siglos XII y XIII dieron vida a uno de los florecimientos más hermosos y fecundos del pensamiento humano.
Nacido en Maguncia, alrededor del año 780, Rabano entró cuando todavía era muy joven en el monasterio: se le añadió el nombre de Mauro en referencia precisamente al joven Mauro, que según el segundo libro de los Diálogos de San Gregorio Magno, había sido entregado, cuando todavía era un niño por sus mismos padres, nobles romanos, al abad Benito de Nursia. Esta introducción precoz de Rabano como "puer oblatus" en el mundo monástico benedictino, y los frutos que sacó para su crecimiento humano, cultural y espiritual abrieron posibilidades interesantísimas no sólo para la vida de los monjes, sino también para toda la sociedad de su tiempo, normalmente llamada "carolingia". Hablando de ellos, o quizá de sí mismo, Rabano Mauro escribe: "Hay algunos que han tenido la suerte de haber sido introducidos en el conocimiento de las Escrituras desde la tierna infancia ('a cunabulis suis') y se han alimentado tan bien de la comida que les ha ofrecido la santa Iglesia que pueden ser promovidos, con la educación adecuada, a las más elevadas órdenes sagradas" (PL 107, col 419BC).
La extraordinaria cultura por la que se distinguía Rabano Mauro llamó muy pronto la atención de los grandes de su tiempo. Se convirtió en consejero de príncipes. Se comprometió para garantizar la unidad del Imperio y, a un nivel cultural más amplio, nunca negó a quien le preguntaba una respuesta ponderada, que se inspiraba preferentemente en la Biblia y en los textos de los santos padres. A pesar de que fue elegido primero abad del famoso monasterio de Fulda y después arzobispo de la ciudad natal, Maguncia, no dejó sus estudios, demostrando con el ejemplo de su vida que se puede estar al mismo tiempo a disposición de los demás, sin privarse por este motivo de un adecuado tiempo de reflexión, estudio y meditación. De este modo, Rabano Mauro se convirtió en exegeta, filósofo, poeta, pastor y hombre de Dios. Las diócesis de Fulda, Maguncia, Limburgo, y Breslavia le veneran como santo o beato. Sus obras llenan seis volúmenes de la "Patrología Latina" de Migne. Probablemente compuso uno de los himnos más bellos y conocidos de la Iglesia latina, el "Veni Creator Spiritus", síntesis extraordinaria de pneumatología cristiana. El primer compromiso teológico de Rabano se expreso, de hecho, en forma de poesía y tuvo como tema el misterio de la santa Cruz en una obra titulada "De laudibus Sanctae Crucis", concebida para proponer no sólo contenidos conceptuales, sino también alicientes exquisitamente artísticos, utilizando tanto la forma poética como la forma pictórica dentro del mismo código manuscrito. Proponiendo iconográficamente entre las líneas de su escrito la imagen de Cristo crucificado, escribe: "Esta es la imagen del Salvador que, con la posición de sus miembros, hace que sea sagrada para nosotros la dulcísima y queridísima forma de la Curz para que, creyendo en su nombre y obedeciendo a sus mandamientos, podamos obtener la vida eterna gracias a su pasión. Por eso, cada vez que elevamos la mirada a la Cruz, recordamos a Aquél que sufrió por nosotros para arrancarnos del poder de las tinieblas, aceptando la muerte para hacernos herederos de la vida eterna" (Lib. 1, Fig. 1, PL 107 col 151 C).
Este método de armonizar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los sentidos, que procedía de Oriente, sería sumamente desarrollado en Occidente, alcanzando cumbres inalcanzables en los códices miniados de la Biblia y en otras obras de fe y de arte, que florecieron en Europa hasta la invención de la prensa e incluso después. En todo caso, demuestra que Rabano Mauro tenía una conciencia extraordinaria de la necesidad de involucrar, en la experiencia de fe, no sólo la mente y el corazón, sino también los sentidos a través de esos otros aspectos del gusto estético y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad con todo su ser, "espíritu, alma y cuerpo". Esto es importante: la fe no es sólo pensamiento, toca a todo el ser. Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso y entró en el mundo sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas las dimensiones de nuestro ser. De este modo, la realidad de Dios, a través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por este motivo, Rabano Mauro concentró su atención sobre todo en la Liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano Mauro le hace extraordinariamente actual. Dejó también los famosos "Carmina", propuestos para ser utilizados sobre todo en las celebraciones litúrgicas. De hecho, el interés de Rabano por la liturgia se daba totalmente por sobreentendido dado que ante todo era un monje. Él sin embargo, no se dedicaba al arte de la poesía como fin en sí mismos, sino que utilizaba el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la Palabra de Dios. Por ello, trató con el máximo empeño y rigor de introducir a sus contemporáneos, pero sobre todo a los ministros (obispos, presbíteros y diáconos), en la comprensión del significado profundamente teológico y espiritual de todos los elementos de la celebración litúrgica.
De este modo, trató de comprender y presentar a los demás los significados teológicos escondidos en los ritos, recurriendo a la Biblia y a la tradición de los padres. No dudaba en citar, por honestidad y para dar mayor peso a sus explicaciones, las fuentes patrísticas a las que debía su saber. Se servía de ellas con libertad y discernimiento atento, continuando el desarrollo del pensamiento patrístico. Al final de la "Primera Epístola" dirigida a un corepíscopo de la diócesis de Maguncia, por ejemplo, tras haber respondido a peticiones de aclaración sobre el comportamiento que hay que tener en el ejercicio de la responsabilidad pastoral, escribe: "Te hemos escrito todo esto tal y como lo hemos deducido de las Sagradas Escrituras y de los cánones de los padres. Ahora bien, tú, santísimo hombre, toma tus decisiones como mejor te parezca, caso por caso, tratando de moderar tu evaluación de tal manera que se garantice en todo la discreción, pues ella es la madre de todas las virtudes" ("Epistulae", I, PL 112, col 1510 C). De este modo se ve la continuidad de la fe cristiana, que tiene sus inicios en la Palabra de Dios: ésta, sin embargo, siempre está viva, se desarrolla y se expresa de nuevas maneras, siempre en coherencia con toda la construcción, con todo el edificio de la fe.
Dado que la Palabra de Dios es parte integrante de la celebración litúrgica, Rabano Mauro se dedicó a esta última con el máximo empeño durante toda su existencia. Redactó explicaciones exegéticas apropiadas casi para todos los libros bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento con un objetivo claramente pastoral, que justificaba con palabras como éstas: "He escrito esto... sintetizando explicaciones y propuestas de otros muchos para ofrecer un servicio al pobre lector que no puede tener a disposición muchos libros, pero también para ayudar a quienes en muchos argumentos no logran profundizar en la comprensión de los significados descubiertos por los padres" ("Commentariorum in Matthaeum praefatio", PL 107, col. 727D). De hecho, al comentar los textos bíblicos recurría enormemente a los padres antiguos, con predilección especial por Jerónimo, Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno.
Su aguda sensibilidad pastoral le llevó después a afrontar uno de los problemas que más interesaban a los fieles y a los ministros sagrados de su tiempo: el de la Penitencia. Compiló "Penitenciarios" --así los llamaba-- en los que, según la sensibilidad de la época se enumeraban los pecados y las penas correspondientes, utilizando en la medida de lo posible motivaciones tomadas de la Biblia, de las decisiones de los concilios, y de los decretos de los papas. De estos textos se sirvieron también los "carolingios" en su intento de reforma de la Iglesia y de la sociedad. A este mismo objetivo pastoral respondían obras como "De disciplina ecclesiastica" y "De institutione clericorum" en los que, citando sobre todo a Agustín, Rabano explicaba a personas sencillas y al clero de su misma diócesis los elementos fundamentales de la fe cristiana: eran una especie de pequeños catecismos.
Quisiera concluir la presentación de este gran "hombre de la Iglesia" citando algunas palabras suyas en las que se refleja su convicción de fondo: "Quien descuida la contemplación, se priva de la visión de la luz de Dios; quien se deja llevar por las preocupaciones y permite que sus pensamientos queden arrollados por el tumulto de las cosas del mundo se condena a la absoluta imposibilidad de penetrar en los secretos del Dios invisible" (Lib. I, PL 112, col. 1263A). Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo, con sus ritmos frenéticos, y en las vacaciones, tenemos que reservar momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento, una reflexión, una breve oración, y sobre todo no tenemos que olvidar el domingo como el día del Señor, el día de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándole entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.