6/07/09

El Amor explica el misterio de la Trinidad



Intervencióndel Papa con motivo del Ángelus




Queridos hermanos y hermanas:

Tras el tiempo pascual, culminado en la fiesta de Pentecostés, la liturgia prevé estas tres solemnidades del Señor: hoy la Santísima Trinidad; el jueves próximo la del Corpus Christi, que en muchos países, entre ellos Italia, se celebra el domingo próximo; y, por último, el viernes sucesivo, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Cada una de estas celebraciones litúrgicas subraya una perspectiva desde la que se abarca todo el misterio de la fe cristiana: respectivamente, la realidad de Dios Uno y Trino, el Sacramento de la Eucaristía y el centro divino-humano de la Persona de Cristo. En verdad, se trata de aspectos del único misterio de la salvación, que en cierto sentido resumen todo el itinerario de la revelación de Jesús, desde la encarnación a la muerte y resurrección hasta la ascensión y el don del Espíritu Santo.

Hoy contemplamos la Santísima Trinidad, tal y como nos la ha hecho conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor "no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia" (Prefacio de la misa de la Santísima Trinidad): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; por último, es Espíritu Santo que todo lo mueve, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres personas que son un solo Dios, pues el Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que incesantemente se entrega y comunica. Lo podemos intuir en cierto sentido al observar tanto el macro-universo: nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias; como el micro-universo: las células, los átomos, las partículas elementales. En todo lo que existe se encuentra, en cierto sentido, impreso el "nombre" de la Santísima Trinidad, pues todo el ser hasta las últimas partículas es ser en relación, y de este modo se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo procede del amor, tiende al amor, y se mueve empujado por el amor, naturalmente, según diferentes niveles de consciencia y de libertad. "¡Señor Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Salmo 8, 2), exclama el salmista. Hablando del "nombre" la Biblia indica al mismo Dios, su identidad más verdadera; identidad que resplandece en toda la creación, en la que todo ser, por el hecho de ser y por el "tejido" del que está hecho hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega, en una palabra, al Amor. "En Él --dijo el apóstol en el Areópago de Atenas-- vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17, 28). La prueba más fuerte de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es ésta: sólo el amor nos hace felices, pues vivimos en relación, y vivimos para amar y para ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en el propio "genoma" la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor.

La Virgen María, en su dócil humildad, se hizo esclava del Amor divino: acogió la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella, el Omnipotente se construyó un templo digno de Él, e hizo de ella el modelo y la imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que María, espejo de la Trinidad Santísima, nos ayude a crecer en la fe en el misterio trinitario.