11/16/12


''NO SÓLO FUE UN CONCILIO ECUMÉNICO, SINO ECUMENISTA''


Congreso ''A los 50 años del Concilio Vaticano II''

Ayer tuvo lugar el inicio del Congreso de Teología “A los 50 años del Concilio Vaticano II (1962-2012)”, organizado por las Facultades de Teología de España y Portugal, en el Auditorio Juan Pablo II de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA). El acto de inauguración, ante 350 asistentes, fue presidido por el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, titular del centro académico.
En sus palabras, el rector de la UPSA, Ángel Galindo, señaló como “un acierto” la elección del centro como sede del evento. Y destacó un texto conciliar muy apropiado para el quehacer de la Iglesia y de la misma teología: “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (constitución Gaudium et Spes, 1). También recordó la necesidad de volver al espíritu de los textos del Concilio, tal como señala Benedicto XVI. “No se trata de celebrar un cumpleaños, sino de revisar la trayectoria teológica” de toda esta época. Y se hace en una Universidad que pronto va a celebrar sus ocho siglos de historia.
Había gran vitalidad pastoral

En el discurso de inauguración, el cardenal Rouco citó recientes reflexiones del papa sobre la importancia de “reavivar en la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de anunciar a Cristo al hombre contemporáneo”.

Aludiendo a los dos papas del Concilio, Juan XXIII y Pablo VI, subrayó la “coincidencia de los dos pontífices en los motivos para convocar y continuar el Concilio”, además de la elección del tema central. En aquel tiempo nadie esperaba un Concilio, afirmó monseñor Rouco, que se preguntó: “¿por qué un nuevo Concilio?”, y evocó algunos recuerdos personales de su propia vivencia de la época conciliar en la Universidad salmantina, además de analizar algunos elementos del origen del Concilio según la mente de Juan XXIII y la situación eclesial de su tiempo.
trataba de una Iglesia “con una gran vitalidad pastoral, tanto en el clero como en el laicado comprometido, además del testimonio de las comunidades cristianas afligidas, los nuevos mártires”. En una sociedad transformada, también lo estaba la Iglesia, y así lo analizó el presidente de la Conferencia Episcopal desentrañando los discursos de inauguración y clausura de las sesiones conciliares.
“Pablo VI no es tan exuberantemente optimista como Juan XXIII, pero lo es”, afirmó, ya que entendía el Concilio como la primavera de la Iglesia, “una renovación más floreciente”, en la que no se trataba de subvertir la Tradición de la Iglesia, sino “preservarla, despojándola de las formas caducas”. Además, señaló el cardenal Rouco para terminar su discurso, tampoco puede entenderse el Concilio sin los papas que lo han aplicado después: Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El presidente de la Junta de Decanos de las Facultades de Teología de España y Portugal, Vicente Vide, cerró el acto de inauguración remarcando la importancia del Congreso, ya que hacía mucho tiempo que no se unían estos centros académicos eclesiásticos para organizar un acontecimiento conjunto. Llamó a todos los ponentes y asistentes a trabajar en “una auténtica eclesiología de comunión”.
Acompañaban al cardenal Rouco en la mesa presidencial, además del rector de la UPSA y del presidente de la Junta de Decanos, el obispo de Salamanca, Carlos López; y el arzobispo archivero y bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, Jean-Louis Bruguès. Entre el resto de asistentes al acto inaugural se encontraban, entre otros, el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz; el obispo de Almería, Adolfo González Montes; el obispo de Ciudad Rodrigo, Raúl Berzosa; el decano de la Facultad de Teología de la UPSA, Jacinto Núñez, y un gran número de autoridades académicas, profesores y alumnos de las Facultades de Teología de la península Ibérica.
La educación católica
La primera ponencia estuvo a cargo de monseñor Jean-Louis Bruguès, arzobispo archivero y bibliotecario de la Santa Iglesia Romana. En su intervención --“La declaración Gravissimum educationis del Concilio Vaticano II”--, señaló que sólo hay dos pequeños textos sobre educación en los documentos conciliares: el que aborda la educación católica, y el relativo a la formación de los candidatos al sacerdocio, Gravissimum educationis Optatam totiusrespectivamente. 
Sin embargo, como secretario de la Congregación para la Educación Católica, afirmó que “la preocupación educativa se encontraba muy presente en cada uno de los grandes textos, y el Concilio Vaticano II en su conjunto podría ser denominado un Concilio de la educación”.Se refirió a las fuentes de las que bebió el Concilio en cuanto a los asuntos educativos.
Tras explicar la génesis de la declaración Gravissimum educationis, destacó el talante personalista del documento y la importancia del derecho a la educación. Este texto “concibe la educación según el espíritu de apertura serena hacia el mundo contemporáneo que ha marcado todo el Concilio”, y apuesta por la posibilidad de que “en este contexto pluralista se pueden alcanzar valores educativos comunes. El objetivo del Concilio era fundar la educación sobre un nuevo humanismo en el que todas las buenas voluntades estarían llamadas a cooperar en un bien común”.
“Hemos de reconocer”, añadió, “que cincuenta años más tarde, el contexto eclesial ha cambiado profundamente”. Hoy las religiones son percibidas “como factores de división social, violencia y oscurantismo, siendo relegadas al ámbito de la conciencia privada. ¿Cuál será entonces la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal?”. En la actualidad hay que tener en cuenta las aportaciones de la psicología y la pedagogía para ayudar a los niños y jóvenes a crecer en la responsabilidad “en la búsqueda de la verdadera libertad”.
Además, “el derecho de amar a Dios es un derecho de la persona humana, y la autoridad pública debe velar para que ese derecho sea respetado en todas partes”. La educación cristiana, según los textos, consiste en “retomar todos los valores naturales e integrarlos en el hombre restaurado por Cristo, para el bien de toda la sociedad”. Y tiene que “despertar en toda persona sus virtualidades, su capacidad de conocerse, hacerse cargo de sí mismo y construirse de manera armoniosa, siendo responsable de sus actos y de su porvenir”, o en resumen de monseñor Bruguès, “pasar de la virtualidad a la virtud”.
Por eso la Iglesia se opone a todas las propuestas de despersonalización: tecnocracia, mercantilismo, la tiranía del materialismo… “adversarios que intentarán reducir la influencia social y educativa de la Iglesia y reducirla al silencio”. Hoy “la escuela se ha convertido en un lugar controvertido, el centro de los combates antipersonalistas”.
En cuanto a los actores, “los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos”. Por eso “la Iglesia se ha opuesto siempre al control absoluto del Estado sobre la educación, antes en el ámbito de las ideologías como el fascismo y nacionalsocialismo, y hoy en el mercado”. En segundo lugar están los docentes, y “la verdadera escuela no es primeramente una institución, sino una comunidad de vida". La tercera comunidad educativa es la Iglesia: “como madre está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su vida del Espíritu de Cristo”.
El que hasta hace pocos meses ha desempeñado una alta responsabilidad en el dicasterio vaticano dedicado a la enseñanza, aludió al final de su ponencia a la importancia de la Universidad católica, que “representa un medio privilegiado para que la Iglesia participe en la cultura de un país, siendo un agente muy activo en su elaboración”. 
Monseñor Bruguès recordó una distinción fundamental, entre las universidades y facultades eclesiásticas, cuya finalidad es “promover las disciplinas de Teología, Derecho Canónico y Filosofía, entre otros estudios eclesiásticos”, y que son erigidas por la Sede Apostólica (llegaban a 258 en el año 2005); y las universidades católicas, que enseñan otras disciplinas. Las universidades medievales, añadió, “no fueron fundadas por corporaciones de laicos contra el poder superior, sino que nacieron para garantizar, unidas a Roma, su enseñanza libres de los yugos locales y civiles… el riesgo no provenía de Roma, sino de las instituciones cercanas”. Por eso, “en el origen de casi todas las universidades primeras encontramos una bula papal que ordena o autoriza su erección”. 
¿Qué es lo que diferencia a una universidad católica de otras?, se preguntó el ponente. No sólo la presencia de personas católicas, porque “una universidad católica es más que una colección de individuos. Presenta un ethos específico, una conciencia que permanece incluso cuando es traicionada por individuos en el seno de la institución”. Como afirmaba Juan Pablo II, tiene que haber una inspiración cristiana no sólo por parte de sus miembros, sino también en el espíritu de la educación, de forma institucional.
La cuestión que hoy se plantea con más fuerza es la de la identidad, la especificidad. “¿Qué significa ser católico? ¿En qué medida una escuela o una universidad pueden ser calificadas como católicas?”, se preguntó monseñor Bruguès, e hizo un ejercicio de etimología: ‘católico’ significa universal. “Lo universal del saber, su vocación es humanista, porque se refiere a todo lo que concierne a lo humano”, y por eso “la Iglesia puede sentirse orgullosa de sus escuelas y universidades”. Esto implica también que esté abierta al mayor número de alumnos: “no intenta acoger sólo a católicos; y así la identidad humanista se encuentra doblemente confirmada”.
Además, no puede quedarse esperando a los que llaman a su puerta. Y en ella “el alumno aprende lo que es la Iglesia, su doctrina, su moral, y el arte plenamente cristiano de pensar y de vivir”. De ello se derivan dos consecuencias: es un lugar donde se propone la fe católica, no se impone, porque respeta la libertad de conciencia y la elección de cada uno. “Para los que no son católicos y rechazan la catequesis, el instituto ha de proveer una formación obligatoria en cultura cristiana por parte de los mismos docentes. Todos los estudiantes, católicos o no, tendrían que seguir de manera obligatoria cursos de antropología, ética católica e introducción a la teología cristiana”. Sólo así “podremos entender el lugar central de la Facultad de Teología en la enseñanza superior católica.
Significado actual para la Iglesia
La segunda ponencia de la mañana estuvo a cargo de monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, que fue profesor, decano de Teología y gran canciller en la UPSA. Su ponencia, titulada “El Concilio Vaticano II: significado actual para la Iglesia”, se inició con un subrayado de lo que es más importante en la actualidad eclesial de lo que significó el Concilio, “el acontecimiento mayor de la Iglesia en el siglo XX, que ha repercutido en la marcha de la humanidad como tal, y con una incidencia especial en nuestro país”.
El Concilio “quería acrecentar la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades del tiempo presente las instituciones sometidas a cambio, promover el ecumenismo y fortalecer la misión cristiana en el mundo”, actualizando el reloj de la Iglesia, “para hacerla más disponible a su acción evangelizadora”. Por eso se trató de una asamblea con un carácter eminentemente pastoral. 
Monseñor Blázquez destacó, en primer lugar, “la dimensión misionera del Concilio”. La Iglesia debe “renovarse interiormente y exteriormente para ser un signo más elocuente de la presencia de Dios”. Además, “el ‘hoy’ de la urgencia evangelizadora nos apremia también a nosotros”, añadió el arzobispo de Valladolid. “El nuevo Pentecostés trae consigo unos nuevos testigos y una nueva evangelización. La Iglesia contempla a la humanidad con la mirada compasiva de Jesús, y se acerca a ella con la promesa de la misericordia de Dios”. Por eso es necesaria “la cercanía al hombre”.
El Concilio Vaticano II “no sólo fue un concilio ecuménico, sino ecumenista”. La Iglesia puso en el centro “la imitación y el seguimiento de Jesús en su misión”. Jesús hizo la opción de ser pobre, y la Iglesia también, “siguiendo los pasos de Jesús, debe ser humilde y ver el rostro de Jesús en los pobres y en su propia vida, debe purificarse sin cesar”. 
En un segundo momento de su intervención, monseñor Blázquez desgranó la expresión siguiente: “la Iglesia, bajo la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo para la salvación del mundo”. Abordó la centralidad de la Palabra de Dios y el estilo bíblico y patrístico de los textos conciliares, además de la liturgia en el contexto de la historia de la salvación. 
El ponente reconoció que en el campo de la liturgia “el hecho de que algunas reformas fueran introducidas ad experimentum sirvió como coartada para algunos para hacer innovaciones de forma arbitraria”. Superada esta etapa, “debemos continuar profundizando el sentido genuino de la liturgia y la lectura orante de la Sagrada Escritura”, ya que “se ha recuperado la sensatez para apreciar la piedad popular”. 
La tercera parte de la ponencia le sirvió a monseñor Blázquez para hablar de las categorías de “comunión, participación y corresponsabilidad en la Iglesia”. Aludió al Código de Derecho Canónico, como un “esfuerzo extraordinario para traducir en lenguaje canónico el espíritu conciliar: la Iglesia como pueblo de Dios, la autoridad jerárquica como servicio, la doctrina de la Iglesia como comunión, y la triple participación de los cristianos en el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo”.
En el cuarto apartado de su intervención, el vicepresidente de la Conferencia Episcopal subrayó la necesidad de que la Iglesia hable de Dios en un mundo muy diferente al de hace 50 años. Citó a Benedicto XVI, que ha hablado de los desiertos actuales y de la sed de Dios del hombre de hoy. “Nosotros anunciamos el evangelio de Jesucristo en un mundo caracterizado por la secularización”. Es verdad que “no deja de haber búsquedas de Dios, y Él se hace presente por medio de ausencia, de desierto espiritual y de vacío. En esta situación podemos escuchar la pregunta que se nos dice: Iglesia, ¿qué dices de Dios?”.