Educar la fe en familia
Nota de
los obispos españoles para la Jornada de la Sagrada Familia
Con el lema “Educar la
fe en familia” los obispos, movidos por
nuestro deber de pastores, invitamos a todos los fieles a reflexionar sobre la
vital importancia de la familia en la “educación de la fe”. Asimismo, recordamos
la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de
siempre, de un modo especial en
este Año de la fe.
Desde la primera
evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha
encontrado un lugar natural en la familia. Hoy asistimos a una desvalorización
del papel de la familia en este campo, debido a múltiples factores. No podemos
dar por supuesto la vivencia de la fe cristiana en muchos hogares cristianos con
las consecuencias que ello conlleva en la asimilación de la fe por parte de los
hijos. Por esto queremos animar a las familias a ocupar su puesto en la
transmisión de la fe, a pesar de las dificultades y crisis por las que
atraviesan.
La
nueva evangelización debe ir dirigida de manera primera y prioritaria a la
familia, como la realidad a la que más han afectado los cambios sociales y la
poca valoración de la fe.
La
fe, don de Dios, se nos infunde en el Bautismo, en cuya celebración los padres
piden para sus hijos «la fe de la Iglesia». Este es el signo eficaz de la
entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación.
La
iniciación cristiana, que comprende el Bautismo, la Confirmación, la Penitencia
y la Eucaristía, toma una especial relevancia en la familia, «iglesia
doméstica», comunidad de vida y amor, por ser donde surge la vida de la persona
y esta es amada por sí misma. La familia vive dicha fe y participa también en la
fe de sus hijos en las diversas etapas de formación y desarrollo de la vida
cristiana. Así, el primer fundamento de una pastoral familiar renovada es la
vivencia intensa de la iniciación cristiana.
Los padres apoyan a los
hijos y caminan con ellos mientras realizan el aprendizaje de la vida cristiana
y entran gozosamente en la comunión de la Iglesia para ser en ella adoradores
del Padre y testigos del Dios vivo. La familia, de este modo, se convierte en el
primer transmisor de la fe, y esta crece cuando se vive como consecuencia de un
amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y de
gozo.
La
familia es el ámbito natural donde es acogida la fe y la que va a contribuir de
una manera muy especial a su crecimiento y desarrollo. En ella se dan los
primeros pasos de la educación temprana de la fe y los hijos aprenden las
primeras oraciones. También experimentan el amor a la Virgen, a Jesucristo, y es
donde por primera vez oyen hablar de Dios y aprenden a quererlo viviendo el
testimonio de sus padres.
Este testimonio de los
padres, en la continua y progresiva educación familiar, marca un tenor de vida
en todos los ámbitos de la existencia humana. Se desarrolla en la catequesis
familiar, la introducción a la oración -«la oración es el alimento de la fe»
dice Juan Pablo II-, la lectura meditada de la
Palabra de Dios y en la práctica sacramental de la familia, en sintonía y
colaboración con la comunidad parroquial.
Así, la familia es el
“lugar” privilegiado donde se realiza la unión de «la fe que se piensa» con «la
vida que se vive» a partir del despertar religioso.
La
fe, al igual que la familia, es compañera de vida que nos permite distinguir las
maravillas de Dios a lo largo de nuestro caminar. Como la familia, la fe está
presente en las diversas etapas de nuestra existencia (niñez, adolescencia,
juventud…), así como en los momentos difíciles y en los alegres. De esta forma
la fe va acompañándonos siempre en todas las circunstancias de la vida familiar.
La familia camina con sus hijos en esos importantes momentos en los que se va fraguando su madurez y
porvenir.
Cuando la vivencia y
experiencia cristiana se ha tenido en la familia puede que se atraviese por
momentos de crisis, pero lo que se ha vivido de niño vuelve a renacer y a tener
un peso específico en la fe adulta.
No
se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del
anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea
educativa. La familia está
inmersa en un proceso gradual de educación humana y cristiana que permite tener
como centro la vocación al amor. A la familia le corresponde el deber grave y el
derecho insustituible de educar y cuidar este momento inicial de la vocación al
amor de los hijos. Esto se realiza en un ambiente sencillo y normal, el hogar,
donde, de una manera connatural se va formando la personalidad humana y
cristiana de los hijos. A esta educación contribuyen también las entidades
educativas, el testimonio de los padres y hermanos, el contacto con otras
familias, la pertenencia a la comunidad cristiana parroquial, y a grupos o
movimientos cristianos.
La
familia, en su afán educador, ayuda a todos sus miembros a que vivan como
verdaderos cristianos, capaces de configurar cristianamente la sociedad. De
igual modo la familia, con total respeto a cada de sus hijos, debe ayudarles a
que, en su momento, puedan descubrir sus respectivas vocaciones. En este sentido
la familia protege y anima la vocación a la vida sacerdotal y consagrada.
En
todo caso, los obispos reiteramos una vez más que el mundo necesita hoy de
manera urgente el testimonio creíble de familias que, iluminadas por la fe, sean
capaces de «abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios»8 y ser fermento de
nuestra sociedad.
Implorando la protección
de María, Madre de la Sagrada Familia, os animamos en este Año de la fe a
profundizar en un mayor conocimiento de nuestra fe y que esta transforme la vida
de nuestras familias, les abra el camino hacia una plenitud de significado, las
renueve, llene de alegría y de esperanza fiable.
30
de diciembre de 2012, festividad de la Sagrada Familia
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor, queridas Familias:
''SIN LA VERDAD
DEL MATRIMONIO, EL ORGANISMO VIVO, QUE ES LA SOCIEDAD, SE DESINTEGRARÍA''
Homilía del Cardenal Antonio María Rouco Varela
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor, queridas Familias:
1. La Fiesta de la Sagrada Familia nos reúne
hoy, de nuevo, en este año que concluye, el 2012, crítico y doloroso por tantos
motivos, para dar gracias a Dios por nuestras familias enraizadas en la fe en
Jesucristo, el Redentor del hombre, y pedirle por el bien de la familia
cristiana, verdadera “esperanza para hoy”. ¿La única sólida esperanza? Si contemplamos la realidad social y
cultural que la envuelve y lo fugaces e inoperantes que son las alternativas
que se proponen para salir de la crisis de verdadera y honda humanidad que la
caracteriza, no cabe duda alguna: sólo la familia concebida y vivida en la
plenitud de su verdad, como la enseña el lenguaje inequívoco e indestructible
de la naturaleza humana, despeja el horizonte de la esperanza para el hombre y
la sociedad de nuestro tiempo. ¿Pero cuál es y cómo se conoce la plenitud de
esa verdad y cuáles son las vías para comprenderla y realizarla venciendo los
obstáculos económicos, sociales, culturales, jurídicos y políticos tan
formidables que se interponen en su camino? La respuesta es muy sencilla:
cuando se la busca con humilde sinceridad en la escucha de la Palabra de Dios y
en la vivencia fervorosa de la celebración del Sacramento de la Eucaristía,
especialmente en el día en que la Iglesia trae a la memoria renovada y actual
de sus hijos el Misterio de la Sagrada Familia de Nazaret, en cuyo seno nació,
se educó y se cobijó el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. En ella se abrió e
inició la verdadera y definitiva historia de la salvación del mundo. Una
historia que ninguna crisis, aunque suponga e incluya los mayores y más
horrendos pecados del hombre, podrá jamás interrumpir y, menos, anular.
2. Por eso, en esta nueva Solemnidad de la
singular Familia surgida de una intervención de Dios Padre, sobrenaturalmente
única, en un determinado momento del curso histórico de la humanidad elegido y
predestinado por Él, hemos invitado a las familias cristianas a encontrarse
en “los atrios del Señor” con no menor anhelo y gozo que sentía el salmista al “consumirse” su alma y retozar su corazón y su carne
cuando estaba en el Templo de la Antigua Alianza, anticipo de “la Morada de Dios con los
hombres”, realizada ahora
sacramentalmente en su Iglesia extendida por todos los rincones de la tierra.
Sí, precisamente por esta razón tan divina y tan humana, los hermanos Sres.
Cardenales, Arzobispos y Obispos, venidos de toda España y de otras Diócesis
Europeas, y, no en último lugar, el Prefecto del Pontificio Consejo para la
familia, los sacerdotes concelebrantes, los diáconos, los seminaristas y los numerosos
fieles consagrados y laicos, unidos por los vínculos de la familia cristiana,
nos reunimos esta radiante mañana del Domingo de la Sagrada Familia en la
madrileña Plaza de Colón, evocadora de tantos memorables encuentros
eclesiales, formando la gran Familia de los Hijos de Dios, para profesar ante
el mundo, a la luz de la Palabra divina y actualizando eucarísticamente el
Misterio de nuestra Redención, la fe en la Verdad de la Familia
cristiana reflejada, posibilitada y fundada de modo pleno y definitivo en
la Sagrada Familia de Nazaret: en la Familia de Jesús, José y María.
3. Es bueno recordar esta Verdad atendiendo a
las enseñanzas luminosas del Concilio Vaticano II en este Año de la Fe
convocado por nuestro Santo Padre Benedicto XVI en el cincuenta aniversario de
su solemne apertura, el 11 de octubre del año 1962. Ya entonces, en la delicada
coyuntura histórica de tener que consolidar sobre fiables y firmes fundamentos
éticos y espirituales un orden jurídico internacional nuevo para una humanidad
sumida hacía apenas dos décadas en una trágica contienda mundial, se hacía urgente
actualizar la doctrina de la fe sobre la verdad eterna del matrimonio y de la
familia. ¡Hoy, quizá, mucho más! El Concilio define el matrimonio (podríamos
decir), como “la íntima comunidad de vida y de amor conyugal, fundada por el
Creador y provista de leyes propias (que) se establece con la alianza… es decir, con un consentimiento
personal irrevocable… Por su propio carácter natural, la institución misma del
matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de
la prole y con ellas son coronados como su culminación… Cristo, el Señor ha
bendecido abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la
caridad y construido a semejanza de su unión con la Iglesia… Así, el hombre y la mujer, por la alianza conyugal, ‘ya
no son dos, sino una sola carne’ (Mt 19,6)” (GS, 48).
Queridas Familias: Esta Verdad del matrimonio
cristiano es la verdad de vuestras vidas. Es la verdad del fundamento de toda
sociedad que quiere y trata de edificarse de modo justo, solidario, profundamente
humano y fecundo. ¡Es su futuro! Ignorarla y, más aún, despreciarla es poner en
juego su misma viabilidad histórica. Sin la verdad del matrimonio, el organismo
vivo, que es la sociedad, se desintegraría. Se pondría en peligro el hombre
mismo. “Con el rechazo de estos lazos (los de la familia vivida en su
verdad plena) desaparecen también las figuras fundamentales de la existencia
humana: el padre, la madre, el hijo; decaen dimensiones esenciales de la
experiencia de ser persona humana”, recordaba el Papa Benedicto XVI en su discurso a la Curia Romana
con motivo de las felicitaciones de la Navidad, el pasado 21 de diciembre.
Decae además, la dimensión de la fraternidad igualmente vital para la digna
configuración de la sociedad.
4. Pero, aún más, la familia cristiana es la
célula primera del organismo sobrenatural que es la Iglesia. Lo fue en esa
primera y fundamental Familia de Jesús, María y José, que está en la base no
sólo de la historia “cronológica” de
la Iglesia, sino en su misma entraña teológica como la gran Familia de los
hijos de Dios que es la Iglesia. La Iglesia engendra, cría y educa a sus hijos
por la Palabra de la Fe y por el Bautismo, con el concurso inestimable e
imprescindible de la familia creyente. Como ocurrió con Jesús en la Sagrada
Familia de Nazareth. Después de haberse quedado en el templo, ocupado
con “las cosas de su Padre”, sabiendo y consciente de que su edad de lo permitía, bajó con
sus padres María y José a Nazareth había estado angustiados por la aparente
desaparición del hijo− “y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su
corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y ante los hombres” (Lc 2,51-52). Así es
necesario que ocurra siempre. La familia cristiana es el lugar primero −e
insustituible, en principio− para que los hijos nazcan y crezcan en la Fe en
Jesucristo, el Salvador del hombre. La“comunidad familiar”, nacida de la carne y de la sangre, santificada
por la gracia del Sacramento, fundada, experimentada y vivida como fruto de la
donación incondicional del amor en Cristo, es el marco fundamental para que
nazca, madure y se forme el hombre, ¡la persona humana!, en toda su dignidad
de “hijo de Dios”. En
esa comunidad de vida y de amor, que es la familia cristiana, es donde los
niños y los jóvenes pueden aprender “en vivo” ese “amor que nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios”: para saber que “lo somos”, como nos lo recuerda San Juan en su primera
Carta (1 Jn 3,1). No importa que el mundo no nos conozca, incluso, que nos
rechace. En el fondo de esas posturas negadoras de la verdad de la familia
cristiana está operante el hecho social de no querer conocerle a Él.
Consecuentemente, al no aceptar el mandamiento de Dios de “que creamos en el nombre de
su Hijo, Jesucristo”, la sociedad actual en
muchos de los sectores más influyentes que la componen, no comprenderá su
significado implícito de “que nos amemos unos a otros, tal como nos lo
mandó” (1 Jn 3,24). Con lo
cual, se ciegan las vías para una auténtica y duradera renovación social.
Profesar la fe en la Verdad de la Familia Cristiana −¡la verdad de Dios que
vosotros, queridas familias cristianas, queréis hacer realidad fiel en vuestras
vidas, siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazareth!−, no sólo es vital
para vuestro futuro y el de vuestros hijos sino, también para el futuro de la
sociedad y de la Iglesia; más aún, para el futuro de la humanidad. No hay duda:
¡Vosotros sois la esperanza para hoy!
5. ¡Sed fuertes! Sed valientes en la fidelidad y
en la renovación constante de vuestro amor −¡amor fecundo!− como esposos y
padres de familia. Seamos fuertes y valientes todos con vosotros en la Comunión
de la Iglesia: los Pastores −Obispos y presbíteros−, los consagrados y todos
los fieles laicos. Sería una gravísima responsabilidad pastoral y apostólica
dejaros solos en esta situación tan dramática, producida por una crisis que os
afecta muy directamente en lo económico; pero, sobre todo, en el reconocimiento
social, cultural y jurídico que se os debe. Una crisis moral y espiritual que
surge y se plantea en sus orígenes como una “crisis de fe” con pocos precedentes en la historia de
Europa y de España. En esta hora histórica, el apoyo de toda la Iglesia,
encabezada, guiada y alentada por nuestro Santo Padre Benedicto XVI, es una de
las primeras exigencias pastorales del Año de la Fe. ¿Es que alguien puede ser
tan cómodo o tan iluso que se permita hablar de “nueva evangelización” o de “Misión” −en Madrid, España, Europa, o en el mundo−
sin el compromiso fuerte y valiente de las familias cristianas con la
trasmisión de la Fe en Cristo, en “el Dios que es Amor”, a las nuevas generaciones? Hemos oído el
bellísimo mensaje del Santo Padre antes de iniciar la Santa Misa. Nos ha
evocado sus enseñanzas en el V Encuentro Mundial de las Familias, que tuvo
lugar en Valencia los días 8 y 9 de julio del 2006 con el lema: La transmisión de la fe en
la familia”. Decía el Papa: “Este encuentro da nuevo
aliento para seguir anunciando el Evangelio de la familia, reafirmar su vigencia
e identidad basada en el matrimonio abierto al don generoso de la vida, y donde
se acompaña a los hijos en su crecimiento corporal y espiritual. De este modo
se contrarresta un hedonismo muy difundido, que banaliza las relaciones humanas
y las vacía de su genuino valor y belleza” (Discurso en el Encuentro Festivo y Testimonial, 8 de julio
de 2006). Se podría añadir: que las priva de la luz de la fe: la única que
permite clarificarlas, dignificarlas y convertirlas en cauce de auténtico amor.
6. Amor que una a los hombres como hijos de Dios
en la familia, en la sociedad y, por supuesto, en la Iglesia. El amor que hará
posible terminar con esas dramáticas situaciones que se derivan de la extrema
facilidad con que se llega al divorcio, se rompen las familias y se somete a
sus miembros más débiles, a los niños, a una dolorosísima tensión interior que
tantas veces los destruye por dentro y por fuera. El amor dispuesto al socorro
y a la ayuda sacrificada y generosa de las familias entre si y entre sus
miembros en las circunstancias tan frecuentes y dolorosas del paro, de las
dificultades económicas, morales y espirituales. Un amor, que,
perseverantemente vivido al calor y con la fuerza de la fe cristiana, hará
posible terminar con la estremecedora tragedia del aborto practicado
masivamente desde los años setenta del pasado siglo en la práctica totalidad de
los países europeos, incluida España, al amparo de una legislación, primero
despenalizadora del mismo y, luego, legitimadora. ¿Hay esperanza para afrontar
victoriosamente estos tremendos desafíos planteados al hombre y a la sociedad
de nuestro tiempo?
7. ¡Sí! En la familia cristiana que persevera en
la oración dentro del hogar, unida a la plegaria litúrgica de la Iglesia; que
sabe confiarse al amor de María, la Madre de Jesús, el Hijo Unigénito del
Padre, desposada con José, Madre de la Iglesia y Madre nuestra: ¡Amor siempre
dispuesto a acoger y a escuchar las súplicas de los hijos! Acogidos a ese amor
maternal de la Virgen Santísima, invocada en Madrid como Virgen de la Almudena
y en España bajo riquísimas y populares advocaciones, las familias cristianas
serán y son la esperanza para hoy.
Amén.