P. Antonio Rivero, L.C.
Textos: Isaías 25, 6-10; Filipenses 4, 12-14.19-20; Mateo 22, 1-14
Idea principal: ¡Venid todos a la boda, pero con el traje de gala, porque quiero entrar en amistad, diálogo e intimidad con vosotros!
Resumen del mensaje: La parábola de este domingo pone en escena a un rey que festeja con un grandioso convite las bodas de su hijo (evangelio), símbolo de la Encarnación del Verbo, el Hijo eterno del Padre, merced a la cual la naturaleza divina se desposó con la naturaleza humana para entrar en amistad, diálogo e intimidad con nosotros. Dios hizo dos invitaciones al pueblo elegido de Israel. Pero no aceptó, preocupado sólo por sus asuntos materiales. Apenado y humillado, Dios llama a otros, a los pobres y marginados de los banquetes oficiales, pero les pide el traje de gala. Y pensar que Dios había preparado platillos suculentos y vinos excelentes (1ª lectura). Platillos que después debemos compartir con los necesitados (2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, a Jesús le encantaba la comida con la gente. Por eso, acudía a banquetes. Por eso no nos extraña que compara el Reino a un Rey que preparó un banquete al que invita a todos. Las insistentes invitaciones del rey hoy a través de sus emisarios, que no son otros que los profetas, encuentran a sus destinatarios indiferentes, despreciando el honor que se les ha hecho, preocupados sólo por sus asuntos materiales: sus negocios, sus campos, su familia. Por haber sido cuidadosamente elegidos por el rey como comensales de la fiesta de bodas, se ve que eran de un cierto rango, que a los ojos del rey tenían cierto privilegio, lo cual también agrava notablemente su comportamiento, que llega al ultraje y a la misma muerte de los voceros reales que portan las invitaciones. ¡Qué ofensa y humillación infligida al rey! Excusas sin peso que podían hacer en otro día: “me espera mi campo…mi negocio”. Hasta echaron mano y mataron a los que llevaban las invitaciones del Rey. Se explica así el por qué en la parábola no se considera exagerada la reacción del monarca, el cual ordena que sus tropas hagan justicia a los asesinos e incendien su ciudad, casi como para borrar de la faz de la tierra todo recuerdo de tan horrible episodio.
En segundo lugar, apliquemos esta parábola a Dios. ¿Cómo se puede considerar diversamente el desprecio de los bienes divinos, el rechazo de un Dios que ofrece su propia vida al hombre? Me vienen a la memoria aquellas severas palabras de san Pablo: “No os hagáis ilusiones, con Dios no se puede jugar” (Gál 6, 7). No se pueden desdeñar impunemente los dones de Dios, y menos aún pretender que Dios renuncie a su plan salvífico universal, oponiéndole un muro de incomprensión y superficialidad. Excluirse de este plan indica sólo el fracaso del hombre y no de Dios. Es esto lo que quiere decir la parábola cuando muestra al rey que envía a sus siervos a las calles para recoger a cuantos encuentren, “buenos o malos”, y así llenar la sala del banquete, en sustitución de los “indignos”. Nadie puede impedir la fiesta de Dios. Nuestro olvido o indiferencia no pueden hacer que Dios no exista, ni impedir que realice, incluso sin nosotros, su plan de salvación.
Finalmente, ahora bien, a ese banquete hay que entrar con el traje de gala, es decir, la gracia santificante, que en el Apocalipsis se describe como “vestido de lino de las obras justas de los santos” (19, 8). Hay que tener la túnica blanca, la corona de palma o el olivo, y las sandalias y los pies limpios. Según el protocolo oriental, el rey no participaba en el banquete, sino que en cierto momento entraba en la sala, para recibir el obsequio y el agradecimiento de sus invitados. En Oriente, desde los remotos tiempos del rey Hammurabi (s. XVIII a.C.), los reyes solían regalar a sus huéspedes vestidos idóneos para la solemnidad de sus audiencias o para el privilegio de la comparecencia ante ellos. El hombre de la parábola que no tenía el vestido de fiesta fue porque no quiso proveerse del traje, lo que indica una falta de respeto no menos grave que la de aquellos que rechazaron la invitación del Rey. Fue también expulsado a la gehena eterna, el infierno. Ninguna interpretación podrá negar que Cristo amenazó con este castigo irreparable a quien hace vanos los dones de Dios, rechazando su gracia. Pero no olvidemos también que esta terrible parábola precede a las tres parábolas de la misericordia, ya que Dios amenaza con la intención de perdonar y corregirnos.
Para reflexionar: ¿Tomamos en serio las invitaciones de Dios o damos oídos sordos y preferimos nuestros negocios? ¿Tenemos siempre el traje de gala de la gracia de Dios en nuestra alma cada vez que nos relacionamos con Dios en la oración o en la Eucaristía? ¿Somos agradecidos con Dios por tanto amor y por invitarnos al Banquete de la misa cada domingo? Si hemos participado del banquete del Rey, ¿después llevamos algo e invitamos a nuestros hermanos o nos comemos todo a solas?
Para rezar: Gracias, Señor, por tantos banquetes que a diario me sirves. Perdóname que algunas veces desprecié esos banquetes, por preferir mis negocios. Ayúdame a no ensuciar nunca mi vestido de gala, es decir, la gracia santificante que tengo desde el bautismo. Que sepa compartir con mis hermanos esos regalos que tú me das gratuitamente.