Mons. Enrique Díaz Diaz
(San Cristóbal de las Casas)
XXVIII Domingo Ordinario
Isaías 25, 6-10: “El Señor preparará un banquete y enjugará las lágrimas de todos los rostros”
Salmo 22: “Habitaré en la casa del Señor toda la vida”
Filipenses 4, 12-14. 19-20: “Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza”
San Mateo 22, 1-14: “Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren”
Todo estaba preparado y ya se acercaba el gran día. La boda anunciada había alborotado a toda la comunidad y conforme a la costumbre, todos participaban y cooperaban. Los padrinos habían contratado la banda, se habían hecho las invitaciones con todos los rituales y ceremonias, los adornos ya colocados en la Iglesia y en la casa; las gallinas y los guajolotes, muertos y limpios, listos para ser cocinados, hasta una res habían matado. Todo estaba listo pero… ya la noche de la víspera, el novio intranquilo y preocupado llegó a la oficina parroquial a decir que la novia no se quería casar, que qué se podía hacer. “Si la novia no quiere, nada se puede hacer…” Y la novia, por inseguridades y temores, no quiso… y no hubo boda. Fiesta sí que hubo, había que comer, bailar y tomar… Una fiesta con un hueco en el corazón y con sabor amargo: la novia estaba ausente.
Hay invitados que no pueden faltar. Y cada persona, para Dios, es ese invitado. La parábola de este día recoge uno de los símbolos más usados por Jesús para expresar las características del Reino: el banquete y la fiesta. Así es el evangelio: un mensaje de alegría, de fiesta y de vida. Pero la parábola presenta aspectos que parecen excesivos y hasta chocan con nuestra mentalidad. La invitación siempre deja la posibilidad de aceptarla o rechazarla; en cambio en la narración, la negación provoca la ira del rey a tal grado que manda matar a los renuentes y quemar la ciudad. Por otra parte, quienes la rechazan se sienten tan ofendidos por la insistencia a la invitación que dan muerte a los mensajeros. Cuando por fin se realiza el banquete, tan largamente pospuesto, quien no lleva traje, es expulsado y arrojado a las tinieblas. La narración se sale de todo presupuesto y parece, en momentos, un exceso de violencia y de venganzas. Sin embargo, quienes así juzgan esta parábola no han captado el verdadero mensaje de Jesús. No quiere nunca la violencia ni la venganza, pero es de capital importancia esta comida compartida, este banquete festivo donde se quitará el velo de luto y la ignominia que padece el pueblo de Israel.
¿Cómo quedar fuera del banquete? La mesa, el pan compartido, están listos para todos y en primer lugar para los israelitas. Contrario a lo que dice San Pablo que Cristo, el Novio, es su centro: “Todo lo puedo unido a Aquel que me da fuerza”, hay quien se apoya en otros intereses. La finca propia es más importante que la invitación del rey a compartir los alimentos en la mesa común. El negocio individual avasalla y destruye la posibilidad de poner en común los bienes de la vida. También hoy los intereses y el usufructo personal impulsan a rechazar la invitación del Dios de la vida y de la comunidad. Se ahoga la posibilidad de construir una mesa común y se destruye la fraternidad. ¿Cuántas veces la ambición de unos pocos ha bloqueado las iniciativas de una lucha frontal contra el hambre? ¿Por qué no se avanza en los compromisos serios de la preservación del medio ambiente y de los bienes de la naturaleza? Los intereses egoístas y las ganancias de unas cuantas, pero poderosas, empresas internacionales se imponen sobre la necesidad y el clamor inmenso de muchos pueblos y seres humanos que luchan por un lugar en la mesa. A nivel internacional, pero también a nivel de pequeñas organizaciones y aun del ámbito familiar, con frecuencia prevalece la propia ganancia sin mirar el bien común.
La invitación universal que ya anunciaba Isaías, se concreta en este banquete. Pero a muchos les parece una cierta incongruencia el hecho de que si se ha salido a los caminos, si se ha buscado tanto a pobres como a ricos, cuando ha entrado un personaje sin el traje de fiesta, sea castigado tan fuertemente. ¿Es tan importante para Jesús un vestido que quien no lo lleve será excluido de su banquete mesiánico? ¿A qué traje se referirá? A partir de Jesús los pobres son no sólo los destinatarios privilegiados de la Buena Noticia, sino también los llamados a construir el Reino, a ser protagonistas. Pero si alguien se excluye, si alguien se viste diferente a la preferencia de Jesús, si alguien renuncia a las opciones radicales de Jesús, pierde el vestido que lo hace igual a los demás, el traje de la fraternidad. Todo esto significa que, desde Jesús, sólo tiene recto sentido de Dios aquel que acoge al pobre. Y esto, en las obras más que en las palabras, porque podemos revestirnos fácilmente de opciones y actitudes que quedan en meras ideologías y palabrería sin llegar a los hechos. “Cuanto hayas hecho a uno de estos pequeños…” Es el vestido que Jesús exige para poder decirnos: “Vengan benditos de mi Padre”.
Cuántas veces lo ha dicho el Papa Francisco: la Iglesia no es la reunión de los buenos, decentes y selectos. Su único privilegio es haber recibido una invitación, la más grande invitación, gratuita, para participar en el banquete. Quizás nuestra primera actividad como invitados sea la misma de los criados, salir a los caminos y encontrar a los que, buenos o malos, aún no tienen una mesa. No somos dueños ni de la casa ni de la mesa, no está en nuestras manos el rechazar o poner condiciones. Somos servidores empeñados en que la gran tarea de la liberación llegue a toda la humanidad. ¡Cuidado!, tenemos que ponernos el traje de fiesta, pero un traje que impregne nuestro interior, nuestro corazón y que llegue también hasta nuestras verdaderas opciones. Somos los principales protagonistas de este banquete, ¡no nos quedemos fuera!
Gracias. Padre amante, por invitarnos a tu banquete. Concédenos amarte en todos y servirte en cada uno, compartiendo la mesa de la vida, de los bienes, del Pan y de la Palabra. Amén.