Mons. Javier Echevarría
Con ocasión de la beatificación de Pablo VI, el Prelado del Opus Dei recuerda el espíritu de servicio del Santo Padre, su caridad pastoral y su solicitud por los más humildes
La beatificación del Papa Pablo VI es un motivo de enorme gozo para toda la Iglesia. Pablo VI fue el Papa que llevó a conclusión el Vaticano II. Es de todos los católicos conocida la huella pastoral, apostólica, que ha dejado en el mundo desde su ordenación sacerdotal y en las etapas sucesivas de su vida, hasta su misión universal como Romano Pontífice. Su caridad pastoral ayudó a infundir en los católicos el deseo de una generosa renovación espiritual y de una profunda fidelidad al Evangelio.
Me gusta recordar el espíritu de servicio con que el entonces Monseñor Montini sirvió al Papa y a la humanidad desde sus diversos encargos en la Santa Sede. Hoy acudo al nuevo Beato para que nos inculque a todos los católicos ese mismo cariño humano y lleno de fe hacia el Vicario de Cristo, ahora el Papa Francisco.
Además del trato de sincera amistad con Mons. Escrivá y con Mons. del Portillo −convertido luego en cariño del Padre común−, tengo muy presente el recuerdo de su afecto y cercanía manifestados también al inaugurar un centro promovido por personas del Opus Dei para la juventud obrera en la ciudad de Roma. Ese día, se me hizo aún más palpable su amor por todas las almas, especialmente por las de los más humildes, y su deseo de justicia social: que a nadie le falte nada. Aquella visita del Santo Padre al Centro Elisconcluyó con su abrazo paternal a San Josemaría, mientras decía: "qui, tutto è Opus Dei!" ["aquí, todo es Obra de Dios"].
Cuando la Iglesia reflexiona de modo especial sobre la institución familiar, supliquemos también a Pablo VI por los hogares del mundo, para que sean esa "comunión de amor" y esa "escuela" del Evangelio de los esposos, de las que nos habló durante su peregrinación a Nazaret, en 1964, y en tantos otros momentos al referirse al matrimonio.