8/26/15

"Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la Creación”

Carta del Papa para su institución 


A los Venerables Hermanos
Cardenal Peter Kodwo Appiah TURKSON 
Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz

Cardenal Kurt KOCH 
Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos

Compartiendo con el amado hermano Bartolomé, Patriarca Ecuménico, la preocupación por el futuro de la creación (cf. Carta Enc. Laudato si’, 7-9) y, acogiendo la sugerencia de su representante, el Metropolita Ioannis de Pérgamo, que intervino en la presentación de la Encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, deseo comunicarles que he decidido instituir también en la Iglesia Católica la «Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación», que, a partir del año en curso, será celebrada el 1 de septiembre, tal como acontece desde hace tiempo en la Iglesia Ortodoxa.
Como cristianos, queremos ofrecer nuestra contribución para superar la crisis ecológica que está viviendo la humanidad. Para ello debemos ante todo extraer de nuestro rico patrimonio espiritual las motivaciones que alimentan la pasión por el cuidado de la creación, recordando siempre que, para los creyentes en Jesucristo, Verbo de Dios hecho hombre por nosotros, «la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo, ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea» (ibíd., 216). La crisis ecológica nos llama por tanto a una profunda conversión espiritual: los cristianos están llamados a una «conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea» (ibíd., 217). De hecho, «vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana» (ibíd.).
La Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que se celebrará anualmente, ofrecerá a cada creyente y a las comunidades una valiosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación, elevando a Dios una acción de gracias por la maravillosa obra que Él ha confiado a nuestro cuidado, invocando su ayuda para la protección de la creación y su misericordia por los pecados cometidos contra el mundo en el que vivimos. La celebración de la Jornada en la misma fecha que la Iglesia Ortodoxa será una buena ocasión para testimoniar nuestra creciente comunión con los hermanos ortodoxos. Vivimos en un tiempo en el que todos los cristianos afrontamos idénticos e importantes desafíos, y a los que debemos dar respuestas comunes, si queremos ser más creíbles y eficaces. Por esto, espero que esta Jornada pueda contar con la participación de otras Iglesias y Comunidades eclesiales y se pueda celebrar en sintonía con las iniciativas que el Consejo Ecuménico de las Iglesias promueve sobre este tema.
Le pido a Usted, cardenal Turkson, Presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, que ponga en conocimiento de las Comisiones de Justicia y Paz de las Conferencias Episcopales, así como de los Organismos nacionales e internacionales que trabajan en el ámbito ecológico, la institución de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, para que, de acuerdo con las exigencias y las situaciones locales, la celebración se organice debidamente con la participación de todo el Pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos. Para este propósito, y en colaboración con las Conferencias Episcopales, ese Dicasterio se esforzará por llevar a cabo iniciativas adecuadas de promoción y animación, para que esta celebración anual sea un momento intenso de oración, reflexión, conversión y asunción de estilos de vida coherentes.
Le pido a Usted, cardenal Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, que se ponga en contacto con el Patriarcado Ecuménico y con las demás realidades ecuménicas, para que dicha Jornada Mundial sea signo de un camino que todos los creyentes en Cristo recorren juntos. Además, ese Dicasterio se ocupará de la coordinación con iniciativas similares organizadas por el Consejo Ecuménico de las Iglesias.
Esperando la más amplia colaboración para el buen comienzo y desarrollo de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, invoco la intercesión de la Madre de Dios María Santísima y de san Francisco de Asís, cuyo Cántico de las Criaturas mueve a tantos hombres y mujeres de buena voluntad a vivir alabando al Creador y respetando la creación. Como confirmación de estos deseos, le imparto a ustedes, Señores cardenales, y a cuantos colaboran en su ministerio, la Bendición Apostólica.
Vaticano, 6 de agosto de 2015
Fiesta de la Transfiguración del Señor.

FRANCISCUS

'En la oración sentir a Dios como la caricia que nos tiene en vida'

El Papa en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de los cristianos tiene que ver precisamente con el tiempo: “Debería rezar más…; quisiera hacerlo, pero a menudo me falta tiempo”. Escuchamos esto continuamente. El disgusto es sincero, ciertamente, porque el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y no tiene paz si no la encuentra. Pero para que se encuentren, es necesario cultivar en el corazón un amor “cálido” por Dios, un amor afectivo.
Podemos hacernos una pregunta muy simple. Está bien creer en Dios con todo el corazón, está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber de agradecerle. Todo bien. Pero, ¿queremos también un poco al Señor? ¿El pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?
Pensemos a la formulación del gran mandamiento, que sostiene a todos los demás: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”. La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, derramándolo sobre Dios. Entonces, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Podemos pensar en Dios como la caricia que nos mantiene con vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede separar? ¿O lo pensamos solo como el gran Ser, el Todopoderoso que ha creado todas las cosas, el Juez que controla cada acción? Todo es verdad, naturalmente. Pero solo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco confundidos, porque Él piensa en nosotros ¡y sobretodo nos ama! ¿No es impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre? Es muy hermoso, muy hermoso. Podía simplemente darse a conocer como el Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, nos ama.
Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, “como hacen los paganos”, decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, “como hacen los fariseos”. Un corazón habitado por el amor a Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia.  
Es hermoso cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso! En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don para cada uno de nosotros! El Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, “Padre”, nos enseña a decir padre precisamente como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca encontrar solos. Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la que aprendes a decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.
El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y concurrido, ocupado y preocupado. Siempre es poco, no basta nunca. Siempre hay tantas cosas que hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro horas consigue que haya el doble! Es así ¿eh? ¡Existen mamás y papás que podrían ganar el Nobel por esto! ¿eh? ¡De 24 horas hacen 48! No sé cómo lo hacen, pero se mueven y hacen. Hay tanto trabajo en la familia.
El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la que le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Unas buenas guías para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración. La visita de Jesús, a quien querían mucho, era su fiesta. Un día, sin embargo, Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no lo es todo, sino que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa verdaderamente esencial, la “parte mejor” del tiempo. Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden... cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendamos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús el que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades... ¡Hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la cruz! Tú, mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la cruz. Esta es una tarea hermosa de las mamás y de los papás.
En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasos difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en la familia sea custodiado por el amor de Dios. Gracias.

Domingo 22 del Tiempo Ordinario - Ciclo B

P. Antonio Rivero, L.C. 

Textos: 
Deut 4, 1-2, 6-8; Sant 1, 17-18. 21-27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23



Idea principal: ¿En qué consiste la verdadera religión?

Síntesis del mensaje: Nuestra religión no está hecha de exterioridades, como creían algunos fariseos a quienes Cristo trata con tanta dureza en el evangelio, a punto de querer agradar a Dios y ganarse la salvación. Esas “cosas” en un principio fueron adornos de la religión, luego contrincantes de la religión y finalmente suplantaron a la religión.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la verdadera religión no es de labios para afuera.“Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (Is 29, 13). La verdadera religión la hemos sustituido muchas veces por ritos, costumbres, piedades, tradiciones. Oír misa, bautizar a la criatura, hacer la primera comunión, casarse por la Iglesia, arrodillarse en el confesonario, enterrar a un muerto cristianamente, peregrinaciones y procesiones, etc. no son la religión. Esas son cosas de la religión, pero no la religión. Prueba de ello es que no siempre existieron esas “cosas” pero siempre existió la religión. Otras veces fueron otras costumbres, ritos, tradiciones…pero la religión fue la misma. Cristo no está despreciando las normas de vida de los judíos: Él dijo que no había venido a abolir la ley, sino a darle plenitud y llevarla a la perfección. Jesús interiorizó esa ley, para que no nos conformemos con la apariencia exterior. Jesús condena el legalismo formalista, sin alma, sin sensibilidad, sin caridad, que esclaviza más que libera.

En segundo lugar, la verdadera religión es la fe en Jesús vivo, muerto, resucitado, glorificado, Hijo de Dios. Fe es la actitud trascendental del corazón del hombre, para quien Jesús lo es todo, como su escala de valores y de principios, sus esperanzas eternas, sus destinos…La actitud transcendental es la obediencia a Dios, el seguimiento de los dictámenes de la conciencia recta y el servicio desinteresado a los hombres (2ª lectura). La fe, pues, es la actitud transcendental del corazón como estilo de vida; sin esa fe no hay ni misa ni sacramentos ni teología ni moral…que valgan, pero con esa fe en Dios misa y sacramentos y piedades…hacen la religión florida y hermosa. O sea, creyentes, más que practicantes, quiere Dios. Y si practicantes, es porque le dan vida y espíritu a la letra, que de por sí sólo mataría. Es decir, que a misa, sacramentos y piedades se les echa alma, espíritu, corazón y vida o aquí ni hombre ni religión ni nada.

Finalmente, concretemos lo dicho. Por ejemplo, algunas primeras comuniones son ya suntuosas como una boda, y eso es un escándalo económico, social y religioso. ¿Esa es la religión verdadera? Algunas bodas son ya un rito tan secularizado como una fiesta social, donde valen más las fotos, el video y la parafernalia musical… y eso es una degradación, la humillación y el desprestigio del sacramento. ¿Religión verdadera? Y así las confesiones mecánicas, las comuniones mercantiles: “voy a ofrecer esta comunión para conseguir esta o aquella gracia para…”. ¿Qué decir de procesiones o peregrinaciones que parecen más una feria donde se vende todo, que un gesto exterior de algo profundo del corazón? ¿Religión verdadera? Ahora entendemos por qué Jesús fue tan duro con estos fariseos ritualistas que cifraban la religión en prácticas exteriores y no en la fe en Dios. Por eso Jesús, entre el hombre y el sábado, se quedaba con el hombre, para quien ahí está el sábado; no al revés. Por eso, Jesús echó una mano al hombre religioso y le asentó la mano al hombre ritualista (cf. Mc 2, 27). El año, mes y día, en que Jesús dijo –evangelio de hoy- que las cosas externas no hacen malo al hombre sino las internas oriundas del corazón son las que le hacen bueno, malo, regular, santo, etc.., en ese momento pronunció Jesús “una de las mayores frases en toda la historia de las religiones” (Montefiore). Frase que va al corazón del hombre –en sentido bíblico de la expresión-, es decir, a la inteligencia, la voluntad y el sentimiento del hombre…Esa es la verdadera religión, que vino a enseñarnos Jesús, el Hijo de Dios.

Para reflexionar: ¿Soy hombre religioso o sólo ritualista? ¿Ritualista o espiritualista? ¿Creyente o sólo cumplidor? ¿Vivo en esa actitud transcendental, en obediencia a Dios, en el seguimiento de la conciencia recta y en el servicio desinteresado a los hombres (2ª lectura)? Huyamos del fariseísmo y del ritualismo sin fe y sin alma (evangelio), para ser gratos a Dios (salmo). Fueron los “practicantes” los que llevaron a la cruz a Cristo y lo mandaron crucificar. ¿Dónde estaba la fe de esos “piadosos practicantes”?

Para rezar: Hazme entender que tú me conoces enteramente, pues eres mi Creador, y sabes de todas mis cosas. Y eres tú, mi Señor, quien me transformas, quien me instruyes, quien me modelas, quien me perfeccionas, quien haces de mí tu hijo, quien me ama y quien me salva. Finalmente, Señor, haz que me deje caer confiado y esperanzado en tus manos y, como un niño en brazos de su padre, me duerma en tu regazo.

8/24/15

Despedida y envío - Catequesis para toda la familia

Xhonané Olivas



Al concluir la santa misa, ¿qué pasaría si termináramos sólo con la bendición del sacerdote?... ¿Qué pasaría si estas fueran sus últimas palabras?: “La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes”, y nosotros contestáramos: “Amén””… definitivamente faltaría algo, pero, ¿qué es ese algo?
Cuando Pedro, Santiago y Juan presenciaron la transfiguración de nuestro Señor, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. (Mc 9,5), y ¿qué sucedió?, después de todo, parece una magnífica ideas quedarse en presencia de Jesús y contemplar su gloria, ¿no? Podríamos decir lo mismo con la santa misa, ¿por qué no quedarnos más?, ¿por qué no decir como San Pedro: “qué bien estamos aquí”?
La respuesta está en las últimas palabras del sacerdote. Nos puede decir cualquiera de estas frases:
- Pueden ir en paz
- La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Pueden ir en paz.
- Glorifiquen al Señor con su vida. Pueden ir en paz.
- En el nombre del Señor, pueden ir en paz.
- En la paz de Cristo, vayan a servir a Dios y a sus hermanos.
- Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado. Pueden ir en paz (para el tiempo de Pascua).
La realidad es que no se puede permanecer en la iglesia todo el tiempo. Dios nos alimenta, nos bendice y… ¡nos envía a compartirlo con los demás!, ¡nos envía “a proclamar el reino de Dios” (Lc 9,2)! Cuando mis hijos y yo vamos de excursión a un lugar que les llama la atención y que disfrutan mucho, es imposible que llegando a casa no hablen de lo que vieron y aprendieron con mi esposo. ¿Por qué? ¡Porque es algo importante para ellos!¡Quieren compartir lo que recibieron! Dios nos creó para vivir en comunión con Él y ¡con los demás! Jesús nos envía a compartir nuestra fe, nuestro tiempo, nuestros talentos… nos envía a glorificarlo con nuestra vida, a vivir en su paz, a servirlo a Él y a nuestros hermanos… a ¡anunciar la alegría de su resurrección!
¿Cómo les enseño a mis hijos lo que esto significa? ¿Cómo les pongo el ejemplo? Voy a misa y saliendo ¿me olvido de lo que pasó?
Sería interesante preguntarles a nuestros hijos qué piensan sobre las últimas palabras del sacerdote…

Encíclica social: de la ‘Rerum Novarum’ a la ‘Laudato si’

La importancia de Laudato si’ es semejante a la relevancia que tuvo la publicación de la Rerum novarum en 1891 por parte del Papa León XIII
A pocos días de la institución de la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación, después de la reciente presentación por parte del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, del «Clean Power Plan», y a pocos meses de la 21ª Conferencia de París sobre los cambios climáticos, no se puede dejar de destacar la gran actualidad de la Laudato si’. Una encíclica que, si bien es «joven», ya ha tenido una función destacada: asignar a la cuestión ambiental una dignidad pública mundial que no se limita sólo a los restringidos ámbitos científicos, sino que supera toda polémica periodística y va más allá de los límites ideológicos de la realidad política.
La Laudato si’ cuenta con un desafío gigantesco, del cual me urge destacar dos aspectos. El primero consiste en la novedad histórica de esta encíclica que coincide, no casualmente, con el excepcional momento de transición que está viviendo el mundo contemporáneo. El segundo, en cambio, es «la raíz humana de la crisis ecológica», es decir, un análisis del poder a partir de las reflexiones de Romano Guardini.
Sin lugar a dudas, la importancia de esta encíclica es semejante a la relevancia que tuvo la publicación de la Rerum novarum en 1891 por parte del Papa León XIII. Esa encíclica del Papa Pecci abrió a la mirada maternal de la Iglesia hacia un mundo que entonces estaba aún inexplorado por el magisterio pontificio: la cuestión obrera. Con la Rerum Novarum se iluminó una fase de transición importantísima: el paso de una sociedad agrícola a una industrial, del campo a la fábrica y, en definitiva, de la nobleza a la sociedad de masa.
Hoy se da un paso ulterior. La sociedad de masa se ha convertido en una sociedad global cada vez más pulverizada y líquida. En la encíclica de León XIII las referencias ambientales eran la «fábrica» donde los obreros trabajaban y el «suelo» ocupado por esa fábrica, mientras que los sujetos que en ella actuaban eran los obreros y los patrones. Hoy, estas realidades han cambiado profundamente. El sistema productivo está por doquier. Y cada aspecto de la creación puede ser potencialmente utilizado y manipulado por las tecnociencias con repercusiones profundísimas en la vida de cada ser humano.
No es una casualidad, en efecto −y me refiero al segundo aspecto−, que el Papa en la encíclica cite más de una vez un libro de Romano Guardini, El final de la época moderna, para destacar este delicadísimo paso histórico que el teólogo alemán había intuido ya a mediados del siglo XX: es decir la crisis del mundo moderno y el inicio de una nueva humanidad ordenada por la técnica. Una nueva sociedad en la que el hombre −definido como «hombre-no-humano»− domina sobre la naturaleza de modo ilimitado, casi tiránico, sin poner un límite al propio poder. Y así, «tanto la naturaleza como el hombre mismo» están «cada vez más a merced de la imperiosa pretensión del poder económico, técnico, organizativo y estatal».
He aquí el desafío más importante lanzado por la Laudato si’: poner un freno a esta especie de «poder ingobernable» −que el Papa Francisco ha denominado el «paradigma tecnoeconómico»− que reduce al hombre y el medio ambiente en simples objetos que se explotan de modo ilimitado y sin atención.

La fiebre de la prisa por vivir

La paciencia nos permite soportar las molestias inevitables que nos causan los bienes que tardan en llegar
Todos tenemos la experiencia de que los momentos más felices de la vida no suelen ser aquellos en los que, por fin, llegó lo que habíamos esperado, sino los que precedieron a ese desenlace. Pondré un ejemplo. La felicidad que nos proporciona una fiesta se suele obtener más en la víspera de esa fiesta que en el día festivo; para muchas personas lo mejor del domingo está en la espera del domingo. Esa espera genera ilusión, que es un ingrediente esencial de la felicidad. Debe subrayarse, por tanto, el valor de la espera y de saber esperar. Ser feliz consiste primariamente en ir a ser feliz. Es más importante la anticipación que la fruición actual (Julián Marías).
La espera es un componente fundamental de la vida humana. Necesitamos tiempo suficiente para salir de la infancia y de la adolescencia, para aprender una profesión u oficio, para enamorarnos, para descubrir y asimilar verdades. El labrador cuenta con el tiempo de espera de la cosecha; la madre cuenta con el tiempo de espera del hijo que va a nacer. La espera no es pasividad, sino disponibilidad activa hacia lo que se aproxima. Todo esto es muy aconsejable para una vida feliz. Pero no son actitudes frecuentes en la sociedad de hoy, que es la sociedad del interruptor (con su respuesta instantánea), de las casas prefabricadas, de los cursos acelerados (aprenda inglés en 15 días), de la comida inmediata, del solarium (póngase moreno en tres sesiones). Nos cuesta cada vez más adaptarnos al necesario ritmo de maduración de las cosas. Está desapareciendo la espera; la gente cada vez está menos dispuesta a esperar. Se quiere todo "aquí y ahora".
El hombre y la mujer de hoy están dominados por la prisa. La prisa es apresurarse, hacer una cosa antes de tiempo o de lo previsto; precipitarse. Esa forma acelerada de vivir es un serio obstáculo para la libertad interior; puede darse en cualquier edad, aunque es más frecuente en el caso de los adolescentes y jóvenes. Estos últimos tienen una prisa exagerada por probarlo todo, por tener todo tipo de experiencias (en algunos casos la de la droga).
Los jóvenes aman la velocidad. Cuando manejan de forma temeraria una motocicleta están intentando superar sus complejos y escapar de sus temores. Pero hay algo más preocupante que la excesiva velocidad: la prisa. La velocidad excesiva conlleva correr un riesgo absurdo, pero el riesgo es afirmación, y por eso tiene alguna nobleza. En cambio, la prisa es siempre negación; denota falta de confianza en la vida (por ello no se aceptan sus etapas y su duración). Lo peor no es que se quemen las etapas en un viaje por carretera sino que se quemen las etapas de la vida misma.
La "prisa por vivir" es, para muchos jóvenes de hoy, una fiebre. El ansia de acceder cuanto antes a las ventajas y privilegios del estatus adulto (pero sin el esfuerzo y responsabilidad que esa situación conlleva) suele generar en muchos jóvenes una agitación similar a la de la fiebre. Es una nueva fiebre del oro, pero sin sacrificio.
En el terreno del amor, los jóvenes se encuentran con estímulos ambientales que les empujan a no esperar. Se les dice que el instinto debe ser "liberado" siempre y de forma total. Se les presenta la sexualidad como un juego, y el amor como una pasión. Se añade que cualquier restricción o aplazamiento de la conducta instintiva ocasionaría desequilibrio emocional e infelicidad. Estos mensajes les llegan a través de la literatura, del cine, de las canciones, de internet, de la televisión. No hay que extrañarse, por tanto, de que muchos de estos jóvenes reduzcan el amor a un erotismo prematuro.
Los jóvenes con "prisa por vivir" creen que encontrarán la felicidad en el goce de los placeres inmediatos. Viven para el disfrute de lo instantáneo; se instalan así en lo efímero, en lo pasajero, impidiendo que su vida sea una vida con historia y con argumento. Prisioneros del instantaneismo hedonista, no esperan nada del futuro. Y como el futuro no existe, carece de sentido hacer cualquier tipo de proyecto. Necesitan que alguien les ayude a adquirir la virtud de la paciencia. La paciencia nos permite soportar las molestias inevitables que nos causan los bienes que tardan en llegar. Hay que decirles que es posible esperar y que compensa esperar; también que la impaciencia no logra acelerar el ritmo de la vida: no por mucho madrugar amanece más temprano.

"¿Quién es Jesús para mí?"

El Papa ayer en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Concluye hoy la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, con el discurso sobre el Pan de la vida, pronunciado por Jesús, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y peces.
Al final de este discurso, el gran entusiasmo del día anterior se apagó, porque Jesús había dicho que era el Pan bajado del cielo y que daba su carne como alimento y su sangre como bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no ‘ganadoras’.
Así, algunos miraban a Jesús como a un mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito, ¡enseguida!
¡Pero, precisamente sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías!
Ni siquiera los discípulos logran aceptar ese lenguaje, lenguaje inquietante del Maestro. Y el pasaje de hoy cuenta su malestar: “¡Es duro este lenguaje! --decían-- ¿Quién puede escucharlo?”.
En realidad, ellos entendieron bien las palabras de Jesús. Tan bien que no quieren escucharlo, porque es un discurso que pone en crisis su mentalidad. Siempre las palabras de Jesús nos ponen en crisis; en crisis, por ejemplo, ante el espíritu del mundo, a la mundanidad. Pero Jesús ofrece la clave para superar la dificultad; una clave hecha con tres elementos. Primero, su origen divino: Él ha bajado del cielo y subirá allí donde estaba antes.
Segundo, sus palabras se pueden comprender solo a través de la acción del Espíritu Santo, Aquel que “da la vida”. Y es precisamente el Espíritu Santo el que nos hace comprender bien a Jesús.
Tercero: la verdadera causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: “hay entre ustedes algunos que no creen”, dice Jesús. En efecto, desde ese momento, dice el Evangelio, “muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Ante estas defecciones, Jesús no hace descuentos y no atenúa sus palabras, aún más obliga a realizar una opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”.
En ese momento, Pedro hace su confesión de fe en nombre de los otros Apóstoles: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. No dice: “¿dónde iremos?”, sino “¿a quién iremos?”. El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro, nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos unimos para caminar juntos por el mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna!
Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el “pan vivo”, el alimento indispensable. Unirse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino.
Cada uno de nosotros puede preguntarse, ahora: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, es una idea, es un personaje histórico solamente? O es verdaderamente aquella persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo. ¿Para ti quién es Jesús? ¿Estás con Jesús? ¿Intentas conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio todos los días, un pasaje del Evangelio, para conocer a Jesús? ¿Llevas el pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, para leerlo, en todas partes? Porque cuanto más estamos con Él, más crece el deseo de permanecer con él. Ahora les pediré amablemente, hagamos un momentito de silencio y cada uno de nosotros en silencio, en su corazón, se pregunte: ¿quién es Jesús para mí? En silencio, cada uno responda, en su corazón: ¿quién es Jesús para mí?
Que la Virgen María nos ayude a “ir” siempre a Jesús, para experimentar la libertad que Él nos ofrece, y que nos consiente limpiar nuestras opciones de las incrustaciones mundanas y también de los miedos.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice renovó su llamamiento para que se respeten los acuerdos de paz en Ucrania:
Queridos hermanos y hermanas,
Con preocupación, sigo el conflicto en Ucrania oriental, que se ha agravado nuevamente en estas últimas semanas. Renuevo mi llamamiento para que se respeten los acuerdos asumidos para alcanzar la pacificación, y con la ayuda de las organizaciones y de las personas de buena voluntad, se responda a la emergencia humanitaria en el país.
Que el Señor conceda la paz a Ucrania, que se prepara a celebrar, mañana, la fiesta nacional. ¡Que la Virgen María interceda por nosotros!
A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los procedentes de varios países, en particular a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano, llegados a Roma para realizar los estudios teológicos.
Saludo al grupo deportivo de San Giorgio su Legnano, a los fieles de Luzzana y de Chioggia; a los chicos y los jóvenes de la diócesis de Verona.
Y no se olviden, esta semana, deténganse cada día un momentito y háganse la pregunta: “¿quién es Jesús para mí?”. Y cada uno responda en su corazón. ¿Quién es Jesús para mí?
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
A todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

8/19/15

"El trabajo pertenece al proyecto de Dios en la creación"

El Papa en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas,
después de haber reflexionado sobre el valor de la fiesta en la vida de la familia, hoy nos detenemos sobre el elemento complementario, que es el del trabajo. Ambos forman parte del diseño creador de Dios. La fiesta y el trabajo.
El trabajo, se dice comúnmente, es necesario para mantener a la familia, para hacer crecer a los hijos, para asegurar a sus seres queridos una vida digna. De una persona seria, honesta, lo más bonito que se puede decir: “Es un trabajador”, es uno que trabaja, es uno que en la comunidad no vive a costa de los otros. Hay muchos argentinos hoy, que he visto, y diré como decimos nosotros ‘no vive de arriba’. ¿Entendido?
Y de hecho, el trabajo, en sus muchas formas, a partir del de amo de casa, también cuida del bien común. ¿Y dónde se aprende este estilo de vida trabajador?
Antes que nada se aprende en familia. La familia educa al trabajo con el ejemplo de los padres: el papá y la mamá que trabajan por el bien de la familia y de la sociedad.
En el Evangelio, la Sagrada Familia de Nazaret aparece como una familia de trabajadores, y Jesús mismo es llamado “hijo del carpintero” (Mt 13,55) o incluso “el carpintero” (Mc 6,3). Y san Pablo no dejará de advertir a los cristianos: “Quien no quiera trabajar, que no coma” (2 Ts 3,10). Una buena receta para adelgazar. Si no trabajas no comes.
El apóstol se refiere explícitamente al falso espiritualismo de algunos que, de hecho, viven a costa de sus hermanos y hermanas “sin hacer nada”  (2 Ts 3,11). El compromiso del trabajo y la vida del espíritu, en la concepción cristiana, no están en contradicción entre ellas. ¡Es importante entender esto! Oración y trabajo pueden y deben estar juntos en armonía, como enseña san Benito. La falta de trabajo daña también el espíritu, como la falta de oración daña también la actividad práctica.
Trabajar --repito, en muchas formas-- es propio de la persona humana. Expresa su dignidad de ser creada a imagen de Dios. Por eso, se dice que el trabajo es sagrado. El trabajo es sagrado, y por eso, la gestión de la ocupación es una gran responsabilidad humana y social, que no puede quedar en las manos de unos pocos o descargada sobre un “mercado” divinizado. Causar una pérdida de puestos de trabajo significa causar un grave daño social. Me entristece cuando veo que no hay trabajo, que hay gente sin trabajo, que no encuentra trabajo y que no tiene la dignidad de llevar el pan a casa. Y me alegro mucho cuando veo que los gobernantes hacen tantos esfuerzos y tanto trabajo para encontrar puestos de trabajo y para tratar que todos tengan un trabajo. El trabajo es sagrado, el trabajo da dignidad a una familia. Debemos rezar para que no falte el trabajo en ninguna familia.
Por tanto, también el trabajo, como la fiesta, forma parte del diseño del Dios Creador. En el libro del Génesis, el tema de la tierra como casa-jardín, a cargo del cuidado y el trabajo del hombre (2, 8.15), es anticipado con un pasaje muy conmovedor: “Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, aún no había ningún arbusto del campo sobre la tierra ni había brotado ninguna hierba, porque el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra. Tampoco había ningún hombre para cultivar el suelo, pero un manantial surgía de la tierra y regaba toda la superficie del suelo” (2,4b-6a). No es romanticismo, es revelación de Dios; y nosotros tenemos la responsabilidad de comprenderla y asimilarla hasta el fondo. La Encíclica Laudato Si’, que propone una ecología integral, contiene también este mensaje: la belleza de la tierra y la dignidad del trabajo están hechas para ir juntas. La tierra se hace bella cuando es trabajada por el hombre. Van juntas las dos.
Cuando el trabajo se desvincula de la alianza de Dios con el hombre y la mujer, cuando se separa de sus cualidades espirituales, cuando es rehén de la lógica del beneficio y desprecia los afectos de la vida, la degradación del alma contamina todo: también el aire, el agua, la hierba, la comida... La vida civil se corrompe y el hábitat se estropea. Y las consecuencias golpean sobre todo a los más pobres y a las familias más pobres. La organización moderna del trabajo muestra a veces una peligrosa tendencia a considerar a la familia una carga, un peso, una pasividad, para la productividad del trabajo. Pero preguntémonos: ¿qué productividad? ¿Y para quién? La llamada “ciudad inteligente” es sin duda rica de servicios y de organización; pero, por ejemplo, a menudo es hostil con los niños y los ancianos.
A veces, quien proyecta está interesado en la gestión de fuerza-trabajo individual, para ensamblar y utilizar o descartar según la conveniencia económica. La familia es un gran lugar de prueba. Cuando la organización del trabajo la tiene como rehén, o incluso le obstaculiza el camino, ¡entonces estamos seguros de que la sociedad humana ha comenzado a trabajar contra sí misma! Las familias cristianas reciben de esta coyuntura un gran desafío y una gran misión. Estas ponen en juego los fundamentos de la creación de Dios: la identidad y la unión del hombre y la mujer, la generación de los hijos, el trabajo que hace doméstica la tierra y habitable el mundo. ¡La pérdida de estos fundamentos es algo muy serio, y en la casa común ya hay muchas grietas! La tarea no es fácil. A veces, a las asociaciones de familias les puede parecer que son como David contra Goliat… ¡pero sabemos cómo terminó ese desafío! Se necesitan fe y astucia. Que Dios nos conceda acoger con alegría y esperanza su llamada, en este momento difícil de nuestra historia. La llamada al trabajo para dar dignidad a sí mismo y a la propia familia. Gracias.

Domingo 21 del Tiempo Ordinario Ciclo B

P. Antonio Rivero, L.C.

Textos: Josué 24, 1-2a.15-17.18b; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69


Idea principal: La Eucaristía nos pone ante una disyuntiva:“¿También vosotros queréis marcharos?”: creer o abandonarlo.

Síntesis del mensaje: Hoy terminamos la lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el discurso eucarístico. Y lo terminamos con las reacciones de los presentes ante las palabras de Jesús:“¿Quién puede tolerar este discurso tan duro?”. Es la misma disyuntiva que puso Josué a los suyos al entrar en la tierra prometida: “¿Prefieren servir a Yahvé o a los dioses falsos?” (1ª lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en la primera lectura está clara la disyuntiva: ¿a quién elegir: a Yahvé o a los dioses extranjeros? Los dioses de “más allá del río” exigen menos, son más cómodos, no prohíben esto y aquello; no imponen no robar, no fornicar, no matar. Lo que exige la Alianza de Yahvé es mucho más duro que la floja moral de los dioses de los pueblos vecinos. Josué, sucesor de Moisés, convoca en asamblea solemne a todos, para renovar la Alianza del Sinaí, un tanto olvidada ya, y les plantea una clara disyuntiva: ¿a quién quieren servir, al Dios que les ha liberado de Egipto o a los dioses que van encontrando en los pueblos vecinos y que son más permisivos? Porque siguen teniendo la tentación terrible de la idolatría. Ese día la respuesta del pueblo a Josué fue: ¡elegimos a Dios! Y así el pueblo en Siquem, reunido en asamblea con Josué, pudo entrar en posesión de la tierra prometida. Sabemos también que luego en su historia, el pueblo de Israel faltó muchas veces a lo prometido.

En segundo lugar, ahora es Cristo quien pregunta a los que le seguían: ¿queréis quedaros conmigo o iros? De nuevo la disyuntiva. Lo que pedía Jesús a los suyos no era fácil, porque suponía un cambio de mentalidad y de vida. Son libres. Jesús ve que algunos se van marchando, asustados por sus palabras y hace esa pregunta directa a sus apóstoles. En efecto, algunos se van y otros se quedan. Pedro, que no entiende mucho de lo que ha dicho Jesús –como tampoco debían entender los demás- pero que tiene una fe y un amor enormes hacia Cristo, contesta decidido: “¿A quién iremos?”.  Han hecho la opción por Él y  se quedan los doce que formarán la Iglesia, pero ya no se quedan como antes, sin compromiso; ahora saben que lo han elegido para la vida y para la muerte. En Cafarnaúm, fue la primera comunidad apostólica, todavía fiel, la que dijo, por boca de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos?”.

Finalmente, nos toca a nosotros responder hoy a Cristo: ¿a quién vamos a seguir: a él y su doctrina o al mundo con sus propuestas fáciles, tentadoras y embriagantes? De nuevo ladisyuntiva. También nosotros como el pueblo de Israel (1ª lectura) y como los primeros discípulos de Jesús (evangelio) hemos sido elegidos. Elegidos como objeto de su amor, admitidos en la familia de Dios en el bautismo, admitidos a su misma mesa en la Eucaristía, admitidos a la “feliz esperanza” de la venida de su Reino. Por nuestra parte, también nosotros hemos elegido a Dios. Prueba de esto: nuestro bautismo, reafirmado en la confirmación. Prueba de esto: tomamos la primera comunión. Prueba de esto: nos casamos en Cristo por la Iglesia. Pero, ¿qué nos pasa? Somos inestables. Nuestra vida se parece a la tela de Penélope: es un continuo hacer y deshacer propósitos, un oscilar continuo entre los dos polos de atracción que son Dios y el mundo con sus ídolos. Servimos a dos señores. Pero Dios detesta esto. O a Él o al mundo. Dios es celoso. Y por eso, no estamos de acuerdo con la doctrina del matrimonio indisoluble. Y por eso no aceptamos la doctrina sobre la moral sexual y regulación de la natalidad que la Iglesia enseña y defiende. Y por eso rehuimos de la cruz, cuando la vemos asomar en la esquina. Y por eso, guiñamos el ojo ante las ideologías que nos están sirviendo en el plato, por ejemplo, la ideología del género. Y no aceptamos lo de poner la otra mejilla. Y ahí estamos: doblando una rodilla ante Dios y la otra ante Baal. ¡Cuántos pasan de una plegaria a la blasfemia! Salen de la Iglesia y se van a lugares de perdición. No, hay que hacer una opción: o Cristo o el mundo. O el evangelio de Cristo o las máximas del mundo.

Para reflexionar:  ¿A quién estoy alimentando y siguiendo en mi vida: al hombre viejo y pasional, o al hombre nuevo, que vive conforme al Espíritu? ¿Opté ya por Cristo y su Evangelio o prefiero escuchar y seguir las sirenas de este mundo? ¿Cada cuanto renuevo mis promesas bautismales?

Para rezar: con santo Tomás de Aquino, quiero rezar:
“Todopoderoso y eterno Dios, me acerco al sacramento de tu Unigénito Hijo, mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de la misericordia, como ciego a la luz de la eterna claridad, como pobre y mendigo al Señor del cielo y de la tierra.Ruego, pues, Señor, a tu infinita generosidad que dignes curar mi enfermedad, lavar mis manchas, alumbrar mi ceguera, enriquecer mi pobreza, vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el pan de los ángeles, al Rey de los reyes y Señor de los que dominan, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención como conviene a la salud de mi alma.Concédeme, te ruego, recibir no sólo el sacramento del cuerpo y la sangre del Señor sino también la gracia y virtud del sacramento. Benignísimo Dios, concédeme recibir el cuerpo que tu Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo, tomó de la Virgen María, de tal manera que merezca ser incorporado a su Cuerpo Místico y ser contado entre sus miembros”.

La familia se rige por el ser, no por el tener

Vuelvo a escribir sobre matrimonio y familia, uno de los grandes temas de nuestro tiempo, esenciales para el futuro
Porque no siempre el aprecio teórico va acompañado de la indispensable coherencia práctica. Lo pensaba hace unos días, al leer en La Vanguardia la información sobre un sondeo de opinión realizado en la primera de junio sobre “Valores sociales y políticos en Catalunya”. Mientras caen en picado otros aspectos decisivos para la vida pública, según esa encuesta, para el 87,5% de los ciudadanos la familia es muy importante en su vida, y para un 12% más, algo bastante importante. Se puede concluir que para el 99,5% de los catalanes es su primera prioridad.
Sin duda, en estos tiempos de crisis económica y social, si no se ha producido una auténtica subversión ha sido gracias al colchón de tantos hogares generosos. Aunque no se rijan por criterios intelectuales, viven de hecho la realidad de que en la familia cuenta el ser, no el tener.
Lo subrayaba con fuerza Juan Pablo II en la misa que celebró en el paseo de la Castellana de Madrid el 2 de noviembre de 1982: “La familia es la única comunidad en la que todo hombre 'es amado por sí mismo', por lo que es y no por lo que tiene. La norma fundamental de la comunidad conyugal no es la de la propia utilidad y del propio placer. El otro no es querido por la utilidad o placer que puede procurar: es querido en sí mismo y por sí mismo. La norma fundamental es, pues, la norma personalística; toda persona (la persona del marido, de la mujer, de los hijos, de los padres) es afirmada en su dignidad en cuanto tal, es querida por sí misma".
Fue una constante de su Magisterio, que enlaza con escritos de juventud sobre la persona y el amor humano. Ya casi al final de su vida, en la audiencia del 30 de abril de 2004 a los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, sintetizaba: “La familia, como origen y base de la sociedad humana, tiene además un rol irreemplazable en la construcción de la solidaridad intergeneracional. No hay edad en la que se deja de ser padre o madre, hijo o hija". La familia se constituye en el orden del ser del que derivan esas condiciones naturales, inseparables de la natio, del nacimiento.
Esa realidad va más allá del matrimonio natural, sobre el que Cristo instituye el sacramento. La gracia fortalece la naturaleza y la modaliza radicalmente, en términos sintetizados por Familiaris Consortio 57, indispensables para entender a fondo tantos problemas actuales. Se me perdonará una cita tan extensa: "La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo «entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana".
Al cabo, esa exigencia de santidad y apostolado evoca los primeros pasos del cristianismo, cuando Lidia, mujer temerosa de Dios, vendedora de púrpura en Tiatira, fue la gran valedora de la entrada de Pablo en la antigua Europa, como relata Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Se deduce que estaba casada, pues el texto revelado indica que fue bautizada ella y su casa. ¿Cómo no recordar también el papel de Áquila yPriscila en la evangelización de Grecia?
La santidad de la familia estuvo muy presente entre los primeros cristianos y en la doctrina de los Padres, aunque se fue desdibujando con el tiempo, hasta la reafirmación doctrinal de Concilio Vaticano II. Baste una cita de un sermón de san Agustín: “En el huerto del Señor no sólo están las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas”.
El pasado 25 de marzo, al presentar la oración por el próximo sínodo[1], incluida en una estampa que se difundió entre los asistentes a la audiencia en la plaza de san Pedro, el papa Francisco pedía por favor que no dejaran de rezarla todos, no sólo obispos y sacerdotes: "todos estamos llamados a rezar por el Sínodo. ¡Esto es lo que necesitamos y no chismes! Invito a rezar también a los que se sienten distantes, o ya no están acostumbrado a hacerlo".

[1] Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los obispos
haga tomar conciencia a todos del carácter
sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén.

Caminar hacia Dios

Hoy como ayer la búsqueda de Dios sigue siendo la manifestación más elevada de la razón humana; lo mismo que la disponibilidad para encontrarle sigue siendo el fundamento de toda verdadera cultura
Desde el principio −como se ve en los primeros bosquejos del arte prehistórico− los hombres se abren a la dimensión trascendente o religiosa. Se trata de un caminar hacia Dios que el cristianismo interpreta como una respuesta del hombre a Dios que es el que le busca primero.

La búsqueda de Dios por la razón

1. La búsqueda de Dios, manifestación más alta de la razón. En 1864, cuando tenía 20 años,Nietzsche escribió un poema al Dios desconocido, aunque luego abandonó el camino de la razón por un voluntarismo sin salida.
Mucho antes, San Pablo había descubierto en Atenas un altar dedicado “al Dios desconocido”. En su célebre discurso del Areópago (cf. Hch 17, 22-34) les dijo a los atenienses que el Dios cristiano no era ajeno a la cultura griega, sino la respuesta a las preguntas más profundas que aquella y todas las demás culturas se formulaban.
A principios del siglo XX el poeta español Antonio Machado describe así su búsqueda de sentido y de Dios, quizá desde la infancia: “…Como el niño que en la noche de una fiesta / se pierde entre el gentío / y el aire polvoriento y las candelas chispeantes, atónito, y asombra / su corazón de música y de pena, / así voy yo, borracho melancólico, / guitarrista lunático, poeta, / y pobre hombre en sueños, / siempre buscando a Dios entre la niebla (Del libro Soledades, Galerías y otros poemas, 1907).
Hoy como ayer −pensamos los cristianos− la búsqueda de Dios sigue siendo la manifestación más elevada de la razón humana; lo mismo que la disponibilidad para encontrarle −pues es Dios el primero que busca al hombre− sigue siendo el fundamento de toda verdadera cultura.

La búsqueda de Dios por la fe

2. La fe ilumina la búsqueda de Dios. Pues bien, la fe cristiana ilumina la búsqueda de Dios. Y por eso, ayuda al diálogo con las diversas religiones (cf. Encíclica Lumen fidei, 35). Quien se abre a Dios, por medio de la religión, intenta reconocer los signos de Dios, tanto en las experiencias cotidianas de su vida como en la observación del mundo y de la naturaleza, y especialmente de los valores y realizaciones de las personas, a través de la filosofía o de la ciencia (cf. Ibid).
Cuando el hombre se acerca a Dios, la luz humana −la razón, la personalidad− no se disuelve en la inmensidad luminosa de lo divino, como una estrella que desaparece al llegar el alba, sino que se hace más brillante cuanto más próxima está del fuego originario, como espejo que refleja su esplendor (cf. Ibid).
Todas las experiencias humanas pueden ser integradas, iluminadas y purificadas por la luz de Cristo. Y “cuanto más se sumerge el cristiano en la aureola de la luz de Cristo,tanto más es capaz de entender y acompañar el camino de los hombres hacia Dios” (Ibid).
¿Cómo ponerse en ese camino? En la medida en que uno se abre al amor con corazón sincero y se pone en marcha con aquella luz que consiga alcanzar, cada persona vive ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe (cf. Ibid).
Aunque no se dé cuenta, esa persona está ya viviendo “como si Dios existiese”, a veces porque reconoce su importancia para encontrar orientación segura en la vida que lleva con los otros. Y otras veces porque experimenta el deseo de luz en la oscuridad; pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios (cf. Ibid).
Sea como fuere, “quien se pone en camino para practicar el bien se acerca a Dios, y ya es sostenido por él, porque es propio de la dinámica de la luz divina iluminar nuestros ojos cuando caminamos hacia la plenitud del amor” (Ibid).

Obstáculos en la búsqueda de Dios

3. Obstáculos en la búsqueda de Dios. Sin embargo, en la actualidad parece existir un empeño en presentar la religión como algo peligroso, que lleva a la violencia. Pero no es así, pues la verdadera religión siempre lleva a lo contrario, al bien y a la paz. Por eso la cuestión de Dios no es un peligro para la sociedad o para la vida humana, sino un camino que cabe recorrer acertadamente hacia la verdad, el bien y la belleza.
Ciertamente no es fácil buscar la verdad con valentía. Con mucha frecuencia la razón se deja engañar por los intereses y por la atracción de lo meramente útil o placentero, para seguirlo como criterio último. Por eso “la búsqueda de la verdad no es fácil” y hace falta valentía y constancia.
Jesús dice en el Evangelio, “la verdad os hará libres” (Jn 8, 32), a la vez que: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Lo que libera al hombre no es una verdad abstracta, sino la participación en la vida divina en Cristo, único lugar donde se unen perfectamente la verdad y el amor, como fundamento y garantía de la plena libertad. El odio y la indiferencia −a veces peor que el odio− hacia los demás son grandes murosque impiden llegar a Dios.
Otras veces la búsqueda de Dios se encuentra con el “antitestimonio” o el escándalo que producen los creyentes, cuando no viven lo que creen haciendo que la religión sea inhumana. Y por eso los no creyentes les piden a los creyentes que sean coherentes con lo que creen o dicen creer (cf. Benedicto XVIvideo-mensaje frente al atrio de la catedral de Notre-Dame, 25-III-2011).
Por otro lado, los creyentes quieren decir a sus amigos que este tesoro que llevan dentro merece ser buscado y compartido, merece atención y reflexión.
En todo caso, la búsqueda de Dios vale la pena, porque promueve la fraternidad entre las personas, sin ver una contradicción entre una sana laicidad y la religión. Esto comienza por ayudar a todo ser humano, lo que también es un camino hacia Dios. Entonces es posible derribar los muros del miedo al otro, al extranjero, al que no se nos parece, miedo que nace a menudo del desconocimiento mutuo, del escepticismo o de la indiferencia. Hoy especialmente los jóvenes están llamados a construir puentes de diálogo entre creyentes y no creyentes, sin olvidar a los que viven en la pobreza o en la soledad, a los que sufren por culpa del paro, padecen una enfermedad o se sienten al margen de la sociedad (cf. Ibid).

Los caminos concretos hacia Dios

4. ¿Y cómo buscar a Dios en concreto? Hay muchos caminos: contemplar la belleza de la naturaleza y las realizaciones más altas del ser humano, ayudar a quienes nos rodean en sus necesidades, hacer bien el trabajo que nos corresponde con espíritu de servicio, entrar en un templo para hacer oración, abrir el corazón a los textos de la Biblia, dejarse interpelar por la belleza de los cantos de la liturgia cristiana, dejar que los sentimientos se eleven hacia ese que quizá para muchos sea aún un “Dios desconocido”, profundizar en el conocimiento del mensaje cristiano, etc.
En definitiva, Dios puede ser buscado por la razón, la ciencia y el arte, por el asombro ante el mundo y la atención a los demás, si se tiene un corazón sincero. Sobre esos fundamentos, la fe de los cristianos ayuda a encontrarse con Dios. Y, si se convierte en una verdadera vida de fe −coherente en los hechos−, ayuda a que los demás lo encuentren.
En todo caso, conviene preguntarse, unos y otros, no creyentes y creyentes, los primeros cuál es la idea de Dios que rechazan (en lo que probablemente tienen mucha razón); y los segundos, si nuestra vida es coherente con una religión plenamente acorde, a su vez, con la dignidad del hombre, de todo hombre. Así todos podremos caminar hacia Dios y contribuir, en familia, a la edificación de un mundo nuevo (cf. Ibid).
Los caminos hacia Dios lo son porque ante todo son caminos de Dios y Él los ha recorrido primero hacia nosotros.