Gualtiero Bassetti
La importancia de Laudato si’ es semejante a la relevancia que tuvo la publicación de la Rerum novarum en 1891 por parte del Papa León XIII
A pocos días de la institución de la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación, después de la reciente presentación por parte del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, del «Clean Power Plan», y a pocos meses de la 21ª Conferencia de París sobre los cambios climáticos, no se puede dejar de destacar la gran actualidad de la Laudato si’. Una encíclica que, si bien es «joven», ya ha tenido una función destacada: asignar a la cuestión ambiental una dignidad pública mundial que no se limita sólo a los restringidos ámbitos científicos, sino que supera toda polémica periodística y va más allá de los límites ideológicos de la realidad política.
La Laudato si’ cuenta con un desafío gigantesco, del cual me urge destacar dos aspectos. El primero consiste en la novedad histórica de esta encíclica que coincide, no casualmente, con el excepcional momento de transición que está viviendo el mundo contemporáneo. El segundo, en cambio, es «la raíz humana de la crisis ecológica», es decir, un análisis del poder a partir de las reflexiones de Romano Guardini.
Sin lugar a dudas, la importancia de esta encíclica es semejante a la relevancia que tuvo la publicación de la Rerum novarum en 1891 por parte del Papa León XIII. Esa encíclica del Papa Pecci abrió a la mirada maternal de la Iglesia hacia un mundo que entonces estaba aún inexplorado por el magisterio pontificio: la cuestión obrera. Con la Rerum Novarum se iluminó una fase de transición importantísima: el paso de una sociedad agrícola a una industrial, del campo a la fábrica y, en definitiva, de la nobleza a la sociedad de masa.
Hoy se da un paso ulterior. La sociedad de masa se ha convertido en una sociedad global cada vez más pulverizada y líquida. En la encíclica de León XIII las referencias ambientales eran la «fábrica» donde los obreros trabajaban y el «suelo» ocupado por esa fábrica, mientras que los sujetos que en ella actuaban eran los obreros y los patrones. Hoy, estas realidades han cambiado profundamente. El sistema productivo está por doquier. Y cada aspecto de la creación puede ser potencialmente utilizado y manipulado por las tecnociencias con repercusiones profundísimas en la vida de cada ser humano.
No es una casualidad, en efecto −y me refiero al segundo aspecto−, que el Papa en la encíclica cite más de una vez un libro de Romano Guardini, El final de la época moderna, para destacar este delicadísimo paso histórico que el teólogo alemán había intuido ya a mediados del siglo XX: es decir la crisis del mundo moderno y el inicio de una nueva humanidad ordenada por la técnica. Una nueva sociedad en la que el hombre −definido como «hombre-no-humano»− domina sobre la naturaleza de modo ilimitado, casi tiránico, sin poner un límite al propio poder. Y así, «tanto la naturaleza como el hombre mismo» están «cada vez más a merced de la imperiosa pretensión del poder económico, técnico, organizativo y estatal».
He aquí el desafío más importante lanzado por la Laudato si’: poner un freno a esta especie de «poder ingobernable» −que el Papa Francisco ha denominado el «paradigma tecnoeconómico»− que reduce al hombre y el medio ambiente en simples objetos que se explotan de modo ilimitado y sin atención.