Antonio Rivero, L.C.
Textos: Sabiduría 18, 3.6-9; Heb 11,
1-2.8-19; Lc 12, 32-48
Idea principal: La vigilancia: “Tened ceñidas la
cintura y encendidas las lámparas”.
Síntesis del mensaje: Tenemos que estar preparados porque esperamos a
Cristo. No se trata de estar preparados para un viaje, sino de estar preparados
para esperar a una persona, el Señor. Debemosvigilar no para
conservar lo que tenemos, sino para recibir lo que esperamos; debemos trabajar
muy despiertos para entrar un día en la fiesta y en las bodas del Hijo del
Hombre que está por venir. Vigilar es estar en lo que estamos y a la vez en lo
que esperamos, porque es vivir en tensión, en vilo todos los días. Vigilar es
para los cristianos desarraigo y andadura, éxodo permanente hacia el reino de
Dios. Para vigilar así hace falta ser pobre, hacerse pobre, y tener una promesa
por delante. La vigilancia mira hacia el futuro del hombre y el adviento de
Dios, la vigilancia es fecunda y renovadora, infatigable.
Puntos de la idea principal
En primer lugar, modelo de vigilancia fue el pueblo judío en
la cena pascual (1ª lectura). En la noche de su salida de Egipto comieron de
pie, ceñido el cinturón, preparados para emprender la marcha, convencidos de
que Dios iba a actuar a favor de ellos, liberándoles de la esclavitud. Los
judíos estaban preparados para la intervención de Dios, que venía para un
juicio. Por eso ofrecían sacrificios en secreto y prometían ya, también en
secreto, ser todos igualmente partícipes de los bienes y de los peligros. ¿Qué
virtudes llevaban en la mochila o morral de su vigilancia? La fe y la confianza
en la promesa de Dios –que es auxilio y escudo (Salmo responsorial)- y la
solidaridad entre ellos, tanto en los peligros como en los bienes.
En segundo lugar, modelo de vigilancia también fue Abrahán, el
patriarca de todos los creyentes (2ª lectura). ¿Qué virtudes llevaba
Abrahán en la mochila de su vigilancia? También la fe y la confianza hechas
obediencia, prontitud, desprendimiento, porque Abrahán se fía de Dios, cree en
Él y le cree a Él. Y por eso salió de su tierra, a una edad ya muy avanzada -75
años-, vivió “como extranjero”, habitando en tiendas y dispuesto a sacrificar a
su propio hijo, porque Dios se lo pedía. La fe es camino y búsqueda,
provisionalidad y esperanza. La fe nos proporciona la capacidad de ser dóciles
a Dios, sin querer saber lo que nos pedirá, hacia qué meta nos conducirá. La fe
permite también realizar empresas que superan las fuerzas del hombre. La fe
suscita la capacidad de heroísmo cuando nos damos cuenta de que la voluntad de
Dios es muy exigente, como en el caso del sacrificio de Isaac. La fe es la
condición para estar preparados y vigilantes ante las intervenciones de Dios.
El ejemplo de estos creyentes del Antiguo Testamento es estimulante para
nosotros.
Finalmente, también nosotros debemos vivir en estado de
vigilancia día y noche (evangelio). Las dos imágenes que pone Cristo
en el evangelio de hoy son muy expresivas. Indican la actitud que han de tener
los criados que están esperando de noche a que regrese su señor, para abrirle
el portón de la casa en cuanto llame. Han de estar con «la cintura
ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar
con agilidad. Han de estar con «las lámparas encendidas» de la
fe, esperanza y amor para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos.
Estas palabras de Jesús son también hoy una llamada a vivir con lucidez y
responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. En la historia de la
Iglesia hay momentos en que se hace de noche. Sin embargo, no es la hora de
apagar las luces y echarnos a dormir. Es la hora de reaccionar, despertar
nuestra fe y seguir caminando hacia el futuro, incluso en una Iglesia probada y
criticada. Esta vigilancia puede referirse a la venida última, gloriosa, de
Cristo, Juez de la historia, o a nuestra muerte, el momento decisivo para cada
uno de nosotros y cuya fecha desconocemos. Pero también puede referirse a la
vida de cada día, en que se suceden ocasiones de gracia que corremos el peligro
de desaprovechar: la Palabra, los sacramentos, los acontecimientos, las
personas. Vigilemos nuestros pensamientos, sede de nuestros juicios y palabras.
Vigilemos nuestros afectos, sede de los deseos y sentimientos profundos.
Vigilemos nuestra voluntad, sede de las decisiones maduras o inmaduras.
Vigilemos nuestras familias e hijos. Vigilemos nuestras parroquias y grupos
parroquiales. Vigilemos nuestros puestos de trabajo. Vigilemos nuestros ojos,
nuestras lecturas y los programas de televisión. Vigilemos nuestra lengua.
Vigilemos nuestras amistades y nuestras vacaciones.
Para reflexionar: ¿Qué hago de mi vida? ¿Cómo la administro? ¿De
dónde vengo y a dónde voy? ¿Vivo despierto o narcotizado por los mil placeres
que el mundo me ofrece? ¿Dónde tengo puesto mi corazón? ¿Tengo en casa
mecanismos antirrobo? ¿Y para mi alma y mi fe? ¿Vivo amodorrado, instalado,
distraído? ¿Tengo planes para mi futuro, mi tranquila jubilación, las mejores
compañías de seguros? ¿Y para mi alma? ¿Tengo los músculos entumecidos o en
forma para la peregrinación hacia Dios?
Para rezar: Señor, que cuide la lámpara de mi fe siempre
encendida, con el aceite de tu amor, esperando tu venida en cada momento de mi
día. Y que mi cintura esté siempre lista para servirte a ti y a mis hermanos,
los hombres.