Antonio Rivero, L.C.
Ciclo C Textos: Jr 38, 4-6.8-10; Hb
12, 1-4; Lc 12, 49-53
Idea principal: Somos atletas de Cristo.
Síntesis del mensaje: Toda la vida humana y cristiana es una continua
lucha sobre la tierra. Ya lo decía el libro de Job (7, 1). Y san Agustín: “Nuestra
vida en esta peregrinación no puede existir sin tentación: porque se hizo
provecho nuestro por medio de nuestra tentación, y cada uno no se da a conocer
a sí a no ser que haya sido tentado, ni puede ser coronado a no ser que haya
vencido, ni puede vencer a no ser que haya combatido, ni puede combatir a no
ser que haya dominado al enemigo y las tentaciones” (Comentando el Salmo
60, nº 3). Y mucho antes san Pablo: “He peleado la buena batalla, he terminado
la carrera, he guardado la fe” (2 Tim 4, 7).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nuestra vida de cristianos es una carrera.
Ya san Pablo había comparado nuestra vida como una carrera. ¿Meta? La
transformación en Cristo, aquí en la tierra, y alcanzar la vida eterna,
después. Esta imagen está llena de significado. A esa carrera salimos a gatas,
después de nuestro Bautismo, y con la ayuda de nuestros papás y padrinos.
Después, con la fuerza y el alimento de la Eucaristía ya vamos erguidos y dando
pasos más ágiles y con entusiasmo en esta carrera. Con el sacramento de la
Confirmación vamos bien equipados interiormente para sortear las sorpresas del
camino y pelear con valentía. Si caemos o damos un paso en falso, ahí está la
confesión para curarnos. Si nos encandila una persona, ahí Dios me pone la otra
media naranja para ser feliz en el santo matrimonio. Si arde en mi pecho el
anhelo de entregar mi vida en cuerpo y cuerpo, me ofrece el sacerdocio. En el
momento de la vejez y enfermedad, Dios me consuela y alienta con el sacramento
de la unción de enfermos. Si es una carrera sería bueno llevar todo lo
necesario. Tener puesta la camiseta y vestimenta del discípulo de Jesús. Llevar
las aguas y bebidas necesarias para hidratarnos. No deben faltar la comida. No
olvidemos, por si acaso, un kit de medicamentos. Por si acaso metamos el móvil,
una identificación y dinero. ¿Qué necesita un buen atleta para ganar la
carrera? Todos sabemos que la alimentación sana y equilibrada es muy
importante. Por eso es importante buscar la Sabiduría de Dios en las Escrituras
y el Magisterio de la Iglesia católica, que inspirados por Dios conforman el
buen alimento del cristiano. También es necesario un buen entrenamiento, que
para los católicos es la oración. El atleta también necesita de un entrenador
que le corrija y le haga aprender la técnica correcta: necesita de humildad
para aceptar la corrección. Nosotros, como católicos, necesitamos la humildad
para aceptar la corrección de Dios. Además es importante caminar en la
dirección correcta, para que no seamos ya niños, llevados a la
deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina (Efesios 4, 14a).
En segundo lugar, en esta carrera hay que superar muchos
obstáculos. Ser buen deportista cuesta sacrificio. Hay que renunciar a
bastantes cosas para poder triunfar en la carrera. Miremos bien la altura de
las vallas, las piedras o cardos del camino. Preguntemos a Jeremías (1ª
lectura) cómo tuvo que sortear miles de obstáculos para ser fiel al ministerio
profético. ¡Cuántas contradicciones provocó en la sociedad corrompida a la que
Dios le manda hablar en su nombre! Dios le sacó de la tranquilidad de su vida
en un pueblo pequeño cercano a Jerusalén, cuando aún no contaba con veinte
años. Es acusado por los jefes e ignorado por el rey. ¿En quién tenemos que
fijar los ojos, nosotros cristianos? La carta a los Hebreos que hoy leímos nos
dice: “fijos los ojos en Jesús, pionero de la fe” (2ª lectura). Pionero
significa el que va delante, el que nos ha dado ejemplo de decisión en su
camino mesiánico, que incluía la cruz. También a Él le resultó difícil cumplir
su carrera, pues vino a prender fuego; no un fuego que devasta los bosques,
sino el fuego de un amor decidido, de una entrega apasionada. Es el fuego del
Espíritu que en Pentecostés transformó la primera comunidad cristiana para que
se echaran a correr y predicar la Buena Nueva por todo el mundo. Hay
diversos tipos de atletas: los que desisten ante la primera dificultad,
porque es difícil, y tiran la toalla. Otros ni siquiera salieron al oír el
disparo, por miedo y cobardía. También hay quien va a su ritmo, flojo él,
tomándose sus descansos en las fuentes que encuentran a derecha e izquierda.
Peor los que tiran por otras veredas placenteras. Y están los que llegan
cansados, pero satisfechos de haber cumplido. Y no nos olvidemos de la
constancia. ¿O qué atleta llega a ser campeón del mundo con un par de meses de
entrenamiento? ¡Son necesarios años! Al igual que para nosotros muchas veces
también. Por eso, actuemos con perseverancia, pues el mismo San Pablo
decía: Yo, hermanos, no creo haberlo ya conseguido. Pero una cosa hago:
olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante (Filipenses 3,
13).
Finalmente, al final de la carrera está el premio o medalla, si hemos ganado. Medalla de oro, de plata o de bronce, según los talentos que Dios nos ha dado en vida. La vida del cristiano puede compararse con la vida de un atleta, como dijimos. Tenemos un objetivo, un premio que alcanzar, que es Dios mismo y la vida eterna que nos ha prometido. Y tenemos una carrera que correr, que es la carrera de la fe en nuestra vida diaria. Y estamos llamados a vivir corriendo hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús (Filipenses 3, 14). ¡El mejor premio que jamás podríamos haber soñado! La vida de los santos y santas grita la victoria en la carrera. Si ellos pudieron, también nosotros. Sortearon los obstáculos. Sufrieron. Sudaron. Pero tenían fijos los ojos en Cristo Jesús. Ignacio de Loyola llegó y escogió el ejército del Rey eterno, y enarboló la bandera de Cristo con valentía y bravura. Juan Bosco llegó, y llevó la educación a tantos niños abandonados en la intemperie. Vicente de Paul llegó, viendo a Cristo en los pobres. Teresa de Jesús llegó, desposándose con el Rey de reyes. Y también Tarsicio y Luis Gonzaga y María Goretti, niños y adolescentes fieles a Cristo. Y san Isidro labrador, con sus bueyes y su oración. Y san Juan Diego, que se puso en el regazo de la Morenita. Y Josefina Bakhita, esa esclava negra que se consagró al Amo que le dio la verdadera libertad.
Finalmente, al final de la carrera está el premio o medalla, si hemos ganado. Medalla de oro, de plata o de bronce, según los talentos que Dios nos ha dado en vida. La vida del cristiano puede compararse con la vida de un atleta, como dijimos. Tenemos un objetivo, un premio que alcanzar, que es Dios mismo y la vida eterna que nos ha prometido. Y tenemos una carrera que correr, que es la carrera de la fe en nuestra vida diaria. Y estamos llamados a vivir corriendo hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús (Filipenses 3, 14). ¡El mejor premio que jamás podríamos haber soñado! La vida de los santos y santas grita la victoria en la carrera. Si ellos pudieron, también nosotros. Sortearon los obstáculos. Sufrieron. Sudaron. Pero tenían fijos los ojos en Cristo Jesús. Ignacio de Loyola llegó y escogió el ejército del Rey eterno, y enarboló la bandera de Cristo con valentía y bravura. Juan Bosco llegó, y llevó la educación a tantos niños abandonados en la intemperie. Vicente de Paul llegó, viendo a Cristo en los pobres. Teresa de Jesús llegó, desposándose con el Rey de reyes. Y también Tarsicio y Luis Gonzaga y María Goretti, niños y adolescentes fieles a Cristo. Y san Isidro labrador, con sus bueyes y su oración. Y san Juan Diego, que se puso en el regazo de la Morenita. Y Josefina Bakhita, esa esclava negra que se consagró al Amo que le dio la verdadera libertad.
Para reflexionar: Piensa en estas palabras: todo campeón tiene
también algo innato, algo que no se consigue mediante entrenamiento y esfuerzo,
que le hace marcar la diferencia entre los atletas “comunes” y él: el campeón.
¡Nosotros los cristianos también tenemos ese “algo”, que es Cristo mismo! Él,
por su inmenso amor, engendra en nosotros un hombre nuevo capaz de ganar la
carrera de la fe… ¡Por pura gracia! Así pues, lo imposible ya lo ha hecho Él posible
para nosotros, nosotros sólo debemos aceptarlo y ejercitarlo, para poder decir
algún día: He competido en la noble competición, he llegado a la meta
en la carrera, he conservado la fe (2 Timoteo 4, 7).
Para rezar:
Señor, permite que cada
entrenamiento y cada competencia
sea la mejor que realice.
Que el coraje, el valor y
la victoria cubran cada paso realizado.
la victoria cubran cada paso realizado.
Permite, Señor, que el éxito
esté presente en todo momento
esté presente en todo momento
Y dadme seguridad y confianza
para luchar hasta el final.
Te pido con el corazón
me des la fortaleza física y mental
necesaria para triunfar;
y te pido con la razón
que asimile cada ganancia o cada
perdida.
Y que esto me permita aprender, madurar
y crecer
para ser cada vez mejor.
Señor, hazme llegar más
alto, más lejos y ser más fuerte
alto, más lejos y ser más fuerte
Y permíteme asimilar con
humildad lo que venga.
humildad lo que venga.
Te pido, Señor, que estés
conmigo. Amén.
conmigo. Amén.