Javier Vidal-Quadras
En todo esto del amor hay un lugar común en que caemos una y otra vez todos: la confusión entre teoría y práctica, ciencia y experiencia, conocimiento y acción
En el post anterior puse un ejemplo debidamente caricaturizado con el que quería destacar la torpeza que a veces exhibimos, incluso los que nos consideramos más perdidamente enamorados, a la hora de conocer y colmar las expectativas de nuestro cónyuge.
Y es que en todo esto del amor hay un lugar común en que caemos una y otra vez todos, en especial, me atrevería a decir, los más versados y leídos: la confusión entre teoría y práctica, ciencia y experiencia, conocimiento y acción.
Hemos asistido a una conferencia brillante y divertida donde, por enésima vez, nos han descrito las diferencias arquetípicas entre varón y mujer y su dispar manera de experimentar el amor y la sexualidad. Nos hemos reconocido en muchas de las manifestaciones. Volvemos a casa y todo sigue igual. ¿Qué ha sucedido?
Ha sucedido que algunos de nosotros habíamos acudido a la conferencia en modo inteligencia, que es un modo cómodo, lejano y abstracto, muy habitual en los varones (aunque también se da en mujeres), que nos permite aprender sin auténtica comprensión ni compromiso personal. Otros, mayormente otras, habían acudido, en cambio, en modo afectivo, que es un modo amable, próximo y sensible, muy habitual en las mujeres (aunque también se da en varones), que permite ser comprendida sin acabar de comprender.
Y es que conocer la verdad del amor entre un hombre y una mujer, incluso saber con certeza y detalle el estilo y modo en que mi mujer, pongo por ejemplo, experimenta el amor y la sexualidad no modifica un ápice mi manera de vivir uno y otra. Sigo siendo el mismo antes y después de incorporar ese conocimiento a mi acervo cultural.
De modo que el único camino posible hacia el amor es, precisamente, el camino del otro. La sorpresa es que cuando uno se esfuerza en discurrir por el camino del otro y este hace lo propio con el camino del primero, esa senda se ensancha hasta convertirse en una vía amplia, cómoda y placentera en que ambos disfrutan con lo suyo y con lo del otro. Pero exige un primer paso, y detrás de este un segundo, y un tercero… por el terreno del otro, jugando en campo contrario, sin miedo a perder.
En el terreno de la sexualidad, recuerdo una regla infalible que no me canso de repetir: en el varón, el deseo sexual atendido (que no caprichosamente satisfecho) favorece la inclinación a la ternura; en la mujer, el anhelo de cariño colmado (hasta donde un hombre, ¡este hombre en particular!, puede hacerlo) favorece la inclinación al deseo sexual.
Y en el terreno más amplio del amor, lanzo tres interrogantes que recojo de un libro de Gary Chapman, “Los cinco lenguajes del amor”: ¿Qué echas en falta? ¿Qué pides con mayor frecuencia? ¿Cómo expresas habitualmente tu amor? La respuesta a estos tres interrogantes abrirá una puerta al conocimiento propio. Después, hay que tomarse el tiempo para compartirlo serenamente con aquel o aquella que sabemos nos ama y quiere amarnos como a nosotros nos gusta ser amados, aunque, a veces, no sepa hacerlo.
Es muy probable que esto no sea suficiente. Entonces, mi consejo es: busquen en internet el test de los lenguajes del amor de Gary Chapman (distingue hasta cinco), que les ayudará a identificar el suyo o suyos (nadie tiene uno solo), contéstenlo, compártanlo y aprovechen el verano para descubrir no el amor de las conferencias, los libros y las películas, sino el que tienen a su lado, que, a fin de cuentas, será el termómetro de su felicidad o de su desgracia. Por muchos años que lleve a su lado, no le quepa la menor duda, le queda un mundo por descubrir.
Contestó una vez un lord inglés, miembro de la cámara de los lores, a un periodista escandalizado de que se tomara un mes entero de vacaciones y, encima, se jactara de ello: “Mire usted, es muy fácil de entender, yo lo que puedo hacer en once meses no soy capaz de hacerlo en doce. Por eso necesito un descanso”. Ignoro cuántos días de vacaciones podrá disfrutar usted. Sean los que sean, haga de lord inglés y dedíquese en ese tiempo a lo que de verdad importa: su felicidad…, que está en la de los suyos, sobre todo en la de ella o él.
¡Felices vacaciones!