Mons. José H. Gómez (Discurso pronunciado, el 3 de julio)
Queridos amigos,
Les agradezco su calurosa bienvenida. ¡Qué bien que estemos aquí reunidos!
Ésta es verdaderamente una ocasión histórica. ¡Aquí estamos todos reunidos! Los obispos de Estados Unidos, reunidos con los líderes pastorales de la Iglesia para reflexionar sobre nuestra misión común de evangelización. Y nos reunimos en este momento de la historia de Estados Unidos, en el que nuestra sociedad y nuestra cultura están cambiando de muchas maneras y de manera muy veloz.
¡Y estamos reunidos en presencia de los santos del continente americano, ante esa gran muchedumbre de testigos que nos han precedido! No es una casualidad que esta convocación haya empezado en la fiesta de San Junípero Serra, el gran franciscano y padre espiritual de la primera evangelización de Estados Unidos.
San Junípero fue un inmigrante y un misionero, un hispano que vino a esta tierra desde España, pasando por México. Su testimonio nos recuerda −y nunca debemos olvidarlo− que la misión en América fue desde el principio una misión continental.
Fue una misión que buscó hacer que todos los pueblos del continente americano, tanto del norte como del sur, fueran una única familia, un nuevo mundo de fe.
Sé que muchos de ustedes estuvieron en la capital de nuestra nación en 2015, cuando el Papa Francisco canonizó a San Junípero Serra.
Ése fue un momento histórico también. El primer Papa del Nuevo Mundo nos dio nuestro primer santo hispano a quienes integramos la Iglesia de Estados Unidos y, además, el primer santo en ser canonizado en este país.
Tuve el privilegio de concelebrar con el Papa Francisco en esa Misa de canonización. Fue uno de los momentos más hermosos de mi sacerdocio. Y nunca olvidaré lo que el Santo Padre dijo en su homilía de ese día.
Él dijo: “El Padre Junípero Serra… fue la encarnación de ‘una Iglesia que avanza’, de una Iglesia que sale de sí misma para llevar a todas partes la ternura de Dios y la reconciliación con Él”.
Recuerdo esta canonización porque San Junípero es el ejemplo vivo de la visión que el Papa Francisco tiene de la Iglesia.
Él es un modelo para la Iglesia que adora y rinde culto a Jesucristo, para esa Iglesia que responde al llamado que Él nos hace a seguirlo. Ese llamado a dejar atrás las seguridades y comodidades y a salir hacia las “periferias” de la experiencia humana.
Y hoy estamos aquí, precisamente para hablar de eso: de salir hacia las periferias, de la misión de la Iglesia.
Podríamos decir que el Papa Francisco es el “Papa de las Periferias”.
“Periferias”. Es una palabra curiosa. No encontramos esta palabra en las Escrituras, ni en el Catecismo, ni siquiera en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia. Aparece sólo al azar en algunos pocos lugares, dentro de los escritos de los Papas recientes.
Al estar reflexionando sobre esto, me llama la atención que esta palabra −“periferias”− nos da una ventana a la visión que el Santo Padre tiene para el mundo moderno, y también a su visión de la misión evangelizadora de la Iglesia.
La visión del Papa proviene de la “Iglesia de las periferias”, de América Latina, en donde viven hoy en día cuatro de cada diez católicos del mundo. Esto hace de América Latina el “Continente de la Esperanza”.
Así que en este tiempo que pasaremos juntos hoy, quiero reflexionar sobre algunas de las “lecciones de las periferias”.
Quiero empezar viendo qué es lo que el Papa Francisco quiere decir cuando habla de periferias. En dónde están, quien vive allí, que significa eso.
Luego, quiero hablar de cómo esta “perspectiva de las periferias” puede ayudarnos a juzgar los signos de los tiempos y nuestras realidades pastorales aquí en los Estados Unidos y a través de todo el continente americano.
Finalmente, quiero hablar de lo que significa esta perspectiva de las periferias para nuestra acción pastoral, para nuestra misión de proclamar la alegría del Evangelio.
Muy bien. De modo que comencemos ahora.
¿Dónde están las periferias y qué pasa allí?
Las periferias fueron el tema del breve discurso que el entonces cardenal Bergogliopronunció en las reuniones anteriores al cónclave de 2013.
De hecho, algunas personas dicen que estas fueron las palabras que convencieron a sus compañeros cardenales para que lo seleccionaran como Papa. Así que es una buena idea que nosotros reflexionemos también sobre lo que dijo en aquella ocasión:
“La Iglesia está llamada a salir de sí misma y a ir hacia las periferias, no sólo geográficamente, sino también hacia las periferias existenciales: hacia el misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia e indiferencia a la religión, de las corrientes intelectuales y hacia toda miseria”.
Éstas son palabras hermosas y llenas de fuerza de nuestro futuro Santo Padre.
Y podemos ver que para el Papa Francisco, las periferias son “sociológicas” y “geográficas”. Son lugares en un mapa, lugares en donde vive la gente.
Las periferias son las partes de nuestras ciudades y las zonas rurales que nunca visitamos. El otro lado del camino. Ellos viven donde viven los pobres. Son las cárceles y las “ciudades de tiendas de campaña” que hay en nuestros espacios públicos.
Las periferias son los frutos amargos de la negligencia, de la explotación y de la injusticia. Son todos los lugares de los que nuestra sociedad se avergüenza y de los que preferiría olvidarse.
Pero para el Papa Francisco, las periferias son más que un lugar físico o una categoría social. Son también los lugares en los que la pobreza no es sólo material, sino también espiritual.
Hay “periferias existenciales”, es decir, lugares en los que las personas están heridas y sienten que su vida no tiene sentido ni hace ninguna diferencia en su entorno. En las periferias existenciales, los hombres y las mujeres están atrapados en las redes del pecado y de la adicción, en muchas tipos de esclavitud y de autoengaño.
Y el Papa está diciendo que estas periferias están creciendo en el mundo moderno, que estas periferias son la nueva tierra de misión.
Y, para ser honestos, estos son a veces los lugares a los que a la Iglesia no le gusta ir. Los lugares a los que no nos gusta ir. Pero la Iglesia siempre ha estado presente en las periferias a través de nuestras escuelas, de nuestras parroquias y de nuestros ministerios. A veces somos los únicos que prestamos nuestro servicio en estas comunidades. Pero lo podemos hacer mejor. Estamos llamados a hacer más. Ése es nuestro desafío.
Con esta categoría de las periferias, el Papa Francisco nos está ayudando a todos nosotros, los miembros de la Iglesia, a que “veamos” el mundo con nuevos ojos y a que juzguemos los signos de los tiempos bajo una nueva perspectiva.
Así que concentrémonos ahora en el momento actual que atraviesa nuestro país.
“No una época de cambio, sino un cambio de época”
El Papa ha dicho: “Nuestra época no es una época de cambio, sino un cambio de época”.
Y creo que todos podemos sentir este “cambio de época”, podemos sentir cómo estamos pasando de una forma de vida a otra que es totalmente diferente.
Estamos viviendo en una sociedad global y comercializada y el ritmo de la vida parece volverse más veloz con cada año que pasa. Los avances tecnológicos −en la automatización, en la comunicación, en el transporte− están impulsando profundos cambios en nuestra forma de trabajar y en nuestra economía, en nuestra política, en nuestras familias; incluso en nuestra vida interior.
Pero el proceso de globalización no nos está acercando más unos a otros. Más bien, nos está alejando cada vez más. Nuestras vidas parecen estar más fragmentadas y más aisladas de los demás.
El Papa ha destacado la crisis mundial de los migrantes y refugiados, de esas personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares para encontrar seguridad frente a la violencia o para alimentar a sus familias.
Pero las periferias están creciendo también en el continente americano.
Vivimos en la nación más rica de la tierra, pero la brecha se está volviendo más grande entre los que tienen lo que necesitan para vivir dignamente y los que no lo tienen.
Nuestras familias se están separando. Nuestras comunidades están perdiendo estabilidad y significado. Hay cada vez más personas a quienes nuestra sociedad considera como un “don nadie”, como alguien “sin lugar”.
En Los Ángeles, de donde yo vengo, tenemos casi 60.000 personas sin hogar, que viven bajo los puentes, en sus coches, en tiendas de campaña o en las aceras. ¡Esto no debería estar pasando!
En el continente americano, las periferias son consecuencia de las estructuras sociales del pecado, de una cultura que se deshace de todo lo que ya no le resulta útil.
Pero las “periferias existenciales” están creciendo también.
Esta fue una de las lecciones de las últimas elecciones, ¿no? Estados Unidos se está separando. Somos un pueblo dividido a lo largo de las líneas del dinero y de la raza, de la educación y de los antecedentes familiares. La gente tiene miedo del futuro.
Las personas se sienten impotentes y excluidas.
Cuando hablamos de la violencia aleatoria que ocurre cada día en nuestras comunidades. Cuando hablamos acerca de la epidemia de adicción a los opiáceos o del alarmante número de suicidios −especialmente entre nuestros jóvenes− estamos hablando de “las periferias existenciales”.
Y aquí es donde nos debemos dirigir como Iglesia, a estas personas que están sufriendo. Aquí es donde la Iglesia está llamada a estar.
Y, repito, la Iglesia en este país siempre ha sido generosa. Los cristianos han formado la conciencia de nuestra nación y nuestro servicio a los pobres. Pero nuestros tiempos actuales requieren de algo más grande.
Porque junto con la globalización, hemos presenciado la agresiva “descristianización” de nuestra sociedad. Las élites que están a la cabeza de nuestra sociedad tratan deliberadamente de “no recordar” nuestras raíces cristianas y de derribar todo lo que fue construido sobre estas raíces.
Y, junto con la pérdida de Dios, estamos siendo testigos de la pérdida de la persona humana.
Ya no conocemos el hermoso misterio de la vida: desconocemos la santidad y la dignidad de la persona humana que es creada a imagen de Dios, ya no conocemos el destino trascendente que tenemos como hijos de Dios.
Toda la tristeza y el dolor, todo el sufrimiento que vemos en nuestra sociedad, tiene sus raíces en esta pérdida de Dios, en esta pérdida del sentido trascendente de la vida.
Esto es lo que el Papa Francisco nos está ayudando a ver sobre nuestra sociedad.
Las periferias son el lugar de los pobres. Y la pobreza es tanto espiritual como material, tanto existencial como social. Y como los santos siempre nos lo recuerdan, la mayor pobreza es no conocer a Dios, no experimentar la ternura de su misericordia, su hermoso plan de amor para nuestras vidas.
Y eso nos lleva a la “Alegría del Evangelio”.
¡Sigamos siempre Adelante!
Mis queridos hermanos y hermanas, es hora de que lleguemos al centro de este asunto.
Hemos examinado las “periferias”, tal y como el Papa Francisco entiende esta categoría. Hemos visto cómo esto nos ayuda a discernir nuestro momento actual en la Iglesia y nuestra “tierra de misión”.
La pregunta para nosotros ahora es ¿cómo hemos de responder a estas realidades? ¿Cómo responder como Iglesia? ¿Cómo cristianos? ¿Cómo católicos?
Queridos hermanos y hermanas, en la Iglesia toda pregunta tiene una sola respuesta, de una sola palabra.
La respuesta es Jesús. La respuesta es conversión. Tenemos que profundizar en nuestro amor por Jesucristo y en nuestro compromiso con su misión.
Las últimas palabras que Jesús les dijo a sus discípulos nos las sigue diciendo a nosotros hoy: “¡Salgan! Vayan a todo el mundo. Síganme y caminen conmigo en el poder de mi Espíritu. ¡Hagan que todos los hombres y mujeres descubran el amor que ustedes han encontrado!”
Ser cristiano significa más que aceptar a Jesús. Jesús nos llama a seguirlo. Eso es una acción. Es una decisión que implica un modo de vida.
¡Eso ya lo sabemos! Por eso estamos aquí para esta convocación.
Sabemos que la misión de la Iglesia no es sólo “labor” de los obispos, del clero y de los “profesionales de la Iglesia”.
Ustedes están aquí hoy porque han escuchado ese llamado de Jesús: “¡Sígueme!” Ustedes están aquí porque saben que Jesús tiene preparado para ustedes un papel que quiere que desempeñen en su misión, en ese hermoso plan que tiene Dios para redimir al mundo.
Y si queremos servir a Dios, necesitamos seguir creciendo en la santidad y en nuestra relación con Jesús, en nuestro deseo de ser más como Él.
Las devociones antiguas siguen siendo las mejores: la oración y la práctica de la presencia de Dios, la lectio divina y la adoración eucarística, la confesión y el examen diario de conciencia.
Estos hábitos prácticos les ayudarán a crecer como discípulos misioneros. Y cuanto más crezcan en la oración, más se sentirán atraídos a las periferias, a servir a los demás.
Jesús se vació a sí mismo para venir entre nosotros como alguien que sirve. Se hizo pobre para darles a los pobres el gran tesoro, la perla de gran precio. Él se inclinó para levantarnos, para sanar nuestro espíritu quebrantado y afectado por el pecado.
Seguirlo significa que tenemos que imitarlo. De modo que tenemos que ir −como lo hizo Jesús− a los lugares de dolor e injusticia, a los lugares en los que la gente se siente olvidada y sola.
Nuestro amor por Cristo nos lleva a seguirlo más allá de nosotros mismos, fuera de las zonas de confort. El amor de Cristo nos lleva a las periferias.
Jesús nos dijo que estaría presente en los pobres, así como está presente en la Eucaristía.
Y Jesús nos dijo también que si lo amamos, saldremos de nosotros mismos y lo serviremos en los desamparados y en los inmigrantes; en los enfermos y en los que sufren; en el niño que está en el seno materno, en espera de nacer; en el preso que espera una segunda oportunidad.
Así pues, amados hermanos y hermanas, Nuestro Señor nos envía hoy, así como envió a los santos y a los misioneros antes que nosotros.
Como San Junípero y como los grandes santos del continente americano, estamos llamados a desempeñar nuestro papel en la gran historia de la salvación, en la gran historia de Jesucristo, que envía a su Iglesia al mundo para hacer discípulos de todas las naciones.
Entonces, sigamos adelante queridos hermanos y hermanas, ¡Siempre adelante! Ése fue el lema de San Junípero. ¡Siempre adelante!
El Papa Francisco dijo recientemente que esta expresión es un “sinónimo de la vocación cristiana”. ¡Pidámosle a este gran santo que nos ayude a seguir avanzando siempre! Que nos ayude a tener un gran entusiasmo por vivir esta gran aventura de seguir a Jesús hacia las periferias.
Y que Nuestra Señora de Guadalupe vaya con nosotros y nos inspire; Nuestra Madre, que se le apareció a San Juan Diego en las periferias del Nuevo Mundo y que le trajo al continente americano el gozo del Evangelio.
Mons. José H. Gómez, arzobispo de Los Ángeles (EE.UU.)