El Papa en la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre el perdón como motor de nuestra esperanza. Jesús en el Evangelio, con corazón misericordioso, se conmueve ante el dolor de los que sufren y sale al encuentro de los pecadores. La cercanía del Señor hacia los descartados, especialmente hacia los pecadores, recibió las críticas de sus coetáneos, que lo tacharon de blasfemo por arrogarse el poder de perdonar pecados. Ante esta incomprensión, el Hijo de Dios murió en la cruz para perdonar nuestras faltas y para que podamos ser auténticamente libres.
La Iglesia no se formó por hombres intachables, sino por personas que pudieron experimentar el perdón de Dios. Pedro aprendió más de sí mismo cuando cayó en la cuenta, al cantar el gallo, de que había renegado a su maestro, que cuando se mostraba superior a los demás con sus ímpetus y formas espontáneas. También Mateo, Zaqueo y la Samaritana, pese a sus fallos, recibieron del Señor la esperanza de una nueva vida al servicio del prójimo.
Hermanos, todos estamos necesitados de la misericordia de Dios, una fuerza que nos transforma y nos devuelve cada día la esperanza.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los exhorto a ser testigos de ese amor en medio de los hermanos y anunciadores de la misericordia que el Señor no niega a nadie. Que Dios los bendiga.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hemos escuchado la reacción de los comensales de Simón el fariseo: «¿Quién es este que hasta perdona los pecados?» (Lc 7,49). Jesús acaba de realizar un gesto “escandaloso”. Una mujer de la ciudad, conocida por todos como pecadora, ha entrado en casa de Simón, se ha inclinado a los pies de Jesús y ha derramado sobre sus pies óleo perfumado. Todos los que estaban a la mesa murmuran: si Jesús es un profeta, no debería aceptar ese tipo de gestos de una mujer como esta. ¡Esas mujeres −pobrecillas− que solo servían para verlas a escondidas, incluso por los jefes, o para ser lapidadas! Según la mentalidad de la época, entre el santo y el pecador, entre el puro y el impuro, la separación debía ser neta.
Pero la actitud de Jesús es distinta. Desde los comienzos de su ministerio en Galilea, se acerca a los leprosos, a los endemoniados, a todos los enfermos y marginados. Un comportamiento de ese tipo no era en absoluto habitual, hasta el punto de que esa simpatía de Jesús por los excluidos, los “intocables”, será una de las cosas que más desconcertarán a sus contemporáneos. Allí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo, y hace suyo ese sufrimiento. Jesús no predica que la condición de pena deba ser soportada con heroísmo, a la manera de los filósofos estoicos. Jesús comparte el dolor humano, y cuando se lo cruza, de su interior surge esa actitud que caracteriza al cristianismo: la misericordia. Jesús, ante el dolor humano siente misericordia; el corazón de Jesús es misericordioso. Jesús siente compasión. Literalmente: Jesús siente estremecerse sus entrañas. ¡Cuántas veces en los evangelios encontramos reacciones de este tipo! El corazón de Cristo encarna y revela el corazón de Dios, que donde hay un hombre o una mujer que sufre, quiere su curación, su liberación, su vida plena.
Por eso Jesús abre los brazos a los pecadores. ¡Cuánta gente lleva también hoy una vida equivocada porque no encuentra a nadie disponible a mirarlo o mirarla de modo distinto, con los ojos, o mejor, con el corazón de Dios, o sea, mirarles con esperanza! Jesús, en cambio, ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado tantas decisiones equivocadas. Jesús siempre está ahí, con el corazón abierto; abre de par en par esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, comprende, se acerca: ¡así es Jesús!
A veces olvidamos que para Jesús no se trató de un amor fácil, a poco precio. Los evangelios recogen las primeras reacciones negativas sobre Jesús precisamente cuando perdonó los pecados de un hombre (cfr. Mc 2,1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía “errado”. Y Jesús comprende que el segundo dolor es más grande que el primero, tanto que lo recibe enseguida con un anuncio de liberación: «¡Hijo, te son perdonados tus pecados!» (v. 5). Libera ese sentido de opresión por sentirse errado. Es entonces cuando algunos escribas −esos que se creen perfectos: yo pienso en tantos católicos que se creen perfectos y desprecian a los demás… es triste esto−, algunos escribas allí presentes se escandalizaron por aquellas palabras de Jesús, que suenan como una blasfemia, porque solo Dios puede perdonar los pecados.
Nosotros, que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados quizá demasiado “barato”, deberíamos alguna vez acordarnos de cuánto le hemos costado al amor de Dios. Cada uno le ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! Él la habría dado incluso por uno solo de nosotros. Jesús no va a la cruz porque sana a los enfermos, porque predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas. El Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona los pecados, porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre. Porque no acepta que el ser humano consuma toda su existencia con ese “tatuaje” imborrable, con el pensamiento de no poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios. Y con esos sentimientos Jesús sale al encuentro de los pecadores, que somos todos nosotros.
Así son perdonados los pecadores. No solo se les tranquiliza a nivel psicológico, porque se les libera del sentido de culpa. Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva. “Pero, Señor, yo soy un trapo”. −“Mira adelante y te hago un corazón nuevo”. Esa es la esperanza que nos da Jesús. Una vida marcada por el amor. Mateo el publicano se convierte en apóstol de Cristo: Mateo, que era traidor a la patria, explotador de la gente. Zaqueo, rico corrupto de Jericó −¡seguro que tenía el doctorado en cobrar comisiones!−, se transforma en un benefactor de los pobres. La mujer de Samaria, que tuvo cinco maridos y ahora convive con otro, oye prometer un “agua viva” que podrá manar para siempre dentro de ella (cfr. Jn 4,14). Así cambia Jesús el corazón; así lo hace con todos nosotros.
Nos viene bien pensar que Dios no eligió como materia prima para formar su Iglesia a personas que nunca se equivocaban. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimentan la misericordia y el perdón de Dios. Pedro aprendió más verdad de sí mismo al canto del gallo que de sus arranques de generosidad, que le hinchaban el pecho, haciéndolo sentirse superior a los demás.
Hermanos y hermanas, todos somos pobres pecadores, necesitados de la misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y devolvernos esperanza, y eso cada día. ¡Y lo hace! Y a la gente que ha comprendido esta verdad básica, Dios le regala la misión más hermosa del mundo, es decir, el amor por los hermanos y hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él no niega a nadie. Y esa es nuestra esperanza. Vayamos adelante con esta confianza en el perdón, en el amor misericordioso de Jesús.
Saludos
Me alegra saludar a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los fieles venidos de Francia y de los países francófonos. Que la misericordia y el perdón de Dios nos transformen y nos ofrezcan la esperanza, para dar testimonio de una vida marcada por el amor. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta audiencia, especialmente a los provenientes de Malta, Nigeria, Guam, Canadá y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias invoco la gracia del Señor Jesús para que podáis ser un signo de la misericordia y esperanza cristiana en vuestras casas y en vuestras comunidades. ¡Dios os bendiga!
Una cariñosa bienvenida a todos los peregrinos de lengua alemana. Este periodo de vacaciones nos ofrece buenas ocasiones para experimentar la alegría de vivir el amor de Cristo en nuestras familias y entre los amigos. Jesús nos enseña a querernos, a perdonar y a darse uno mismo a los demás. ¡Felices vacaciones!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Veo que hay españoles, que hay panameños, mexicanos, chilenos, colombianos. ¡Cuántos latinoamericanos hay hoy! Os exhorto a ser testigos de ese amor en medio de los hermanos y anunciadores de la misericordia que el Señor no niega a nadie. Que Dios os bendiga y bendiga a vuestras naciones.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, invitando a todos a ser fieles a Cristo Jesús. Él nos reta a salir de nuestro mundo pequeño y estrecho hacia el Reino de Dios y la verdadera libertad. Que el Espíritu Santo os ilumine para que podáis llevar la Bendición de Dios a todos los hombres. Que la Virgen Madre vele sobre vuestro camino y os proteja.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Egipto, Tierra Santa y Medio Oriente. Jesús no fundó una iglesia compuesta por personas buenas y justas, sino por pecadores y débiles que han experimentado la misericordia de Dios y procuran vivir su voluntad, por los senderos de su vida ordinaria. Por tanto, la misión primera y fundamental de la Iglesia es la de ser un hospital de campaña y un lugar de curación, de misericordia y de perdón, y la de ser la fuente de esperanza para todos los que sufren, los desesperados, los pobres, los pecadores y los descartados. ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, que el perdón de nuestros pecados, que recibimos como don del amor misericordioso de Cristo, sea para nosotros fuente de esperanza y motivo para ser misericordiosos con los demás. Hoy, de modo particular, me uno espiritualmente a los que de diversas ciudades de Polonia acuden a pie en peregrinación al Santuario de la Madre de Dios en Jasna Gora. Que la Madre y Reina de Polonia acoja la fatiga y las oraciones de los peregrinos y obtenga de su Hijo la plenitud de las gracias para ellos, para sus familias y para toda la nación. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua italiana. En particular, deseo dirigir una palabra de bienvenida a las Religiosas de María Inmaculada-Misioneras Claretianas, reunidas en el Capítulo general, así como a las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida, que se están preparando para celebrar los votos perpetuos. Queridas hermanas, estad siempre alegres −¡también ruidosas!− y manifestad por todas partes la belleza de vuestra consagración a Dios y al Evangelio. Saludo a los fieles de la parroquia de Santa María del Carmen en San Elías Fiumerapido, encomendándoles a la Virgen Santa para que haga la existencia de cada uno rica de frutos de bien.
Mi cordial pensamiento se dirige, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados venidos a Roma en este periodo. Espero, queridos jóvenes, que el encuentro con tantos lugares cargados de cultura, de arte y de fe sea ocasión propicia para conocer e imitar el ejemplo dejado por tantos testigos del Evangelio que vivieron aquí, como san Lorenzo, cuya fiesta celebraremos mañana. Os animo a vosotros, queridos enfermos, a uniros constantemente a Jesús que sufre al llevar con fe la cruz por la redención del mundo. Deseo para vosotros, queridos recién casados, que construyáis vuestra nueva familia sobre el sólido fundamento de la fidelidad al Evangelio del Amor.
Llamamiento
Me he quedado profundamente dolido por la tragedia ocurrida el domingo pasado en Nigeria, dentro de una iglesia, donde mataron a personas inocentes. Y desgraciadamente esta mañana han llegado noticias de violencias homicidas en la República Centroafricana contra las comunidades cristianas. Espero que cese toda forma de odio y de violencia y no se repitan más crímenes tan vergonzosos, perpetrados en los lugares de culto, donde los fieles se reúnen para rezar. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas de Nigeria y de la República Centroafricana. Recemos por ellos, todos juntos: Dios te salve, María…