Javier Vidal-Quadras
Aunque la mejora personal es siempre un avance provechoso, la solución a los problemas matrimoniales o familiares se encuentra más fácilmente centrándose en la relación
El agua es una realidad emergente, es decir, tiene unas cualidades y propiedades que no son deducibles de las cualidades y propiedades de sus componentes, el hidrógeno y el oxígeno. Esta imagen sirvió a Pier Paolo Donati, prestigioso sociólogo italiano, para hablar de la familia como ‘bien relacional’ en el acto de investidura del doctorado honoris causa que le fue conferido por la Unversitat Internacional de Catalunya el pasado miércoles, 15 de noviembre.
La tesis de autor, muy sugerente y útil para mejorar la calidad de la vida de la familia, es que también la familia es una realidad emergente, consecuencia de unas relaciones que no estaban anticipadas ni preanunciadas en los individuos que la componen. “Puesto que la relación es un efecto emergente −afirmó−, no está escrito que de dos elementos positivos nazca un efecto emergentemente positivo”. Es decir, no basta con que dos personas sean individualmente buenas para que lo sea la relación entre ellas.
El efecto que esta realidad emergente tiene en las personas deriva de las relaciones que se establezcan. Las personas reciben el influjo de la relación que viven, y esta relación se incorpora a ellas hasta formar parte de su identidad: “es la relación la que me dice quién soy yo. Mi identidad depende del tipo de relación en que estoy”.
Haría falta algo más que un post para desarrollar todas las ricas derivadas de esta tesis de la familia como realidad y bien relacional, pero me parece que hay dos muy evidentes que me gustaría exponer aquí:
La primera, que claramente enunció Donati, es considerar que la relación con mi mujer o mi marido es constitutiva de mi identidad personal. Y si esto es así, me obliga a repensar mi matrimonio desde mi nueva identidad, sin añoranzas de un tiempo pasado ni ensoñaciones de una persona que ya no existe en mí, a pesar de que mi misma memoria me traicione y me quiera seducir con el espejismo de un pasado idealizado. Si, ante las dificultades que puedan surgir en la relación matrimonial, me empeño en huir de esta misma relación que ya es parte constitutiva de mi ser, me acabaré apartando no ya de mi mujer o marido, sino de mí mismo, provocando una quiebra interior difícil de recomponer: “afirmar que la identidad del marido viene generada solo por su conversación interior significa ignorar que la relación con su mujer es constitutiva de su identidad de marido”, afirma el profesor Donati.
Y la segunda, que también destacó el autor, es reconocer que una mejora individual no asegura una mejora en la relación. Cambiar o mejorar la familia o la relación de pareja transformando solo al individuo no es una ecuación segura, porque la relación tiene su propia dinámica, que no siempre resulta de los comportamientos individuales ni depende necesariamente de la calidad individual de sus componentes. Aunque la mejora personal es siempre un avance provechoso, la solución a los problemas matrimoniales o familiares se encuentra más fácilmente centrándose en la relación: pensando en “cómo generar y regenerar una relación en que los defectos propios y de los demás sean aceptados e incluso amados”. No se trata, añado yo, de amar los defectos en sí mismos considerados, pero sí a la persona que los tiene, de modo que esos defectos o carencias pasen a formar parte de la fisonomía de nuestro amor.
Si esto hacemos, en lugar de poner la atención en nuestro ‘yo’, como reclama la cultura postmoderna, desviamos la atención hacia la relación, nos olvidamos un poco de nuestros ‘derechos’, y, mejorando la relación, acabamos progresando nosotros mismos. Se trata, como propone Aaron Beck en alguno de sus libros, de ir eliminando de nuestra lista de agravios pequeñas ofensas sin consistencia real que no son sino las actuales aristas de una personalidad en continua progresión a la que amamos como es y como llegará a ser, en parte gracias a la incorporación de lo mejor de nosotros.
Donati propone edificar la estructura personal sobre dos principios: la ética de la primera persona (quién soy yo para mí) y de la segunda persona (quién soy yo para ti). La relación, en síntesis, me dice quién soy. Si cuido la relación, a mí me cuido.