Salvador Bernal
Noticias que invitan a reflexionar sobre la dignidad humana en la vida y en la muerte, sin banalizarla ni enmascarar su sentido
No circular en coche por Madrid tiene la ventaja de observar aspectos inadvertidos para los conductores. Así, el mensaje de la EMT sobre el incremento del servicio desde el 25 de octubre al 2 de noviembre en las líneas de autobuses que llevan a los cementerios, por el aumento de la demanda con motivo de la festividad de Todos los Santos; o la aparición de las clásicas calabazas en el escaparate de los múltiples "chinos" distribuidos por la ciudad.
Son recordatorios de un fenómeno tan habitual y tan desdibujado como la muerte. En tiempos de pensamiento ecológico, se ha explicado a veces la devoción de los cristianos a los difuntos como manifestación de la solidaridad de las generaciones, en este caso, hacia las antepasadas, no las futuras. Es como una prórroga a la atención y al cariño con que −salvo muertes súbitas o accidentes letales− se acompaña a las personas próximas durante la última etapa de su vida. Y se les sigue recordando también en días de otoño, propicios para la meditación más o menos poética sobre el ocaso de la existencia.
Se ha montado una campaña típica de redes sociales contra el fenómeno de Halloween. No hay que ver fantasmas ni siquiera en esa costumbre americana, que llega a estos pagos de la mano del comercio y del espíritu festivo latino. Ciertamente, con manifestaciones más ignorantes, menos cultas, que aquellas representaciones teatrales de estos días −burlador de Sevilla, convidado de piedra−, de la mano original de Tirso de Molina, popularizado por sus seguidores.
Por paradoja, en estas fechas con tantos ecos familiares, se actualiza en España una vieja campaña sobre la eutanasia, evolución inexorable de una sociedad envejecida, compatible con tanta expresión lúdica en los más jóvenes. Se decía siempre que el ser humano vive solo y acompañado los dos momentos cruciales e irrepetibles de su existencia: el nacimiento y la muerte. Así sigue siendo en el arranque de la vida, pero, con el crecimiento de la ancianidad dentro de una sociedad compleja y competitiva, aumenta también la muerte en solitario.
Llegan de Japón noticias duras. Curiosamente, parece el país con más esperanza de vida en el mundo, aunque España le pisa los talones y puede haberle superado. Pero también allá el invierno demográfico aumenta la soledad en el momento de morir.
Lo relataba hace unos días el corresponsal de Le Monde en Tokio a propósito del fenómeno de los "kodokushi", personas cuyo cuerpo sin vida se encuentra meses más tarde de su fallecimiento (excepcionalmente, años). Refleja un debilitamiento de los lazos humanos y una mayor precariedad económica. Suelen sufrirlo ancianos modestos que viven solos, sin contacto con la familia. Su muerte pasa inadvertida hasta que alerta a los vecinos un olor desagradable, el buzón de correo saturado, luces encendidas permanentemente, puertas cerradas. Aunque no hay estadísticas oficiales, se estima que se dan más de 30.000 casos al año. Las víctimas son, sobre todo, varones mayores de cincuenta años. Las mujeres, aunque vivan solas, suelen tener más comunicación con el mundo exterior. Hay también casos de adultos entre 20 y 40 años −238 en 2015 en Tokio, según la oficina de bienestar social de la capital−, generalmente trabajadores precarios.
El fenómeno es suficientemente significativo para que, dentro del sector funerario, haya surgido una especialización empresarial: la limpieza de los apartamentos de los "kodokushi", y el envío de fotos a herederos potenciales; estos servicios pueden ser cubiertos por una póliza especial que compañías aseguradoras ofrecen a los propietarios de los apartamentos.
Antes de llegar a esos extremos, hay muchas soluciones paliativas: desde las iniciativas sociales en línea de los “teléfonos de la esperanza”, hasta la decisión más fuerte del gobierno inglés de encargar a una Ministra de encauzar los problemas derivados de la soledad. Según un informe de la Jo Cox Commission on Loneliness, más de nueve millones de británicos se sintieron solos, a menudo o siempre, en 2017.
Estas noticias invitan a reflexionar sobre la dignidad humana en la vida y en la muerte, sin banalizarla ni enmascarar su sentido. Al contrario, vale la pena dar vueltas al contenido profundo reflejado en la solemnidad de Todos los Santos que, por cierto, sigue siendo fiesta civil −la Toussaint− en un país tan laico como Francia.