El Papa ayer en Santa Marta
Testimonio, murmuración y pregunta son las tres palabras que vemos en el Evangelio de hoy (Lc 15,1-10), que empieza precisamente con el testimonio de Jesús: «solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Lo primero es el testimonio de Jesús: algo nuevo para aquel tiempo, porque ir a los pecadores te hacía impuro, como tocar a un leproso. Por eso, los doctores de la ley se alejaban. El testimonio, a lo largo de la historia, nunca ha sido algo cómodo, ni para los testigos –que tantas veces pagan con el martirio– ni para los poderosos. Dar testimonio es romper una costumbre, un modo de ser… Romper a mejor, cambiarla. Por eso la Iglesia va adelante para dar testimonio. Lo que atrae es el testimonio, no son las palabras que sí, ayudan, pero el testimonio es lo que atrae y hace crecer la Iglesia. Y Jesús da testimonio. Es algo nuevo, aunque no tan nuevo porque la misericordia de Dios ya estaba en el Antiguo Testamento. Pero ellos nunca entendieron –los doctores de la ley– qué significaba: “Misericordia quiero y no sacrificio”. Lo leían, pero no comprendía qué era la misericordia. Y Jesús, con su modo de obrar, proclama esa misericordia con el testimonio. Sí, el testimonio siempre rompe una costumbre pero también te pone en riesgo.
De hecho, el testimonio de Jesús provoca la murmuración. Los fariseos, los escribas, los doctores de la ley decían: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. No decían: “Mira, este hombre parece bueno porque intenta convertir a los pecadores”. Una actitud que consiste en hacer siempre un comentario negativo para destruir el testimonio. Este pecado de murmuración es diario, en lo pequeño y en lo grande, pues en la propia vida nos encontramos murmurando porque no nos gusta esto o aquello, y en vez de dialogar o intentar resolver una situación conflictiva, murmuramos a escondidas, siempre en voz baja, porque no hay valor para hablar claro. Así pasa también en las pequeñas sociedades, como la parroquia. ¿Cuánto se murmura en las parroquias? Con tantas cosas… Cuando hay un testimonio que a mí no me gusta o una persona que no me gusta, enseguida se desata la murmuración. ¿Y en la diócesis? Las luchas internas de las diócesis: eso lo sabéis. Y también en política. Y eso es feo. Cuando un gobierno no es honesto intenta ensuciar a los adversarios con la murmuración, ya sea difamación o calumnia. Y los que conocéis bien los gobiernos dictatoriales, porque los habéis vivido, ¿qué hace un gobierno dictatorial? Se adueña primero de los medios de comunicación con una ley y, desde allí, comienza a murmurar, a desacreditar a todos los que para el gobierno son un peligro. La murmuración es nuestro pan de cada día, tanto a nivel personal, familiar, parroquial, diocesano, social…
Se trata de una escapatoria para no ver la realidad, para no permitir que la gente piense. Jesús lo sabe, pero es bueno y, en vez de condenarlos por la murmuración, hace una pregunta. Usa el mismo método que ellos, es decir, el de hacer preguntas. Ellos lo hacen para poner a prueba a Jesús, con mala intención, para hacerlo caer: por ejemplo con preguntas sobre los impuestos al imperio o el repudio a la mujer. Jesús usa el mismo método, pero veremos la diferencia. Jesús les dice: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?». Y lo normal sería que lo entendieran, pero no, hacen el cálculo: “tengo 99, si se pierde una, empieza a anochecer, es oscuro… Déjala y en el balance irá a ganancias y pérdidas y salvamos a estas”. Esa es la lógica farisaica. Esa es la lógica de los doctores de la ley. “¿Quién de vosotros?”, y ellos eligen lo contrario que Jesús. Por eso no van a hablar con los pecadores, no van a los publicanos, no van porque –piensan– “mejor no ensuciarse con esa gente, es un riesgo. Conservemos a los nuestros”. Jesús es inteligente al hacerles la pregunta: entra en su casuística, pero los deja en una posición diversa respecto a la correcta. “¿Quién de vosotros?”. Y nadie dice: “Sí, es verdad”, sino que todos: “No, no yo no lo haría”. Y por eso son incapaces de perdonar, de ser misericordiosos, de recibir.
En resumen, las tres palabras: el testimonio, que es provocador, que hace crecer la Iglesia; la murmuración, que es como un guardia en mi interior para que el testimonio no me hiera; y la pregunta de Jesús. Y añadiría una cuarta palabra: la alegría, la fiesta, que esa gente no conoce: todos los que siguen la senda de los doctores de la ley no conocen la alegría del Evangelio. Que el Señor nos haga entender esta lógica del Evangelio contraria a la lógica del mundo.