P. Antonio Rivero, L.C.
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA - Ciclo C
Textos: Gn 15, 5-12. 17-18; Flp 3, 17 4,1: Lc 9, 28b-36
Idea principal: Subamos a la colina del Tabor.
Síntesis del mensaje: Después de haber leído y meditado el domingo pasado la lucha contra las tentaciones y el mal, hoy con el pasaje de la transfiguración se nos asegura que la vida cristiana termina con la victoria y la glorificación, si luchamos con y al lado de Cristo. Reflexionemos en la colina del Tabor. Sabemos que Occidente reposa sobre tres colinas: la Acrópolis, el Capitolio y el Gólgota. La Acrópolis está en Atenas y Atenas nos dio al mundo el hombre libre y pensador. El Capitolio está en Roma y Roma nos dio el hombre del derecho y del imperio. El Gólgota está en Jerusalén, que dio la síntesis de los hombres ateniense y romano: el hombre libre, no “de” sino “para”, el mandamiento, la Iglesia ecuménica y los destinos eternos. Por tanto, Occidente descansa, culturalmente, sobre estas colinas: libertad, derecho y religión.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, hay una cuarta colina, que levanta del suelo apenas 588 metros, pero gloriosa por la gloria del Hijo de Dios que destelló en su cumbre, que trastorna el sentido y transfigura la visión de Atenas, Roma y Jerusalén. Y esa colina es el Tabor. Y un día Jesús dejó al pie a los apóstoles y, con Pedro, Juan y Santiago, subió a la cumbre del monte, en el momento en que bajaba una nube blanca, redonda y luminosa, que la cubrió. En la nube venía Dios y, con Él, los hombres de gran exponente en la historia de Israel, Moisés, legislador de Dios y libertador de su pueblo Israel. Y Elías, vidente de Israel y defensor de la religión de Yahvé. Venían a celebrar con Jesús, y nunca mejor dicho, una reunión en la cumbre. En esa cumbre Jesús autorizó por única vez, y que no sirvió de precedente, que la divinidad se le saliera por los poros del cuerpo y le convirtiera, por la luz interior de su gloria, en hombre de alabastro luminoso en la altura de la colina y de la noche. Habló entonces su Padre e hizo la revelación más trascendental de la historia: “Este es mi Hijo, el predilecto, escuchadle”.
En segundo lugar, ¿por qué no subimos también nosotros a esa colina del Tabor? Me atrevo a gritar desde aquí: “Hombres y mujeres libres de Jesucristo, los que vivís instalados en la montaña mágica del bienestar material, los satisfechos con vuestra transfiguración económica, rechazad, por favor, la salida de tono burgués de san Pedro y hoy común a tantos: “¡Qué bien se está aquí…!”. Pedro no sabía lo que decía, el pobre. Mirad hacia abajo, donde malviven los desgraciados del valle y los proletariados de la vida – que tanto nos recuerda y hasta la saciedad el Papa Francisco- : los que carecen de las primarias y urgentes libertades de un trabajo, un salario, un seguro, una pensión, un prestigio, un saber, un futuro personal y familiar. Estas son las urgencias de un hijo de la libertad, de un hijo de hombre, de un hijo de Dios. A estos, ¡escuchadlos!”.
Finalmente, y sigo gritando desde la cumbre plana del Tabor, cuya gloria cambia del todo la visión del Capitolio de Roma y el sentido del hombre del derecho imperial: “Hombres y mujeres con los derechos humanos de Jesucristo, los que vivís instalados en la montaña fastuosa del poder (político, religioso, económico, social, cultural), satisfechos de vuestra propia transfiguración social, rechazad, por favor, la ocurrencia clasista de san Pedro: “Hagamos aquí tres chalés residenciales…”. ¿Para quién? Y para los otros, ¿qué? Pedro no sabía lo que decía. Mirad hacia abajo, donde pululan en hormiguero los parias de la tierra. Los explotados por el dictador político, cultural, sindical, fiscal. O por el negrero de las tierras, Hacienda estatal, sindicato político, empresario o trabajador. Más los marginados sociales sin el título de un prestigio en la pared, sin un libro en la cabeza ni en el corazón la esperanza de un día levantar la cabeza. A éstos, hay que escuchar”. Y si me permiten, sigo hoy también gritando así: “Hombres y mujeres de Jesucristo, los que vivís instalados en la montaña mística de esa religiosidad, los satisfechos de vuestra transfiguración espiritual, rechazad, por favor, el despropósito pietista de san Pedro: “¡Qué bien…! Hagamos tres chalés residenciales”. A disfrutar de la gloria, ¿no? Y de los otros, los que se alejaron de Dios, prescindieron de la redención, los de espaldas a la Iglesia, los matrimonios fracasados y en otras uniones, los jóvenes que no pisan la Iglesia… ¿qué?”.
Para reflexionar: ¿Prefiero ese quietismo cómodo y egoísta de san Pedro, cuando sé que sólo 1 de cada 4 ha oído hablar de Cristo, y de 10, sólo 2 se acercan a la Iglesia? ¿Soy de los que besuquean a Dios en el templo y fuera esquinan, o sea, dejan a un lado al hombre pobre, necesitado, agnóstico, indiferente o de otra cultura? ¿No son estos los hijos predilectos de Dios, la carne de Cristo, como nos dice el Papa Francisco?
Para rezar: Señor, dame fuerzas para subir la colina del Tabor. Dame ojos para ver tu gloria y hermosura, y desde allí ver las necesidades de mis hermanos. Dame corazón para sentir tu embeleso y conmoverme ante mi hermano pobre, que te representa. Dame oídos para escuchar la voz de tu Padre y la voz de mis hermanos excluidos. Dame pies para bajar de esa colina raudo e ir y buscar a esos hermanos y llevarlos a esa colina del Tabor para que tambiénellos hagan la experiencia de Ti y de tu amor. Y transfiguren su dolor en gozo.