Emilio Chuvieco y Lorenzo Gallo
¿Dónde queda el concepto de naturaleza que empleamos, por ejemplo, al hablar de ley natural, de comida natural o de teología natural? ¿Por qué la Iglesia habla de ecología? ¿De qué modo se relacionan la naturaleza y la finalidad de las cosas? Son algunos de los elementos que se abordan en este artículo.
La Iglesia católica sigue considerando que la naturalidad, entendida en el sentido más profundo del término, es un principio moral válido, tal y como recoge la última edición del catecismo: “Respetar las leyes inscritas en la Creación y las relaciones que dimanan de la naturaleza de las cosas es, por lo tanto, un principio de sabiduría y un fundamento de la moral” (Compendio, n. 64). Puede aplicarse a muchos aspectos moralmente controvertidos, como sería, por ejemplo, el aborto, la eutanasia o la regulación de la natalidad. A fin de cuentas, ¿qué diferencia a la regulación natural de la contracepción, por ejemplo? Básicamente en que una es natural (respeta los ciclos naturales de la fecundidad femenina) y otra no (los impide, de hecho), y de ahí que la primera sea admitida moralmente por la Iglesia y la segunda no (aquí hablamos del objeto en sí, no de la intención del agente, que puede convertir en moralmente inadecuado un acto bueno, pero nunca al revés).
¿Quiere esto decir que cualquier intervención humana (por tanto, no natural) sea moralmente criticable? No, solo lo será cuando sea propiamente anti-natural, o dicho de otra forma, cuando contravenga el sentido profundo de nuestra naturaleza. Operar de un ojo para devolver la vista a un paciente o hacerle diálisis de riñón es no-natural, pero se orienta a recuperar una función natural que se ha perdido o debilitado (por tanto, no es antinatural). Por su parte, las intervenciones médicas ligadas a la contracepción son las únicas que se realizan para reprimir lo que funciona correctamente, contraviniendo su curso natural: parece obvio recordar que estar embarazada o ser fértil no es una enfermedad. En la misma línea, una cosa es intervenir para evitar el dolor a un enfermo crónico y otra eliminarle.
Estas reflexiones también pretenden conectar la ecología natural con la humana, de la que han hablado los últimos papas, que supone aplicar a nuestra naturaleza el respeto profundo que también se debe al ambiente. Benedicto XVI subrayó este enfoque en Caritas in Veritate: “…cuando se respeta la «ecología humana» en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia (…) Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental.
Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral” (n. 51). También el papa Francisco ha recordado la necesidad de abordar la ecología desde una perspectiva integral, que afecta no solo al ambiente sino a las personas, incluyendo también su esfera moral: “La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno” (n. 155).
Finalmente, ¿por qué deberíamos considerar lo natural como categoría moral? Precisamente porque es lo más genuino a la persona, lo que le define más íntimamente y, en consecuencia, lo que garantiza la consecución de su propia perfección.
Si somos creyentes, porque la naturaleza humana ha sido querida por Dios: no nos toca a nosotros “mejorarla” (como pretenden los transhumanistas); si somos evolucionistas (creyentes o no) porque es el estado más avanzado del desarrollo natural, y sería muy pretencioso por nuestra parte alterarlo. En ambos casos, una razón adicional sería que lo natural no tiene efectos secundarios negativos, precisamente porque está en perfecto equilibrio con lo que somos.
Sabemos bien que maniobrar contra la naturaleza siempre tiene consecuencias negativas. Las tiene en ecología ambiental (deforestar un bosque en la cabecera de un río, llevará a inundaciones aguas abajo), y también en ecología humana (la decadencia de la familia es consecuencia, en buena parte, de la revolución sexual de los 60-70s). Conservar la naturaleza, en consecuencia, no solo lleva consigo conservar los ecosistemas para que sigan funcionando establemente, sino también conservar nuestra propia naturaleza, evitando aquellas acciones que la deterioran, buscando un equilibrio entre las tres dimensiones que la componen: animal, social, racional-espiritual.
Fuente: omnesmag.com/