Juan Luis Selma
La templanza es una virtud, un valor que nos permite el dominio y control de nuestros actos
Este sábado quedé con un amigo en una cafetería. Hablamos largamente y muy a gusto; ¡qué bien se pasa con los amigos! Me fijé que un matrimonio con un hijo adolescente se sentó en una mesa cercana. El padre pidió un refresco y la madre un batido, mientras el niño iba consumiendo varios menús, y al acabar con lo suyo remató las consumiciones de sus padres. Pensé que la vida no le irá fácil al chico consentido y que la culpa será de sus padres por no haber sabido darle una buena educación.
Un amigo me dice que ya no hay profetas en la Iglesia, ni líderes en la sociedad. Cada uno va a lo suyo, a vivir lo mejor posible sin complicarse la vida. Todos queremos quedar bien y dejamos la casa por barrer. La misión del profeta no es cómoda, ya que denuncia lo que no va bien, tiene un compromiso con la verdad y se siente movido por Dios para reconducirnos por el camino del bien.
En el caso del adolescente citado, le faltaba templanza, poner freno a su apetito, ser dueño de sí mismo. Estos días es noticia la violación grupal de unos menores. Copio: “La Policía Nacional ha detenido en la tarde del miércoles a cinco jóvenes de entre 15 y 17 años por su presunta implicación en la violación grupal de una niña de 13 años y la violación individual de otra de 12 años, ocurridas en la tarde-noche del lunes en una casa abandonada de Burjassot”.
En esa misma comunidad el Instituto Valenciano de la Juventud se gasta nuestro dinero en Recomendaciones para la práctica del chemsex: sexo duro con drogas. Aconseja: “Recordamos nuestro mantra: todo está bien siempre que esté controlado. En el momento en que se pierde la conciencia deja de ser una práctica segura”, “conocer a la persona que te proporciona las drogas puede darte cierta seguridad de que sean lo más puras posibles” y que “un entorno seguro con gente que conoces te puede garantizar que cuiden de ti en cualquier situación”.
Si esto no es de locos que alguien me lo explique. Podemos añadir otra perla de la semana: la viruela del mono. Sin entrar en pormenores tenemos el cierre de la Sauna Paraíso como posible foco de infección. La transmisión por “fluidos” es como para ponerse en guardia.
Hay que decir que la templanza es una virtud, un valor que nos permite el dominio y control de nuestros actos, mantiene el equilibrio en el disfrute de las cosas buenas evitando caer en el exceso, ya que nos puede dañar. Por ejemplo: el alcohol, la comida, el sexo, el descanso, el deporte. El temple nos da fortaleza, dominio y señorío, belleza. Esta virtud se aprende, sobre todo, en el hogar con el ejemplo y enseñanza de los padres. Como vivimos en un mundo plural, habrá quien sea partidario del alegre laissez faire que tantos disgustos nos da, sobre todo cuando vemos deteriorarse la familia y a los seres queridos.
Hoy celebramos la Ascensión del Señor a los Cielos. Me impacta lo que les dice el ángel a los apóstoles: “¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Es una llamada de atención a cuidar de la tierra, a cultivarla, a estar en las cosas del mundo para perfeccionarlo. Jesús tiene que marchar junto al Padre y nos encarga que cuidemos de los hombres. Una persona de fe debe ser consciente de su misión: dar al mundo la auténtica modernidad, ser sal y luz.
Debemos transmitir el precioso y verdadero sentido de la sexualidad. Está relacionada con el amor y la transmisión de la vida. Alguien con temple sabe que el modo con que vive su sexualidad le configura y marca como persona. Hay una ecología y una ética sexual que da sentido al modo de ser. Equivocarse en este aspecto fundamental de la vida es fuente de infelicidad, de tristeza y ansiedad. Acertar da plenitud.
En vez de insistir tanto en el sexo seguro debemos hablar del modo precioso de vivir la sexualidad en el entorno del amor, como donación, como acercamiento, ternura, entrega y respeto. Ser conscientes de que es fuente de vida: da la capacidad “divina” de engendrar nuevas criaturas, es manantial de amor.
Enseña el Catecismo: “La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo entero y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer. La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integralidad del don”. Hay que explicar a los niños y jóvenes el sentido asombroso y limpio que tiene la sexualidad en vez de callar y ser cómplices de su corrupción.
Fuente: eldiadecordoba.es