6/23/22

El esplendor de la caridad

Redacción de es.romana

«Con el corazón grande y los brazos abiertos, dispuestos a ahogar el mal en abundancia de bien»

           El 6 de octubre de 2002, el Papa Juan Pablo II incluyó a Josemaría Escrivá de Balaguer en el número de los santos. A partir de ese día, se comenzó a escuchar un comentario que se ha hecho después habitual: San Josemaría ya no pertenece solamente al Opus Dei, sino a toda la Iglesia. Su ejemplo, sus enseñanzas, su intercesión están abiertos más que nunca a todos los católicos y a todos los hombres de buena voluntad, allí donde estén.

En lo humano, los hijos son el retrato de sus padres. En lo sobrenatural sucede también que muchas personas descubren a San Josemaría a través del trato con sus hijos. Parientes, amigos y colegas entienden el mensaje de la santificación del trabajo cuando los fieles del Opus Dei logran expresarlo en obras de caridad, que guardan el más alto grado de elocuencia. El descubrimiento intelectual viene precedido no pocas veces de un encuentro personal: muchos aprenden a querer a San Josemaría y llegan a interesarse por la profundidad de sus palabras cuando notan el cariño de sus hijos.

A veces, el interés por la Obra surge con ocasión de episodios aparentemente negativos. Falsedades que circulan de vez en cuando, que no son algo nuevo, porque forman parte de la vida de las personas y de las instituciones. Las leyendas acompañan siempre a la Iglesia, que es signo de contradicción desde sus primeros pasos. San Josemaría explicaba con una metáfora bien expresiva la misteriosa relación entre el crecimiento de la labor apostólica y las contrariedades: «han hecho con la Obra —comentaba en una tertulia— como con un saco de trigo: le han dado golpes, lo han maltratado, pero la semilla es tan pequeña que no se ha roto; al contrario, se ha esparcido a los cuatro vientos, ha caído en todas las encrucijadas humanas donde hay corazones hambrientos de Verdad, bien dispuestos...». Por eso, las circunstancias aparentemente negativas no sorprenden, ni roban la serenidad. Más bien recuerdan aquel punto de Surco: «Todo lo que ahora te preocupa cabe dentro de una sonrisa, esbozada por amor de Dios». Problemas en la vida siempre hay, lo importante es que la reacción sea sobrenatural, cristiana, llena de caridad. Es posible desde la fe, con la certeza de la filiación divina y, por lo tanto, de que la victoria ya es del cristiano. «En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo».

Las falsedades no forman la imagen de la Iglesia. Más bien ayudan a comprender mejor su belleza, por contraste con su santidad, y las iniciativas de caridad que difunden sus fieles. Algo similar sucede con la Obra: su imagen es la que damos los miembros de la Prelatura. La belleza del Opus Dei se expresa también en el interés con que procuramos tratar a quienes nos rodean, incluso en momentos de contradicción o cuando es necesario aclarar malentendidos. Exponer la verdad con caridad es el mejor modo de desarmar a la mentira. Como enseña San Pablo, «noli vinci a malo, sed vince in bono malum»: no te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien. Sólo la luz de la caridad es capaz de iluminar las tinieblas del rencor.

La caridad está unida al trabajo positivo de comunicar la verdad, de poner todos los talentos al servicio de la difusión de la buena doctrina. La misión de los cristianos incluye una labor argumentativa: acompañar a colegas y amigos hacia la verdad, de manera que la descubran con su propia inteligencia, y se adhieran a ella con libertad. Benedicto XVI lo ha señalado en su primera encíclica: en la tarea de «realizar la sociedad más justa posible», la Iglesia desea contribuir «a través de la argumentación racional», a la vez que se propone «despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar». A la Iglesia «le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien».

La labor de abrir las inteligencias y mover las voluntades, en un contexto de libertad, requiere de los cristianos un esfuerzo de explicaderas, por usar una palabra que gustaba a San Josemaría, que esté a la altura de los problemas, con frecuencia complejos, que es preciso esclarecer. Mostrar que la fe es razonable, que la moral conduce a la felicidad, que Cristo ha venido a liberarnos, son algunas de las convicciones que nuestro tiempo necesita con urgencia, porque hay muchas personas que anhelan esos descubrimientos en el fondo de su corazón.

Para los católicos, el mejor argumento es la propia vida. La Iglesia convence cuando acierta a mostrar las maravillas que la gracia ha operado a lo largo de su historia. En ese sentido, la mejor forma de responder a las falsedades sobre la Iglesia y sobre la Prelatura del Opus Dei es precisamente poner de manifiesto la realidad, con modestia, con sencillez. Con humildad personal y colectiva, buscando sólo la gloria de Dios. «Éste es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios. En distintos lugares del Evangelio, el Señor se refiere a sus discípulos como los hijos de la luz, que no tienen miedo a la verdad, y que saben que es Dios el autor de todo bien».

La caridad es el mejor modo de informar sobre la Iglesia y sobre el Opus Dei: querer es una forma de conocer y de darse a conocer. Estamos ante una labor eminentemente práctica y positiva, propia de personas «con el corazón grande y los brazos abiertos, dispuestos a ahogar el mal en abundancia de bien: porque el Opus Dei no es antinada: es afirmación, juventud, optimismo, victoria siempre, y caridad con todos».

Fuente: es.romana.org