Juan Luis Selma
Lo propio de la razón humana es avanzar en el conocimiento, plantearse nuevas preguntas
Es curioso ver que algunas religiones tachan a los cristianos de ateos. Ya fueron llevados a los leones por increyentes los primeros cristianos en la Roma imperial. Esta semana han sido martirizados casi cien católicos nigerianos que celebraban la fiesta de Pentecostés por los grupos yihadistas que operan en el nordeste de Nigeria, el motivo es por no creer en el único Dios.
Otros tachan a los cristianos de crédulos, consideran la religión como un retraso, como algo ajeno a la realidad del ser humano. Les pierde el prejuicio del progre que tiene la lección aprendida y no se acercan a la realidad humana con mentalidad abierta, con curiosidad intelectual. Sitúan la fe en el casillero de lo absurdo y, ni por curiosidad, se plantean qué razones mueven a tantos millones de congéneres suyos a vivir de un modo diferente, a centrar su vida en la filiación divina.
Lo propio de la razón humana es avanzar en el conocimiento, enriquecerse. Plantearse nuevas preguntas. El niño constantemente va con la cantinela de qué es eso y por qué. Vivir la vida es romper moldes, hacerse preguntas, abrirse a todas las realidades, no caer en el miedo paralizante, no cerrarse.
El que vive no se para, no tiene miedo al futuro, se mete en todos los charcos. Vivir es ser revolucionario, el conservador solo pretende mantener su estatus, que nada ni nadie le altere, se hace el muerto: pura inmovilidad metafísica.
Hoy la Iglesia celebra lo que un buen científico calificaría de absurdo, irracional: que Uno es tres. La unidad divina es tan única que es Trinidad. Dios es tres. Por eso algunos nos tachan de politeístas, de adorar a varios dioses. Y, en realidad Dios nos revela que es tan grande que no cabe en los esquemas pequeños de los hombres. Su vida es mucho más rica que la nuestra. Su perfección le lleva a no poder caer en la tentación del individualismo, del solipsismo.
La realidad del único Dios es que es familia por ser amor. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo, una familia completa. Esto no cabe en nuestros cortos esquemas mentales. Nos supera, pero hay tantas realidades que desconocemos que no nos debería extrañar.
El hombre a través de las religiones llega a la convicción de que debe haber un primer principio. Una cabeza bien amueblada puede colegir que hay un Dios. Pero Dios supera a las religiones y nos dice de Él mismo que es uno y trino. Familia. Que todo hay que verlo desde el amor y, por eso, el individualismo va contra natura. Nadie fiado en sí mismo, encerrado en sus proyectos, autosuficiente, es natural ni plenamente humano. Sin abrirse al otro, sin vivir con otros, sin dar vida y relacionarse, no se puede tener auténtica vida, plenitud, felicidad.
El Dios de Jesucristo, de los cristianos, es el Dios que abre las puertas de su intimidad, el que se revela y nos invita a tener una relación personal con el Padre, el Hijo y el Espíritu. Nos enseña a vivir en familia. Mirándole como Padre, Hijo y Amor podemos aprender la auténtica paternidad y filiación, descubrir lo que es el amor verdadero. Él es el buen Padre que no solo da vida, sino que el Hijo es su misma vida, su motivo de vivir. Están totalmente identificados, se quieren tanto que su Amor es la otra persona divina: el Paráclito, el Consolador.
Un buen padre vive para su hijo y no solo da, también recibe. Es su hijo quien le da la personalidad, quien le hace padre, quien le completa y le da el sentido. Y el buen hijo es el que está pendiente de su padre, quien procura agradarle, quien sabe que viviendo como hijo completa y configura a su padre. En la relación esponsal marido y mujer se complementan a imagen de la Familia primogénita, es el otro quien le identifica, quien le da su sentido. El amor entre ambos siempre es fecundo, fecundidad que tiene muchas caras, que, aunque en ocasiones no cuaje en hijos de la carne se derrama en hijos del espíritu.
Este misterio que contemplamos nos llama a crecer, a profundizar, a enriquecernos saliendo de nuestras seguridades, de nuestras costumbres. Es la revolución del amor que nos llama. Si estamos vivos, si pensamos y corremos el riesgo de ser libres nuestra vida se enriquece, crece, evoluciona, igual pasa con nuestro amor y nuestra fe, con nuestra profesión y relaciones. Tomo de una entrevista a Jorge Bustos.
“La persona que tiene las mismas ideas desde los quince hasta los ochenta años es un tarugo, un zoquete, un anélido, un ser irrelevante, un molusco…Cambiar es compatible con reservar nuestros principios, pero las ideologías son ataduras. Uno se va dando cuenta de eso cuando lee libros, viaja, se roza con gente distinta, tiene amigos de todo tipo… La maduración consiste en cambiar”.
Fuente: eldiadecordoba.es