El Papa en la Audiencia General
Catequesis sobre la vejez 14.
- Hemos escuchado la sencilla y conmovedora historia de la sanación de la suegra de Simón −que todavía no era llamado Pedro− en la versión del evangelio de Marcos. El breve episodio es narrado con ligeras pero sugerentes variaciones también en los otros dos evangelios sinópticos. «La suegra de Simón estaba en la cama con fiebre», escribe Marcos. No sabemos si se trataba de una enfermedad leve, pero en la vejez también una simple fiebre puede ser peligrosa. Cuando eres anciano, ya no mandas sobre tu cuerpo. Es necesario aprender a elegir qué hacer y qué no hacer. El vigor del cuerpo falla y nos abandona, aunque nuestro corazón no deja de desear. Por eso es necesario aprender a purificar el deseo: tener paciencia, elegir qué pedir al cuerpo y a la vida. Cuando somos viejos no podemos hacer lo mismo que hacíamos cuando éramos jóvenes: el cuerpo tiene otro ritmo, y debemos escuchar el cuerpo y aceptar los límites. Todos los tenemos. También yo tengo que ir ahora con bastón.
La enfermedad pesa sobre los ancianos de una manera diferente y nueva que cuando uno es joven o adulto. Es como un golpe duro que se abate en un momento ya difícil. La enfermedad del anciano parece acelerar la muerte y en todo caso disminuir ese tiempo de vida que ya consideramos breve. Se insinúa la duda de que no nos recuperaremos, de que “esta vez será la última que enferme…”, y así: vienen esas ideas… No se logra soñar la esperanza en un futuro que aparece ya inexistente. Un famoso escritor italiano, Italo Calvino, notaba la amargura de los ancianos que sufren perder las cosas de antes, más de lo que disfrutan la llegada de las nuevas. Pero la escena evangélica que hemos escuchado nos ayuda a esperar y nos ofrece ya una primera enseñanza: Jesús no va solo a visitar a esa anciana enferma, va con los discípulos. Y esto nos hace pensar un poco.
Es precisamente la comunidad cristiana quien debe cuidar a los ancianos: parientes y amigos, pero la comunidad. La visita a los ancianos debe ser hecha por muchos, juntos y con frecuencia. Nunca debemos olvidar estas tres líneas del Evangelio. Sobre todo hoy que el número de ancianos ha crecido considerablemente, también en proporción a los jóvenes, porque estamos en este invierno demográfico, se tienen menos hijos y hay muchos ancianos y pocos jóvenes. Debemos sentir la responsabilidad de visitar a los ancianos que a menudo están solos y presentarlos al Señor con nuestra oración. El mismo Jesús nos enseñará a amarlos. «Una sociedad es verdaderamente acogedora de la vida cuando reconoce que ella es valiosa también en la ancianidad, en la discapacidad, en la enfermedad grave e, incluso, cuando se está extinguiendo» (Mensaje a la Pontificia Academia por la Vida, 19-II-2014). La vida siempre es valiosa. Jesús, cuando ve a la anciana enferma, la toma de la mano y la cura: el mismo gesto que hace para resucitar a la joven que había muerto, la toma de la mano y hace que se levante, la sana poniéndola de nuevo de pie. Jesús, con ese gesto tierno de amor, da la primera lección a los discípulos: la salvación se anuncia o, mejor, se comunica a través de la atención a esa persona enferma; y la fe de esa mujer resplandece en la gratitud por la ternura de Dios que se inclinó hacia ella. Vuelvo a un tema que he repetido en estas catequesis: esta cultura del descarte parece eliminar a los ancianos. De acuerdo, no los mata, pero socialmente los cancela, como si fueran un peso que llevar adelante: es mejor esconderlos. Eso es una traición de la propia humanidad, esa es la cosa más fea, eso es seleccionar la vida según la utilidad, según la juventud y no la vida como es, con la sabiduría de los viejos, con los límites de los viejos. Los viejos tienen mucho que darnos: la sabiduría de la vida. Mucho que enseñarnos: por eso debemos enseñar también a los niños que cuiden a los abuelos y vayan donde ellos. El diálogo jóvenes-abuelos, niños-abuelos es fundamental para la sociedad, es fundamental para la Iglesia, es fundamental para la salud de la vida. Donde no hay diálogo entre jóvenes y viejos falta algo y crece una generación sin pasado, es decir, sin raíces.
Si la primera lección la dio Jesús, la segunda nos la da la anciana mujer, que “se levantó y se puso a servirles”. También como ancianos se puede, es más, se debe servir a la comunidad. Está bien que los ancianos cultiven aún la responsabilidad de servir, venciendo la tentación de ponerse a un lado. El Señor no los descarta, al contrario, les da de nuevo la fuerza para servir. Y me gusta señalar que no hay un énfasis especial en la historia por parte de los evangelistas: es la normalidad del seguimiento, que los discípulos aprenderán, en todo su significado, a lo largo del camino de formación que vivirán en la escuela de Jesús. Los ancianos que conservan la disposición para la sanación, el consuelo, la intercesión por sus hermanos y hermanas −sean discípulos, sean centuriones, personas perturbadas por espíritus malignos, personas descartadas…−, son quizá el testimonio más elevado de pureza de esa gratitud que acompaña la fe. Si los ancianos, en vez de ser descartados y apartados de la escena de los acontecimientos que marcan la vida de la comunidad, fueran puestos en el centro de la atención colectiva, se verían animados a ejercer el valioso ministerio de la gratitud hacia Dios, que no se olvida de nadie. La gratitud de las personas ancianas por los dones recibidos de Dios en su vida, como nos enseña la suegra de Pedro, devuelve a la comunidad la alegría de la convivencia, y confiere a la fe de los discípulos el rasgo esencial de su destino.
Pero tenemos que entender bien que el espíritu de intercesión y servicio, que Jesús pide a todos sus discípulos, no es simplemente algo de mujeres: en las palabras y en los gestos de Jesús no hay ni rastro de esa limitación. El servicio evangélico de la gratitud por la ternura de Dios no se escribe de ninguna manera en la gramática del hombre amo y de la mujer sierva. Es más, las mujeres, sobre la gratitud y la ternura de la fe, pueden enseñar a los hombres cosas que a ellos les cuesta más comprender. La suegra de Pedro, antes de que los apóstoles lo entendieran, a lo largo del camino del seguimiento de Jesús, les mostró el camino también a ellos. Y la delicadeza especial de Jesús, que le “tocó la mano” y se “inclinó delicadamente” hacia ella, dejó claro, desde el principio, su sensibilidad especial hacia los débiles y enfermos, que el Hijo de Dios ciertamente había aprendido de su Madre. Por favor, hagamos que los viejos, que los abuelos y abuelas estén cerca de los niños, de los jóvenes, para transmitir esa memoria de la vida, para transmitir esa experiencia de la vida, esa sabiduría de la vida. En la medida en que nosotros hacemos que los jóvenes y los viejos se conecten, en esta medida habrá más esperanza para el futuro de nuestra sociedad.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa. Hermanos y hermanas, pidamos al Señor que reavive en nosotros la sensibilidad hacia los más débiles, especialmente los ancianos que viven en soledad o en el sufrimiento. Que nuestra cercanía y nuestro apoyo sean para ellos fuente de ánimo y consuelo. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los diversos grupos provenientes de los Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestra familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡El Señor os bendiga!
Queridos hermanos y hermanas de lengua alemana, la Solemnidad del Corpus Christi nos invita a salir y llevar al Señor en la vida de todos los días: a llevarlo allí donde la vida se desarrolla con todas sus penas y alegrías. ¡El Señor esté con vosotros siempre y en todas partes!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Cercanos a la celebración de la solemnidad del Corpus Christi, pidamos al Señor que nos conceda ser personas “eucarísticas”, que agradecen los dones recibidos y se entregan a los demás sirviendo con alegría, especialmente a quienes más lo necesitan. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos amigos de lengua portuguesa, gracias por vuestra presencia y sobre todo por vuestras oraciones por mí. Os saludo a todos, en particular al grupo de la parroquia de Pousos de Leiria, animándoos a apostar por los grandes ideales de servicio, que ensanchan el corazón y hacen fecundos vuestros talentos. Sobre vosotros y vuestras familias descienda la Bendición del Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe. La especial delicadeza de Jesús con la suegra de Pedro, anciana y enferma, deja claro, desde el principio, su especial sensibilidad hacia los débiles y enfermos, que el Hijo de Dios había ciertamente aprendido de su Madre. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Mañana se celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Este día nos recuerda la presencia real de Dios en la Eucaristía bajo la forma del pan y del vino. Que los conciertos de evangelización que se realizan en vuestro país en esta fiesta despierten la fe en todos, para que al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo se pueda experimentar cada vez más profundamente su amor. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los nuevos sacerdotes de Brescia, a los fieles de Piedimonte Etneo, y a los militares del Reagrupamiento logístico central.
Y por favor, no olvidemos al maltratado pueblo de Ucrania en guerra. No nos acostumbremos a vivir como si la guerra fuera algo lejano. Que nuestro recuerdo, nuestro cariño, nuestra oración y nuestra ayuda estén siempre cerca de este pueblo que tanto sufre y que está soportando un verdadero martirio.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. Mañana se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que en Italia se traslada al próximo domingo. Que la Eucaristía, misterio de amor, sea para todos fuente de gracia y de luz que ilumina los senderos de la vida, apoyo en las dificultades, sublime consuelo en el sufrimiento de cada día. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va