El Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la liturgia de hoy, Jesús dice: «No piensen que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). Dar cumplimiento: ésta es una palabra clave para entender a Jesús y su mensaje. ¿Pero qué significa este “dar cumplimiento”? Para explicarlo, el Señor comienza diciendo lo que no es cumplimiento. La Escritura dice “no matarás”, pero para Jesús esto no basta si luego se hiere a los hermanos con las palabras; la Escritura dice “no cometerás adulterio”, pero esto no basta si luego se vive un amor salpicado por la doblez y la falsedad; la Escritura dice “no jurarás en falso”, pero no basta hacer un juramento solemne si luego se actúa con hipocresía (cf. Mt 5,21-37). Así no hay cumplimiento
Para darnos un ejemplo concreto, Jesús se centra en el “rito de la ofrenda”. Al hacer una ofrenda a Dios, se correspondía a la gratuidad de sus dones. Hacer una ofrenda para corresponder simbólicamente —digámoslo así— a la gratuidad de sus dones, era un rito muy importante, tan importante que estaba prohibido interrumpirlo salvo por motivos graves. Pero Jesús afirma que hay que interrumpirlo si un hermano tiene algo contra nosotros, para ir primero a reconciliarnos con él (cf. vv. 23-24): solo entonces se cumple el rito. El mensaje es claro: Dios nos ama primero, gratuitamente, dando el primer paso hacia nosotros sin que lo merezcamos; y, por ende, nosotros no podemos celebrar su amor sin dar a nuestra vez el primer paso para reconciliarnos con quienes nos han herido. Así hay cumplimiento a los ojos de Dios, de lo contrario la observancia externa, puramente ritualista, es inútil, se convierte en una ficción. En otras palabras, Jesús nos hace comprender que las reglas religiosas son útiles, son buenas, pero son solo el inicio: para darles cumplimiento, es necesario ir más allá de la letra y vivir su sentido. Los mandamientos que Dios nos ha dado no deben encerrarse en la caja fuerte asfixiante de la observancia formal, pues de lo contrario nos quedamos en una religiosidad externa y desapegada, siervos de un “dios amo” en lugar de hijos de Dios Padre. Jesús quiere esto, que no tengamos la idea de servir a un Dios amo, sino al Padre, y por esto es necesario ir más allá de la letra.
Hermanos y hermanas, este problema no existía solo en tiempos de Jesús, existe también hoy. A veces, por ejemplo, oímos: “Padre, no he matado, no he robado, no he hecho daño a nadie...”, como diciendo: “He cumplido”. Esta es la observancia formal, que se conforma con el mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita al máximo posible. Es decir, Dios no razona con cálculos y tablas; Él nos ama como un enamorado: ¡no hasta el mínimo, sino hasta el máximo! No nos dice: “Te amo hasta cierto punto”. No, el verdadero amor nunca llega hasta un punto determinado y nunca se siente satisfecho; el amor va siempre más allá, no puede por menos. El Señor nos lo mostró dando su vida en la cruz y perdonando a sus asesinos (cf. Lc 23,34). Y nos ha confiado el mandamiento que más aprecia: que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado (cf. Jn 15,12). ¡Este es el amor que da cumplimiento a la Ley, a la fe, a la verdadera vida!
Así pues, hermanos y hermanas, podemos preguntarnos: ¿cómo vivo yo mi fe? ¿Es una cuestión de cálculo, de formalismo, o es una historia de amor con Dios? ¿Me conformo solo con no hacer el mal, con mantener “la fachada”, o intento crecer en el amor a Dios y a los demás? Y de vez en cuando ¿me confronto a mí mismo con el gran mandamiento de Jesús, me pregunto si amo a mi prójimo como Él me ama? Porque tal vez somos inflexibles para juzgar a los demás y nos olvidamos de ser misericordiosos, como Dios lo es con nosotros.
Que María, que observó perfectamente la Palabra de Dios, nos ayude a dar cumplimiento a nuestra fe y a nuestra caridad.
Queridos hermanos y hermanas:
Sigamos estando cerca, con la oración y el apoyo concreto, de las víctimas del terremoto en Siria y Turquía. Estuve viendo en el programa “A Sua immagine”, las imágenes de esta catástrofe, el dolor de estos pueblos que sufren por el terremoto. Recemos por ellos, no lo olvidemos, recemos y pensemos qué podemos hacer por ellos. Y no olvidemos a la martirizada Ucrania: que el Señor abra caminos de paz y dé a los responsables el valor de recorrerlos.
Las noticias que llegan desde Nicaragua me han entristecido no poco, y no puedo dejar de recordar aquí con preocupación al obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, a quien tanto quiero, condenado a 26 años de cárcel, y también a las personas que han sido deportadas a Estados Unidos. Rezo por ellos y por todos los que sufren en esa querida nación, y pido vuestras oraciones. Pidamos también al Señor, por intercesión de la Inmaculada Virgen María, que abra el corazón de los responsables políticos y de todos los ciudadanos a la búsqueda sincera de la paz, que nace de la verdad, la justicia, la libertad y el amor, y se alcanza mediante el ejercicio paciente del diálogo. Recemos juntos a la Virgen. [Ave María].
Dirijo mi saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de otros países. Saludo a los grupos de Polonia, República Checa y Perú. Saludo a los ciudadanos congoleños que están aquí. Su país es precioso. Recen por su país. Saludo a los estudiantes de Badajoz (España) y a los del Instituto Gregoriano de Lisboa.
Saludo a los jóvenes de Amendolara, Cosenza y al grupo AVIS de Villa Estense, Padua.
Y les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!
Fuente: vatican.va