2/25/23

La historia del fin: cristianismo y milenarismo

Roberto Rusconi


Introducción

Hace doscientos años falleció el jesuita chileno Manuel de Lacunza y Díaz (1731-1801), que después su destierro (1767) y antes de su muerte en Italia, escribió La venida del Mesías en gloria y majestad, publicada unos diez años después (1812) y oficialmente condenada, a causa de su milenarismo literal, por parte de la Iglesia católica. En su obra se encuentra el análisis más sistemático, y más literal, de los capítulos 20 y 21 del Apocalipsis bíblico: esto sucedía en la misma década de la Revolución francesa, que puede ser considerada el nacimiento de una escatología secularizada.

En esta ponencia hay que indicar el marco de los argumentos, porque tenemos que saber exactamente lo que vamos a tratar: sin aventurarnos en una agotadora discusión acerca de los términos que se emplean en este ámbito, es mejor poner en claro desde el inicio que aquí nos ocupamos solo de la escatología apocalíptica de la tradición judaico-cristiana a lo largo de varios siglos, lo que incluye los problemas relacionados con el milenarismo. Por lo contrario, el pensamiento utópico podría ser considerado una forma de "secularización" de las esperas escatológicas, y también algo más y diferente.

En primer lugar, es central en este argumento el papel de la Sagrada Escritura, que entregó a las comunidades cristianas de los primeros siglos el lenguaje, la cronología y las imágenes de la escatología judía y, sobre todo, de la apocalíptica, cuando se incluyó en el canon de los libro sagrados de la Iglesia también el Apocalipsis de san Juan, es decir, una porción muy especial de aquella escatología, que generó al milenarismo cristiano.

En el curso de la historia, escatología apocalíptica y milenarismo (incluido el mesianismo) no interesaron exclusivamente a una iglesia, ni siquiera solo al cristianismo, ya que en estos argumentos se interesaron también, en su historia milenaria, las comunidades judaicas y el Islam: y tal vez se comunicaron los unos a los otros sus inquietudes para mantenernos al interior del marco de las religiones abrahamíticas. Es solo, tenemos que precisar, en relación al mesianismo, que hay una diferencia, y una contradicción, porque el único y verdadero Mesías es el Cristo, que tiene a venir otra vez para los cristianos y que aún no ha llegado para los judíos. Es decir, en la historia judaico-cristiana no se pueden encontrar verdaderos, sino "pretendidos" Mesías, hasta el final del mundo.


A. El período de la ciudad de Dios

La espera de una primera resurrección y de un milenio bajo el reinado de Cristo formó parte importante de la escatología de los tres primeros siglos del cristianismo.

En el texto del Apocalipsis, según la tradición obra de san Juan Evangelista, y que ha sido incluido en el canon de las Sagradas Escrituras de la Iglesia, se encuentran pasajes que dieron los fundamentos del escatologismo apocalíptico cristiano. En primer lugar, la espera de un reino milenario, en el capítulo Veinte:

"Et vidi angelum descendentem de caelo habentem clavem abyssi et catenam magnam in manu sua. Et adprehendit draconem, serpentem antiquum, qui est diabolus et satanas, et ligavit eum per annos mille; et misit eum in abyssum et clausit et signavit super illum, ut non seducet amplius gentes, donec consummentur mille anni; et post hoc oportet illum solvi modico tempore.

Et vidi sedes, et sederunt super eas, et iudicium datum est illis; et animas decollatorum propter testimonium Iesu et propter verbum Dei, et qui non adoraverunt bestiam, neque imaginem eius, non acceperunt caracterem eius in frontibus aut in manibus suis, et vixerunt et regnaverunt cum Christo mille annis. Ceteri mortuorum non vixerunt donec consummentur mille anni. Haec est resurrectio prima" (Apoc. 20, 1-5). Y más allá:

"Et cum consummati fuerint mille anni, solvetur satanas de carcere suo et exibit et seducet gentes, quae sunt super quattuor angulos terrae, Gog et Magog, et congregabit eos in proelium, quorum numero est sicut harena maris (...). " (Apoc. 20, 7). Y al final de todo este capítulo: "Haec est mors secunda. Et qui non inventus est in libro vitae scriptus, missus est in stagnum ignis" (Ap 20, 15).

La cita ha sido muy larga, pero era necesario leerla, para acordarse que era el texto mismo de la Sagrada Escritura ­el del Apocalípsis­ para proponer algunas cuestiones cronólogicas sobre los tiempos venideros, es decir los tiempos últimos del fin del mundo (en el idioma griego, "ta eschata", las cosas últimas). Y, a decir verdad, no se puede tampoco olvidar que la literatura "apocalíptica" en los primeros siglos del cristianismo (también en continuidad con la literatura parecida del judaísmo helenístico) ha sido un extenso fenómeno religioso.

Después de la instauración de la paz constantiniana el tiempo del cristianismo se había convertido en el tiempo de la Iglesia, y fue san Agustín a quien le tocó en suerte el identificar con autoridad a la escatología con la historia eclesiástica, en su Ciudad de Dios (XVIII, LIII, p. 652).

"Así que en vano procuramos contar y definir los años que restan de este siglo, oyendo de la boca de la misma verdad que el saber esto no es para nosotros. Con todo, dicen algunos que podrían ser cuatrocientos años, otros quinientos y otros mil, contando desde la ascensión del Señor hasta su última y final venida, y el intentar manifestar en este lugar el modo con que cada uno funda su opinión sería asunto largo y no necesario, porque solo usan conjeturas humanas, sin traer ni alegar cosa cierta de la autoridad de la Escritura canónica. El que dijo: no es para vosotros saber los tiempos que el Padre puso en su potestad, sin duda confundió e hizo para los dedos de los que pretendían sacar esta cuenta".

Si la alusión en la cita se refiere al así llamado "sermón escatológico" de Cristo (Mt 24, 1-25.46), el argumento más importante es el desprestigio de cualquier cálculo de la cronología apocalíptica, es decir milenarista.

Si tenemos a san Agustín como el mayor responsable de un "enfriamiento" de la escatología cristiana y de un "congelamiento" del milenarismo, y eso tiene valor en primer lugar para el cristianismo occidental, romano y latino, no se puede olvidar que también en la iglesia de oriente, griega y bizantina, el milenarismo, y la escatología apocalíptica en general no tuvieron un plazo particular (al menos antes de la conquista turca de Constantinopla, en 1453, cuando se intentó de explicar lo sucedido con referencia a las predicciones del Apocalipsis). Aunque en las iglesias del Oriente cristiano no se aceptó al Apocalipsis como a un libro del canon bíblico, hay una explicación posible, confirmando la descarga de sus culpas en favor de san Agustín. En el Imperio romano-cristiano del Oriente, que llamamos bizantino en la Edad Media, se estableció una "cristiandad realizada", del mismo modo en el Occidente cristiano-bárbaro no tuvo lugar el conjunto de las esperanzas escatológico-apocalípticas, con excepción del mito político, de origen bizantino, del Ultimo Emperador del Mundo, que, en alguna manera, es una figura mesiánica, ya que su reinado sobre el Imperio y sobre la Iglesia va a coincidir con las, épocas finales de la historia del mundo. (Es posible subrayar también, que los fermentos escatológico-apocalípticos que se produjeron en el Oriente europeo, sobre todo en la Rusia de la edad moderna, fueron fuertemente influenciados por libros e ideas que venían del Occidente, en particular del mundo protestante alemán, más que por su herencia espiritual y teológica).

En el pasaje del Apocalipsis que hemos leído antes, las preguntas que emergen del texto no se refieren exclusivamente a la determinación de una cronología apocalíptica, sino aluden a algunos personajes ­en latín, dramatis figurae (es decir, los intérpretes del drama)­, protagonistas y actores de los últimos eventos. En este sentido pertenece al milenarismo apocalíptico sobre todo el anticristo, al cual se hacen otras referencias no solo en el Apocalipsis mismo (Ap 13), sino además en las epístolas de san Pablo (2Ts 2, 3-4), y algunas alusiones explícitas en la primera epístola de san Juan:

"Filioli, novissima hora est, et sicut audivimus quia antichristus venit: et nunc antichristi multi facti sunt; unde scimus quia novissima hora venit Quis est mendax, nisi is, qui negat quoniam Iesus est Christus?. Hic est antichristus" (Ts 2, 18.22). Y en en final de la misma epístola escribe él: "Carissimi, nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si ex Deus sint; quoniam multi pseudoprophetae exierunt in mundum. In hoc cognoscitur spiritus Dei: Omnis spiritus qui confitetur Iesum Christum in carne venisse, ex Deo est; et omnis spiritus, qui solvit Iesum, ex Deo non est, et hic est antichristus, de quo audistis, quoniam venit, et nunc iam in mundo est" (2Ts 4, 1-3).

En el siglo X un monje de la Europa del Norte, Adso de Montier-en-Der, escribió una particular leyenda hagiográfica, es decir la "Vida del Antechristo"­que tuvo una singular fortuna en los siglos siguientes, y también más allá del final de la edad media­ si bien en diferentes versiones, y también a inicios de la época de la imprenta en ediciones con ilustraciones. El último enemigo de la fe cristiana ­el que en todo es el contrario de Cristo, como escribió ya san Isidoro de Sevilla (en el siglo VII)­ será un judío y su actuación se caracterizará por presentarse como un Mesías (pretendiendo, al mismo tiempo, ser para los cristianos el que vuelve a ellos por la segunda vez, y para los judíos el que finalmente llega a ellos). En la tradición teológica y religiosa del cristianismo latino occidental, por consiguiente el que pretende de ser un Mesías, no puede que ser más que un falso Mesías.

Durante el medioevo se intentó muchas veces identificar al anticristo, falso Mesías con algunos personajes de la historia, incluso emperadores y romanos pontífices, desde la época de Federico II, en el siglo XIII, a los años de Martín Lutero y de los reformadores alemanes, a principios del siglo XVI, con el objeto de desacreditar a sus opositores y enemigos, no importando si fuesen los emperadores alemanes o los pontífices romanos. A decir verdad, la historia del anticristo en la edad moderna se ha modificado a consecuencia de las opiniones teológicas de la Reforma, y en particular de las del mismo Lutero: en sus escritos, el anticristo no es un único personaje, es decir el Papa de sus tiempos, sino una institución, el papado, que es etiquetada sin reparo como anticristiana.

Además, y más importante aún, es la cuestión de la cronología apocalíptica que ha sido el marco característico del milenarismo medieval (y no solo medieval): es decir, el cálculo exacto de la fecha de los eventos del porvenir, incluyendo en este cómputo también los sucesos del pasado, utilizando algunos pasajes de la literatura bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, para determinar "las cantidades" del tiempo.


B. La reforma de la iglesia de los siglos X-XI y los movimientos apocalípticos de finales de la edad media

Periódicamente, sin embargo, a todo lo largo de la Edad Media se marchó en pos del milenio bajo la guía de profetas que se ornaban con una aureola mesiánica.

A decir verdad, en los siglos finales de la Edad Media el milenarismo fue sobre todo un interés cultivado por los intelectuales, o sea, prioritariamente los clérigos, cuya reflexión doctrinal se desarrolló en el idioma latín: las esperanzas escatológico-apocalípticas en este tiempo no se difundieron entre los fieles cristianos de una manera notable.

Estos autores quizás se presentaban a sí mismos como "profetas", pero solo en el sentido bíblico ­según su opinión­, y en la práctica su "profecía" para ellos coincidía con una interpretación verdadera de los sucesos ­del pasado, de su tiempo y del porvenir­ a la luz del texto de la Sagrada Escritura. El marco más característico de esta orientación fue un tipo de "obsesión cronológica", cuya raíz se encuentra en algunos pasajes del Antiguo Testamento, y en particular del profeta Daniel:

"Vade, Daniel, quia clausi sunt signatique sermones usque ad tempus praefinitum. Purificabuntur et dealbabuntur et probabuntur multi, et impie agent impii, neque intellegent omnes impii; porro docti intelligent. Et a tempore, cum ablatum fuerit iuge sacrificium, et posita fuerit abominatio vastatoris, dies mille ducenti nonaginta. Beatus, qui expectat et pervenit usque ad dies mille trecentotos triginta quinque. Tu autem vade ad finem et requiesce; et stabis in sorte tua in fine dierum" (Dn 12, 9-12).

En este ámbito es oportuno tener en cuenta también el sueño de la estatua de Nabucodonosor (Dn 2, 31-45), el otro sueño de las cuatro bestias (Dn 7, 1-8), y el cálculo de las semanas de "la abominación de la desolación" en los tiempos últimos (Dn 9, 24-27).

Desde el tiempo de la reforma de la Iglesia de los siglos XI y XII ­comúnmente llamado en los manuales de historia, la época de la "reforma gregoriana"­ y después de su victoria sobre el imperio, muchos teólogos, monjes y canónicos regulares, esbozaron una teología de la historia que coincidía con la escatología: escritores como Rupert von Deutz, Otto von Fresing, Gerhoh von Reichersberg intentaron dividir la historia del mundo en épocas, en relación con las edades de la historia de la Iglesia. Al final de tal desarrollo se encuentra el abad de Fiore, Joaquín. En este año se celebra el centenario de su muerte, y la diócesis de Cosenza en Calabria intenta alcanzar el reconocimiento oficial de su santidad por parte de la Iglesia romana.

En su complejo sistema exegético, en el cual se combinan el papel del Espíritu Santo, la interpretación del Apocalipsis y la "concordia" entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la teología de la historia, la escatología (en todos sus aspectos) y la eclesiología se mezclan de una manera inextricable. Lo que más nos interesa en sus obras auténticas es el ingreso de un cálculo numérico exacto, con raíces en una teología bíblica. Véase por ejemplo la siguiente cita de su Expositio in Apocalypsim:

"Y tanto que decimos hasta al año 1200 desde la encarnación de nuestro Señor, en el cual es el término de las cuarenta generaciones, como hasta el tiempo presente, y como hasta el tiempo de la plenitud de las gentes o sea de la conversión de Israel, no resulta diferencia alguna, ya que es costumbre en la divina página de ser entendido el fin en el sentido estrecho o extendido, en manera que a veces es dicho fin del mundo toda la sexta edad, que empezó en Cristo, y a veces aquel último día en el cual tiene que venir el Señor para el juicio final".

A pesar de la fama profética del abad de Fiore, en sus escritos auténticos el tercer estado de la historia seguramente no tendría que durar más que una sola generación humana, y de ninguna manera un milenio, como se puede leer en su Expositio in Apocalypsim:

"Como dice san Agustín en la Ciudad de Dios, algunos creyeron, tomando inspiración en este fundamento, que el tiempo de la séptima edad tenía una duración de mil años, y en este período Cristo tenía que reinar con los santos después de la resurrección, cuando llegaran a su cumplimiento seis mil años desde el principio del mundo. Ellos añadieron algunas conjeturas, que son en todo y por todo contrarias a la fe cristiana En relación a lo que han dicho del Señor, es decir que Él con sus santos se hubiera entregado a banquetes carnales por mil años después de la resurrección, se trata de cosa absolutamente lejana de la fe".

En la herencia joaquinita, por el contrario, se ha dado relevancia a predicciones mucho más concretas, en la convicción de identificar a personajes, aún más que, y no solo, sucesos con los acontecimientos de la historia final del mundo. Si hubo un joaquinismo franciscano, que en primer lugar intentó identificar a la orden con su plazo escatológico, en su ámbito se hicieron las elaboraciones más audaces, con el intento de pronosticar con exactitud la fecha de la llegada del anticristo: empezando con el médico catalán Arnau de Vilanova, cuyo tratado fue condenado por la Sorbona de París antes de la esperada fecha de 1300 o de sus alrededores (si bien sus esperanzas tenían raíces muy complejas, en las que se incluían la literatura judaica y astrológica). Alrededor de la mitad del mismo siglo XIV, le tocó en suerte a un fraile menor de la Francia meridional, Juan de Rocatallada, el agudizar la obsesión cronológica en la escatología apocalíptica, con un extravagante entrelazamiento de todos los ingredientes: desde el Ultimo Emperador del mundo al Papa Angélico, del anticristo al Juicio Final, y también con una importante invención, un enlace entre la escatología apocalíptica y la historia de la Iglesia, que no se fundaba en la sucesión de épocas generales, sino en algunas rupturas de su curso: el cisma eclesiástico, exactamente lo que sucedió cerca veinte años después, en 1378.

"Por lo tanto no afirmo de ser un profeta enviado de Dios, como lo fueron Isaías y Jeremías sino solo afirmo que Dios omnipotente abrió a mi intelecto, y esto es lo que me parece, salvo el mejor juicio de la sacrosanta Iglesia Romana, al cual están sometidas mi misma persona y todos los libros que yo haya escrito o que vaya a escribir. Y es mejor que esta revelación escrita antes sea llamada 'una comunicación del espíritu de comprensión de los profetas al propósito del los eventos futuros" y no "una comunicación del espíritu de la profecía'", escribió fray Juan de Rocatallada en su Libro de los eventos secretos (Liber secretorum eventuum).

Si estas eran la preocupaciones del fraile franciscano, en el álveo de las tradicionales afirmaciones de ortodoxia de parte de los profetas que pretendían no ser tales, este género de predicciones se separó muchas veces del marco de la escatología apocalíptica y llegó a ser una calderilla en el profetismo político en los diferentes países europeos de los últimos siglos de la edad media, en relación a la buena y mala fortuna de los emperadores, de los reyes y de los señores.

En los siglos finales de la edad media hay que tener en cuenta otro personaje o "figura", que tiene un plazo en el marco del mesianismo, es decir el Papa Angélico de los Vaticinia de summis pontificibus, esto es algunas profecías ilustradas, que fueron utilizadas desde el comienzo del siglo XIV para "profetizar" a la llegada de un Papa, cuya elección se pretendía promocionar, o bien para promover el carácter sobrenatural de una reciente elección. Su origen es bastante claro: a finales del siglo XIII se tradujeron en latín los Oracula Leonis, es decir, las profecías milenaristas que circularon en favor del emperador bizantino, las que fueron adaptadas, en un intento propagandístico en favor de los cardenales de una familia aristocrática romana y de sus aspiraciones de elegir a uno de ellos como Papa durante el largo cónclave de Perusa de los años 1304-1305, de manera definitiva fueron redactadas en la forma de quince "profecías papales figuradas", con una figura central de pontífice, con símbolos que eran explicados en una hermética máxima a pie de página, y un "título" encima. Las cuatro figuras finales aludían a la elección sobrenatural de un Papa futuro, coronado por los ángeles.

¿Y esta espera en un Papa Angélico tiene algo que ver, por el contrario, con el milenarismo cristiano, en la medida en que prefigura a un reino final en la historia, el del último pontífice romano sobre la Iglesia y el mundo? No se puede olvidar que el Papa Angélico es, por su parte, también un heredero del mito bizantino del Último Emperador, que en el Occidente latino se dividió, después de la época de la reforma de la Iglesia del siglo XI, en una figura papal y en una figura imperial.

En la historia del Occidente en el bajo medioevo, se han etiquetado como "milenaristas" algunos movimientos, empezando con el que Dolcino capitaneó en la Italia septentrional en los comienzos del siglo XIV. Si en sus cartas ­cuya redacción original no conocemos­ él se preocupa de dividir a la historia en períodos, en el marco de la tradición escatológica joaquinista, no prevé ningún papel activo para sus frailes "apostólicos": el protagonista de la lucha final es una vez más el Último Emperador, cuyas obligaciones incluyen una reforma por la fuerza de una iglesia corrompida y el asentamiento de un "Papa Angélico" (con el cual el Dolcino al final se identifica a sí mismo).

En las primeras décadas del siglo XV, la revolución religiosa nacional en Bohemia, después de la ejecución en la hoguera de Jan Hus por orden del concilio de Constanza en 1415, evolucionó en grupos marginales, pretendiendo que el final del mundo tendría lugar en sus montañas, y a una la llamaron Tábor, como el monte en Judea. El fundamento de estas esperas era una interpretación muy literal de las Sagradas Escrituras y su aplicación a las instituciones de la Iglesia romana, en el período del gran cisma eclesiástico de Occidente. Su característica más resaltante es su total literalismo, según se puede leer en una crónica bohemia, escrita en el idioma checo: "Estos mismos sacerdotes predicaron también a propósito del Evangelio de Mateo 7, 15: "Cuidado con los falsos profetas!", y aplicaron esta sentencia a quien no estaba de acuerdo con ellos. Ellos dijeron: "En Bohemia no sobrevivirán más de cinco ciudades y todas la otras serán destruidas por el fuego, a semejanza de Sodoma y Gomorra. Por esta razón todos tendrían que refugiarse en las montañas" y además: "Estos sacerdotes predicaban también así: el Cristo va a descender de las montañas en la tierra, para reinar temporalmente y para preparar a un gran banquete en las montañas. Y el Espíritu Santo será dado a los corazones de los fideles, con total abundancia".

Como ocurrió con Dolcino un siglo antes, la esperada purificación no tuvo lugar en 1420, y en 1421, los ejercitos de los "cruzados" derrotaron también a aquellos milenaristas.

Tanto en los movimientos radicales de los últimos siglos de la Edad Media, y al comienzo de la Edad Moderna ­desde Dolcino de Novara a principios del siglo XIV hasta a Thomas Müntzer en la Alemania meridional a principios del siglo XVI­, sus líderes casi nunca pretendieron ser el mesías, sino su antecesor. En este sentido se dio la recuperación de dos personajes bíblicos, en primer lugar san Juan Bautista, y después de Elías. En realidad, en otros casos, estos personajes se presentaron tal vez como "profetas" que anunciaban los últimos tiempos de la historia, pero no eran nunca pretendidos mesías. También el fraile dominico Jerónimo Savonarola, antes de ser excomulgado y quemado en la hoguera en 1498, sobre el púlpito proclamó a Florencia como a la Nueva Jerusalén, y pretendió para sí mismo el papel del profeta, en una continuación del de los profetas bíblicos: "Volviendo a nuestro propósito, yo digo que estas cosas futuras, por razón de la indisponibilidad del pueblo yo las predecía en aquellos primeros años con la ayuda de las pruebas en las Escrituras y con razones y con diferentes similitudes. Y después empecé a extenderme y a demostrar que estas cosas futuras yo le había por otra luz que la sola inteligencia de las Escrituras; y luego empecé a extenderme más y a llegar a las palabras formales que el cielo me inspiró".

Vale la pena señalar que como ha sucedido con Joaquín de Fiore, también la orden de Savanarola intenta obtener una canonización oficial de parte de la Iglesia: esa es la extraña suerte de sus profetas.

A principios del siglo XVI Thomas Müntzer, en la época de la guerra de los campesinos en la Alemania meridional, escribía expresiones muy semejantes, y a la vez más claras, en una carta de 1523: "Tenéis que saber, que los doctores atribuyen esta doctrina al abad Joaquín y la llaman resueltamente el Evangelio eterno. Yo leí solo el Super Hieremiam, pero mi doctrina llega de más arriba. Yo no la tomo de él, sino de la misma Palabra de Dios: como luego, cuando el tiempo haya llegado, yo demostraré basándome sobre todos los escritos bíblicos".

A finales de la Edad Media y en vísperas de la nueva época, la esperanzas mesiánicas judaicas se inflamaron con la elaboración de la Cábala por Abraham Abulafia, antes que la expulsión de los judíos de Sefarad ­es decir, la península ibérica­ el año 1492 pusiese en circulación otros escritos, en los cuales se pretendía predecir al súbito avenimiento de la época mesiánica: más prudente en la identificación de un personaje histórico como el Mesías de las esperanzas de Israel; el milenarismo judaico de este período hace referencia a la cronología de la creación del mundo y a una duración del tiempo de la historia por seis mil años (por consiguiente, sus cálculos cronológicos no se refieren a las predicciones del profeta Daniel ­ cuales entraron en el libro del Apocalipsis de los cristianos). Además, entre los judíos se encuentra cierta renuencia a identificar a alguien con el mesías - como parece muy evidente en el marco de la religión de Israel.


C.   El nuevo mundo como reino del milenio y el apocalipsis en Europa en la edad moderna

En el siglo XVI un mundo sería llamado "nuevo" no solo por razones geográficas, sino también por motivos escatológico-mesiánicos. El "descubrimiento" y conquista del Nuevo Mundo se realizaron en un ambiente de particular efervescencia escatológica y mesiánica.

De escatología y de milenarismo en el Nuevo Mundo va a tratar otra ponencia, de un historiador mucho más competente en el tema que yo. Por mi parte, me parecen muy interesantes las raíces medievales de algunas reconstrucciones de la primera historia del Nuevo Mundo, que se hicieron de este lado de la mar Océana (como la llamó el mismo Cristóbal Colón en su "Libro de las profecías"), y más aún preguntarse si el conjunto de las ideas y esperanzas escatológico-apocalípticas tuvieron una especial configuración en el continente nuevo.

En primer lugar, es claro que el pensamiento escatológico-apocalíptico llegó a América desde Europa. Esta evidencia es muy útil para subrayar que en el Nuevo Mundo se estuvo buscando para la confirmación de esperanzas y de temores ya existentes: de una manera no diferente de la actitud de Cristóbal Colón, el cual recogió en su Libro de las profecías, cuando las islas de la Indias habían ya sido "descubiertas", los textos bíblicos y teológicos que podían aportar un sentido a lo sucedido. El mismo Colón nunca intentó proponerse a sí mismo como un mesías: por el contrario, en sus escritos el papel escatológico del Último Emperador pertenecía al rey de España.

Las ideas "milenarias" de los cronistas franciscanos de América, fray Toribio Benavente Motolinía, en la Historia de los indios de la Nueva España (terminada antes de 1541), y fray Jerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana (antes de 1596), tenían sus raíces en las tradiciones escatológicas medievales de su orden y expresaban más bien el arranque misionero de los frailes.

¿"El mesianismo se ha hecho criollo"?, escribió hace algunos años en la Encyclopedia of Apocalypticism Alain Milhou. En realidad, se constata un agravamiento del milenarismo de raíz europea, porque las esperanzas del fraile dominicano Francisco de la Cruz, condenado por la Inquisición y quemado en la hoguera en 1578, se referían al la destrucción de Europa por los turcos y al traslado del Papa a Lima, la Nueva Jerusalén. El mismo Francisco tenía que ser un "Tercer David" y su hijo el "nuevo Salomón" de un esperado Tercer Testamento.

América había sido también el continente en el cual se pretendió encontrar las diez perdidas tribus de Israel, y se intentó nada menos que identificarlas con la poblaciones nativas de los indios, con fundamento en las Sagradas Escrituras. Y no parece que esta haya sido una preocupación del mesianismo judaico también, antes de los tiempo del "Sabbatianismo", cerca de la mitad el siglo XVII: A la nota de los pretendidos Mesías hay que incorporar personajes como Sabbatai Zevi, cuya actividad presenta muchas semejanzas con las actitudes de otros "lunáticos", que en el mundo cristiano pretendían ser aceptados como el verdadero mesías.

La idea de un traslado del Papa de Roma a América se encuentra otra vez, alrededor de la mitad del siglo siguiente, en el fraile franciscano Gonzalo Tenorio, cuya inspiración se remonta a los escritores medievales de su orden, como Juan de Rocatallada y otro catalán, Francesc Eiximenis (1340-1409): en aquellos tiempos finales un papel escatológico estaba a cargo también de un monarca, el Ultimo Emperador de la descendencia de la casa hasbúrgica. En relación a Gregorio López en México y a otro personaje en Perú, volvió a entrar en circulación la espera de la venida de un "encubierto" ­una figura escatológica o mejor, mitológica­ producida en la crisis del imperio y de las monarquías ibéricas en las última décadas del siglo XVI, si bien tuviese su raíz en el mito medieval del emperador alemán Federico II.

Hacia la mitad del siglo XVIII, en fin, el jesuita Francisco Javier Carranza publica en México un volumen, cuyo título no necesita alguna explicación: La transmigración de la Iglesia a Guadalupe, que apareció en 1749. En sus páginas el Monte Tepeyac era el lugar donde la Iglesia tenía que refugiarse, en busca de un amparo contra la persecución del anticristo. A esta época, sin embargo, el cuadro histórico se ha mutado de la raíz y la configuración de una escatología apocalíptica que está siendo influenciada por la confrontación entre la Iglesia y el mundo moderno. Por lo anterior, es posible estar de acuerdo con Alain Milhou, que considera a Francisco de la Cruz, Gonzalo Tenorio y Gregorio López como a "extremos y también casos patológicos" en el marco del mesianismo íbero-americano, y ­a pesar de esto­ "representantes de una conciencia criolla, que en la época colonial exigía el reconocimiento de la dignidad del Mundo Nuevo en oposición al Viejo Mundo (y a la madre-patria peninsular)".

El tema de la identificación de una "Nueva Jerusalén" en un plazo que fuera diferente de la ciudad de Tierra Santa, y también de la Roma papal, se encontró por primera vez, en una forma explícita, entre los "alumbrados" de Alemania a principios de la Reforma, y encontró su extrema realización en la ciudad de Munster, en la comunidad bajo la guía de los seguidores del predicador anabaptista Melquior Hoffman en los años 1534-1535: Jan van Leiden se proclamó a sí mismo como el rey de su Nueva Jerusalén. Desde su derrota, siempre se ha considerado la revuelta de Munster como a una "aberración" en la Reforma radical alemana, sin considerar de una manera adecuada sus verdaderas raíces: de un lado, la tradición de la escatología apocalíptica tardo-medieval (sin pretender establecer lazos de parentesco demasiado estrechos); y, del otro, sobre todo el peso de un literalismo bíblico, fruto del la Reforma misma.

En las primeras décadas desde la "protesta" del que fuera fraile agustino Martín Lutero ambos factores jugaron su papel, en un número no insignificante de personajes. Por el contrario, decisiva ha sido la evolución institucional de la misma Reforma, cuyas iglesias ­y hasta más de la Iglesia católica romana­ rechazaron y persiguieron a los reformadores más radicales y sus orientaciones escatológico-apocalípticas.

Durante la edad moderna, en los siglos incluidos entre la Revolución religiosa de Lutero, Calvino y los otros, y la Revolución política de los franceses, el Apocalipsis ha jugado su papel en Europa. Ha sido esta una vena muy importante, pero más en al ámbito intelectual y cultural que social y político. En otros términos, el apocalipticismo ha evolucionado en la teología, en la filosofía, y también en el pensamiento científico: sir Isaac Newton (1643-1727), el mismo que descubrió la ley de la gravitación universal, fue el autor de un tratado sobre el Apocalipsis. Por el contrario, casi no existe un milenarismo difundido si bien, como es lógico, hay muchas excepciones.

Existe además otro tema escatológico, el de la Tercera Roma, es decir la ciudad de Moscú en Rusia, como heredera de la Segunda Roma, o sea, la Constantinopla del imperio bizantino medieval, que nos lleva a la orientación distinta de aquellas esperanzas en la cristiandad eslava y al papel del emperador en su marco, a la cabeza en el mismo tiempo de la Iglesia y del Estado.


Conclusiones

Ponemos el final de estas reflexiones en vísperas de la Revolución francesa, por razón que en la edad contemporánea la así llamada secularización de la sociedad y la laicización del Estado modifican el lugar de la Iglesia en la historia, y por consiguiente el conjunto de doctrinas y de esperanzas que se incluyen en la categoría de la escatología apocalíptica, incluso el milenarismo. Esta conclusión, por lo contrario, no significa que no hubo, en los dos último siglos, personajes y episodios que nos recuerdan de la persistencia de una espera del fin de este mundo o bien pretendidos profetas, y el bagaje que a todo esto pertenece.

Aunque la primera impresión es muy diferente, una vena apocalíptica ha sido característica también del catolicismo, donde las catástrofes revolucionarias ­empezadas ya con la supresión de las órdenes religiosas en el siglo XVIII­ concentraron la atención sobre la institución, y también en la cumbre de la Iglesia: el enfrentamiento con la sociedad contemporánea ha sido interpretado como una lucha de los sombríos tiempos finales del mundo, según personajes como san Juan Bosco (el mismo Papa Pío IX tenía en su biblioteca personal libros de profecías), y también las apariciones de la Virgen en Lourdes, y en otros lugares hasta al más reciente Medjugorje, no nos dejan olvidarnos de la Mujer del Apocalipsis, que tenía una corona de doce estrellas.

Al parecer una forma de milenarismo está todavía en acto especialmente en los Estados Unidos, y esto ha derivado de una interpretación "fundamentalista" de la Sagrada Escritura en un país considerado por sus habitantes la "nación elegida" desde sus comienzos: lo que pertenece más a la herencia de un literalismo bíblico de raíz "protestante", al interior y al exterior de las mayores Iglesias "establecidas".

Y queda también de preguntarse acerca del sentido y de las raíces de numerosos movimientos milenaristas, que en el siglo pasado han sido característicos del mundo islámico, en África y también de la América meridional, sobre todo en Brasil.

Pero el papel jugado por estos fenómenos en la historia ha sido muy diferente de lo que se pasó en los siglos anteriores, y es por consiguiente otra historia que dejamos a otros.

Fuente:  scielo.cl