Pablo Uribe Ulloa
“Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida” (Francisco)
Hacia finales de marzo, millones de personas de todo el mundo han celebrado la fiesta de la pascua. Para los judíos y los cristianos se trata de la fiesta religiosa más importante de su calendario litúrgico ya que configura la vida misma de la fe. En el Antiguo Testamento tenemos los antecedentes más remotos de la pascua judía que tantas veces celebró el mismo Jesús, mientras que en el Nuevo Testamento está el testimonio de la “nueva” pascua instaurada por el Señor. Veamos los aspectos centrales de esta importante fiesta en los ámbitos propios del judaísmo y del cristianismo primitivo.
La pascua judía
Originalmente la pascua (pésaj) en el antiguo Israel era una fiesta agrícola (o pastoril) que ya existía en época cananea, celebrada el día 14 del primer mes del año (‘Abib antes del destierro babilónico y Nisán después del destierro) y que pone fin al tiempo del desierto al comer los frutos de la tierra y ya no el maná bajado del cielo. Así lo narra el libro de Josué (Jos 5, 10-11). Posteriormente, se vincula esta fiesta con la cena del cordero y con la comida de los panes ázimos, estableciéndose -estas dos fiestas juntas- como conmemoración del acontecimiento salvífico del paso por el mar rojo, cuando Dios libera al pueblo de Israel de la esclavitud egipcia y lo conduce al desierto del Sinaí. En los libros del Éxodo, Números y Deuteronomio tenemos las primeras alusiones a la fiesta (Ex 12; Nm 9; Dt 16, 1-8). En la época de la monarquía hay registros de la celebración de la fiesta realizada por Salomón (1R 9, 25; 2Cr 8, 13) y en tiempo de la reforma de Josías se comienza a transformar en fiesta de peregrinación en Jerusalén (2R 23, 21-23).
El judaísmo rabínico llegó a establecer normas muy precisas para la celebración de la pascua en el templo de Jerusalén, enfatizando el sacrificio. Así lo expresa un texto llamado la Misná:
“El cordero pascual era sacrificado por tres grupos, como está escrito: lo inmolará toda asamblea de la congregación de Israel: asamblea, congregación, Israel. Cuando entraba el primer grupo, se llenaba el atrio. Cuando se cerraban las puertas del atrio, tocaban el sofar, luego la trompeta clamorosamente y luego de nuevo el sofar. Los sacerdotes estaban en pie formando dos filas y teniendo en sus manos vasos de plata y de oro. Una fila tenía todos los vasos de plata y la otra todos de oro. No estaban mezclados. Los vasos no disponían de base a fin de que no los pudieran posar y se coagulara la sangre. Un israelita lo inmolaba, el sacerdote recibía (la sangre) y la entregaba a su compañero y éste al suyo, recibía el (vaso) lleno y devolvía el vacío. El sacerdote que estaba más cercano al altar la vertía de una vez sobre las brasas (del altar)”(Misná Pesahim 5,5-6).
Todo este rito de sangre era parte del sacrificio del cordero realizado por la familia en el templo junto a los sacerdotes. La segunda parte de la celebración se realizaba en las casas mediante una cena íntima en la que se comía el cordero sacrificado, los panes ázimos, las hierbas amargas y cuatro copas de vino. Cada elemento de la cena tenía un significado específico que hacía memoria del gran acontecimiento liberador del éxodo. Este significado salvífico de la pascua estará siempre presente en el judaísmo, como bien lo indica otro texto rabínico llamado el Tárgum:
“Esta es la noche de la pascua para el nombre de YHWH, noche reservada y fijada para la liberación de todo Israel a lo largo de sus generaciones” (Targum de Éxodo 12, 41-42)
La pascua cristiana
La fiesta principal de los cristianos es la pascua en la que se celebra el gran acontecimiento de la resurrección de Jesús, el Señor. Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas (Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20) nos relatan la “última cena” celebrada por Jesús junto a sus discípulos como una cena de pascua. Está presente el pan ázimo, dos copas de vino (en Lc) y unas bendiciones pero el significado nuevo dado por Jesús a la comida es el anuncio de su propia muerte, ya no se conmemorará la salida de Egipto, sino la muerte del Señor como sacrificio pascual. La idea del sacrificio pascual la desarrollará más el evangelio de Juan al mostrar a Jesús como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). El cuarto evangelio hace coincidir la muerte de Jesús con el sacrificio de los corderos pascuales. Así en Jn 19, 14 al momento de su sentencia a muerte y luego en Jn 19,36 aplicando a Jesús lo prescrito sobre los corderos en las leyes de Ex 12, 46 y Nm 9, 12. Es decir, Jesús muere al mismo tiempo en que las familias judías acudían al templo a sacrificar a los corderos para celebrar la pascua. Esta teología del cordero pascual del cuarto evangelio marcará profundamente el cristianismo primitivo y san Pablo en su primera carta a los Corintios la desarrollará diciendo: “eliminad la levadura vieja, para que seáis masa nueva ya que sois ázimos, porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido sacrificado. De manera que celebramos la Pascua no con levadura vieja, ni con levadura de perversidad y maldad, sino con ázimos de pureza y verdad” (1Co 5, 7-8). Así mismo la primera carta de Pedro exhorta diciendo: “Sabiendo que habéis sido liberados de la conducta estéril heredada por tradición, no con cosas corruptibles -oro o plata- sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha” (1P 1, 18-19). Tanto la carta primera a los Corintios como la primera carta de Pedro insisten en la importancia del sacrificio redentor de Jesús. Su muerte dada gratuitamente para todo el mundo tiene un valor expiatorio superior a todos los sacrificios y leyes del antiguo Israel.
Para concluir pensemos que esta pascua que nos regala el Señor es un momento muy importante para la Iglesia al tener un nuevo Papa. Como una manera de reflexionar la importancia del acontecimiento pascual válido para nuestro tiempo actual, guardemos estas primeras palabras del santo Padre, llenas de sabiduría, que ponen el acento en los aspectos centrales de la pascua cristiana, a saber, la entrega de Jesús por amor, la eucaristía como fuente de unión con él y la alegría de la resurrección como acontecimiento del presente y no del pasado:
“Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida” (Francisco, Audiencia general del 27 de marzo de 2013).
“En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz «para nosotros». El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros”. (Francisco, Audiencia general del 27 de marzo de 2013)
“Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro -, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente.” (Francisco, Homilía vigilia pascual 30 de marzo de 2013).
Fuente: ucsc.cl/