3/31/10

Meditaciones para el Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo


Por el cardenal Camillo Ruini


PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

INTRODUCCIÓN
CANTO
R. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per Crucem tuam redemisti mundum.
1. Per lignum servi facti sumus, et per sanctam Crucem liberati sumus. R.
2. Fructus arboris seduxit nos, Filius Dei redemit nos. R.
MEDITACIÓN
Cuando el Apóstol Felipe dijo a Jesús: "Señor, muéstranos al Padre", él respondió: "Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces...? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14, 8-9). Esta noche, mientras acompañamos en nuestro corazón a Jesús, que camina bajo el peso de la cruz, no nos olvidemos de estas palabras suyas. También cuando lleva la cruz y cuando muere en ella, Jesús sigue siendo el Hijo de Dios Padre, una misma cosa con él. Mirando su rostro desfigurado por los golpes, la fatiga, el sufrimiento interior, vemos el rostro del Padre. Más aún, precisamente en ese momento, la gloria de Dios, su luz demasiado fuerte para el ojo humano, se hace más visible en el rostro de Jesús. Aquí, en ese pobre ser que Pilato ha mostrado a los judíos, esperando despertar en ellos piedad, con las palabras "Aquí lo tenéis" (Jn 19, 5), se manifiesta la verdadera grandeza de Dios, la grandeza misteriosa que ningún hombre podía imaginar.
En Jesús crucificado se revela además otra grandeza, la nuestra, la grandeza que pertenece a todo hombre por el hecho mismo de tener un rostro y un corazón humano. Escribe san Antonio de Padua: "Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú te mires en la cruz como en un espejo... Si te miras en él, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad... y tu valor... En ningún otro lugar el hombre puede darse mejor cuenta de cuánto vale, que mirándose en el espejo de la cruz" (Sermones Dominicales et Festivi III, pp. 213-214). Sí, Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto por ti, por mí, por cada uno de nosotros, y de este modo nos ha dado la prueba concreta de cuán grandes y cuán valiosos somos a los ojos de Dios, los únicos ojos que, superando todas las apariencias, son capaces de ver en profundidad la realidad de las cosas.
Al participar en el Via Crucis, pidamos a Dios que nos dé también a nosotros esa mirada suya de verdad y de amor para que, unidos a él, seamos libres y buenos.

El Santo Padre:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.R/. Amén.
El Santo Padre:
Oremos.
Breve pausa de silencio.
Señor, Dios Padre omnipotente, tú lo sabes todo, tú ves la enorme necesidad que tenemos de ti en nuestros corazones. Da a cada uno de nosotros la humildad de reconocer esta necesidad. Libra nuestra inteligencia de la pretensión, equivocada y algo ridícula, de poder dominar el misterio que nos circunda por todas partes. Libra nuestra voluntad de la presunción, un tanto ingenua e infundada, de poder construir solos nuestra felicidad y el sentido de nuestra vida. Haz penetrante y sincero nuestro ojo interior, para poder reconocer, sin hipocresía, el mal que hay dentro de nosotros.Pero danos también, a la luz de la cruz y de la resurección de tu único Hijo, la certeza de que, unidos a él y sostenidos por él, también nosotros podremos vencer el mal con el bien. Señor Jesús, ayúdanos a caminar con este espíritu detrás de tu cruz.
R/. Amén.
PRIMERA ESTACIÓNJesús es condenado a muerte
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 6 - 7. 12. 16
Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Pilato les dijo: "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él". Los judíos le contestaron: "Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios"...
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: "Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César" ...Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN
¿Por qué Jesús fue condenado a muerte, él, que "pasó haciendo el bien"? (Hch 10, 38). Esta pregunta nos acompañará a lo largo del Via Crucis como nos acompaña durante toda la vida.
En los Evangelios encontramos una respuesta verdadera: los jefes de los judíos quisieron su muerte porque comprendieron que Jesús se consideraba el Hijo de Dios. Y hallamos también una respuesta que los judíos utilizaron como pretexto para obtener de Pilato su condena: Jesús habría pretendido ser un rey de este mundo, el rey de los judíos.
Detrás de estas respuestas se abre un abismo, que los mismos Evangelios y toda la Sagrada Escritura nos permiten contemplar: Jesús ha muerto por nuestros pecados. Y aún más profundamente, ha muerto por nosotros, ha muerto porque Dios nos ama, y nos ama tanto que entregó a su Hijo único, para que el mundo se salve por él (cf. Jn 3, 16-17).
Debemos, por tanto, mirar a nosotros mismos: al mal y al pecado que habitan dentro de nosotros y que con excesiva frecuencia fingimos ignorar. Pero aún más debemos dirigir la mirada al Dios rico en misericordia que nos ha llamado amigos (cf. Jn 15, 15). Así, el camino del Via Crucis y todo el camino de la vida se convierte en un itinerario de penitencia, de dolor y de conversión, pero también de gratitud, fe y alegría.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.
Stabat mater dolorosa, iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat Filius.
SEGUNDA ESTACIÓNJesús con la cruz a cuestas

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo. 27, 27 - 31
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando la rodilla, se burlaban de él diciendo: "¡Salve, rey de los judíos!". Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Del Evangelio según san Juan. 19, 17
Y Jesús, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera", que en hebreo se dice Gólgota.
MEDITACIÓN
Después de la condena viene la humillación. Lo que los soldados hacen a Jesús nos parece inhumano. Más aún, es ciertamente inhumano: son actos de burla y desprecio en los que se expresa una oscura ferocidad, sin preocuparse del sufrimiento, incluso físico, que sin motivo se causa a una persona condenada ya al suplicio tremendo de la cruz. Sin embargo, este comportamiento de los soldados es también, por desgracia, incluso hasta demasiado humano. Miles de páginas de la historia de la humanidad y de la crónica cotidiana confirman que acciones de este tipo no son en absoluto extrañas al hombre. El Apóstol Pablo puso bien de manifiesto esta paradoja: "Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí... El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago" (Rom 7, 18-19).
Así es, precisamente: en nuestra conciencia se enciende la luz del bien, una luz que en muchos casos se hace evidente y por la cual, afortunadamente, nos dejamos guiar en nuestras opciones. En cambio, a menudo, sucede lo contrario: esa luz queda oscurecida por los resentimientos, por deseos inconfesables, por la perversión del corazón. Y entonces nos hacemos crueles, capaces de las peores cosas, incluso de cosas increíbles.
Señor Jesús, también yo soy de los que se han burlado de ti y te han golpeado. En efecto, tú has dicho: "cada vez que hicisteis eso con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40). Señor Jesús, perdóname.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.
Cuius animam gementem, contristatam et dolentem pertransivit gladius.
TERCERA ESTACIÓNJesús cae por primera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del profeta Isaías. 53, 4 - 6
¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
MEDITACIÓN
Los Evangelios no nos hablan de las caídas de Jesús bajo el peso de la cruz, pero esta antigua tradición es muy verosímil. Recordemos tan sólo que, antes de cargar con la cruz, Jesús había sido flagelado por orden de Pilato. Después de todo lo que le había sucedido desde la noche en el huerto de los olivos, sus fuerzas debían de estar prácticamente agotadas.
Antes de detenernos en los aspectos más profundos e interiores de la pasión de Jesús, consideremos simplemente el dolor físico que tuvo que soportar. Un dolor enorme y tremendo, hasta el último respiro en la cruz, un dolor que asusta.
El sufrimiento físico es lo más fácil de vencer, o al menos de atenuar, con nuestras actuales técnicas y metodos, con la anestesia y otras terapias del dolor. Si bien, una masa gigantesca de sufrimientos físicos sigue presente en el mundo, debido a muchas causas naturales o dependientes de comportamientos humanos.
De todas formas, Jesús no rechazó el dolor físico y así se solidarizó con toda la familia humana, en especial con aquella parte más numerosa cuya vida, todavía hoy, está marcada por esta forma de dolor. Mientras lo vemos caer bajo el peso de la cruz, le pedimos humildemente el valor de agrandar con una solidaridad hecha no sólo de palabras la pequeñez de nuestro corazón.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
O quam tristis et afflictafuit illa benedicamater Unigeniti!
CUARTA ESTACIÓNJesús encuentra a su Madre
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 25 - 27
Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su Madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
MEDITACIÓN
En los Evangelios no se habla directamente de un encuentro de Jesús con su Madre a lo largo del camino de la cruz, sino de la presencia de María al pie de la cruz. Y allí Jesús se dirige a ella y al discípulo amado, Juan el evangelista. Sus palabras tienen un sentido inmediato: encomendar María a Juan, para que se ocupe de ella. Y un sentido mucho más amplio y profundo: al pie de la cruz María ha sido llamada a pronunciar un segundo "sí", después del sí de la Anunciación, con el cual se convierte en Madre de Jesús, abriéndonos así la puerta de la salvación.
Con este segundo sí, María se convierte en madre de todos nosotros, de todo hombre y de toda mujer por los cuales Jesús ha derramado su sangre. Una maternidad que es signo viviente del amor y de la misericordia de Dios por nosotros. Por eso, los vínculos de afecto y confianza que unen a María con el pueblo cristiano son tan profundos y fuertes; por eso acudimos espontáneamente a ella, sobre todo en las circunstancias más difíciles de la vida.
María, sin embargo, ha pagado un precio muy elevado por su maternidad universal. Como profetizó de ella Simeón en el templo de Jerusalén, "una espada te traspasará el corazón" (Lc 2, 35).
María, Madre de Jesús y madre nuestra, ayúdanos a experimentar en nuestras almas, en esta noche y siempre, ese sufrimiento lleno de amor que te unió a la cruz de tu Hijo.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Quæ mærebat et dolebatPia mater, cum videbatNati poenas incliti.
QUINTA ESTACIÓNEl Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 26
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús.
MEDITACIÓN
Jesús debía de estar verdaderamente agotado; por eso los soldados intentan remediarlo tomando al primer desventurado que encuentran y lo cargan con la cruz. También en la vida de cada día, la cruz, bajo muchas formas diversas -como una enfermedad o un accidente grave, la pérdida de una persona querida o del trabajo- cae sobre nosotros a menudo sin esperarlo. Y nosotros sólo vemos en ella una mala suerte o en el peor de los casos una desgracia.
Pero Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga" (Mt 16, 24). No son palabras fáciles; más aún, en el contexto de la vida concreta son las palabras más difíciles del Evangelio. Todo nuestro ser, todo lo que existe dentro de nosotros, se revela contra semejantes palabras.
Sin embargo, Jesús sigue diciendo: "Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará" (Mt 16, 25). Detengámonos en este "por mí": aquí está toda la pretensión de Jesús, la conciencia que él tenía de sí mismo y la petición que nos dirige a nosotros. Él está en el centro de todo, él es el Hijo de Dios que es una sola cosa con Dios Padre (cf. Jn 10, 30), él es nuestro único Salvador (cf. Hch 4, 12).
En efecto, con frecuencia sucede que lo que al comienzo sólo parecía una mala suerte o una desgracia, luego se ha revelado como una puerta que se ha abierto en nuestra vida llevándonos a un bien mayor. Pero no siempre es así: a menudo, en este mundo, las desgracias no son más que pérdidas dolorosas. Aquí de nuevo Jesús tiene algo que decirnos. O mejor, algo que le sucedió: después de la cruz, resucitó de entre los muertos, y resucitó como primogénito de muchos hermanos (cf. Rm 8, 29; 1 Co 15, 20). Sí, su cruz no se puede separar de su resurrección. Sólo creyendo en la resurrección podemos recorrer de manera sensata el camino de la cruz.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Quis est homo qui non fleret, matrem Christi si videret in tanto supplicio?
SEXTA ESTACIÓNLa Verónica enjuga el rostro de Jesús

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del profeta Isaías. 53, 2 - 3
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
MEDITACIÓN
Cuando la Verónica enjugó el rostro de Jesús con un paño, ese rostro no debía ser ciertamente atractivo: era un rostro desfigurado. Sin embargo, ese rostro no podía dejar indiferente, turbaba. Podía provocar burla y desprecio, aunque también compasión e incluso amor, deseo de ayudarlo. La Verónica es el símbolo de esos sentimientos.
A pesar de estar muy desfigurado, el rostro de Jesús es siempre el rostro del Hijo de Dios. Es un rostro desfigurado por nosotros, por el cúmulo enorme de la maldad humana. Pero es también un rostro desfigurado en favor nuestro, que expresa el amor y la donación de Jesús y es espejo de la misericordia infinita de Dios Padre.
En el rostro sufriente de Jesús vemos, además, otro cúmulo gigantesco, el de los sufrimientos humanos. Y así el gesto de piedad de la Verónica se convierte para nosotros en una provocación, en una exhortación urgente: en la petición, dulce pero imperiosa, de no volver la cabeza hacia otra parte, de mirar también nosotros a los que sufren, estén cerca o no. Y no sólo mirar, sino ayudar. El Via Crucis de esta noche no será baldío si nos lleva a realizar gestos concretos de amor y de solidaridad activa.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo
Quis non posset contristari, piam matrem contemplari dolentem cum Filio?
SÉPTIMA ESTACIÓNJesús cae por segunda vez

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de los Salmos. 41, 6 - 10
Mis enemigos me desean lo peor: "A ver si se muere, y se acaba su apellido". El que viene a verme, habla con fingimiento, disimula su mala intención , y, cuando sale afuera, la dice. Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí, hacen cálculos siniestros: "Padece un mal sin remedio, se acostó para no levantarse". Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme.
MEDITACIÓN
Jesús cae de nuevo bajo el peso de la cruz. Cierto que estaba agotado físicamente, pero estaba también herido mortalmente en su corazón. Pesaba sobre él el rechazo de los que, desde el principio, se habían opuesto obstinadamente a su misión. Pesaba el rechazo que, al final, le había mostrado aquel pueblo que parecía estar lleno de admiración e incluso de entusiasmo por él. Por eso, mirando a la ciudad santa que tanto amaba, Jesús había exclamado: "¡Jerusalén, Jerusalén, ... cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste!" (Mt 23, 37). Pesaba terriblemente la traición de Judas, el abandono de los discípulos en el momento de la prueba suprema, pesaba en particular la triple negación de Pedro.
Sabemos bien que pesaba también sobre él la masa innumerable de nuestros pecados, de las culpas que acompañan a la humanidad a lo largo de los milenios.
Por eso, supliquemos a Dios, con humildad, pero también con confianza: ¡Padre rico en misericordia, ayúdanos a no hacer todavía más pesada la cruz de Jesús! En efecto, como escribió Juan Pablo II, de quien esta noche se celebra el quinto aniversario de su muerte: "el límite impuesto al mal, del que el hombre es artífice y víctima, es en definitiva la Divina Misericordia" (Memoria e identità, p. 70).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Pro peccatis suae gentisvidit Iesum in tormentiset flagellis subditum.
OCTAVA ESTACIÓNJesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 27 - 29. 31
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado"...
Porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».
MEDITACIÓN
En efecto, es Jesús quien tiene compasión de las mujeres de Jerusalén, y de todos nosotros. Incluso llevando la cruz, Jesús sigue siendo el hombre que tiene compasión de las multitudes (cf. Mc 8, 2), que prorrumpe en llanto ante la tumba de Lázaro (cf. Jn 11, 35), que proclama bienaventurados a los que lloran, porque serán consolados (cf. Mt 5, 5).
Jesús se muestra como el único que conoce realmente el corazón de Dios Padre y que por lo mismo nos lo puede dar a conocer a nosotros: "nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27).
Desde los tiempos más remotos, la humanidad se ha preguntado, a menudo con angustia, cuál es realmente la actitud de Dios hacia nosotros: ¿una actitud de solicitud providencial, o por el contrario de soberana indiferencia, o incluso de desdén y de odio? No podemos responder con certeza a una pregunta de este tipo con el único recurso de nuestra inteligencia, de nuestra experiencia y ni siquiera de nuestro corazón.
Por esto, Jesús -su vida y su palabra, su cruz y su resurrección- es con mucho la realidad más importante de toda la existencia humana, la luz que ilumina nuestro destino.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Eia mater, fons amoris,me sentire vim dolorisfac, ut tecum lugeam.
NOVENA ESTACIÓNJesús cae por tercera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios. 5, 19-21
Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación... En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.
MEDITACIÓN
He aquí el motivo más profundo de las repetidas caídas de Jesús: no sólo los sufrimientos físicos y las traiciones humanas, sino la voluntad del Padre. Esa voluntad misteriosa y humanamente incomprensible, pero infinitamente buena y generosa, por la cual Jesús se hizo "pecado por nosotros"; todas las culpas de la humanidad recaen sobre él, realizándose ese misterioso intercambio que hace de nosotros pecadores "justicia de Dios".
Mientras tratamos de ensimismarnos en Jesús que camina y cae bajo el peso de la cruz, es justo que experimentemos en nosotros sentimientos de arrepentimiento y de dolor. Pero más fuerte aún debe ser la gratitud que invade nuestra alma.
Sí, oh Señor, tú nos has rescatado, nos has librado, con tu cruz nos has hecho justos ante Dios. Es más, nos has unido tan íntimamente contigo, que has hecho de nosotros, en ti, los hijos de Dios, sus familiares y amigos. Gracias, Señor, haz que la gratitud hacia ti sea la nota dominante de nuestra vida.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Fac ut ardeat cor meumin amando Christum Deum,ut sibi complaceam.
DÉCIMA ESTACIÓNJesús es despojado de sus vestiduras
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 23 - 24
Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica".
MEDITACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras: estamos en el acto final de aquel drama, iniciado con la detención en el huerto de los olivos, a través del cual Jesús es despojado de su dignidad de hombre, antes incluso que de la de Hijo de Dios.
Muestran a Jesús desnudo a la vista de la gente de Jerusalén y de toda la humanidad. En un sentido profundo, es justo que sea así: él en efecto se despojó totalmente de sí mismo, para sacrificarse por nosotros. Por eso el gesto de despojarlo de las vestiduras es también el cumplimiento de la Sagrada Escritura.
Viendo a Jesús desnudo en la cruz, percibimos dentro de nosotros una necesidad imperiosa: mirar sin velos dentro de nosotros mismos; pero, antes de desnudarnos espiritualmente ante nosotros mismos, hacerlo ante Dios y ante nuestros hermanos los hombres. Despojarnos de la pretensión de aparecer mejores de lo que somos, para tratar en cambio de ser sinceros y transparentes.
El comportamiento que, más que ningún otro indignaba a Jesús era, en efecto, la hipocresía. Cuántas veces dijo a sus discípulos: no hagáis "como los hipócritas" (Mt 6, 2.5.16), o a los que desacreditaban sus buenas acciones: "¡Ay de vosotros hipócritas!" (Mt 23, 13.15.23.25.27.29).
Señor Jesús, desnudo en la cruz, ayúdame a estar yo también desnudo ante ti.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Sancta mater, istud agas,Crucifixi fige plagascordi meo valide.
UNDÉCIMA ESTACIÓNJesús es clavado en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 25 - 27
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
MEDITACIÓN
Jesús es clavado en la cruz. Una tortura tremenda. Y mientras está colgado en la cruz hay muchos que se burlan de él e incluso lo provocan: «A otros ha salvado y él no se puede salvar... ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libere ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?» (Mt 27, 42-43). Así se mofaban no sólo de su persona, sino también de su misión de salvación, la misión que Jesús estaba llevando a cumplimiento precisamente en la cruz.
Pero, en su interior, Jesús experimenta un sufrimiento incomparablemente mayor, que le hace prorrumpir en un grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34). Se trata, en verdad, de las palabras inciales de un salmo, que se concluye con la reafirmación de la plena confianza en Dios. Y, sin embargo, son palabras que hay que tomar totalmente en serio, ya que expresan la prueba más grande a la que fue sometido Jesús.
Cuántas veces, frente a una prueba, pensamos que hemos sido olvidados o abandonados por Dios. O incluso estamos tentados a concluir que Dios no existe.
El Hijo de Dios, que bebió hasta el fondo su amargo cáliz y luego resucitó de entre los muertos, nos dice, en cambio, con todo su ser, con su vida y su muerte, que debemos fiarnos de Dios. En él sí que podemos creer.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Tui Nati vulnerati,tam dignati pro me patipoenas mecum divide.
DUODÉCIMA ESTACIÓNJesús muere en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 28 - 30
Sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: "Tengo sed". Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: "Está cumplido". E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
MEDITACIÓN
Cuando la muerte llega después de una dolorosa enfermedad, se suele decir con alivio: "Ha terminado de sufrir". En cierto sentido, estas palabras sirven también para Jesús. Sin embargo, frente a la muerte de cualquier hombre y mucho más de ese hombre que es el Hijo de Dios, son palabras demasiado limitadas y superficiales.
Efectivamente, cuando Jesús muere, el velo del templo de Jerusalén se rasga en dos mientras tienen lugar otros signos, que hacen exclamar al centurión romano que estaba de guardia en la cruz: "Realmente éste era Hijo de Dios" (cf. Mt 27, 51-54).
En realidad, nada hay tan oscuro y misterioso como la muerte del Hijo de Dios, que junto con Dios Padre es la fuente y la plenitud de la vida. Pero, tampoco hay nada tan luminoso, porque aquí resplandece la gloria de Dios, la gloria del Amor omnipotente y misericordioso.
Frente a la muerte de Jesús, nuestra respuesta es el silencio de la adoración. Así nos encomendamos a él, nos ponemos en sus manos, pidiéndole que nunca nada, tanto en la vida como en la muerte, nos pueda separar de él (cf. Rom 8, 38-39).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Vidit suum dulcem Natum morientem desolatum, cum emisit spiritum.
DECIMOTERCERA ESTACIÓNJesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 2, 1 - 5
Había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: "No les queda vino". Jesús le contestó: "Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora". Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que él diga".
MEDITACIÓN
La hora de Jesús ya se ha cumplido y Jesús es depuesto de la cruz. Los brazos de su Madre están prontos para acogerlo. Después de haber gustado hasta el final la soledad de la muerte, Jesús encuentra enseguida -en su cuerpo exánime- al más fuerte y dulce de sus vínculos humanos, el calor del afecto de su Madre. Los mejores artistas, pensemos en la Piedad de Miguel Ángel, han sabido captar y expresar la profundidad y la fuerza indestructible de este vínculo.
Recordando que María, al pie de la cruz, se ha convertido en madre de cada uno de nosotros, le pedimos que ponga en nuestro corazón los sentimientos que la unen a Jesús. En efecto, para ser verdaderamente cristianos, para poder seguir de verdad a Jesús, hay que estar unidos a él con todo lo que hay dentro de nosotros: la mente, la voluntad, el corazón, nuestras pequeñas y grandes opciones cotidianas.
Sólo así Dios podrá ocupar el centro de nuestra vida, sin quedar reducido a una consolación que, aunque esté siempre a mano, no interfiera con los intereses concretos que nos impulsan a actuar.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Fac me vere tecum flere, Crucifixo condolere, donec ego vixero
DECIMOCUARTA ESTACIÓNJesús es colocado en el sepulcro
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo. 27, 57-60
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
MEDITACIÓN
Con la piedra que cierra la entrada del sepulcro, parece que todo haya acabado realmente. ¿Pero podía quedar prisionero de la muerte el Autor de la vida? Por eso, el sepulcro de Jesús, desde entonces hasta hoy, no sólo se ha convertido en el objeto de la más conmovedora devoción, sino que también ha provocado la más profunda división de las inteligencias y de los corazones: aquí se divide el camino que separa a los que creen en Cristo de los que, por el contrario, no creen en él, aunque a menudo lo consideren un hombre maravilloso.
Efectivamente, aquel sepulcro quedó vacío muy pronto y jamás se ha podido encontrar una explicación convincente de por qué quedó vacío, excepto la que dieron María Magdalena, Pedro y los otros Apóstoles, los testigos de Jesús resucitado de entre los muertos.
Ante el sepulcro de Jesús detengámonos en oración, pidiendo a Dios esos ojos de la fe que nos permitan unirnos a los testigos de la resurrección. Así, el camino de la cruz se convertirá también para nosotros en fuente de vida.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:sanctificetur nomen tuum;adveniat regnum tuum;fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;et dimitte nobis debita nostra,sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;et ne nos inducas in tentationem;sed libera nos a malo.
Quando corpus morietur, fac ut animæ donetur paradisi goria. Amen.
DISCURSO DEL SANTO PADRE Y BENDICIÓN APOSTÓLICA
El Santo Padre dirige su palabra a los presentes.
Al final del discurso, el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:
V/. Dominus vobiscum.R/. Et cum spiritu tuo.
V/. Sit nomen Domini benedictum.R/. Ex hoc nunc et usque in sæculum.
V/. Adiutorium nostrum in nomine Domini.R/. Qui fecit cælum et terram.
V/. Benedicat vos omnipotens Deus,Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus.R/. Amen.
CANTO
R. Crux fidelis, inter omnes arbor una nobilis,Nulla talem silva profert, flore, fronde, germine!Dulce lignum dulci clavo dulce pondus sustinens.
1. Pange, lingua, gloriosi prœlium certaminis, Et super Crucis trophæo dic triumphum nobilem, Qualiter Redemptor orbis immolatus vicerit. R.
2. De parentis protoplasti fraude factor condolens, Quando pomi noxialis morte morsu corruit, Ipse lignum tunc notavit, damna ligni ut solveret. R.
Se salpica injustamente a la Iglesia...

Homilía de monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo

En estas últimas semanas hemos asistido al conocimiento de casos bien lamentables, donde hermanos nuestros, sacerdotes y religiosos, han cometido unos de los pecados más deleznables: abusar de los más pequeños, de modo torpe y cobarde. Jesús en el Evangelio hablaba de que más le valdrían a los tales que les colgasen una rueda de molino al cuello y los tiraran al mar. Esto lo decía el manso y dulce Jesús, que cuando se trata de defender lo más indefenso, como son los niños, no usa de paños calientes. Que sobre quienes han cometido semejantes pecados den cuenta ante Dios y ante los tribunales lo que les corresponda. Pero dicho esto, con toda nuestra fuerza, hemos de decir que es otro exceso el presentar semejante pecado como si fuera un pecado del clero católico, vertiendo la sospecha de que cualquier cura o fraile puede ser presunto pederasta. Salpicar así el nombre de la Iglesia y el nombre de las inmensísima, abrumadoramente inmensa comunidad de sacerdotes católicos es algo que tiene una intencionalidad y bien lo saben quienes la orquestan.
Todo mi respeto hacia nuestros curas, que incluso tienen que sortear la sospecha y hasta el desprecio, por verse metidos en este cajón de desastre, de modo injusto y falso. La pederastia no es un pecado cristiano, ni un pecado de nuestro clero, aunque haya quienes bautizados como nosotros y sacerdotes igual que nosotros hayan cometido semejante y terrible improperio. Hace mucho más daño un árbol podrido que cayendo produce ruido y destrozo, que un entero bosque que nos da su frescor y su fruto creciendo en silencio. No vamos a mirar hacia otro lado ante estos árboles viciados e infectos, pero no nos cansaremos de seguir agradeciendo la bondad y salud del mejor bosque que sabe darse por entero.
Por eso tengo que decir que me he encontrado, y muchísimo más, con curas llenos de ilusión, con ganas de seguir trabajando por Dios y por los demás, cuidando todo lo que implica una vida sacerdotal por dentro y por fuera; curas que rezan, que estudian, que se dan de veras a quienes como ministros del Señor están sirviendo; que aman a la Iglesia a la que nunca pretenden dar lecciones; que están dispuestos y disponibles para lo que Dios precise y la diócesis esté necesitando de ellos. Curas muy jóvenes o tal vez con muchos años, sanos y lozanos o enfermos y con achaques, que dan ese testimonio sencillo y precioso de seguir en la brecha, con buen humor y mucho amor, sin poner ningún precio a su tiempo y a su entrega. Y es precioso ver en la mirada casi sin estrenar de un sacerdote joven o en la mirada gastada de un cura de mucha edad, la alegría que contagia esperanza y gusto por la vida, que sabe acompañar a la gente más machacada y herida, que sabe brindar por lo que es hermoso y sabe ofrecer lo que nos pone a prueba y purifica.
Es un año jubilar [el año sacerdotal] que estamos concluyendo en el que volver a poner esa oración en los labios: haznos santos, Señor, santos sacerdotes. Y que todo nuestro pueblo, haga suya esta plegaria también: danos sacerdotes, Señor, según tu Corazón. Curas que sepan tener su oído orante en el pecho del Maestro y sus manos en el palpitar de los hermanos. De estos curas tenemos necesidad, y estos son los curas que marcan el sendero, los únicos que nos provocan la bondad en un sincero deseo de ser cristianamente buenos.

3/30/10

“He confesado al diablo”


Historia ganadora del concurso de “Anécdotas sacerdotales”


De lo que viví antes de confesarlo, recuerdo lo siguiente...Como párroco de un pequeño pueblo, frecuentemente, cada domingo, salía por las calles y aprovechaba para saludar a la gente, dejándoles una catequesis escrita, especialmente a aquellos que por diversas razones no acudían al templo.En aquella parroquia dedicada a San José, muchos tenían una costumbre que cumplían sin falta cada domingo, como si fuera un deber. Esto era tomarse "unas frías" -así llamaban ellos a la cerveza-. Por tanto, era fácil saber dónde encontrar este tipo de "fieles", y entre ellos estaba también él. Cierto día, al terminar mi recorrido, se acerca una señora para preguntarme si había reconocido al "diablo". Según ella, yo lo había saludado y él había recibido uno de los mensajes que yo repartía. Yo no había visto al "diablo", o por lo menos no recuerdo haber visto a ninguna ni a ninguno que se le pareciera.En otra ocasión necesitaba ir al pueblo vecino para ayudar a un hermano sacerdote, pero el coche de la parroquia se había averiado y por ello necesitaba a alguien que me transportara.Vaya sorpresa cuando, al preguntar a algunas personas quién podría ayudarme con este servicio, inmediatamente un niño me dijo: «Padre, si gusta llamo al "diablo" para que se lo lleve». No se imaginan lo que pensé en aquel momento. Parecía una broma, pero luego acepté la propuesta y ese día lo vi por primera vez...Por un buen rato guardé silencio, pues era la primera vez que hacía un viaje así. Además pensé: ¿de qué puedo hablar con el diablo? Al poco tiempo le hablé, pero parecía más una entrevista que un diálogo. Ese día, antes de terminar el viaje y sin decir nada, dejé en su coche un escapulario de la Virgen del Carmen.En adelante lo veía por todas partes; ya lo reconocía y, aunque siempre lo invitaba a la misa, él siempre me decía: "ahora no, algún día lo haré, tengo mis razones".El tiempo pasó, y cierto día un niño que esperaba en la puerta del templo me dijo que alguien me necesitaba urgentemente y que no quería irse sin antes hablar conmigo. El niño me explicó que se trataba de un enfermo grave. Entonces, rápidamente busqué todo lo necesario para la visita.Cuán asombrado quedé cuando, al llegar a aquel lugar, descubrí que el enfermo grave que hacía varios días esperaba al sacerdote era Ramón, aquel a quien llamaban "el diablo"; un hombre del campo que había vivido situaciones humanas muy difíciles. No recordaba cuándo ni por qué le habían empezado a decir así, pero él se había acostumbrado. Ahora, postrado en una cama, padecía de un cáncer terrible y se acercaba a su final.Recuerdo muy bien lo que él me dijo aquel día: «Padre, ¿me recuerda? Soy aquel que llaman "el diablo", ¡pero mi alma no se la dejo a él; le pertenece a Dios! Por favor, ¿me puede confesar?».Fue un momento muy especial, pero aún más cuando vi lo que apretaba en sus manos mientras lo confesaba: un escapulario; precisamente aquel que yo le había dejado en su coche. Ahora él lo portaba en su viaje a la eternidad. Luego, en aquella casa también pude ver una hoja sobre la confesión, una de aquellas que yo mismo le había dado un domingo al mediodía. Qué grande y misterioso es Dios. Obra en silencio y con sencillez, pero además nos permite compartir con todos el don que nos ha dado. Y ese día todo el pueblo lo comentaba (y también yo lo pensaba): ¡he confesado al diablo!
P. Manuel Julián Quiceno Zapata

3/29/10

Juan Pablo II “supo ser compañero del hombre de hoy”

Homilía del Papa en la Misa de aniversario de la muerte del pontífice polaco

Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
Estamos reunidos en torno al altar, junto a la tumba del Apóstol Pedro, para ofrecer el Sacrificio eucarístico en sufragio del alma elegida del Venerable Juan Pablo II, en el quinto aniversario de su partida. Lo hacemos con algún día de anticipación, porque el 2 de abril será este año el Viernes Santo. Estamos, en cualquier caso, dentro de la Semana Santa, contexto de lo más propicio para el recogimiento y la oración, en el que la Liturgia nos hace revivir más intensamente las últimas jornadas de la vida terrena de Jesús. Deseo expresar mi reconocimiento a todos vosotros que tomáis parte en esta Santa Misa. Saludo cordialmente a los cardenales – de modo especial al arzobispo Stanislaw Dziwisz – a los obispos, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas; como también a los peregrinos venidos a propósito desde Polonia, los muchos jóvenes y los numerosos fieles que no han querido faltar a esta Celebración.
En la primera lectura bíblica que se ha proclamado, el profeta Isaías presenta la figura de un "Siervo de Dios", que es al mismo tiempo su elegido, en el que él se complace. El Siervo actuará con firmeza indestructible, con una energía que no disminuye hasta que él no haya realizado la tarea que se le ha asignado. Y sin embargo, no tendrá a su disposición esos medios humanos que parecen indispensables en la realización de un plan tan grandioso. Él se presentará con la fuerza de la convicción, y será el Espíritu que Dios ha puesto en él el que le de la capacidad de actuar con dulzura y con fuerza, asegurándole el éxito final. Lo que el profeta inspirado dice del Siervo, lo podemos aplicar al amado Juan Pablo II: el Señor le llamó a su servicio y, al confiarle tareas de cada vez mayor responsabilidad, le acompañó también con su gracia y con su asistencia continua. Durante su largo pontificado, él se prodigó en proclamar el derecho con firmeza, sin debilidades ni vacilaciones, sobre todo cuando debía medirse con resistencias, hostilidades y rechazos. Sabía que estaba tomado de la mano por el Señor, y esto le permitió ejercer un ministerio muy fecundo, por el cual, una vez más, damos fervientes gracias a Dios.
El Evangelio proclamado hace un momento nos lleva a Betania, donde, como escribe el Evangelista, Lázaro, Marta y María ofrecieron una cena al Maestro (Jn 12,1). Este banquete en casa de los tres amigos de Jesús se caracteriza por los presentimientos de la muerte inminente: los seis días antes de Pascua, la sugerencia del traidor Judas, la respuesta de Jesús que recuerda uno de los actos piadosos de la sepultura anticipado por María, la observación de que no siempre le tendrían con ellos, el propósito de eliminar a Lázaro, en el que se refleja la voluntad de matar a Jesús. En este relato evangélico, hay un gesto sobre el que quisiera llamar la atención: María de Betania "tomó trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy precioso, ungió los pies de Jesús, después los secó con sus cabellos” (12,3). El gesto de María es la expresión de una fe y de un amor grande hacia el Señor: para ella no es suficiente lavar los pies del Maestro con el agua, sino que los unge con una gran cantidad de perfume precioso, que – como protestará Judas – se habría podido vender por trescientos denarios; no unge, además, la cabeza, como era costumbre, sino los pies: María ofrece a Jesús cuanto tiene de más precioso y con un gesto de devoción profunda. El amor no calcula, no mide, no lleva cuentas, no pone barreras, sino que sabe donar con alegría, busca solo el bien del otro, vence la mezquindad, la roñería, los resentimientos, las cerrazones que el hombre lleva a veces en su corazón.
María se pone a los pies de Jesús en humilde actitud de servicio, como lo hará el mismo Maestro en la Última Cena, cuando – nos dice el cuarto Evangelio – "se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos”(Jn 13,4-5), para que – dijo – "también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (v. 15): la regla de la comunidad de Jesús es la del amor que sabe servir hasta el don de la vida. Y el perfume se expande: “Y la casa – anota el Evangelista – se llenó del olor del perfume” (Jn 12,3). El significado del gesto de María, que es respuesta al Amor infinito de Dios, se difunde entre todos los convidados; todo gesto de caridad y de devoción auténtica a Cristo no se queda en un acto personal, no afecta sólo a la relación entre el individuo y el Señor, sino que afecta a todo el cuerpo de la Iglesia, es contagioso: infunde amor, alegría, luz.
"Vino a su casa, y los suyos no la recibieron" (Jn 1,11): al acto de María se contraponen la actitud y las palabras de Judas que, bajo el pretexto del auxilio que llevar a los pobres, esconde el egoísmo y la falsedad del hombre cerrado en sí mismo, encadenado por la avidez de poseer, que no se deja envolver por el buen perfume del amor divino. Judas calcula allí donde no se puede calcular, entra con ánimo mezquino donde el espacio es el del amor, del don, de la dedicación total. Y Jesús, que hasta aquel momento había permanecido en silencio, interviene a favor del gesto de María: "Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura" (Jn 12,7). Jesús comprende que María ha intuido el amor de Dios e indica que ya su “hora” se acerca, la “hora” en la que el Amor encontrará su expresión suprema en el leño de la Cruz: el Hijo de Dios se dona a sí mismo para que el hombre tenga la vida, baja a los abismos de la muerte para llevar al hombre a las alturas de Dios, no tiene miedo “obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fl 2,8). San Agustín, en el Sermón en el que comenta este pasaje evangélico, dirige a cada uno de nosotros, con palabras apremiantes, la invitación a entrar en este circuito de amor, imitando el gesto de María y poniéndose concretamente en el seguimiento de Jesús. Escribe Agustín: "Toda alma que quiera ser fiel, se une a María para ungir con perfume precioso los pies del Señor... Unge los pies de Je´sus: sigue las huellas del Señor conduciendo una vida digna. Sécale los pies con los cabellos: si tienes algo superfluo dalo a los pobres, y habrás secado los pies del Señor" (In Ioh. evang., 50, 6).
¡Queridos hermanos y hermanas! Toda la vida del Venerable Juan Pablo II se desarrolló en el signo de esta caridad, de la capacidad de donarse de forma generosa, sin reservas, sin medidas, sin cálculo. Lo que lo movía era el amor hacia Cristo, al que había consagrado su vida, un amor sobreabundante e incondicionado. Y precisamente porque se acercó cada vez más a Dios en el amor, pudo hacerse compañero de viaje para el hombre de hoy, dispersando en el mundo el perfume del Amor de Dios. Quien tuvo la alegría de conocerle y frecuentarle, pudo tocar con la mano cuán viva en él la certeza “de contemplar la bondad del Señor en la tierra de los vivos", como hemos escuchado en el Salmo responsorial (26/27,13); certeza que lo acompañó en el curso de su existencia y que, de modo particular, se manifestó durante el último periodo de su peregrinación sobre esta tierra: la progresiva debilidad física, de hecho, no corroyó nunca su fe rocosa, su luminosa esperanza, su ferviente caridad. Se dejó consumir por Cristo, por la Iglesia, por el mundo entero: el suyo fue un sufrimiento vivido hasta el final por amor y con amor.
En la Homilía por el XXV aniversario de su Pontificado, él confió haber sentido fuerte en su corazón, en el momento de la elección, la pregunta de Jesús a Pedro: “¿Me amas? ¿Me amas más que estos…? (Jn 21,15-16); y añadió: "Cada día tiene lugar dentro de mi corazón el mismo diálogo entre Jesús y Pedro. En el espíritu, fijo en la mirada benévola de Cristo resucitado. Él, aun consciente de mi fragilidad humana, me anima a responder con confianza, como Pedro; “Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te quiero" (Jn 21,17). Y después me invita a asumir las responsabilidades que él mismo me ha confiado” (16 octubre 2003). ¡Son palabras llenas de fe y de amor, el amor de Dios, que lo vence todo!
[En polaco dijo]
Finalmente quiero saludar a los polacos aquí presentes. Os reunís en gran número alrededor de la tumba del Venerable Siervo de Dios con un sentimiento especial, como hijas e hijos de la misma tierra, crecidos en la misma cultura y tradición espiritual. La vida y la obra de Juan Pablo II, gran polaco, puede ser para vosotros motivo de orgullo. Pero es necesario que recordéis que esta es también una gran llamada a ser fieles testigos de la fe, de la esperanza y del amor, que él nos enseñó ininterrumpidamente. Que por la intercesión de Juan Pablo II, os sostenga siempre la bendición del Señor.
[Después prosiguió en italiano]
Mientras proseguimos la Celebración eucarística, mientras nos preparamos para vivir los días gloriosos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, confiémonos con confianza – a ejemplo del Venerable Juan Pablo II – a la intercesión de la Beata Virgen María, Madre de la Iglesia, para que nos sostenga en el compromiso d ser, en toda circunstancia, apóstoles infatigables de su Hijo divino y de su Amor misericordioso. ¡Amen!


Una respuesta

Roger J. Landry

Este documento fue escrito hace ya varios años. Su autor, el P. Roger J. Landry fue ordenado sacerdote por la Diócesis de Fall River, MA, por el Obispo Sean O’Malley, OFM Cap., en 1999. Después de obtener la licenciatura de biología por la Universidad de Harvard, el P. Landry hizo sus estudios para el sacerdocio en Maryland, Toronto, y durante varios años en Roma. Después de su ordenación sacerdotal, el Obispo O’Malley lo envió de regreso a Roma para concluir sus estudios de graduación en teología moral y bioética. Actualmente es vicario parroquial en la Parroquia del Espíritu Santo en Fall River, Massachusetts y capellán en la Escuela Secundaria Bishop Connolly.

La nota de ocho columnas la semana pasada no se la llevó el patriótico desfile del Super Bowl ni quién sería el mariscal de campo, Drew o Tom, ni tampoco en el discurso del Presidente al Estado de la Unión y su comentario de que hay muchos operativos de Al-Qaeda en los Estados Unidos que constituyen verdaderas “bombas de tiempo”. Nada de esto fue la noticia principal.
Los encabezados fueron capturados por la muy triste noticia de que quizá hasta setenta sacerdotes en la Arquidiócesis de Boston abusaron de jóvenes a quienes estaban consagrados a servir. Es un escándalo mayúsculo, uno que muchas personas que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de alguna de sus enseñanzas morales o doctrinales lo están usando como pretexto para atacar a la Iglesia como un todo, tratando de implicar que después de todo ellos tenían razón.
Muchas personas se han acercado a mí para hablar del asunto. Muchas otras hubieran querido hacerlo, pero creo que por respeto y por no querer sacar a relucir lo que consideran malas noticias, se abstuvieron; pero para mí era obvio que estaba en su mente. Y por eso, hoy, quiero atacar el asunto de frente. Ustedes tienen derecho a ello. No podemos fingir como si no hubiera sucedido. Y yo quisiera discutir cuál debe ser nuestra respuesta como fieles católicos a este terrible escándalo.
Lo primero que necesitamos hacer, es entenderlo a la luz de nuestra fe en el Señor. Antes de elegir a sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche. En ese tiempo tenía muchos seguidores. Él habló a Su Padre en oración acerca de a quiénes elegiría para que fueran sus doce apóstoles, los doce que Él formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en Su nombre. Él les dio el poder de expulsar a los demonios. Les dio el poder para curar a los enfermos. Ellos vieron cómo Jesús obró incontables milagros. Ellos mismos obraron en Su nombre numerosos milagros.
Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un traidor. Uno, que había seguido al Señor, uno, a quien el Señor le lavó los pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que él permitió que Satanás entrara en él y luego vendió al Señor por treinta monedas en Getsemaní, simulando un acto de amor para entregarlo. “¡Judas!” le dijo Jesús en el huerto de Getsemaní, “con un beso entregas al Hijo del hombre” Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara. Él lo eligió para que fuera como todos los demás. Pero Judas fue siempre libre y usó su libertad para permitir que Satanás entrara en él y, por su traición, terminó haciendo que Jesús fuera crucificado y ejecutado.
Así que desde los primeros doce que Jesús mismo eligió, uno fue un terrible traidor. A VECES LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho que debemos asumir. Es un hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido lo único en lo que los miembros de la primera Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría estado acabada antes de comenzar a crecer. En vez de ello, la Iglesia reconoció que no se juzga algo por aquellos que no lo viven, sino por quienes sí lo viven.
En vez de centrarse en aquél que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once, gracias a cuya labor, predicación, milagros y amor por Cristo, nosotros estamos aquí hoy. Es gracias a los otros once —todos los cuales, excepto San Juan, fueron martirizados por Cristo y por el Evangelio, por el cual estuvieron dispuestos a dar sus vidas para proclamarlo— que nosotros llegamos a escuchar la palabra salvífica de Dios, que recibimos los sacramentos de la vida eterna.
Hoy somos confrontados por esa misma realidad. Podemos centrarnos en aquellos que traicionaron al Señor, aquellos que abusaron en vez de amar a quienes estaban llamados a servir, o, como la primera Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han permanecido fieles, esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para servirlos a ustedes por amor. Los medios casi nunca prestan atención a los buenos “once”, aquellos a quienes Jesús escogió y que permanecieron fieles, que vivieron una vida de silenciosa santidad. Pero nosotros, la Iglesia, debemos ver el terrible escándalo que estamos atestiguando bajo una perspectiva auténtica y completa.
El escándalo desafortunadamente no es algo nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en su historia, cuando estuvo peor que ahora. La historia de la Iglesia es como la definición matemática del coseno, es decir, una curva oscilatoria con movimientos de péndulo, con bajas y altas a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas cuando la Iglesia llegó a su punto más bajo, Dios elevó a tremendos santos que llevaran a la Iglesia de regreso a su verdadera misión. Es casi como si en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo brillará más intensamente. Yo quisiera centrarme un poco en un par de santos a quienes Dios hizo surgir en esos tiempos tan difíciles, porque su sabiduría realmente puede guiarnos durante este tiempo difícil.
San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios hizo surgir justo después de la Reforma Protestante. La Reforma Protestante no brotó fundamentalmente por aspectos teológicos, por asuntos de fe —aunque las diferencias teológicas aparecieron después— sino por aspectos morales.
Había un sacerdote agustino, Martín Lutero, quien fue a Roma durante el papado más notorio de la historia, el del Papa Alejandro VI. Este Papa jamás enseño nada contra la fe —el Espíritu Santo lo evitó— pero fue simplemente un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas. Llevo a cabo acciones contra aquellos que consideraba sus enemigos. Martín Lutero visitó Roma durante su papado y se preguntaba cómo Dios podía permitir que un hombre tan malvado fuera la cabeza visible de Su Iglesia. Regresó a Alemania y observo toda clase de problemas morales.
Los sacerdotes vivían abiertamente relaciones con mujeres. Algunos trataban de obtener ganancias vendiendo bienes espirituales. Privaba una inmoralidad terrible entre los laicos católicos. Él se escandalizó, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos abusos desenfrenados. Así que fundó su propia iglesia.
Eventualmente Dios hizo surgir a muchos santos que combatieran esta solución equivocada y trajeran de regreso a las personas a la Iglesia fundada por Cristo. San Francisco de Sales fue uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy populares, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura con relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes. Lo que él dijo es tan importante para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para quienes lo escucharon. Él no se anduvo con rodeos.
Dijo: “Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo ejemplo”. Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: “Pero yo estoy aquí entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo —los que permiten que los escándalos destruyan su fe— son culpables de suicidio espiritual. Son culpables, dijo él, de cortar de tajo su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía”. San Francisco de Sales anduvo entre la gente de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos. Y yo estoy aquí hoy para predicarles lo mismo a ustedes.
¿Cuál debe ser entonces nuestra reacción? Otro gran santo que vivió en tiempos particularmente difíciles también puede ayudarnos. El gran San Francisco de Asís vivió alrededor del año 1200, que fue una época de inmoralidad terrible en Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los laicos era aún peor. San Francisco mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de vivir. Pero eventualmente se convirtió al Señor, fundó a los Franciscanos, ayudó a Dios a reconstruir Su Iglesia y llegó a ser uno de los más grandes santos de todos los tiempos.
Una vez, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores le hizo una pregunta. Este hermano era muy susceptible a los escándalos. “Hermano Francisco, le dijo, ¿qué harías tú si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas a su lado?” Francisco, sin dudar un solo instante, le dijo muy despacio: “Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del sacerdote”.
¿A dónde quiso llegar Francisco? Él quiso dejar en claro una verdad formidable de la fe y un don extraordinario del Señor. Sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia —en Misa, por ejemplo, cambiar el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, sin importar cuán pecador sea él en lo personal, perdonar los pecados del penitente— Cristo mismo actúa en los sacramentos a través de ese ministro.
Ya sea que el Papa Juan Pablo II celebre la Misa o que un sacerdote condenado a muerte por un crimen celebre la Misa, en ambos casos es Cristo mismo quien actúa y nos da Su cuerpo y Su sangre. Así que lo que Francisco estaba diciendo en respuesta a la pregunta de su hermano religioso al manifestarle que él recibiría el Sagrado Cuerpo de Su Señor de las manos ungidas del sacerdote, es que no iba a permitir que la maldad o inmoralidad del sacerdote lo llevaran a cometer suicidio espiritual.
Cristo puede seguir actuando y de hecho actúa incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo hace! Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas. Los sacerdotes son elegidos por Dios de entre los hombres y son tentados como cualquier ser humano y caen en pecado como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once de los primeros doce apóstoles se dispersaron cuando Cristo fue arrestado, pero regresaron; uno de los doce traicionó al Señor y tristemente nunca regresó. Dios ha hecho los sacramentos esencialmente “a prueba de los sacerdotes”, esto es, en términos de su santidad personal. No importa cuán santos estos sean o cuán malvados, siempre y cuando tengan la intención de hacer lo que hace la Iglesia, entonces actúa Cristo mismo, tal como actuó a través de Judas cuando Judas expulsó a los demonios y curó a los enfermos.
Así que, de nuevo, les pregunto: ¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia a estos actos? Se ha hablado mucho al respecto en los medios. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor, asegurándose que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente. Pero esto no sería suficiente.
¿Tiene la Iglesia que actuar mejor para tratar estos casos cuando sean reportados? La Iglesia ha cambiado su manera de abordar estos casos y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años ochenta, pero siempre puede ser perfeccionada. Pero aun esto no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera esto es lo adecuado. El Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las escuelas de medicina en Boston trabajen en el establecimiento de un centro para la prevención del abuso en niños, que es algo que todos nosotros debemos apoyar. Pero ni siquiera esto es una respuesta suficiente.
¡La única respuesta adecuada a este terrible escándalo, la única respuesta auténticamente católica a este escándalo —como San Francisco de Asís reconoció en 1200, como San Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido en cada siglo— es la SANTIDAD! ¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de santidad! La santidad es crucial, porque es el rostro auténtico de la Iglesia.
Siempre hay personas —un sacerdote se encuentra con ellas regularmente, ustedes probablemente conocen a varias de ellas también— que usan excusas para justificar por qué no practican su fe, porque lentamente están cometiendo suicidio espiritual. Puede ser porque una monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años. O porque no entienden las enseñanzas de la Iglesia sobre algún asunto particular. Indudablemente habrá muchas personas estos días —y ustedes probablemente se encontraran con ellas— que dirán: “¿Para qué practicar la fe, para qué ir a la Iglesia, si la Iglesia no puede ser verdadera, cuando los así llamados elegidos son capaces de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?” Este escándalo es como un perchero enorme donde algunos trataran de colgar su justificación para no practicar la fe. Por eso es que la santidad es tan importante.
Estas personas necesitan encontrar en todos nosotros una razón para tener fe, una razón para tener esperanza, una razón para responder con amor al amor del Señor. Las bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de hoy son una receta para la santidad. Todos necesitamos vivirlas más. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aun mayor de Dios y del Cielo? Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluyendo a los laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es un llamado para que despertemos.
Estos son tiempos duros para ser sacerdote hoy. Son tiempos duros para ser católicos hoy. Pero también son tiempos magníficos para ser un sacerdote hoy y tiempos magníficos para ser católicos hoy. Jesús dice en las bienaventuranzas que escuchamos hoy: “Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes”.
Yo he experimentado de primera mano esta bienaventuranza, al igual que otros sacerdotes que conozco. A principios de esta semana, cuando terminé de hacer ejercicio en un gimnasio local, salía yo del vestidor con mi traje negro de clérigo. Una madre, apenas me vió, inmediata y apresuradamente aparto a sus hijos del camino y los protegió de mí mientras yo pasaba. Me miró cuando pasé y cuando me había alejado lo suficiente, respiró aliviada y soltó a sus hijos. ¡Como si yo fuera a atacarlos a mitad de la tarde en un club deportivo!
Pero mientras que todos nosotros quizá tengamos que padecer tales insultos y falsedades por causa de Cristo, de hecho debemos regocijarnos. Es un tiempo fantástico para ser cristianos hoy, porque es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para mostrar Su verdadero rostro. En tiempos pasados en Estados Unidos, la Iglesia era respetada. Los sacerdotes eran respetados. La Iglesia tenía reputación de santidad y bondad. Pero ya no es así.
Uno de los más grandes predicadores en la historia estadounidense, el Obispo Fulton J. Sheen, solía decir que él prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre en vez de florecer, cuando la Iglesia tiene que luchar, cuando la Iglesia tiene que ir contra la cultura. Esas épocas para que los verdaderos hombres y las verdaderas mujeres dieran un paso al frente y contaran. “Hasta los cadáveres pueden flotar corriente abajo”, solía decir, señalando que muchas personas salen adelante fácilmente cuando la Iglesia es respetada, “pero se necesita de verdaderos hombres, de verdaderas mujeres, para nadar contra la corriente”.
¡Qué cierto es esto! Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la corriente que se mueve en oposición a la Iglesia. Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para reconocer que cuando se nada contra la corriente de las críticas, estamos más seguros que cuando permanecemos adheridos a la Roca sobre la que Cristo fundo su Iglesia. Este es uno de esos tiempos. Es uno de los grandes momentos para ser cristianos.
Algunas personas predicen que en esta región la Iglesia pasará tiempos difíciles y quizá sea así, pero la Iglesia sobrevivirá, porque el Señor se asegurará que sobreviva. Una de las más grandes réplicas en la historia sucedió justamente hace unos 200 años. El emperador francés Napoleón engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar totalmente el mundo. En aquel entonces dijo una vez al Cardenal Consalvi: “Voy a destruir su Iglesia” (“Je detruirai votre eglise!”) El Cardenal le contesto: “No, no podrá”. Napoleón, con sus 1,50 de altura, dijo otra vez: “Je detruirai votre eglise!” El Cardenal dijo confiado: “No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”.
Si los malos papas, los sacerdotes infieles y miles de pecadores en la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde su interior —le estaba diciendo implícitamente al general, ¿cómo cree que Ud. va a poder hacerlo? El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá que Su Iglesia fracase. Él prometió que las puertas del infierno no prevalecerían sobre Su Iglesia, que la barca de Pedro, la Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el cielo, nunca se volcará, no porque aquellos que van en ella no cometan todos los pecados posibles para hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, nunca permitirá que esto suceda. Cristo sigue en la barca y Él nunca la abandonará.
La magnitud de este escándalo podría ser tal, que de ahora en adelante ustedes encuentren difícil confiar en los sacerdotes de la misma manera como lo hicieron en el pasado. Esto puede suceder y podría no ser tan malo. ¡Pero nunca pierdan la confianza en el Señor! ¡Es Su Iglesia! Aun cuando algunos de Sus elegidos lo hayan traicionado, Él llamará a otros que serán fieles, que los servirán a ustedes con el amor que merecen ser servidos, tal como ocurrió después de la muerte de Judas, cuando los once apóstoles se pusieron de acuerdo y permitieron que el Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al hombre que terminó siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio hasta ser martirizado por él.
¡Este es un tiempo en el que todos nosotros necesitamos concentrarnos aún más en la santidad! ¡Estamos llamados a ser santos y cuánto necesita nuestra sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Ustedes son parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando caminen al frente hoy para recibir de las manos ungidas de este sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pídanle a Él que los llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar Su auténtico rostro.
Una de las razones por las que yo estoy aquí como sacerdote para ustedes hoy es porque siendo joven, me impresionaron negativamente algunos de los sacerdotes que conocí. Los veía celebrar la Misa y casi sin reverencia alguna dejaban caer el Cuerpo del Señor en la patena, como si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de al Creador y Salvador de todos, en vez de a MI Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho al Señor, reiterando mi deseo de ser sacerdote: “¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote para que pueda tratarte como Tú mereces!” Eso me dio un ardiente deseo de servir al Señor.
Quizá este escándalo les permita a ustedes hacer lo mismo. Este escándalo puede ser algo que los conduzca por el camino del suicidio espiritual o algo que los inspire a decir, finalmente, “Quiero ser santo, para que yo y la Iglesia podamos glorificar tu nombre como Tú lo mereces, para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo te he encontrado”. Jesús está con nosotros, como lo prometió, hasta el final de los tiempos. Él sigue en la barca.
Tal como a partir de la traición de Judas, Él alcanzó la más grande victoria en la historia del mundo, nuestra salvación por medio de Su Pasión, muerte y Resurrección, también a través de este episodio Él puede traer y quiere traer un nuevo renacimiento de la santidad, para lanzar unos nuevos Hechos de los Apóstoles en el siglo XXI, con cada uno de nosotros —y esto te incluye a TI— jugando un papel estelar. Ahora es el tiempo para que los verdaderos hombres y mujeres de la Iglesia se pongan de pie. Ahora es el tiempo de los santos. ¿Cómo vas a responder tú?

3/28/10

La formación del sacerdote hoy

Conferencia del cardenal Jorge Mario Bergoglio, primado de Argentina

 

1. Configurarse con Cristo Buen Pastor

"Pastores dabo Vobis" nos introduce en la pregunta que hace al fondo de nuestro tema: "¿Cómo formar sacerdotes que estén verdaderamente a la altura de estos tiempos, capaces de evangelizar al mundo de hoy?" (PdV 10).

No perder la forma

Cuando uno termina de leer los puntos sobre las dificultades y las cosas que ayudan a formar hoy a los jóvenes con vocación (PdV 8 y 9), tiene la impresión de que las dificultades superan a las cosas a favor; y estas dificultades para formar no sólo se han incrementado en estos 20 años sino que han afectado a los supuestos mismos de la formación. Ya no se trata de apuntalar éste o aquel valor, de despertar tal o cual ideal, de consolidar una u otra virtud, sino que el concepto mismo de formación está en cuestión. La pregunta es cómo "formar" en un medio cultural en el que lo valioso parece ser no precisamente las formas sino la vivencia de experiencias que transgreden las formas, que las mezclan, las disuelven y las transforman incesantemente. De lo que se trata, pues, expresado por medio de una negación, es de "no perder la forma". No perder el principio vital capaz de configurar un corazón humano a imagen del corazón sacerdotal de Cristo.

Formación supone proceso -un tiempo asumido como historia personal de salvación-, y el mundo actual vive en un tiempo "puntillar" (en cierta manera ahistórico), en el que todo se arma y se desarma cada tanto. Formación dice a identidad y a pertenencia y el nuestro es un mundo de pertenencias parciales e identidades múltiples. Si identificamos esta "licuefacción de las formas" como problema central para todo tipo de formación, el desafío irá por el lado de acompañar procesos, estando atentos a los momentos cruciales que hay que ayudar a sortear al formando, para que no sea arrastrado por la corriente (externa o interior) que disuelve las formas, de modo tal que la gracia vaya cuajando y el corazón le vaya tomando el gusto a la solidez de la forma. Solidez de esqueleto y no de caparazón, por supuesto.

Confianza en la gracia

La formación de los futuros pastores apunta a que "se configuren con Cristo Buen Pastor" [1] y esto implica un renovar la fe en que Cristo es el que "forma", renovar la confianza en la gracia, con la certeza de que la forma sacerdotal no depende del mundo sino que es don del Espíritu, aceptado y cultivado con fidelidad. Esto vale para todos los tiempos, más allá de que la sociedad y el ambiente cultural en el que nos movamos tenga claro el concepto mismo de formación o éste se encuentre en crisis. Se trata pues, en primer lugar, de no perder la "forma", de no perder la fe en la validez de la forma que Cristo imprime en los corazones de sus discípulos, no perder la esperanza en que esa forma tiene poder configurador eficaz que va modelando el corazón a imagen del Corazón del Buen Pastor, de no perder el amor y la alegría con que esa tarea de formación debe ser encarada [2].

2. Discernimiento evangélico

Esta manera de formular las cosas mediante una negación es fruto de un discernimiento evangélico, que siempre supone una elección y una renuncia. El desdibujamiento de los límites de la cultura actual hace necesario poner algunos "no", que contengan el pensamiento y lo encaucen de manera positiva.

"Pastores dabo vobis" toma nota de que también los diagnósticos que hacemos se ven afectados por la disolución de las formas. Si nuestra mirada se guía sólo por las luces de las ciencias -de la sicología y la sociología, p.ej. - se convierte en parte del problema. Por eso el Papa dice que se necesita ir a un nivel más profundo que el del mero conocimiento de la situación. Hay que ir a la interpretación de la situación y al "discernimiento evangélico". El discernimiento evangélico se funda en la confianza en el amor de Jesucristo, que siempre e incansablemente cuida a su Iglesia (Ef 5, 29).

PdV se explaya en lo que significa "hacer un discernimiento evangélico":

"No siempre es fácil una lectura interpretativa, que sepa distinguir entre el bien y el mal, entre signos de esperanza y peligros. En la formación de los sacerdotes no se trata sólo y simplemente de acoger los factores positivos y constatar abiertamente los negativos. Se trata de someter los mismos factores positivos a un cuidadoso discernimiento, para que no se aíslen el uno del otro ni estén en contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose recíprocamente. Lo mismo puede decirse de los factores negativos: no hay que rechazarlos en bloque y sin distinción, porque en cada uno de ellos puede esconderse algún valor, que espera ser descubierto y llevado a su plena verdad" (PdV 10).

Yendo más a fondo, PdV nos dice es que los datos no deben ser leídos asépticamente (como meros datos) sino dramáticamente, como un desafío a nuestra libertad responsable:

"El discernimiento evangélico toma de la situación histórica y de sus vicisitudes y circunstancias no un simple «dato», que hay que registrar con precisión y frente al cual se puede permanecer indiferentes o pasivos, sino un «deber», un reto a la libertad responsable, tanto de la persona como de la comunidad" (PdV 10).

El discernimiento evangélico se "alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo, que suscita por todas partes y en toda circunstancia la obediencia de la fe, el valor gozoso del seguimiento de Jesús, el don de la sabiduría que lo juzga todo y no es juzgada por nadie y se apoya en la fidelidad del Padre a sus promesas" (PdV 10) [3]. Con esta fe, es posible hablar de "formación sacerdotal". Esta fe, esta adhesión de confianza total en el Señor es la cara positiva del discernimiento que implica no sólo sentir e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo sino, y esto es lo decisivo, elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo. Aquí radica la importancia de los "no", que encauzan los "sí" y les permiten crecer y hacer un proceso en el que la pertenencia se va afianzando y la identidad sacerdotal va tomando rasgos claros.

Como vemos, el punto de partida es evangélico, espiritual, no sociológico ni psicológico. Sociológica y psicológicamente no estamos en una buena época para "formar", al menos tal como se venía formando secularmente. Pero si partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando vocaciones, entonces podemos "volver a echar las redes" en nombre del Señor, aunque haga mucho que no pescamos nada.

Los "no" del discernimiento evangélico pueden verse en acción ya al comienzo de Pastores dabo Vobis. En los primeros párrafos se destacan tres "no" que enmarcan sólidamente la gracia de la Fe. Dice la Exhortación: "Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen: «Pondré al frente de ellas (o sea, de mis ovejas) Pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas» (Jer 23, 4)" (PdV 1).

"Sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la historia" (PdV 1).

"Sabemos por la fe que la promesa del Señor no puede fallar" (PdV 1).

El Señor no puede faltar a su promesa de no dejar a la Iglesia privada de los pastores sin los cuales no podría vivir ni realizar su misión. Este triple "no" asegura la confianza en que es posible formar bien a los sacerdotes en cualquier época y situación. A la luz de esta fe sugeriremos algunos puntos de referencia a tener en cuenta en la formación.

3. Los protagonistas de la formación sacerdotal

Si prestamos atención a esta clave de lectura "dramática", en sentido balthasariano, los protagonistas del drama se iluminan de manera especial, son más importantes que las dimensiones y los ambientes.

Al tratar la "Formación de los candidatos al sacerdocio", Pastores dabo vobis estructura su reflexión poniendo primero las "Dimensiones de la formación sacerdotal" -humana, espiritual, intelectual y pastoral-; segundo, los "Ambientes propios de la formación sacerdotal" y en tercer lugar, habla de los "Protagonistas de la formación sacerdotal". Este último punto no lo desarrolla mucho en extensión; sin embargo resuena en él la profundidad mayor de la Exhortación. El Papa Juan Pablo solía poner lo central de su pensamiento precisamente en el centro de sus escritos. Pues bien, en el corazón del esquema de Pastores dabo Vobis se encuentra el punto 33 -"Renueva en sus corazones el espíritu de santidad" - en el cual se señala como "el gran protagonista" de la vida espiritual sacerdotal al mismo Espíritu Santo:

"Ciertamente, el Espíritu del Señor es el gran protagonista de nuestra vida espiritual. El crea el «corazón nuevo», lo anima y lo guía con la «ley nueva» de la caridad, de la caridad pastoral. Para el desarrollo de la vida espiritual es decisiva la certeza de que no faltará nunca al sacerdote la gracia del Espíritu Santo, como don totalmente gratuito y como mandato de responsabilidad. La conciencia del don infunde y sostiene la confianza indestructible del sacerdote en las dificultades, en las tentaciones, en las debilidades con que puede encontrarse en el camino espiritual" (PdV 33).

"La conciencia del don", de lo que el sacerdote es por gracia, está en el núcleo de la vocación, de la formación y de la vida sacerdotal. Esta conciencia carismática -no sicológica ni moral- es a la vez don gratuito y mandato de responsabilidad. A acoger este don, a incrementar la conciencia que de él se tiene y colaborar para que dé frutos que permanezcan, debe apuntar todo lo que se haga en la formación [4]. Esta conciencia es la que nos hace, gracias al Espíritu, "co-protagonistas" del único Sacerdote, Jesucristo.

Por lo tanto, será clave en la formación todo lo que despierte, clarifique y consolide esta conciencia de lo que somos por gracia. Esto supone un "no" a todo lo que ponga entre paréntesis la gracia, a todo lo que la relativice, a todo lo que la someta al juicio y a los métodos de las ciencias humanas, las cuales, cuando no se utilizan con mucha discreción, si bien suelen ayudar en puntos secundarios, debilitan la gracia principal.

Dar importancia central a las personas como protagonistas de la formación supone también un "no" al anonimato de una estructura funcionalista que forme por inercia. En una cultura en que los ambientes de la formación están expuestos a todo tipo de invasión virtual y dadas las dificultades para que las dimensiones de la formación puedan llevarse adelante mediante un proceso previsible y progresivo (primero una sólida formación humana, luego una formación intelectual para luego salir al apostolado...), adquieren un valor insustituible los protagonistas de la formación. Protagonistas que, como dijimos, son co-protagonistas, ya que el Espíritu es el Protagonista principal. Esto ya nos está diciendo que, entre las así llamadas dimensiones de la formación, la primacía la tendrá la dimensión espiritual, que es la que abre las demás a la conducción del Espíritu que profundiza la santidad personal al mismo tiempo que impulsa a la misión universal.

4. Las dimensiones de la formación [5]

4.1. Primacía de la dimensión espiritual ("no" a la relativización cientificista) Jesús vino a formar en Persona

En esta época los referentes personales, que viven y actúan como comunidad formadora, son insustituibles. Como dice un proverbio africano que "para formar a un niño hace falta una Aldea" y, decimos nosotros, para formar a un seminarista hace falta la Iglesia entera. Esto es una gracia profundamente cristiana. No hay estructura que forme automáticamente; se requieren personas. Y en el Cristianismo todo es una cuestión personal. Jesús vino en persona a formar a sus discípulos. Vino a comunicarnos personalmente el Espíritu de una ley que por sí sola no bastaba. Más bien, como dirá Pablo, se había convertido en ocasión de pecado. ¿Por qué desilusionarnos entonces si vemos que para formar sacerdotes necesitamos dedicar a nuestros mejores sacerdotes, para que "estén con los seminaristas", vivan con ellos, los acompañen y los hagan partícipes de su vida apostólica?

"Estar con El"

El capítulo V de PdV, si bien comienza con las dimensiones de la formación, lleva como título: "Instituyó doce para que estuvieran con él".

El "estar con El" se refracta en las cuatro dimensiones de la formación: es un estar "espiritual", que integra la dimensión intelectual y afectiva (personal y comunitaria) y que se proyecta apostólicamente.

En una reciente Audiencia General, el Papa reafirma esta intuición de PdV hablando de la formación como tiempo de "estar con él". Entre el llamado y la misión, Marcos habla de "estar con Jesús".

"También hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes den testimonio de la misericordia infinita de Dios con una vida totalmente "conquistada" por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los seminarios. Los cimientos puestos en la formación del seminario constituyen el insustituible "humus spirituale" en el que se puede "aprender a Cristo", dejándose configurar progresivamente a él, único Sumo Sacerdote y Buen Pastor. Por lo tanto, el tiempo del seminario se debe ver como la actualización del momento en el que el Señor Jesús, después de llamar a los Apóstoles y antes de enviarlos a predicar, les pide que estén con él (cf. Mc 3, 14). Cuando san Marcos narra la vocación de los doce Apóstoles, nos dice que Jesús tenía un doble objetivo: el primero era que estuvieran con él; y el segundo, enviarlos a predicar. Pero yendo siempre con él, realmente anuncian a Cristo y llevan la realidad del Evangelio al mundo" (Benedicto XVI , San Juan Eudes y la formación del clero, Audiencia Gral 19 de Agosto 2009).

Qué iluminador discernimiento espiritual de lo que constituye el "humus spirituale" de la formación: "actualización del momento en que el Señor hace que los suyos ‘estén con Él'": tiempo de formación, entre la vocación y la misión. En ese "estar con la Persona de Jesús" se juega la calidad y el poder formativo de lo que llamamos "dimensiones" -espiritual, comunitaria, intelectual y pastoral- de la formación.

Así pues, este es el sencillo discernimiento que hacemos: Así como Jesús vino a formar personalmente, ahora, para formar a nuestros jóvenes, hacen falta sacerdotes que entreguen su vida entera a la tarea de "estar con ellos". No se puede formar "part time", ni individualmente: hace falta una comunidad formadora a tiempo pleno, en la que los formadores vivan con los formandos y viceversa, integrándolos a la comunidad, al estudio y a la tarea pastoral. El modo de vivir el tiempo de nuestros jóvenes, exige que todas las dimensiones estén presentes al mismo tiempo, y moderar esto sólo lo puede hacer una comunidad de gente madura y formada que puede hacer de interlocutor directo y cotidiano a los cuestionamientos que se van suscitando en los jóvenes. El tiempo virtual toca zonas reales del corazón de los jóvenes que necesitan ser atendidas en tiempo real. Así como se licuan los valores, también los problemas. Por tanto no se trata de tener respuesta para todo, pero sí estar presentes para lo que se necesita cada día. Se tratará de una formación más "eucarística" y más "providencialista". Más fijada en el día a día y más esperanzada en el futuro escatológico [6], sin tanto poder de control sobre el mediano plazo. Lo cual puede ser muy esperanzador, evangélicamente mirado. Se tratará de una formación abierta a la conducción del Espíritu: "Es el Espíritu quien nos da la iluminación superior para discernir los signos de los tiempos que permiten formar sacerdotes para el mundo de hoy" (PdV 5).

Formación espiritual

Como vemos, la dimensión espiritual es decisiva desde el comienzo y en cada momento de la formación. Como dice Aparecida: "Ya, desde el principio, los discípulos habían sido formados por Jesús en el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 2); el Espíritu es, en la Iglesia, el Maestro interior que conduce al conocimiento de la verdad total, formando discípulos y misioneros" (Ap 152).

Los "contenidos" de la vida espiritual están magistralmente señalados en el nº 8 de la Optatam Totius, que PdV medita prolijamente. Se trata de buscar a Jesús en la Oración, en los Sacramentos y de buscarlo en los hombres (PdV 49).

"¿Qué significa, en la vida espiritual, buscar a Cristo? y ¿dónde encontrarlo? «Maestro, ¿dónde vives?» El decreto conciliar Optatam totius parece indicar un triple camino: la meditación fiel de la palabra de Dios, la participación activa en los sagrados misterios de la Iglesia, el servicio de la caridad a los «más pequeños». Se trata de tres grandes valores y exigencias que nos delimitan ulteriormente el contenido de la formación espiritual del candidato al sacerdocio" (PdV 46).

Pero el problema es más de odres nuevos que de vino nuevo, más de recipiente que de contenido. La que está agujerada es la conciencia espiritual. Relativizada como dependiente del paradigma de moda, viviseccionada con los métodos de introspección sicológica, cuantificada estadísticamente, sospechada de "espiritualismo ingenuo"...

Creo que la intuición de Aparecida con su fórmula bi-polar "discípulos misioneros" crea un ámbito de tensión sana en el que se puede formar el corazón y la conciencia sacerdotal sin que la gracia se disperse ni se ahogue. Es el mismo Espíritu el que nos hace "estar con Jesús" y "salir a apacentar" al pueblo fiel y a predicar a todas las naciones. Es el mismo Espíritu el que nos forma como discípulos misioneros. Al decir "espiritual" decimos santidad personal y misión universal. La vida espiritual es "vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad" (PdV 19). El don espiritual del sacerdocio abre al sacerdote a la misión universal de la Iglesia (PdV 18).

La doble referencia, hacia el interior y el exterior, hacia lo más personal y lo más comunitario, hacia Dios y hacia los hombres, tensiona el corazón y la mente de manera tal que hace madurar al formando de manera integral, con una Vida plena. Esto es lo que significa "configurarse con Cristo Cabeza y Pastor" y "obrar In Persona Christi como instrumentos suyos, en servicio del pueblo fiel de Dios animados por la Caridad pastoral que implica el Don total de sí" (PdV 22). En esta matriz formativa -discípulos misioneros- se forja esa "Espiritualidad concreta que ama a la Iglesia universal en la particular" (PdV 23); la "Consagración y la misión están unificadas por el sello del Espíritu" (PdV 24); y se conjugan la gracia y la libertad responsable (PdV 25).

4.2. Una formación apostólica apacentadora ("no" a la impaciencia funcionalista)

Inmediatamente luego de hablar de la primacía de lo espiritual, como lo que da la "forma" específica a las otras dimensiones, paso a considerar la dimensión apostólica, que obra en la formación a manera de causa final [7].

"Todos los aspectos de la formación, el espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjuntamente a este fin pastoral: a que se formen verdaderos pastores de almas, a imagen de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor (Optatam Totius 4).

En el mismo sentido nos dice Aparecida:

"Es necesario un proyecto formativo del Seminario que ofrezca a los seminaristas un verdadero proceso integral: humano, espiritual, intelectual y pastoral, centrado en Jesucristo Buen Pastor" (Ap 319).

La imagen del Buen Pastor es, pues, el analogatum princeps de toda la formación. Al hablar del fin pastoral como fin último, tanto el Concilio como Aparecida están entendiendo "pastoral" en sentido eminente, no en cuanto se distingue de otros aspectos de la formación sino en cuanto los incluye a todos. Los incluye en la Caridad del Buen Pastor, dado que la Caridad "es la forma de todas las virtudes", como dice Santo Tomás siguiendo a San Ambrosio [8]. Y como dice Agustín: "Sit amoris officium pascere dominicum gregem" (PdV 24).

Esto significa que la dimensión apostólica no es una acción externa, no es un trabajo de gestión del reino, sino que es ayudar a que Cristo se forme en los otros como se ha formado en el sacerdote. Esto supone una formación permanente, en la que siempre somos discípulos misioneros ya que, al mismo tiempo que nos configuramos con Cristo Buen Pastor como discípulos, nos volvemos capaces de ir comunicando esa forma como misioneros. Este sentido fuerte de formación es el que expresa Pablo cuando dice: "Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes" (Gal 4, 19).

Una formación apostólica apacentadora

Podemos sintetizar estas cualidades que menciona Aparecida hablando de una "formación apostólica apacentadora" [9]. Sacerdotes que se formen para apacentar. Apacentar nos habla de fortaleza y paciencia, de buen humor, de constancia, de ternura y compasión. Apacentar requiere tiempo, acompañamiento de procesos, tarea cotidiana de madre que nutre y de padre que abre caminos y conduce.

Formar para apacentar requiere que el que se prepara para el sacerdocio esté de entrada en contacto con el Pueblo fiel de Dios. Respetando los tiempos principales que debe dedicar a su propia formación -especialmente el tiempo que lleva el estudio como tarea específica- el formando necesita nutrirse de la vida parroquial de la gente. El sacerdocio es para el pueblo de Dios y el pueblo de Dios sabe acoger y formar a los que serán sus pastores. El pueblo enseña a apacentar apacentando a los jóvenes que comparten su vida parroquial mientras estudian.

La formación apostólica, por tanto, requiere que se discierna bien el lugar donde se formará el pastor. Tiene que ser lugar real de pastoreo. Lugar de contacto con el rebaño entero, no lugares demasiado selectos para que no se termine formando un peinador de ovejas, ni lugares demasiado expuestos y demandantes, que no dejan tiempo para "estar con el Señor" y para la misión principal del estudio. Es bueno que cada formando vaya viendo algún aspecto especial para el cual se siente llamado, pero ese apostolado especial debe estar en relación fuerte y constante con el apostolado común, el de apacentar a todos en conjunto apacentando al que venga: niños, ancianos, jóvenes, familias...

¿Cuál sería el "no" que consolida esta virtud apacentadora que discernimos como central dentro de la dimensión apostólica? El "no" es no a la impaciencia funcionalista. Nuestro mundo se caracteriza por la "impaciencia del tener". Las cosas tecnológicas "impacientan", el dinero "impacienta", las estadísticas "impacientan". Y no con "la divina impaciencia" del celo apostólico, que transmite la paz al rostro y la dulzura al corazón de aquel que está inquieto por ganar corazones para Cristo. La impaciencia del mundo endurece el rostro y agría el corazón. Al apacentar del Buen Pastor se opone la impaciencia del "clérigo de estado", del funcionario, del mercenario.

Formar el corazón en esta virtud apacentadora requiere que los formandos tengan tareas pastorales en las que el mismo pueblo fiel de Dios los vaya apacentando a ellos. Tareas de largo aliento (integración a una comunidad parroquial), de contacto con procesos (catecismo a los niños, acompañamiento de jóvenes -retiros y campamentos...-), tareas gratuitas y no cuantificables (comunión a los enfermos, visitas a los ancianos...). Menos trabajo de computadora (en la que uno es "omnipotente") y más trabajo con las almas (en el que somos siempre "servidores inútiles").

4.3. Carácter mariano de la formación afectivo-comunitaria ("no" a la dureza farisaica)

Para hablar de la formación en la vida comunitaria, en la que se juega la formación afectiva y la relación interpersonal, me gustaría citar un texto del Papa sobre la relación del Sacerdote con María: el Papa destaca que Juan la recibió "en la profundidad íntima de su ser", introduciendo a María en el dinamismo de la propia existencia y en todo lo que constituye el horizonte del propio apostolado.

"Jesús dice a María: ‘Madre, ahí tienes a tu hijo' (Jn 19, 26). Es una especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del discípulo. Pero también dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre' (Jn 19, 27). El Evangelio nos dice que desde ese momento san Juan, el hijo predilecto, acogió a la madre María "en su casa". Así dice la traducción italiana, pero el texto griego es mucho más profundo, mucho más rico. Podríamos traducir: acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser, «eis tà ìdia», en la profundidad de su ser. Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la propia existencia -no es algo exterior- y en todo lo que constituye el horizonte del propio apostolado. Me parece que se comprende, por lo tanto, que la peculiar relación de maternidad que existe entre María y los presbíteros es la fuente primaria, el motivo fundamental de la predilección que alberga por cada uno de ellos. De hecho, son dos las razones de la predilección que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo. Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre" (Benedicto XVI, María Madre de los sacerdotes, Audiencia Gral Miércoles 12 de agosto de 2009).

Es mucho lo que hay escrito y lo que puede decirse de la vida comunitaria del sacerdote. Pero este punto mariano está en el centro, es el corazón que nuclea todo los aspectos de la comunidad. Recibiendo a María en su casa, en lo íntimo de su vida, el sacerdote-discípulo, a imagen del discípulo amado, centra su vida comunitaria en la que sintetiza en su persona todo lo que es la Iglesia. María armoniza todos los aspectos de la vida comunitaria: la vida de la sagrada familia en Nazareth y la vida de la comunidad apostólica en Pentecostés. El sello mariano permite pasar de la pequeña comunidad a la comunidad grande del pueblo fiel sin reduccionismos intimistas ni dispersión funcionalista. En María todo es personal y comunitario en un dinamismo en el que cada dimensión se enriquece con la otra. En María la alabanza y el servicio se alimentan mutuamente como vemos que sucede en la Visitación. La relación íntima y única con su Hijo no se opone a una relación de discípula común al lado de los demás discípulos. Todos nos centramos en Ella y Ella se descentra en todos sin ruido ni competencia.

En María se armonizan todos los aspectos de un alma eclesial: ella es hija, esposa, madre y amiga. Abuela siempre joven, joven siempre madura.

Lo mariano será el criterio de discernimiento para evaluar la calidad de vida afectiva, personal y comunitaria, de los formandos. María abierta a todos y a la vez sellada sólo para Dios. María esposa y madre en su pequeña familia y corazón de la Iglesia, esposa y madre universal.

¿Cuál sería el "no" que consolida este carácter mariano de la dimensión comunitaria? Evidentemente, un "no" a María nos sacaría de una formación católica y es difícil que un sacerdote o un formando excluya explícitamente lo mariano de su vida. Pero puede hacer bien expresar enfáticamente un "no" a todo lo que ponga a María en un lugar meramente decorativo, por decirlo de alguna manera. "No" a todo lo que la aparte de estar en el centro de la formación sacerdotal [10]. El carácter mariano de la Iglesia es lo que tensiona fecundamente al carácter petrino, impidiendo que se fariseíse y se endurezca. La dimensión mariana hace que la dimensión espiritual tome carne y la dimensión pastoral no pierda la ternura.

4.4. Discreta solidez de la formación intelectual ("no" al sincretismo)

La dimensión intelectual y el aspecto académico de la formación ya lo desrrollé en otro artículo [11], algunos de cuyos temas sintetizo ahora. Allí se hacía hincapié en la doctrina sólida que deben tener y comunicar los formadores que:

"Han de elegirse de entre los mejores y han de prepararse diligentemente con doctrina sólida, conveniente experiencia pastoral y una singular formación espiritual y pedagógica (Optatam Totius 5).

La solidez de la que hablo es una propiedad trascendental de la Verdad. Doctrina sólida del Buen Pastor es la que alimenta a sus ovejas con manjar sólido, con Palabras de Vida eterna. Dentro de la mentalidad hebrea, la verdad es "emeth", que significa ser sólido, seguro, fiel, digno de fe. La verdad de Cristo no gira en primer lugar en torno a la "revelación" o "desocultamiento" intelectual, más propio de la mentalidad griega, sino más bien en torno a la adhesión de la fe; una adhesión a la Persona de Cristo que implica todo nuestro ser -corazón, mente y alma-. Esta solidez es apertura al misterio de Cristo, apertura fiel, firme y permanente a la verdad siempre mayor del Misterio íntegro de Cristo, del que fluye la vida plena.

No se trata, pues, para nada de cierta rigidez doctrinal que parece cerrar filas sólo para defenderse a sí misma y puede terminar excluyendo a los hombres de la vida. Es lo que el Señor les reprocha a los fariseos cuando les dice: "Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas (...) guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello" (Mt 23, 23-24). Muy por el contrario, la solidez que buscamos para nuestros sacerdotes es una solidez humana y cristiana que abra las mentes a Dios y a los hombres.

La solidez de la Palabra proviene del juego constante que se da en el corazón del discípulo misionero entre la interiorización y la puesta en práctica de lo revelado. Si no se pone en práctica, la palabra no se consolida -es como casa edificada sobre arena-. Lo paradójico es que la solidez se juega en el riesgo, en negociar el talento, en el salir de sí hacia las periferias existenciales... No es la solidez del museo ni de la auto-preservación. Por ello es que resulta imprescindible que la formación académica tenga la dimensión de bajada, de siembra y de fermento de la realidad y que suba desde ella con la cosecha de todo lo humano que puede ser elevado y perfeccionado por la gracia.

En la solidez de la formación humanística y filosófica es quizás donde se encuentra el nudo del problema de la formación actual: el contacto con la realidad, como evangelización de la cultura e inculturación del evangelio, requiere un trabajo de discernimiento sólido. Contra la tentación del mundo actual de "sincretismos" de todo tipo, que se van por las ramas en cuestiones disputadas estériles o mezclan saberes inmezclables, la solidez de la formación de los pastores debe apuntar a la "discreción" espiritual, que sabe probar todo y quedarse con lo bueno.

El "no" que consolida la formación intelectual es un "no" al sincretismo. "Discretio" vs "sincretismo", como dice E. Przywara [12]: allí donde el "syn" del sincretismo es confusión de elementos incompatibles e irreconciliables, el "dis" de la discreción pone separación y claridad". Formación sólida implica "caridad discreta", discreción del Buen Pastor que sabe llevar a sus ovejas a los pastos abundantes y a las fuentes de agua viva al mismo tiempo que las defiende del lobo y de los falsos pastores.

Conclusión

Quisiera concluir con ese texto tan hermoso de Aparecida en el que describe el corazón sacerdotal configurado con el Corazón del Buen Pastor desde la perspectiva de los anhelos del Pueblo fiel de Dios:

"El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros; movidos por la caridad pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación. Todo esto requiere que las diócesis y las Conferencias Episcopales desarrollen una pastoral presbiteral que privilegie la espiritualidad específica y la formación permanente e integral de los sacerdotes. La Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis enfatiza que: ‘La formación permanente, precisamente porque es «permanente», debe acompañar a los sacerdotes siempre, esto es, en cualquier período y situación de su vida, así como en los diversos cargos de responsabilidad eclesial que se les confíen' [13]" (Ap 199-200).

Formación permanente quiere decir "no perder la forma". Conservar e incrementar esa forma vital -Vida Plena- con la que el Espíritu configura el corazón sacerdotal a imagen del Corazón de Cristo, Buen Pastor. No dejar que se disuelva ni que se mezcle (sincretismo). No dejar que quede relativizada entre los paréntesis de la ciencia. Cincelarla a mano, sabiendo que formar es tarea personal, no fruto de ninguna estructura anónima y que funcione automáticamente. No perder la forma apacentadora por impaciencia. No permitir que se endurezca farisaicamente. No perder la forma sólida de la doctrina que da vida ni por indiscreción ni por infidelidad. Que el Señor nos conceda permanecer en esta forma y comunicarla a los demás.

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NOTAS

1 "Es necesario un proyecto formativo del Seminario que ofrezca a los seminaristas un verdadero proceso integral: humano, espiritual, intelectual y pastoral, centrado en Jesucristo Buen Pastor. Es fundamental que, durante los años de formación, los seminaristas sean auténticos discípulos, llegando a realizar un verdadero encuentro personal con Jesucristo en la oración con la Palabra, para que establezcan con Él relaciones de amistad y amor, asegurando un auténtico proceso de iniciación espiritual" (Ap 319).

2 "El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña" (Ap 277).

3 Cfr. Homilía de Benedicto XVI el 13 de Mayo de 2007 en la Explanada de Aparecida, donde propone "el discernimiento comunitario" como "método con que se actúa en la Iglesia tanto en las pequeñas asambleas como en las grandes".

4 "Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro" (Ap 145).

5 Cfr. Aparecida 280.

6 El futuro y la alegría de la Eucaristía apuntan también a lo espiritual: lo escatológico adelantado en la Eucaristía es fuente de alegría. El sacerdote es el hombre del futuro: es aquel que se ha tomado en serio las palabras de san Pablo: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba" (Col 3, 1). Videomensaje del santo Padre Benedicto XVI al retiro sacerdotal internacional en Ars, 28 de septiembre de 2009.

7 Lo dos párrafos que siguen están tomados de J. M. Bergoglio, Significado e importancia de la formación académica, Ponencia del Sr. Arzobispo en la Plenaria de la Pontificia, Comisión para América Latina, Roma, 18/02/2009. Publicado en Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Buenos Aires. febrero-marzo 2009. pp 51 ss

8 "... Ambrosius dicit, quod caritas est forma et mater virtutum" (S.T., De Virtutibus 2, 3 sed contra); "Caritas dicitur forma omnium virtutum, in quantum scilicet omnes actus omnium virtutum ordinantur in summum bonum amatum" (corpus).

9 "Reunida y alimentada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia católica existe y se manifiesta en cada Iglesia particular, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, ‘una porción del pueblo de Dios confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio'" (Ap 165).

10 "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia. Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente" (PdV 82).

11 J. M. Bergoglio, Significado e importancia de la formación académica... (Cfr. nota 7).

12 E. Przywara, Criterios católicos, San Sebastián, 1962, págs. 103 ss.

13 PDV 76