3/19/10

Postrera palabra

Monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo

Hemos de reconocer que aquel grupo de letrados y fariseos fue hábil en diseñar una vez más su estrategia de poner a Jesús contra las cuerdas. No era fácil la respuesta, pues llevaba o al escándalo ante la banalización de la Ley, o a la impopularidad ante la suerte de una mujer, víctima y cliente de sus acusadores.
Pero tal artimaña, se encontró con la respuesta más inteligente y sabia que cabía imaginar: "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra". Todos se fue­ron escabullendo, como quien se marcha de puntillas para que no se note mucho. Fue como una pedrea que salió justo al revés. En el fondo, aquella mujer era simplemente una torpe coartada para poder lapidar a Jesús, que era quien verdaderamente molestaba al poder dominante. Mas aquellos que intentaron tirar piedras contra Él, salieron escalabrados en el adulterio de su hipocresía.
El error de aquellos fariseos no estuvo en indicar que el adulterio de la mujer estaba mal, sino en porqué lo indicaban. El Señor no cae ni en la aplica­ción dura de la ley, ni en las rebajas de enero del pecado. A Jesús no le importa el qué dirán, y jamás ha hablado haciendo poses ante la galería. Ni tuvo una afición leguleya ante las tradiciones, ni tampoco una calculada ambigüedad ante el pecado.
Jesús no iba de reaccionario anti-fariseo por la vida. A éstos les dirá: no pon­gáis en el paredón a las víctimas de vuestros divertimientos, no queráis lavar vuestra culpabilidad con quienes mancilláis la inocencia mutua... "El que esté libre de pe­cado, que tire la primera piedra". Y tampoco iba de progre liberal, por lo que a la mujer le dirá: no juegues con tu fidelidad ni con la ajena, porque eso es trampear con tu felicidad y la de los otros..., "anda, y en adelante no peques más".
La última palabra no la tuvieron los fariseos hipócritas, ni la mujer equivo­cada, sino Jesús, portador y portavoz de la misericordia del Padre. Y como quizás también nosotros participamos en alguna medida de la actitud de los fariseos y de la de la mujer, por eso en la recta final de esta Cuaresma necesitamos escuchar esa palabra más grande que nuestro pecado: para que la última palabra no la tengan ni nuestras hipocresías y endurecimientos, ni nuestros traspiés y equivocaciones, sino Aquél que dijo: levántate, anda, no peques más. Y que teniendo esta experiencia real del perdón de parte de Dios, podamos a nuestra vez ofrecerlo a cuantos nos ofendan.  Es lo que pedimos cada día en el Padrenuestro.