“¡Responded con generosidad al Señor!”
Discurso a los jóvenes de Turín y Piamonte
Queridos jóvenes de Turín, queridos jóvenes que venís de Piamonte y de las regiones cercanas:
Estoy verdaderamente contento de estar con vosotros, en esta visita mía a Turín para venerar la Sagrada Síndone. Os saludo a todos con gran afecto y os doy las gracias por la acogida y el entusiasmo de vuestra fe. A través vuestra saludo a toda la juventud de Turín y de las diócesis de Piamonte, con una oración especial por los jóvenes que viven situaciones de sufrimiento, de dificultad y de extravío. Un pensamiento particular y un fuerte ánimo dirijo a cuantos entre vosotros están recorriendo el camino hacia el sacerdocio, la vida consagrada, o también hacia elecciones generosas de servicio a los últimos. Agradezco a vuestro Pastor, el cardenal Severino Poletto, por las cordiales palabras que me ha dirigido y doy las gracias a vuestros representantes, que me han manifestado los propósitos, las problemáticas y las expectativas de la juventud de esta ciudad y de esta región.
Hace veinticinco años, con ocasión del Año Internacional de la Juventud, el venerable y amado Juan Pablo II dirigió una Carta apostólica a los jóvenes y a las jóvenes del mundo, centrada en el encuentro de Jesús con el joven rico del que nos habla el Evangelio (Carta a los jóvenes, 31 de marzo de 1985). Partiendo precisamente de esta página (cfr Mc 10,17-22; Mt 19,16-22), que ha sido también objeto de reflexión también en mi Mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Juventud, quisiera ofreceros algunos pensamientos que espero que os puedan ayudar en vuestro crecimiento espiritual y en vuestra misión dentro de la Iglesia y en el mundo.
El joven del Evangelio – lo sabemos – pregunta a Jesús: "¿Qué tengo que hacer para tener la vida eterna?". Hoy no es fácil hablar de vida eterna y de realidades eternas, porque la mentalidad de nuestro tiempo nos dice que no existe nada definitivo: todo cambia, y también muy rápidamente. “Cambiar” se ha convertido, en muchos casos, en la contraseña, el ejercicio más exaltante de la libertad, y de esta forma también vosotros, los jóvenes, sois llevados muchas veces a pensar que sea imposible realizar elecciones definitivas, que comprometan toda la vida. Pero ¿es esta la forma correcta de usar la libertad? ¿Es realmente cierto que para ser felices debemos contentarnos con pequeñas y fugaces alegrías momentáneas, las cuales, una vez terminadas, dejan amargura en el corazón? Queridos jóvenes, esta no es la verdadera libertad, la felicidad no se alcanza así. Cada uno de nosotros ha sido creado no para realizar elecciones provisionales y revocables, sino elecciones definitivas e irrevocables, que dan sentido pleno a la existencia. Lo vemos en nuestra vida: toda experiencia bella, que nos llena de felicidad, quisiéramos que no terminase nunca. Dios nos ha creado en vista del “para siempre”, ha puesto en el corazón de cada uno de nosotros la semilla de una vida que lleve a cabo algo bello y grande. ¡Tened el valor de hacer elecciones definitivas y de vivirlas con fidelidad! El Señor podrá llamaros al matrimonio, al sacerdocio, a la vida consagrada, a un don particular de vosotros mismos: ¡respondedle con generosidad!
En el diálogo con el joven, que poseía muchas riquezas, Jesús indica cuál es la riqueza más importante y más grande de la vida: el amor. Amar a Dios y amar a los demás con todo uno mismo. La palabra amor – lo sabemos – se presta a varias interpretaciones y tiene distintos significados: nosotros necesitamos un Maestro, Cristo, que nos indique su sentido más auténtico y más profundo, que nos guíe a la fuente del amor y de la vida. Amor es el nombre propio de Dios. El apóstol Juan nos lo recuerda: “Dios es amor”, y añade que “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo”. Y “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,8.10.11). En el encuentro con Cristo y en el amor mutuo experimentamos en nosotros la vida misma de Dios, que permanece en nosotros con su amor perfecto, total, eterno (cfr 1 Jn 4, 12). No hay nada, por tanto, más grand para el hombre, un ser mortal y limitado, que participar en la vida de amor de Dios. Hoy vivimos en un contexto cultural que no favorece relaciones humanas profundas y desinteresadas, sino, al contrario, induce a menudo a cerrarse en sí mismo, al individualismo, a dejar prevalecer el egoísmo que hay en el hombre. Pero el corazón de un joven es por naturaleza sensible a amor verdadero. Por ello me dirijo con gran confianza a cada uno de vosotros y os digo: no es fácil hacer de vuestra vida algo bello y grande, es comprometido, ¡pero con Cristo todo es posible!
En la mirada de Jesús que mira – como dice el Evangelio – con amor al joven, advertimos todo el deseo de Dios de estar con nosotros, de sernos cercano; hay un deseo de Dios de nuestro sí, de nuestro amor. Sí, queridos jóvenes, Jesús quiere ser vuestro amigo, vuestro hermano en la vida, el maestro que os indica el camino a recorrer para alcanzar la felicidad. Él os ama por lo que sois, en vuestra fragilidad y debilidad, para que, tocados por su amor, podáis ser transformados. Vivid este encuentro con el amor de Cristo en una relación personal con Él; vividlo en la Iglesia, ante todo en los Sacramentos. Vividlo en la Eucaristía, en la que se hace presente su Sacrificio: Él realmente entrega su Cuerpo y su Sangre por nosotros, para redimir os pecados de la humanidad, para que lleguemos a ser una sola cosa con Él, para que aprendamos también nosotros la lógica del donarse. Vividlo en la Confesión, donde, ofreciéndonos su perdón, Jesús nos acoge con todas nuestras limitaciones para darnos un corazón nuevo, capaz de amar como Él. Aprended a tener familiaridad con la Palabra de Dios, a meditarla, especialmente en la lectio divina, la lectura espiritual de la Biblia. Finalmente, sabed encontrar el amor de Cristo en el testimonio d caridad de la Iglesia. Turín os ofrece, en su historia, espléndidos ejemplos: seguidos, viviendo concretamente la gratuidad del servicio. Todo en la comunidad eclesial debe estar dirigido a hacer tocar con la mano a los hombres la infinita caridad de Dios.
Queridos amigos, el amor de Cristo por el joven del Evangelio es el mismo que tiene por cada uno de nosotros. No es un amor confinado en el pasado, no es una ilusión, no está reservado a pocos. Encontraréis este amor y experimentaréis toda su fecundidad si buscáis con sinceridad y si vivís con empeño vuestra participación en la vida de la comunidad cristiana. Que cada uno se sienta "parte viva" de la Iglesia, implicado en la tarea de la evangelización, sin miedo, en un espíritu de sincera armonía con los hermanos en la fe y en comunión con los pastores, saliendo de una tendencia individualista también en vivir la fe, para respirar a pleno pulmón la belleza de formar parte del gran mosaico de la Iglesia de Cristo.
Esta noche no puedo dejar de señalaros como modelo a un joven de vuestra ciudad, el beato Piergiorgio Frassati, del que este año se cumple el vigésimo aniversario de la beatificación. Su existencia fue envuelta totalmente por la gracia y por el amor de Dios y se consumió, con serenidad y alegría, en el servicio apasionado a Cristo y a los hermanos. Joven como vosotros, vivió con gran empeño su formación cristiana y dio su testimonio de fe, sencillo y eficaz. Un muchacho fascinado por la belleza del Evangelio de las Bienaventuranzas, que experimentó toda la alegría de ser amigo d Cristo, de seguirle, de sentirse de modo vivo parte de la Iglesia. Queridos jóvenes, ¡tened el valor d elegir lo que es esencial en la vida! "Vivir y no vivaquear" repetía el beato Piergiorgio Frassati. Como él, descubrid que vale la pena comprometerse por Dios y con Dios, responder a su llamada en las elecciones fundamentales y en las cotidianas, ¡también cuando cuesta!
El recorrido espiritual del beato Piergiorgio Frassati recuerda que el camino de los discípulos de Cristo requiere el valor de salir de sí mismos, para seguir el camino del Evangelio. Este camino exigente del Espíritu lo vivís en las parroquias y en las demás realidades eclesiales; lo vivís también en la peregrinación de las Jornadas Mundiales de la Juventud, cita siempre esperada. Sé que os estáis preparando para la próxima gran reunión, programada en Madrid en agosto de 2011. Auguro de corazón que este extraordinario acontecimiento, en el que espero que podáis participar en gran número, contribuya a hacer crecer en cada uno el entusiasmo y la fidelidad en seguir a Cristo y en acoger con alegría su mensaje, fuente de vida nueva.
¡Jóvenes Turín y de Piamonte, sed testigos de Cristo en este tiempo nuestro! Que la sagrada Síndone sea particularmente para vosotros una invitación a imprimir en vuestro espíritu el rostro del amor de Dios, para ser vosotros mismos, en vuestros ambientes, con vuestros coetáneos, una expresión creíble del rostro de Cristo. Que María, a la que veneráis en vuestros Santuarios marianos, y san Juan Bosco, patrono de la juventud, os ayuden a seguir a Cristo sin cansaros nunca. Y que os acompañen siempre mi oración y mi Bendición, que os doy con gran afecto. ¡Gracias por vuestra atención!