Caridad y testimonio, claves del apostolado
Audiencia del Papa a la Delegación del Círculo de San Pedro
Queridos socios del Círculo de San Pedro:
Estoy contento de acogeros con ocasión de este grato encuentro, que me ofrece la oportunidad de renovaros mi reconocimiento por vuestra generosa obra al servicio de la Santa Sede. Este momento tiene lugar en la inminencia de la Solemnidad litúrgica de los santos Pedro y Pablo y nos permite, en cierto modo, pregustar la alegría de esta fiesta tan significativa para vuestra benemérita Asociación y para la Iglesia entera. Os saludo a todos con afecto, empezando por vuestro Presidente General, el Duque Leopoldo Torlonia, a quien agradezco por las gentiles palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y de vuestro Asistente espiritual.
Hemos concluido hace poco el Año Sacerdotal, tiempo de gracia, durante el cual la Iglesia fa reflexionado con especial atención sobre la figura de san Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, recordando el 150° aniversario de su muerte. Él fue un modelo de vida evangélica no sólo para los sacerdotes, sino también para los laicos, especialmente para cuantos, como vosotros, están comprometidos en el vasto campo de la caridad. Un aspecto peculiar de la vida de este humilde sacerdote fue de hecho el desapego de los bienes materiales. Él no poseía nada, lo distribuía todo a los más necesitados; para sí mismo no sentía necesidad de nada: todo lo consideraba superfluo. El amor a los pobres lo había aprendido de pequeño, viendo como eran acogidos y asistidos por sus padres, en casa. Este amor le llevó, durante su vida sacerdotal, a distribuir a los demás todo lo que tenía. Dio vida también a una casa de acogida, a la que llamó “La providencia”, para niñas y chicas pobres: a ellas dedicaba todo esfuerzo para que recibiesen una sana educación cristiana. Que su ejemplo constituya para vosotros, queridos socios del Círculo de San Pedro, una constante invitación a abrir los brazos a toda persona que necesita un signo tangible de solidaridad. Seguid siendo este signo concreto de la caridad del Papa hacia cuantos se encuentran en necesidad tanto en sentido material como en sentido espiritual, como también hacia los peregrinos que llegan a Roma de todas partes del mundo para visitar las tumbas de los Apóstoles y para encontrarse con el Sucesor de Pedro.
Como se ha recordado hace poco, vosotros habéis venido aquí para entregarme el Óbolo de San Pedro recogido en las Iglesias de Roma. Deseo expresaros mi viva gratitud por este signo de participación en mi solicitud por las personas más necesitadas. Éste representa como un punto de convergencia entre dos acciones complementarias, que se unen en un único y elocuente testimonio de caridad evangélica, pues por un lado da un lato manifiesta el afecto de los habitantes de esta Ciudad y de los peregrinos hacia el Sucesor de Pedro, y por el otro expresa la solidaridad concreta de la Santa Sede hacia las muchas realidades de desgracia y de indigencia que, por desgracia, sigue habiendo en Roma y en tantas partes del mundo. Acercando a las parroquias romanas y gestionando centros de asistencia y de acogida en la Capital, tenéis la posibilidad de ver directamente las múltiples situaciones de pobreza aún presentes; al mismo tiempo, podéis también constatar cuán intenso es en la gente el deseo de conocer a Cristo y de amarlo en los hermanos.
Mediante este compromiso vuestro de salir al encuentro de las necesidades de los menos afortunados, difundís un mensaje de esperanza, que brota de la fe y de la adhesión al Señor, haciéndoos así heraldos de su Evangelio. Que la caridad y el testimonio sigan siendo por tanto las líneas guía de vuestro apostolado. Os animo a proseguir con alegría esta acción vuestra, inspirándoos incesantemente en los indefectibles principios cristianos y trayendo siempre nuevo vigor de la oración y del espíritu de sacrificio – como dice vuestro lema –, para llevar copiosos frutos de bien tanto a la comunidad cristiana como a la sociedad civil.
Confío vuestras aspiraciones, propósitos y toda actividad a la maternal protección de la Virgen Santa, Salus Populi Romani, para que guíe vuestros pasos, haciéndoos cada vez más convencidos agentes de solidaridad y constructores de paz en todos los ámbitos donde tiene lugar vuestra meritoria acción asociativa. Con estos deseos, invoco la celestial intercesión de los Santos Pedro y Pablo, y de buen grado imparto a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a cuantos encontráis en vuestro servicio cotidiano una especial Bendición Apostólica.