Edward Pentin
Entre los muchos amigos de Benedicto XVI, los de Baviera son muy probablemente los que mejor le conocen.
Uno de ellos es la profesora Hanna Barbara Gerl-Falkowitz, catedrática de filosofía y religiones comparadas de la Universidad de Dresde, que conocía al Papa desde antes de que fuese nombrado arzobispo de Munich y Freising, cuando era sencillamente el profesor Joseph Ratzinger.
El mes pasado, mientras se encontraba en Roma para tomar parte en una conferencia sobre el filósofo católico Dietrich von Hildebrand, compartió conmigo algunas facetas de su personalidad. En concreto, recordó una anécdota particularmente divertida de cuando se encontraron por primera vez.
Gerl-Falkowitz organizaba una conferencia para 300 personas y había invitado al entonces profesor Ratzinger a hablar sobre Romano Guardini, el gran intelectual alemán católico a quien Joseph Ratzinger admiraba desde hacía mucho tiempo. El lugar de encuentro era el castillo Rothenfels, en lo alto de una montaña cerca de la ciudad bávara de Wurzburg. «Fue en 1976», recuerda Gerl-Falkowitz. «Recuerdo el año exacto porque él [el profesor Ratzinger] se convirtió en arzobispo de Munich un año después».
«Había enviado a un ayudante a recogerle del tren, y este hombre volvió diciendo: “No está el profesor Ratzinger, No le he visto”. Pero yo tenía un castillo con 300 personas dentro y me tiraba de los pelos, yendo aquí y allá en total desesperación. Tiene que saber que el castillo está situado en un escalón rocoso».
«Alrededor de 20 minutos después, estaba de pie en la cima y junto a mí había un seto que comenzó a moverse. Entonces, primero vi una bolsa, a continuación, dos manos, y luego el pelo blanco — ya tenía el pelo blanco por entonces—– del profesor Ratzinger. Estaba sudando, esforzándose por atravesar el seto. Había subido esa colina tan escarpada para llegar hasta el castillo. ¡Yo quería que me tragara la tierra! Pero él estaba muy amable y muy sonriente. Me dijo: “Ascensio in montem sacrum”, que significa: “Ascensión a la montaña sagrada"».
«Estaba haciendo alusión a Guardini, porque fue él quien permitió que este castillo fuese utilizado por la juventud católica alemana. Ese fue mi primer encuentro con Joseph Ratzinger —su despeinado cabello, los papeles volando alrededor y totalmente desarreglado. No sé si él se acuerda de ello, pero yo sí. Fue bastante horrible— ¡ser invitado a dar un discurso y que no haya nadie que le recoja!».
Gerl-Falkowitz siente gran admiración por el Santo Padre, y sigue sorprendiéndose de la fuerza de su carácter. «Es muy fuerte —afirma—. Siempre me sorprende que, con todo lo que está sucediendo a su alrededor, con todas sus actividades, este hombre pueda rezar con una concentración tan increíble. Significa que está realmente cerca del Señor —es mi impresión. Y es muy sencillo. Toda su inteligencia es sólo una especie de envoltura alrededor de una sencillez muy profunda y preciosa».
«La primera impresión que uno siempre tiene es que es un poco tímido y eso es cierto, pues viene de una parte de Baviera —la antigua Baviera— donde las personas son tímidas. Está el tipo de bávaro que es fuerte y le gusta beber, etc., que es la imagen oficial de la región. Pero en la antigua Baviera son tímidos, callados, no hablan mucho, pero tienen un fuerte arraigo, son muy profundos y piadosos».
Gerl-Falkowitz dice que la reciente crisis en la Iglesia ha hecho que el Santo Padre «sufra mucho» y «realmente se haya derrumbado». Pero «él es un creyente fuerte», agrega, y no tiene ninguna duda de que su fuerza de carácter y su fe se verán a través de las tormentas.