11/22/10

Mensaje del Papa a un congreso sobre John Henry Newman




Organizado por el “International Centre of Newman Friends”



Al Reverendo Padre HERMANN GEISSLER, F.S.O., Director del International Centre of Newman Friends.
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Mientras está en mí aún viva la alegría por haber podido proclamar beato al cardenal John Henry Newman, durante mi reciente viaje al Reino Unido, le dirijo un cordial saludo a Usted, a los ilustres ponentes y a todos los participantes en el Simposio organizado en Roma por el Centro Internacional Amigos de Newman. Expreso mi aprecio por el tema elegido: “El primado de Dios en la vida y en los escritos del beato John Henry Newman". Con él de hecho se pone en justa evidencia el teocentrismo como perspectiva fundamental que caracterizó la personalidad y la obra del gran teólogo inglés.
Es bien conocido que el joven Newman, a pesar de que había podido conocer, gracias a su madre la "religión de la Biblia", atravesó un periodo de dificultades y de dudas. A los catorce años sufrió, de hecho, la influencia de filósofos como Hume y Voltaire y, reconociéndose en sus objeciones a la religión, se encaminó, según la moda humanista y liberal de su época, hacia una especie de deísmo.
El año siguiente, con todo, Newman recibió la gracia de la conversión, encontrando descanso “en el pensamiento de dos seres absolutos y luminosamente evidentes en sí mismos, yo y mi Creador" (J.H. Newman, Apologia pro vita sua, Milán 2001, pp. 137-138). Descubrió por tanto la verdad objetiva de un Dios personal y viviente, que habla a la conciencia y revela al hombre su condición de criatura. Comprendió su propia dependencia en el ser de Aquel que es el principio de todas las cosas, encontrando así en Él el origen y el sentido de su identidad y singularidad personal. Es esta experiencia particular la que constituye la base para la primacía de Dios en la vida de Newman.
Tras la conversión, se dejó guiar por dos criterios fundamentales – tomados del libro La fuerza de la verdad, del calvinista Thomas Scott – que manifiestan plenamente la primacía de Dios en su vida. El primero: “la santidad antes que la paz" (ibid., p. 139), documenta su firme voluntad de adherirse al Maestro interior con su propia conciencia, de abandonarse confiadamente al Padre y de vivir en la fidelidad a la verdad reconocida. Estos ideales habrían comportado en seguida “un gran precio que pagar”. Newman, de hecho, sea como anglicano que como católico, tuvo que sufrir muchas pruebas, desilusiones e incomprensiones. Con todo, nunca descendió a falsos compromisos o se contentó con consensos fáciles. Permaneció siempre honrado en la búsqueda de la verdad, fiel a las llamadas de su propia conciencia y dirigido hacia el ideal de la santidad.
El segundo lema elegido por Newman: "el crecimiento es la única expresión de vida" (ibid.), expresa de forma clara su disposición a una continua conversión, transformación y crecimiento interior, siempre apoyado confiadamente en Dios. Descubrió así su vocación al servicio de la Palabra de Dios y, dirigiéndose a los Padres de la Iglesia para encontrar mayor luz, propuso una verdadera reforma del anglicanismo, adhiriéndose finalmente a la Iglesia católica. Resumió su propia experiencia de crecimiento, en la fidelidad a sí mismo y a la voluntad del Señor, con sus conocidas palabras: “Aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones” (J.H. Newman, Lo sviluppo della dottrina cristiana, Milano 2002, p. 75). Y Newman fue a lo largo de toda su existencia uno que se convirtió, uno que se transformó, y de esta forma permaneció siempre el mismo, y se convirtió cada vez más en sí mismo.
El horizonte de la primacía de Dios marca en profundidad también las numerosas publicaciones de Newman. En el citado ensayo sobre El desarrollo de la doctrina cristiana, escribió: "Hay una verdad; hay una sola verdad; ... la búsqueda de la verdad no debe ser satisfacción de curiosidades; la adquisición de la verdad no se parece en nada a la excitación de un descubrimiento; nuestro espíritu está sometido a la verdad, no es, por tanto, superior a ella, y debe no tanto disertar sobre ella sino venerarla" (pp. 344-345). La primacía de Dios se traduce, para Newman, en la primacía de la verdad, una verdad que debe buscarse ante todo disponiendo la propia interioridad a la acogida, en un intercambio abierto y sincero con todos, y que encuentra su culmen en el encuentro con Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 12,6). Newman dio por ello testimonio de la Verdad también con su riquísima producción literaria pasando de la teología a la poesía, de la filosofía a la pedagogía, de la exegesis a la historia del cristianismo, de las novelas a las meditaciones y a las oraciones.
Presentando y defendiendo la Verdad, Newman estuvo siempre atento también en encontrar el lenguaje apropiado, la forma justa y el tono adecuado. Intentó no ofender nunca y dar testimonio de la gentil luz interior ("kindly light"), esforzándose en convencer con la humildad, la alegría y la paciencia. En una oración dirigida a san Felipe Neri escribió: “Que mi aspecto sea siempre abierto y alegre, y mis palabras amables y agradables, como conviene a aquellos que, cualquiera que sea su estado de vida, gozan del más grande de todos los bienes, del favor de Dios y de la esperanza de la felicidad eterna" (J.H. Newman, Meditazioni e preghiere, Milano 2002, pp. 193-194).
Al beato John Henry Newman, maestro en enseñarnos que la primacía de Dios es la primacía de la verdad y del amor, confío las reflexiones y el trabajo del presente Simposio, mientras que, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, le imparto con alegría a usted y a todos los participantes la implorada Bendición Apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.
En el Vaticano, 18 de noviembre de 2010


BENEDICTUS PP. XVI