Visita de Benedicto XVI a la ciudad de Barcelona
Patricia Navas
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Aclamaciones, celebraciones litúrgicas, besos, reuniones con autoridades, saludos, regalos, momentos de recogimiento en oración silenciosa, sonrisas, mensajes -de ánimo, de advertencia, de esperanza-, escucha atenta, caricias y, sobre todo, muchas bendiciones, de palabra y con las manos.
Son algunos de los gestos y vivencias que el Papa regaló y recibió este domingo en Barcelona, donde dedicó el templo de la Sagrada Familia, comió en el arzobispado, visitó la sede central de la Obra Benéfico-Social Niño Dios, se reunió con los reyes y con el presidente del Gobierno de España, fue aclamado por miles de personas y conversó brevemente con algunas de ellas.
La primera imagen que vio el mundo del intenso día de Benedicto XVI en la capital catalana fue su salida en papamóvil del palacio episcopal a las nueve de la mañana.
Miles de personas lo aclamaron con vítores y ondeando banderas por las calles de la ciudad en todo el recorrido que realizó desde la catedral hasta el templo expiatorio de la Sagrada Familia.
Algunas corrían junto al papamóvil breves tramos. Él saludaba y continuamente bendecía con la mano.
Al llegar a las inmediaciones de la enorme y original iglesia de Antonio Gaudí, numerosos globos blancos y amarillos se elevaron hacia el cielo, mientras sonaban cantos espontáneos de grupos de jóvenes, algunos de los cuales coreaban el nombre del Pontífice.
Mientras tanto, en el interior de la Sagrada Familia, el murmullo de las 6.500 personas que iban a celebrar la misa dentro del templo se mezclaba con los ensayos de las corales y del órgano y los gritos de júbilo del exterior.
El papamóvil dio la vuelta a la iglesia y se detuvo ante la fachada de la Gloria. Benedicto XVI se apeó y saludó a diversas autoridades, entre ellas los reyes de España, con quien mantuvo un encuentro de cerca de media hora.
El cielo en la tierra
Con puntualidad alemana, la celebración eucarística empezó a las diez de la mañana con la apertura de la gran puerta de la iglesia por parte de Benedicto XVI.
Los fieles se pusieron en pie y recibieron al Papa con un fuerte aplauso. La procesión de entrada estuvo acompañada por el canto del Aleluya.
El Pontífice avanzaba lentamente, bendiciendo. Estrechó la mano a algunos fieles, besó a algunos niños y acarició a algunas personas con discapacidad.
Subió las escaleras del presbiterio con la ayuda de sus asistentes y se sentó en un trono, bajo la imagen de una paloma, rodeado de numerosos cardenales, obispos y sacerdotes.
El arzobispo de Barcelona, el cardenal Lluís Martínez Sistach pronunció unas palabras de agradecimiento y aseguró la oración de la Iglesia de Barcelona por el Papa.
Afirmó que Benedicto XVI reafirma la solidaridad y la identidad cristiana en medio de las incertidumbres.
Y aseguró que hoy el Papa, en la Sagrada Familia, hacía realidad el sueño de Gaudí de que el cielo esté en la tierra, de una Jerusalén celestial unida en torno al sucesor de Pedro.
Al acabar su discurso, Benedicto XVI le entregó como regalo un copón, que el purpurado mostró a la asamblea.
A continuación, el arquitecto director de las obras de la Sagrada Familia, Jordi Bonet, se dirigió al Papa y a los asistentes en nombre de todos los que han trabajado para levantar esta gran obra que hoy se dedicó a Dios.
Tras besar efusivamente el anillo del Papa, le entregó la llave del templo, que Benedicto XVI bendijo.
Seguidamente, el Obispo de Roma dio comienzo a la celebración en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En el exterior del templo, 36.500 personas participaban en la celebración desde las calles más cercanas y otras 15.000 desde una plaza de toros cercana, ascendiendo a 250.000 las personas que presenciaron la misa, según la Guardia Urbana.
En una de las miles de sillas colocadas en las inmediaciones de la iglesia se encontraba Belén Valdés, que había viajado desde Madrid con un grupo de jóvenes para participar en la visita del Papa a Barcelona.
“Me hace mucha ilusión estar aquí, porque la Iglesia está viva y este Papa está haciendo mucho bien –afirmó-. Creo que bendecir la Sagrada Familia puede ser un símbolo y un impulso para incrementar la fe”.
También destacó que ha vivido esta experiencia “como una preparación a la Jornada Mundial de la Juventud y como un camino para seguir fomentando la espiritualidad y el amor a Jesucristo”.
Homilía valiente
Tras escuchar unas lecturas bíblicas con referencias a la alegría del día consagrado a Dios, a la construcción del templo y a la persona como templo, y a la salvación que Jesús lleva al pecador Zaqueo, el Pontífice pronunció una homilía directa y valiente.
En ella, se refirió al templo de la Sagrada Familia como a una “suma admirable de técnica, de arte y de fe” y mostró su alegría por poder presidir su dedicación.
Destacó como una de las tareas más importantes de hoy la de “superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temopral y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza”.
Invitó a “juntos mostrar al mundo el rostro de Dios” como Gaudí. “Ésta es la gran tarea, mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia”, afirmó.
Afirmó que los progresos técnicos, sociales y culturales deben estar acompañados de los “progresos morales, como la protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural”.
Simbolismo y belleza
El rito de dedicación de la iglesia, así como la liturgia en su conjunto, estuvieron llenos de simbolismo, con la aspersión de los muros, la unción del altar con aceite, la preparación de ese altar para la consagración, la elevación del incienso, el encendido de velas, etcétera.
La música, que combinó cantos habituales en las celebraciones litúrgicas en Cataluña con otros clásicos como el Panis Angelicus de César Franck y el Aleluya de Haendel, ayudó a embellecer la celebración.
Entre los centenares de cantores y músicos de diversas agrupaciones se encontraba Maite Romero, de la Coral Canticorum del barrio barcelonés de la Guineueta, quien expresó su alegría e ilusión por participar en la ceremonia.
“Es una experiencia única y para mí, como creyente, también es importantísimo poder ver al Papa”, declaró.
Las ofrendas –el pan y el vino- fueron entregadas al Papa por dos monjas de la comunidad de Mataró de la congregación de las Siervas de María, un matrimonio de dos inmigrantes pertenecientes a la parroquia de la Sagrada Familia y una familia de cinco hijos de entre 3 y 13 años de edad.
“Representar a las familias en este acto con el Papa ha sido emocionante, ha habido un antes y un después –explicó a ZENIT el padre de esta familia numerosa, Pablo Baurier-. Para nosotros, ha sido un signo de ofrecimiento”.
Perteneciente a un grupo de matrimonios de espiritualidad jesuita, la pareja quedó impresionada por la mirada cercana de Benedicto XVI, quien preguntó a los niños sus nombres y expresó un sencillo “gracias” al recibir las ofrendas del matrimonio.
Según Baurier, “en una sociedad cada vez menos creyente, es importante el papel de la familia y el nacimiento de las vocaciones”.
“Nosotros nos esforzamos por educar a nuestros hijos para hacer de ellos personas para los demás, como decía el Padre Arrupe, atentas y sensibles con su entorno y que sepan transmitir el mensaje ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, añadió.
Ya era casi la una del mediodía cuando el cardenal Martínez Sistach leyó la bula papal que certifica la concesión del título de basílica a la Sagrada Familia, y la mostró con satisfacción a los participantes, que aplaudieron efusivamente.
El Papa se dirigió entonces al exterior del templo para rezar el Ángelus ante la fachada de la Natividad, mientras los asistentes cantaban a la Virgen el canto del Virolai, junto con la escolanía de Montserrat.
Dos grandes alfombras de flores y elementos naturales que representaban la Basílica de San Pedro del Vaticano y la Sagrada Familia de Barcelona adornaban el suelo la salida del templo.
La misa acabó con la bendición final y un fuerte aplauso. Benedicto XVI salió por la puerta de la Gloria y, tras diversos saludos, corrió la cortina que escondía la placa conmemorativa de este histórico acontecimiento.
Una de las personas que el Papa saludó al finalizar el acto fue el iniciador del Camino Neocatecumenal, el pintor Kiko Argüello, que mostró a ZENIT su admiración por el templo de la Sagrada Familia y su “arte integral”.
También lamentó la “apostasía de Europa” y la falta de ideales en muchos jóvenes, pero añadió que “la familia cristiana salvará Europa y la sociedad”.
Familiaridad
La vuelta del Papa al palacio episcopal en papamóvil también fue seguida por multitud de personas que lo aclamaron en las calles.
Benedicto XVI compartió la comida en el arzobispado con cardenales y obispos y con su séquito.
Por la tarde, viajó en coche cerrado, también aclamado por las calles, hasta la sede central de la Obra Benéfico-Social Niño Dios.
En este lugar de atención a las personas con alguna disminución, el Papa se mostró especialmente cercano, afectuoso y sonriente.
Tomó la iniciativa al saludar a algunos de los beneficiarios de los servicios de esta institución del arzobispado, agachándose para acercarse a algunos de ellos sentados en sillas de ruedas y expresando muestras de cariño.
En la capilla, se detuvo a rezar arrodillado ante el Santísimo y los asistentes se unieron en silencio a su oración.
Un grupo de alumnos le ofreció un canto con acompañamiento de guitarra y los distintos discursos aludieron, en un clima de familiaridad, la defensa de la dignidad de toda vida humana y la predilección de Dios por los débiles.
Con una sencilla liturgia, bendijo la primera piedra de un nuevo edificio que, bajo el nombre de Benedicto XVI, esta obra dedicará a la acogida de adultos con alguna disminución.
Despedida
Al salir del edificio, se detuvo a saludar y escuchar a algunas personas que lo aclamaban tras las vallas de seguridad y que se despidieron de él con la canción Adiós con el corazón.
Ya anocheciendo, el coche del Papa salió hacia el aeropuerto, donde tuvieron lugar otra breve conversación con los reyes de España y un breve encuentro con el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en el que también participóel secretario de Estado vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone.
La segunda visita de Benedicto XVI a España concluyó con una ceremonia oficial de despedida con honores militares, con discursos del rey Juan Carlos I y del Papa.
Durante las “horas gratas y llenas de emoción en Santiago y Barcelona”, le dijo el monarca al Papa ante las autoridades, “nos habéis vuelto a expresar vuestra amistad, cercanía y afecto”.
“Nos habéis colmado con palabras de paz y solidaridad, de fraternidad y espiritualidad, llenas de esperanza –afirmó -. Gracias de todo corazón por vuestra memorable visita”.
Le deseó feliz regreso a Roma y aseguró: “Os esperamos con especial ilusión el próximo mes de agosto en Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud”.
Entre cantos y aclamaciones de fieles congregados en el aeropuerto de Barcelona, estrechó la mano a diversas autoridades civiles y eclesiásticas del país, saludó a los asistentes y se despidió con las manos, antes de que el avión despegara hacia Roma.
Son algunos de los gestos y vivencias que el Papa regaló y recibió este domingo en Barcelona, donde dedicó el templo de la Sagrada Familia, comió en el arzobispado, visitó la sede central de la Obra Benéfico-Social Niño Dios, se reunió con los reyes y con el presidente del Gobierno de España, fue aclamado por miles de personas y conversó brevemente con algunas de ellas.
La primera imagen que vio el mundo del intenso día de Benedicto XVI en la capital catalana fue su salida en papamóvil del palacio episcopal a las nueve de la mañana.
Miles de personas lo aclamaron con vítores y ondeando banderas por las calles de la ciudad en todo el recorrido que realizó desde la catedral hasta el templo expiatorio de la Sagrada Familia.
Algunas corrían junto al papamóvil breves tramos. Él saludaba y continuamente bendecía con la mano.
Al llegar a las inmediaciones de la enorme y original iglesia de Antonio Gaudí, numerosos globos blancos y amarillos se elevaron hacia el cielo, mientras sonaban cantos espontáneos de grupos de jóvenes, algunos de los cuales coreaban el nombre del Pontífice.
Mientras tanto, en el interior de la Sagrada Familia, el murmullo de las 6.500 personas que iban a celebrar la misa dentro del templo se mezclaba con los ensayos de las corales y del órgano y los gritos de júbilo del exterior.
El papamóvil dio la vuelta a la iglesia y se detuvo ante la fachada de la Gloria. Benedicto XVI se apeó y saludó a diversas autoridades, entre ellas los reyes de España, con quien mantuvo un encuentro de cerca de media hora.
El cielo en la tierra
Con puntualidad alemana, la celebración eucarística empezó a las diez de la mañana con la apertura de la gran puerta de la iglesia por parte de Benedicto XVI.
Los fieles se pusieron en pie y recibieron al Papa con un fuerte aplauso. La procesión de entrada estuvo acompañada por el canto del Aleluya.
El Pontífice avanzaba lentamente, bendiciendo. Estrechó la mano a algunos fieles, besó a algunos niños y acarició a algunas personas con discapacidad.
Subió las escaleras del presbiterio con la ayuda de sus asistentes y se sentó en un trono, bajo la imagen de una paloma, rodeado de numerosos cardenales, obispos y sacerdotes.
El arzobispo de Barcelona, el cardenal Lluís Martínez Sistach pronunció unas palabras de agradecimiento y aseguró la oración de la Iglesia de Barcelona por el Papa.
Afirmó que Benedicto XVI reafirma la solidaridad y la identidad cristiana en medio de las incertidumbres.
Y aseguró que hoy el Papa, en la Sagrada Familia, hacía realidad el sueño de Gaudí de que el cielo esté en la tierra, de una Jerusalén celestial unida en torno al sucesor de Pedro.
Al acabar su discurso, Benedicto XVI le entregó como regalo un copón, que el purpurado mostró a la asamblea.
A continuación, el arquitecto director de las obras de la Sagrada Familia, Jordi Bonet, se dirigió al Papa y a los asistentes en nombre de todos los que han trabajado para levantar esta gran obra que hoy se dedicó a Dios.
Tras besar efusivamente el anillo del Papa, le entregó la llave del templo, que Benedicto XVI bendijo.
Seguidamente, el Obispo de Roma dio comienzo a la celebración en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En el exterior del templo, 36.500 personas participaban en la celebración desde las calles más cercanas y otras 15.000 desde una plaza de toros cercana, ascendiendo a 250.000 las personas que presenciaron la misa, según la Guardia Urbana.
En una de las miles de sillas colocadas en las inmediaciones de la iglesia se encontraba Belén Valdés, que había viajado desde Madrid con un grupo de jóvenes para participar en la visita del Papa a Barcelona.
“Me hace mucha ilusión estar aquí, porque la Iglesia está viva y este Papa está haciendo mucho bien –afirmó-. Creo que bendecir la Sagrada Familia puede ser un símbolo y un impulso para incrementar la fe”.
También destacó que ha vivido esta experiencia “como una preparación a la Jornada Mundial de la Juventud y como un camino para seguir fomentando la espiritualidad y el amor a Jesucristo”.
Homilía valiente
Tras escuchar unas lecturas bíblicas con referencias a la alegría del día consagrado a Dios, a la construcción del templo y a la persona como templo, y a la salvación que Jesús lleva al pecador Zaqueo, el Pontífice pronunció una homilía directa y valiente.
En ella, se refirió al templo de la Sagrada Familia como a una “suma admirable de técnica, de arte y de fe” y mostró su alegría por poder presidir su dedicación.
Destacó como una de las tareas más importantes de hoy la de “superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temopral y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza”.
Invitó a “juntos mostrar al mundo el rostro de Dios” como Gaudí. “Ésta es la gran tarea, mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia”, afirmó.
Afirmó que los progresos técnicos, sociales y culturales deben estar acompañados de los “progresos morales, como la protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural”.
Simbolismo y belleza
El rito de dedicación de la iglesia, así como la liturgia en su conjunto, estuvieron llenos de simbolismo, con la aspersión de los muros, la unción del altar con aceite, la preparación de ese altar para la consagración, la elevación del incienso, el encendido de velas, etcétera.
La música, que combinó cantos habituales en las celebraciones litúrgicas en Cataluña con otros clásicos como el Panis Angelicus de César Franck y el Aleluya de Haendel, ayudó a embellecer la celebración.
Entre los centenares de cantores y músicos de diversas agrupaciones se encontraba Maite Romero, de la Coral Canticorum del barrio barcelonés de la Guineueta, quien expresó su alegría e ilusión por participar en la ceremonia.
“Es una experiencia única y para mí, como creyente, también es importantísimo poder ver al Papa”, declaró.
Las ofrendas –el pan y el vino- fueron entregadas al Papa por dos monjas de la comunidad de Mataró de la congregación de las Siervas de María, un matrimonio de dos inmigrantes pertenecientes a la parroquia de la Sagrada Familia y una familia de cinco hijos de entre 3 y 13 años de edad.
“Representar a las familias en este acto con el Papa ha sido emocionante, ha habido un antes y un después –explicó a ZENIT el padre de esta familia numerosa, Pablo Baurier-. Para nosotros, ha sido un signo de ofrecimiento”.
Perteneciente a un grupo de matrimonios de espiritualidad jesuita, la pareja quedó impresionada por la mirada cercana de Benedicto XVI, quien preguntó a los niños sus nombres y expresó un sencillo “gracias” al recibir las ofrendas del matrimonio.
Según Baurier, “en una sociedad cada vez menos creyente, es importante el papel de la familia y el nacimiento de las vocaciones”.
“Nosotros nos esforzamos por educar a nuestros hijos para hacer de ellos personas para los demás, como decía el Padre Arrupe, atentas y sensibles con su entorno y que sepan transmitir el mensaje ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, añadió.
Ya era casi la una del mediodía cuando el cardenal Martínez Sistach leyó la bula papal que certifica la concesión del título de basílica a la Sagrada Familia, y la mostró con satisfacción a los participantes, que aplaudieron efusivamente.
El Papa se dirigió entonces al exterior del templo para rezar el Ángelus ante la fachada de la Natividad, mientras los asistentes cantaban a la Virgen el canto del Virolai, junto con la escolanía de Montserrat.
Dos grandes alfombras de flores y elementos naturales que representaban la Basílica de San Pedro del Vaticano y la Sagrada Familia de Barcelona adornaban el suelo la salida del templo.
La misa acabó con la bendición final y un fuerte aplauso. Benedicto XVI salió por la puerta de la Gloria y, tras diversos saludos, corrió la cortina que escondía la placa conmemorativa de este histórico acontecimiento.
Una de las personas que el Papa saludó al finalizar el acto fue el iniciador del Camino Neocatecumenal, el pintor Kiko Argüello, que mostró a ZENIT su admiración por el templo de la Sagrada Familia y su “arte integral”.
También lamentó la “apostasía de Europa” y la falta de ideales en muchos jóvenes, pero añadió que “la familia cristiana salvará Europa y la sociedad”.
Familiaridad
La vuelta del Papa al palacio episcopal en papamóvil también fue seguida por multitud de personas que lo aclamaron en las calles.
Benedicto XVI compartió la comida en el arzobispado con cardenales y obispos y con su séquito.
Por la tarde, viajó en coche cerrado, también aclamado por las calles, hasta la sede central de la Obra Benéfico-Social Niño Dios.
En este lugar de atención a las personas con alguna disminución, el Papa se mostró especialmente cercano, afectuoso y sonriente.
Tomó la iniciativa al saludar a algunos de los beneficiarios de los servicios de esta institución del arzobispado, agachándose para acercarse a algunos de ellos sentados en sillas de ruedas y expresando muestras de cariño.
En la capilla, se detuvo a rezar arrodillado ante el Santísimo y los asistentes se unieron en silencio a su oración.
Un grupo de alumnos le ofreció un canto con acompañamiento de guitarra y los distintos discursos aludieron, en un clima de familiaridad, la defensa de la dignidad de toda vida humana y la predilección de Dios por los débiles.
Con una sencilla liturgia, bendijo la primera piedra de un nuevo edificio que, bajo el nombre de Benedicto XVI, esta obra dedicará a la acogida de adultos con alguna disminución.
Despedida
Al salir del edificio, se detuvo a saludar y escuchar a algunas personas que lo aclamaban tras las vallas de seguridad y que se despidieron de él con la canción Adiós con el corazón.
Ya anocheciendo, el coche del Papa salió hacia el aeropuerto, donde tuvieron lugar otra breve conversación con los reyes de España y un breve encuentro con el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en el que también participóel secretario de Estado vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone.
La segunda visita de Benedicto XVI a España concluyó con una ceremonia oficial de despedida con honores militares, con discursos del rey Juan Carlos I y del Papa.
Durante las “horas gratas y llenas de emoción en Santiago y Barcelona”, le dijo el monarca al Papa ante las autoridades, “nos habéis vuelto a expresar vuestra amistad, cercanía y afecto”.
“Nos habéis colmado con palabras de paz y solidaridad, de fraternidad y espiritualidad, llenas de esperanza –afirmó -. Gracias de todo corazón por vuestra memorable visita”.
Le deseó feliz regreso a Roma y aseguró: “Os esperamos con especial ilusión el próximo mes de agosto en Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud”.
Entre cantos y aclamaciones de fieles congregados en el aeropuerto de Barcelona, estrechó la mano a diversas autoridades civiles y eclesiásticas del país, saludó a los asistentes y se despidió con las manos, antes de que el avión despegara hacia Roma.