4/29/11

JUAN PABLO II Y LA ALEGRÍA PASCUAL


Monseñor Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España

La próxima Beatificación del Siervo de Dios Karol Wojtyla ha suscitado gran alegría y gozo en toda la Cristiandad, comenzando por el mismo Benedicto XVI que se manifestaba de esta manera: “Quienes le conocieron, quienes le estimaron y amaron, se alegrarán con la Iglesia por este acontecimiento. ¡Estamos felices!” (Ángelus 16.1.2011). La demanda de “¡Santo súbito!”, el día de su fallecimiento, 2 de abril de 2005, ha sido atendida con rigor y prontitud observando íntegramente las comunes disposiciones canónicas referentes a las Causas de beatificación y de canonización.
¿Por qué este júbilo? Pues sencillamente porque estamos ante un testigo apasionado de Cristo desde su juventud hasta su último aliento. Esta vida ejemplar la  percibieron no sólo los católicos, sino también los cristianos de otras confesiones y los hombres y mujeres más alejados de la Iglesia. El secreto de la santidad de Juan Pablo II es: su fe firme en Dios, su  amor y defensa de la verdad sobre el hombre, su confianza en Cristo como  esposo de la Iglesia y Señor de la historia, su cálida devoción a la María (“Totus Tuus”), su carisma de comunicador misionero de la Buena Noticia, su liderazgo moral internacional, su alegría constante en medio de tanto sufrimientos personales y eclesiales.
Desde el comienzo del Pontificado de este hijo de Polonia (16.10.1978), todos percibimos que algo nuevo había entrado en la Iglesia Católica. Aquella primera exclamación “No tengáis miedo, ¡abrid las puertas a Cristo!” marcará el tercer pontificado más largo de la historia de la cristiandad. Las diecisiete Cartas Apostólicas, las catorce Encíclicas, las once Exhortaciones, sus libros, y una multitud de discursos y homilías, sólo tienen un rostro: ¡Cristo salvador del hombre!
Su espíritu apostólico le llevó a realizar 104 viajes que cubrieron 130 países, además de las visitas hechas a diversas ciudades italianas y a las distintas parroquias romanas. Con él iba siempre un mensaje de liberación para el hombre, por eso condenará el capitalismo salvaje, será paladín de los oprimidos, de los derechos humanos y de la libertad religiosa, un gran luchador contra el nacionalsocialismo y el marxismo, de tal manera, que los historiadores reconocen el gran papel que  jugó en la caída del comunismo en Europa oriental en 1989. Habló siempre con verdad y libertad evangélica a los poderosos de la tierra fuesen del color político que fuesen. Como hombre pacífico y constructor de la paz convocará en Asís a los grandes líderes religiosos del mundo para hacer patente que no se puede utilizar la religión para enfrentarse entre los hermanos. Tampoco andará con ambigüedades cuando tenga que decir ¡no a la guerra! como sucedió en el 2003 en el caso de Irak. En su defensa por la justicia social reclamará un papel más digno de la mujer en las diversas esferas sociales y laborales, denunciará una globalización puramente económica que olvida la solidaridad entre los pueblos.
Amonestó con dulzura a aquellos que se desviaban del camino de la fe de la Iglesia. No regalo los oídos a los jóvenes, sino que, con amor de padre, les predicaba las exigencias del Reino de Dios, por ello, le seguían hasta congregar miles y millones en los diversos viajes y en las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Hizo del perdón su bandera. Todos vimos como perdonaba al agresor del atentado del 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro, y de cómo no tuvo reparo de pedir perdón por los pecados históricos de los hijos de la Iglesia en el Año Jubilar del 2000. También su pasión por la Unidad de los Cristianos  y el Ecumenismo le llevará a predicar en una Iglesia protestante, hablar en una sinagoga y a pisar una mezquita.
En una fecha tan significativa para el Papa Wytyla como es el domingo de la Divina Misericordia, que además este año coincide con el 1 de mayo, su sucesor Benedicto XVI, proclamará cómo el gozo y la alegría de esta Pascua tiene un nombre: Beato Juan Pablo II, “el Magno”.
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