12/02/11

Dios y nosotros


Se sitúa a los fieles laicos en la vanguardia de la Nueva evangelización, precisamente porque ellos son los que de modo más concreto pueden proponer a todos los que les rodean la cuestión de Dios

      “La cuestión de Dios hoy” no es tema sólo para los no creyentes. Lo ha abordado Benedicto XVI en la sesión plenaria del Consejo Pontificio Consejo para los laicos (25-XI-2011), señalando certeramente el rumbo. Y atención a los matices.

La cuestión de Dios es "la cuestión de las cuestiones"

      El punto de partida es que la cuestión de Dios es siempre el principio de la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta misión incluye esencialmente proponer siempre el “recomenzar desde Dios”. De hecho «una mentalidad que se ha ido difundiéndose en nuestro tiempo, renunciando a toda referencia a lo transcendente, se ha demostrado incapaz de comprender y preservar al hombre». Y estas son las consecuencias: «La difusión de esta mentalidad ha generado la crisis que vivimos hoy, que es crisis del significado de los valores, antes que crisis económica y social». El motivo: «el hombre que busca existir sólo de modo positivista, limitado por lo que se calcula y se mide, al final queda asfixiado».
      En este marco, deduce el Papa, «la cuestión de Dios es, en cierto sentido, “la cuestión de las cuestiones”», pues «nos lleva a las preguntas de fondo del hombre, a las aspiraciones de verdad, de felicitad y de libertad que están en su corazón, que buscan ser colmadas». De hecho, «el hombre que despierta en sí mismo la pregunta sobre Dios se abre a la esperanza, a una esperanza confiada, por la que vale la pena afrontar la fatiga del camino en el presente» (cf. enc. Spe salvi, n. 1). Empezar de nuevo con Dios es también una de las conclusiones de su libro entrevista (2010).

A Dios se le encuentra a través de quienes le conocen

      A continuación, se pregunta Benedicto XVI: ¿cómo despertar la pregunta sobre Dios? Teniendo en cuenta que comenzar a ser cristiano no es una decisión ética o una gran idea sino el encuentro con un acontecimiento con una Persona, Cristo (cf.Deus caritas est, 1), «la pregunta sobre Dios se despierta mediante el encuentro con quien tiene el don de la fe, con quien tiene una relación vital con el Señor». Es decir, «a Dios se le conoce a través de hombres y mujeres que lo conocen». Con otras palabras: «El camino hacia Él pasa, de modo concreto, a través de quien lo ha encontrado».
      Es aquí, continúa el Papa, donde los fieles laicos tienen un papel importante. Según la exhortación Christifideles laici, ellos tienen como vocación propia, dentro de la misión de la Iglesia, por motivo de su “índole secular”, como modalidad propia e insustituible, la animación cristiana del orden temporal (cf. n. 36). Esto significa, en nuestro tiempo, lo siguiente: «Estáis llamados a ofrecer un testimonio transparente de la relevancia de la cuestión de Dios en todos los campos del pensamiento y del obrar».
      Con ello se sitúa a los fieles laicos en la vanguardia de la Nueva evangelización, precisamente porque ellos son los que de modo más concreto pueden proponer a todos los que les rodean la cuestión de Dios. Más concretamente: «En la familia, en el trabajo, como también en la política y en la economía, el hombre necesita ver con los propios ojos y tocar con la mano como con Dios o sin Dios todo cambia».

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      Entonces, cabría pensar, lo que se dice es que la cuestión de Dios es cosa que los fieles laicos han de proponer a “los otros”, es decir, a los no creyentes. Pues sí, pero no sólo eso; porque en relación con Dios, nunca se trata primero de “los otros” sino de “nosotros”: y ante todo, me afecta a mí personalmente y como miembro del “nosotros” eclesial.
      Lo expresa con claridad Benedicto XVI: «El desafío de una mentalidad cerrada a lo transcendente obliga también a los cristianos mismos a volver de modo más decidido a la centralidad de Dios». Se detiene explicando cómo «a veces se ha procurado que la presencia de los cristianos en lo social, en la política o en la economía resultase más incisiva, y quizá no se ha buscado al mismo tiempo la solidez de su fe, como si fuese un dato adquirido de una vez por todas». Es éste un argumento que aparece también en la carta reciente Porta fidei (cf. n 2): la fe no se puede dar por supuesta, sobre todo cuando se trata de una fe vivida.
      ¿Y por qué ahora no hay que dar por supuesta la fe? Porque los cristianos no son ni extraterrestres, ni seres angélicos o espíritus puros que sobrevuelan un mundo en crisis de fe.
      Es el argumento del Papa: «En realidad los cristianos no habitan un planeta lejano, inmune a las “enfermedades” del mundo, sino que comparten las turbaciones, la desorientación y las dificultades de su tiempo».
      En consecuencia: «Por eso no es menos urgente volver a proponer la cuestión de Dios también en el mismo tejido eclesial». De hecho, observa, «cuántas veces, a pesar de considerarse como cristianos, Dios no es el punto de referencia central en el modo de pensar y de actuar, en las opciones fundamentales de la vida».
      Dios y nosotros. Así se titulaba un libro de Jean Daniélou, publicado poco antes del Concilio Vaticano II. Y esa sigue siendo, agudizada, con sus desafíos y sus horizontes, hoy la cuestión. 

Formación para la conversión y la Nueva evangelización

      Al hablar de los cristianos, es claro que incluye a toda la Iglesia, el “nosotros” de los cristianos. No se trata de un problema “sólo” de los fieles laicos; si así fuera, y si esto lo dijeran los clérigos, podría sonar a un cierto paternalismo, de quienes tienen a su cargo a “otros”. Pero no. Esto nos implica a todos los cristianos. También, por tanto, a los ministros sagrados y a los miembros de la vida religiosa.
      Así llega Benedicto XVI a lo que denomina la primera respuesta: «La primera respuesta al gran desafío de nuestro tiempo está entonces en la conversión profunda de nuestro corazón para que el Bautismo que nos ha hecho luz del mundo y sal de la tierra pueda verdaderamente transformarnos».
      Y como la conversión personal es la primera respuesta, de ahí arrancan, para la formación de todos (también de los laicos, pero no sólo de ellos), preguntas bien concretas. Por ejemplo: ¿cómo posibilitar esa conversión a los cristianos, según su propia condición; ese comenzar por Dios, personalmente y desde el “nosotros” de la Iglesia, que se traduzca en autenticidad de vida y por tanto de misión? ¿Qué itinerarios de fe, de formación para los sacramentos, de vida moral y de oración hay que recorrer? ¿Y cómo hacerlo en la vida familiar y profesional, cultural y social?