‘Especialmente con los más
necesitados’
Ramiro Pellitero
«La fe debe realizarse en la vida sobre todo en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres. Este es el trasfondo con el que se debe leer también la famosa frase: “Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”» (Benedicto XVI)
Vivir el amor, especialmente con los más necesitados, se perfila hoy como una necesidad y una llamada a la Iglesia y a los cristianos. En primer lugar, como redescubrimiento de que la caridad es esencial en la misión evangelizadora. En segundo término, puede verse en necesaria coherencia con la Eucaristía vivida plenamente. Por último, se trata de una insistencia apremiante en los últimos pontificados.
La caridad es esencial en la misión de la Iglesia
En la encíclica Deus caritas est, queda claro que la Palabra, el culto y la caridad son los elementos que expresan la Iglesia. La Palabra es Cristo mismo vivo y anunciado por la Iglesia en la transmisión de la fe. El culto es acción oficial y pública de la Iglesia, en alabanza y agradecimiento al Padre, a través de Cristo por la acción del Espíritu Santo. Por la Palabra y el Culto se edifica la caridad, que es, según la tradición teológica, la “sustancia” misma de la Iglesia. Por eso la Iglesia es designada en la encíclica con todo sentido, “comunidad de amor”, como manifestación del amor de la Trinidad.
Desde los primeros cristianos
Palabra, culto y caridad son los elementos esenciales por los que la Iglesia se edifica. Así aparecen ya desde los comienzos entre los primeros cristianos. Para los fieles de las primeras generaciones, participar en la liturgia eucarística no consistía simplemente en rezar, cantar juntos y dialogar con el celebrante, sino también aportar una ofrenda para concretar la participación personal en la comunión y forjar la comunidad entre todos, ricos y pobres, en una misma fraternidad. De este modo, los cristianos buscaban sobrepasar el juridicismo de la Ley para expresar el descubrimiento del Evangelio.
Todo esto se comprueba, según la encíclica Deus caritas est, en el relato lucano de los Hechos. Como actividades fundamentales de los primeros cristianos en Jerusalén se enumeran: la adhesión a la “enseñanza de los Apóstoles” (Palabra), la “fracción del pan” y la “oración” (celebración del culto) y la “comunión” (caridad). La comunión se manifestaba en que «los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían sus posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno». Es decir, resume Benedicto XVI: tenían todo en común y entre ellos, ya no había diferencia entre ricos y pobres.
Sabemos que San Pablo se ocupó, entre el año 50 y el 58, de que las Iglesias jóvenes ayudaran a la Iglesia de Jerusalén. Este ideal de la “comunión” de bienes se recoge en los autores cristianos de los siglos II-III, y puede verse como un germen del principio del destino universal de los bienes, recordado por el Concilio Vaticano II y por toda la Doctrina social de la Iglesia, desde los años sesenta del último siglo.
Este ejercicio de la caridad, el cuidado material y espiritual del prójimo, subraya Benedicto XVI, se manifiesta desde el principio como formando parte de la “estructura fundamental de la Iglesia”. La caridad ha de entenderse en el mismo nivel que la Palabra y que el Sacramento. No es una consecuencia que viene “después”, como un “plus” que puede añadirse al conocimiento de la fe y a la comunicación con Dios por la oración y los sacramentos. Hay que reconocer la oportunidad y la importancia decisiva de este principio que la encíclica viene a “redescubrir”.
Un mandamiento siempre nuevo
Esto, que la Iglesia ha enseñado desde los primeros siglos, sigue siendo un “mandamiento nuevo”, en el sentido de que constituye el secreto de la gran revolución, cada vez más apremiante, que los cristianos hemos de hacer en este mundo. En otro sentido, seguirá siendo siempre una novedad: no solo porque espera las realizaciones concretas de nuevas personas en nuevas circunstancias, sino porque la caridad es el amor mismo de Dios, encarnado en Cristo, que hace radicalmente nuevas todas las cosas.
El amor es el criterio fundamental para juzgar todo lo que se hace en el cristianismo, sea a nivel personal como a nivel eclesial. Es, al mismo tiempo, el signo definitivo de la autenticidad del Evangelio, y, por eso, de su credibilidad.
Palabra, culto, caridad: la estructura de la misión
La caridad, junto con el anuncio de la fe (la Palabra) y la celebración de los sacramentos (el culto), pertenece a la naturaleza de la Iglesia, como manifestación irrenunciable de su propia esencia. La caridad es, cabría resumir en pocas palabras, la expresión operativa, dinámica y sintética de la naturaleza de la Iglesia.
Palabra, culto y caridad son, pues, tres aspectos o tres facetas de la única misión de la Iglesia y de los cristianos, que está orientada a todos los pueblos y culturas. He aquí por tanto, los tres elementos fundamentales que conforman lo que bien puede ser llamado la estructura de la misión. La Iglesia entera, y cada uno de los cristianos en ella, están continuamente “en misión”. Ser Iglesia no consiste en otra cosa que en dejarse llenar del mismo amor de Dios que llena el corazón de Cristo y, por la acción del Espíritu Santo, comunicarlo a los demás con la coherencia de la vida y de las obras.
Dicho brevemente: la misión de la Iglesia, y por tanto la de cada cristiano en ella, tiene como raíz, fruto y síntesis el amor: «Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano... Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, también materiales, de los hombres».
La Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia renovada y cada vez más sistemática de esta realidad, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, en continuidad con su Tradición, y el discernimiento teológico que tuvo lugar posteriormente. Juan Pablo II señaló que la preocupación por lo social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia y que «la promoción humana forma parte de la evangelización, pues ésta tiende a la liberación integral de la persona».
Eucaristía y compromiso en la caridad y en la justicia
Por estos motivos, una vivencia cabal de la Eucaristía, centro y sacramento del amor cristiano, conduce al compromiso en la caridad y en la justicia. Un compromiso que da un sentido pleno a la actitud de la solidaridad.
Los primeros cristianos, lo hemos visto ya, lo hacían a su manera: celebraban la Eucaristía y luego tenían una comida. La liturgia les llevaba al compromiso (en la caridad y en la justicia). Y es que la Eucaristía reclama el amor; el amor y la justicia reclaman al mismo tiempo la Eucaristía; desde la Eucaristía el cristiano se compromete a la vez con Dios y con el mundo. La Eucaristía es, por eso, semilla para hacer familia en el mundo. Veámoslo más despacio.
La Eucaristía reclama la coherencia del amor
No podemos compartir ese “pan divino” cotidiano, si no estamos dispuestos a compartir el pan humano de cada día y, por tanto, trabajar por un orden justo y fraternal en el mundo, atendiendo especialmente a los pobres, a los enfermos, a los más necesitados.
Sin el amor, decía Juan Pablo II, el mensaje del Evangelio podría perderse en “el mar de las palabras”. Según Teresa de Calcuta, la principal razón de la increencia es que a menudo los cristianos no somos coherentes. Y Josemaría Escrivá se refería a los pobres como al mejor “libro espiritual” del que aprender y el motivo principal para la oración y la compasión.
Por eso toda comunidad cristiana, comenzando por las familias, y siguiendo por las parroquias, las escuelas de inspiración cristiana, los grupos y movimientos eclesiales, etc., han de saber enseñar y promover la preocupación concreta por los necesitados como un signo del amor. Esto implica, obviamente, abrirles las puertas del corazón, de la casa y de la vida.
El amor y la justicia reclaman al mismo tiempo la Eucaristía
Como también Benedicto XVI señala en su encíclica, para el cristiano resultaría incoherente un servicio meramente filantrópico. Es la vida nueva de Cristo desde la Eucaristía la que el cristiano se compromete a extender, con el amor y la justicia, en su propia vida y en la del mundo.
De nuevo leemos en Teresa de Calcuta: «Si no somos capaces de ver a Cristo en el pan, tampoco lo descubriremos bajo la humilde apariencia de los demacrados cuerpos de los pobres». Y a la vez vuelve a recordar: «Nuestra Eucaristía está incompleta si no nos lleva a servir y amar a los pobres». Podría ser una celebración narcisista y fragmentaria, insuficiente e incluso indigna.
«A Dios le conocemos —escribió Dorothy Day— en el acto de partir el pan, y unos a otros nos conocemos en el acto de partir el pan, y ya nunca más estamos solos». Hacer familia desde la Eucaristía es promover la solidaridad, el compromiso en el mundo a favor del amor y de la justicia. Cabe distinguir dos formas esenciales de este compromiso.
Las obras de misericordia y la transformación de las estructuras sociales
En primer lugar, todo cristiano ha de ejercitar las “obras de misericordia”, espirituales y corporales, que resumen la atención inmediata a los más necesitados, y que la Iglesia ha impulsado desde el principio.
En segundo lugar, los cristianos, y en particular los fieles laicos, deben procurar la transformación “efectiva” de las estructuras sociales, sirviendo también especialmente a los más necesitados.
Se trata de dos modos de ayuda a los necesitados que no se sustituyen sino que se complementan. Las obras de misericordia impulsan el cambio de las estructuras sociales, y viceversa.
Esto debería enseñarse comenzando en el interior de cada familia, donde las personas importan por lo que son, y no por lo que tienen, y desde la familia: porque el cambio más radical en las estructuras sociales es hacer familia de la sociedad. Lograrlo exigiría una masiva inversión en la solidaridad.
Jóvenes de todo el mundo captan esta necesidad cuando se sienten atraídos por el voluntariado. Es un modo de dar y recibir, de ayudar a la madurez de la personalidad, abrir horizontes, preparar cristianos con los que pueden contar la Iglesia y la sociedad. Es un gran “medio” para superar el escepticismo y el aburrimiento existencial que muchos intentan matar con la bebida o la droga. Es, de modo indirecto, un semillero de las vocaciones que necesita la Iglesia.
Vivir el amor “especialmente con los más necesitados”
A propósito de vivir el amor, en los párrafos anteriores ha surgido en varias ocasiones la referencia especial a los más necesitados. Sin duda como fruto de la experiencia eclesial y la reflexión teológica, se encuentra esta referencia de modo recurrente en los últimos pontificados, sobre todo desde Juan Pablo II; como si hubiera un particular interés en urgir ese camino concreto y eficaz, para la tarea que los cristianos tenemos por delante en el mundo.
La encíclica Deus caritas est no sólo afirma que la caridad, en general, pertenece a la sustancia del cristianismo, sino que el amor a los necesitados es un signo privilegiado de la caridad.
Un signo privilegiado del amor…
«Practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra». Y los necesitados están muy cerca de nosotros: son los pobres y los drogadictos, las personas que han sido abandonadas, las madres solteras, los enfermos.
El testimonio, recogido en la encíclica, de Tertuliano a este respecto (el asombro de los paganos ante la solicitud de los cristianos por los necesitados), se renueva hoy por todas partes: se sabe que uno de los factores más importantes en las conversiones que están teniendo lugar, por ejemplo, en Oriente, es el testimonio de la caridad, del amor desinteresado de los cristianos.
Ya nos hemos referido también a la sensibilidad particular de los jóvenes en este punto. Tanto es así que a veces tienen que esperar su turno para participar en las actividades de voluntariado. Lo señalaba Benedicto XVI en un discurso a los obispos de Polonia: «Son numerosísimos los jóvenes que manifiestan una profunda sensibilidad ante las necesidades de los demás, especialmente de los pobres, los enfermos, las personas solas y los discapacitados. Por eso, emprenden varias iniciativas para llevar ayuda a los necesitados».
A propósito de la experiencia del voluntariado ha dicho también: «Es muy importante que a los jóvenes no sólo les quede la opción de las discotecas; hay que ofrecerles compromisos en los que vean que son necesarios, que pueden hacer algo bueno. Al sentir este impulso de hacer algo bueno por la humanidad, por alguien, por un grupo, los jóvenes sienten un estímulo a comprometerse y encuentran también la ‘pista’ positiva de un compromiso, de una ética cristiana. Me parece de gran importancia que los jóvenes tengan realmente compromisos cuya necesidad vean, que los guíen por el camino de un servicio positivo para prestar una ayuda inspirada en el amor de Cristo a los hombres, de forma que ellos mismos busquen las fuentes donde pueden encontrar fuerza y estímulo».
La sugerencia de vivir el amor especialmente con los más necesitados aparece una y otra vez a lo largo de su primer año de pontificado. Veamos otros textos.
…también desde los medios de comunicación
A cuantos trabajan en los “medios” de comunicación, Benedicto XVI les anima a promover esta especial preocupación por los más necesitados: «Estoy seguro de que unos serios esfuerzos… ayudarán a los medios a desarrollarse sólidamente como una red de comunicación, comunión y cooperación, ayudando a los hombres, mujeres y niños, a prestar más atención a la dignidad de la persona humana, a ser más responsables y abiertos a los otros, especialmente a los miembros más necesitadosy débiles de la sociedad».
Con el comienzo de la cuaresma, invitaba el Papa a practicar «el ayuno, la limosna y la oración como modo propicio para tener los mismos sentimientos de compasión de Cristo, especialmente para con los más necesitados».
El cuidado por los más necesitados es valioso en la medida en que participa, mediante la oración y los sacramentos, de la relación auténtica con Dios Padre: «El amor… debe traducirse en gestos concretos en favor del prójimo, y en especial en favor de los pobres y los necesitados, subordinando siempre el valor de las ‘obras buenas’ a la sinceridad de la relación con el ‘Padre celestial’, que ‘ve en lo secreto’ y ‘recompensará’ a los que hacen el bien de modo humilde y desinteresado».
Amor desinteresado…
Ese amor que no busca el provecho propio distingue al auténtico misionero, de una manera que puede aplicarse a todo cristiano: «Ser misioneros es atender, como el buen Samaritano, las necesidades de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, porque quien ama con el corazón de Cristo no busca el propio interés, sino únicamente la gloria del Padre y el bien del prójimo».
Se trata de un camino muy adecuado para avanzar en la tarea ecuménica, con vistas a lograr la unidad plena entre los cristianos: «Todos podemos insertarnos en la colaboración en favor de los necesitados, aprovechando esta red de relaciones recíprocas, fruto del diálogo entre nosotros y de la acción común. Con el espíritu del mandamiento evangélico, debemos tener esta amorosa solicitud en favor de los hermanos necesitados, sean quienes sean».
Baste una última cita para resumir la insistencia de Benedicto XVI en este tema: «La fe debe realizarse en la vida sobre todo en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres. Este es el trasfondo con el que se debe leer también la famosa frase: ‘Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta’».
…que exige un compromiso y una conversión radical
Un recuerdo final para Juan Pablo II, que impulsó incansablemente el amor especialmente a los más necesitados. Entre muchos textos, vale la pena reproducir aquí el que sigue, para facilitar la oración y el examen de conciencia, personal y eclesial:
«Un signo distintivo del cristiano debe ser, hoy más que nunca, el amor a los pobres, los débiles y los que sufren. Vivir esteexigente compromiso requiere un vuelco total de aquellos supuestos valores que inducen a buscar el bien solamente para sí mismo: el poder, el placer, el enriquecimiento sin escrúpulos. Sí, los discípulos de Cristo están llamados precisamente a estaconversión radical. Los que se comprometan a seguir este camino experimentarán verdaderamente ‘justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo’, y saborearán ‘un fruto de paz y de justicia’».
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Sin duda, todo esto reclama ser capaces de abrir el corazón y ofrecer la amistad a todo tipo de personas, más allá del propio grupo social o profesional, cultural o religioso, etc.: desafíos que no se consiguen de la noche a la mañana, pero que valen la pena, para promocionar una cultura del amor y una economía diferente, guiada no por el provecho de unos pocos, sino por las necesidades de todos; para mostrar con un rostro renovado la humanidad en nuestra época; para dejar que brille cada vez más la autenticidad (y por tanto la credibilidad) del cristianismo.