¿Libertad o esclavitud?
Madre Mariana Morazzani Arráiz, EP
Aquel que quiere ser libre eximiéndose de la servidumbre legítima de Dios, se transforma en un esclavo y, al contrario, aquel que se hace esclavo de la voluntad de Dios progresa infinitamente en la libertad.
"Al principio Dios creó al hombre, y lo entregó a su propio juicio" (Eclo 15,14). La libertad es un don conferido por Dios exclusivamente a los seres racionales - ángeles y hombres.
"La libertad de la persona, de hecho, tiene su fundamento en su dignidad transcendente: una dignidad que le fue donada por Dios, su Creador, y que la orienta hacia el mismo Dios. El hombre, porque creado a imagen de Dios (cf. Gen. 1,27), es inseparable de la libertad, de aquella libertad que ninguna fuerza o constreñimiento exterior jamás podrá sacarle y que constituye su derecho fundamental, ya sea como individuo, ya sea como miembro de la sociedad. El hombre es libre porque posee la facultad de determinarse en función de la verdad y del bien. El hombre es libre porque posee la facultad de escoger «movido y determinado por una convicción personal interior, y no simplemente por efecto de impulsos instintivos ciegos o por mera coacción externa» (Const. past. Gaudium et Spes, n. 17). Ser libre es poder y querer escoger, es vivir según la propia consciencia".
La libertad es, por tanto, un atributo de la voluntad humana, en virtud de ella, se puede ejecutar una cosa o no, o todavía se puede escoger entre dos cosas opuestas ('libertas arbitrii', libertad de escoger o 'potestas ad opposita' poder de los contrarios). Es también la facultad de escoger los medios dentro de la orden (facultas electiva mediorum servato ordine finis).
Así, siendo la voluntad una facultad que debe querer lo que el entendimiento le propone como reto y conforme a la orden del ser, la libertad no solo no desaparece por seguir los dictámenes de la razón, sino que encuentra en ésta su perfección. El conocimiento intelectual precede a la voluntad e ilumina el camino, como una antorcha en las manos de un viajero o un farol que guía la ruta de un navío.
Entretanto, ella no puede estar sujeta a las pasiones. Cuanto más sea la voluntad independiente del impulso de las pasiones, más libre ella será. Cuanto mayores sean las influencias ajenas a ella, tanto mayor desgaste sufrirá la libertad. La dignidad del hombre exige que él proceda según su libre y consciente elección, esto es, movido e inducido personalmente por dentro y no llevado por ciegos impulsos interiores o por mera coacción externa (D 4317).
Si las pasiones humanas, desordenadas por influencia exterior, como, por ejemplo, el consumo de drogas, la sujeción a prácticas de hipnotismo, el empleo de narco-análisis, etc., llegasen a obnubilar el entendimiento o anular la voluntad, esta dejaría de ser libre.
La falsa libertad, ostentada por aquellos que se juzgan libres, cuando se niegan a obedecer la ley de Dios, los vuelve semejantes a los seres brutos (animales) que obedecen solamente a los propios instintos y bajo el impulso exclusivo de la naturaleza buscan lo que les conviene y huyen de aquello que les es perjudicial. Ellos no poseen leyes que repriman sus apetitos, pues son inaptos para conocerlas. Por eso, son incapaces de practicar la verdadera libertad.
La Ley de Dios favorece la libertad
TERTULIANO comenta con toda propiedad a este respecto: "Dios dio la ley al hombre no para privarlo de su libertad, sino al contrario, para manifestarle su aprecio". Por tanto, la razón pide la ley. Precisamente por ser libre, el hombre debe estar sometido a la ley.
Conviene resaltar que, en relación a Dios, la libertad pide el reconocimiento voluntario de la dependencia debida al Creador. Así nos lo explica la Carta Encíclica Libertas Praestantissimum, de LEÓN XIII:
La naturaleza de la libertad humana, [...] incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y preceptos. Y este justísimo dominio de Dios sobre los hombres está lejos de suprimir o siquiera debilitar la libertad humana, sino hace precisamente todo lo contrario: la defiende y la perfecciona; porque la perfección verdadera de todo ser creado consiste en tender su propio fin y alcanzarlo. Ahora, el fin supremo al cual debe aspirar la libertad humana no es otro que el propio Dios.
Lo contrario no es libertad, sino libertinaje. Según un pensamiento de SAN AGUSTÍN, el primer libertino de la historia de la humanidad fue el propio Adán que se perdió al confundir libertad con independencia de Dios8. Es adecuado, entonces ponderar, haber sido Lucifer el máximo libertino de los seres espirituales, cuando al proferir el grito de non serviam, "Escalaré los cielos y erigiré mi trono por encima de las estrellas. Me sentaré en el monte de la asamblea, en el extremo norte. Subiré sobre las nubes más altas y me tornaré igual al Altísimo" (Is 14, 13-14), juzgó estar reafirmando su libertad, pero, sin embargo, permanece eternamente como el mayor esclavo y derrotado de la historia.