4/27/12


Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 

Monseñor Demetrio Fernández

El domingo IV de Pascua es el domingo del Buen Pastor. Aparece Jesús como el pastor que da la vida por sus ovejas, por cada uno de nosotros. El pastor que conoce a cada uno por su nombre, que nos cuida. En contraposición a los malos pastores que se aprovechan de las ovejas, que huyen cuando viene el lobo, que no les importan las ovejas.
Coincidiendo con este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones con el lema: “Las vocaciones, don de la Caridad de Dios”. La oración por las vocaciones de especial consagración es una intención que hemos de tener constantemente presente, porque se trata de una necesidad primaria de la Iglesia, pero en la Jornada anual tenemos ocasión de reflexionar detenidamente sobre este aspecto de la vida de la Iglesia.
Necesitamos muchas vocaciones de especial consagración: en la vida contemplativa, monjes y monjas; en la vida apostólica del trabajo parroquial, de la atención a los necesitados de tantas carencias, de la tarea educativa, de la beneficencia; en la vida consagrada dentro del mundo, como son los institutos seculares y las vírgenes consagradas. Las vocaciones de especial consagración son el buen olor de Cristo, un perfume de alta calidad, que transparenta la belleza del Evangelio y de la vida cristiana.
La vocación es un don de Dios, porque es Dios el que llama, tocando el corazón y atrayendo suavemente como El sabe hacerlo. No violenta la libertad, sino que la sana para que pueda ser más libre en su respuesta. La vocación se cuece en el santuario de la conciencia donde Dios hace sentir su llamada y produce el atractivo de seguirle. La vocación es también respuesta de la libertad humana, es mérito de la persona humana que arriesga su vida, entregándola a Dios para el servicio de los hermanos.
Pero al mismo tiempo, la vocación es un don que se gesta en la Comunidad, en la Iglesia. Probablemente, los llamados hoy no percibirían la llamada, si no conocieran otras llamadas y respuestas en personas que han respondido anteriormente. En esto, como en todos los misterios de la fe, la transmisión se realiza por vía de testimonio. La vocación también se contagia, y Dios se sirve para llamar a nuevas vocaciones por la mediación de otros que han sido llamados y han respondido generosamente.
Es la Iglesia la que engendra y alimenta estas vocaciones, y dentro de ella las comunidades cristianas en las que se vive el Evangelio. Allí donde hay una comunidad viva, en el propio hogar, en la parroquia, en los grupos, movimientos y nuevas realidades eclesiales, allí brotan vocaciones. En nuestro viejo continente europeo, también. Hay vocaciones, Dios sigue llamando, aunque notamos la escasez en muchos ámbitos. La Jornada mundial de oración por las vocaciones nos lleva a esperar que se produzca un nuevo pentecostés y muchos jóvenes se sientan atraídos por esta manera de vivir el Evangelio en su más pura esencia. La JMJ del pasado agosto en Madrid fue una ocasión propicia para sentir esta llamada, que debe ser acompañada por la oración de toda la Iglesia
La vocación es fruto del amor de Dios, de la Caridad de Dios para con los hombres. El amor de Dios suscita amor y provoca respuestas de amor. En el diálogo de Jesús con Pedro, cuando le llama para ponerle al frente de su Iglesia, Jesús le examina de amor: “Simón, ¿me quieres?” Pedro responde afirmativamente, y al ser preguntado reiteradamente, se abandona en las manos de Jesús para decirle: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17). El lema de este año nos sitúa ante ese amor de Dios, que va delante y que busca la correspondencia de una respuesta de amor, nos recuerda que sólo en la tensión del amor puede haber réplica vocacional, nos invita a pedir al Señor que por su Caridad infinita nos envíe nuevas vocaciones en todos los campos para afrontar con esperanza la tarea de la Nueva Evangelización.