¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?
Jesús Álvarez (Comentario al Evangelio Domingo 24º T.O./B)
Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Algunos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías o alguno de los profetas.» Entonces Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.» Pero Jesús les dijo con firmeza que no conversaran sobre él. Luego comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los notables, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, que sería condenado a muerte y resucitaría a los tres días. Jesús hablaba de esto con mucha seguridad. Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo por lo que había dicho. Pero Jesús, dándose la vuelta de cara a los discípulos, reprochó a Pedro diciéndole: «¡Apártate de mí, Satanás! Tus intenciones no son las de Dios, sino de los hombres.» Luego Jesús llamó a sus discípulos y a toda la gente y les dijo: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que dé su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. (Mc. 8,27-35)
Pedro, en nombre propio y de los demás discípulos, reconoce a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y Jesús toma pie de esa confesión para revelarles su muerte inminente, como paso hacia la resurrección y la gloria eterna.
Eso de la resurrección no entraba en la mente ni en los planes mesiánicos de los discípulos, pues la muerte de Jesús desbarataba todas sus esperanzas de un reino temporal presidido por Jesús, en el que ellos serían los ministros.
Por eso Pedro toma al Maestro aparte y lo reprende diciéndole que no puede someterse a la muerte. Pero Jesús, delante de todos, le llama satanás a Pedro -¡el Príncipe de los Apóstoles!-, pues se opone al plan de Dios, que consiste en que Cristo, mediante la muerte, alcance la resurrección y la gloria para sí mismo, para ellos y para la humanidad.
La respuesta --para hacerla vida concreta--, a la pregunta de Jesús: “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, nos sitúa a los cristianos en dos grandes categorías: los bautizados que creen en Cristo y se esfuerzan por vivir con él y como él; y los que fueron bautizados y dicen creer en Cristo, pero, en realidad, lo ignoran o niegan en su vida práctica, en el hogar, en la educación, el trabajo, las penas y alegrías; e incluso lo excluyen de la centralidad de su oración y de sus celebraciones. Son cristianos sin Cristo, o sea, no cristianos.
Resulta imperativo hacernos sinceramente la pregunta: Jesús, ¿quién eres tú en realidad para mí en mi vida concreta? Y responderse con la misma sinceridad, sin escudarse en una religiosidad de cumplimiento externo, lo cual merece el reproche: “Éste, ésta, me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
Jesús nos dice sin rodeos: “Quien no está conmigo, está contra mí. Quien conmigo no recoge, desparrama”.
El cristiano de verdad --persona que cree en Cristo, lo ama y vive unida a Él--, se siente acompañado por Él, que prometió: “Yo estoy con ustedes todos los días”; por eso lo escucha, lo percibe en Eucaristía, en la Biblia, en el prójimo, en la oración…
Jesús es el Compañero resucitado de nuestro caminar hacia la vida eterna. Sólo él hace eternas nuestras alegrías y nuestras cruces convertidas en felicidad sin fin, y elimina la muerte con la resurrección, la cual abre las puertas de su misma divina felicidad eterna.
La fe viva en Cristo resucitado presente y en la propia resurrección, es el distintivo del verdadero cristiano, el fundamento absoluto de su fe hecha vida.