3/31/13


Mensaje y bendición ‘Urbi et Orbe’ 


del Santo Padre


    Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua! ¡Feliz Pascua!

      Es una gran alegría para mí poderos dar este anuncio: ¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas las casas, a todas las familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los hospitales, en las cárceles...

      Quisiera que llegara sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, hay la esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia. La misericordia de Dios siempre vence.

      También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, podemos preguntarnos qué sentido tiene este evento (cf. Lc 24,4). ¿Qué significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es más fuerte que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios puede transformar nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro corazón. Y esto lo puede hacer el amor de Dios.
      Este mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo de la separación de Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna. Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha entrado en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad, nos ha abierto a un futuro de esperanza.

      He aquí lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y su gloria somos nosotros: es el hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv. haereses, 4,20,5-7).

      Queridos hermanos y hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos, pero el poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana. Cuántos desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14).

      He aquí, pues, la invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz.

      Así, pues, pidamos a Jesús resucitado, que transforma la muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de él la paz para el mundo entero.
      Paz para Oriente Medio, en particular entre israelíes y palestinos, que tienen dificultades para encontrar el camino de la concordia, para que reanuden las negociaciones con determinación y disponibilidad, con el fin de poner fin a un conflicto que dura ya demasiado tiempo. Paz para Iraq, y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la amada Siria, para su población afectada por el conflicto y los tantos refugiados que están esperando ayuda y consuelo. ¡Cuánta sangre derramada! Y ¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes de que se consiga encontrar una solución política a la crisis?

      Paz para África, escenario aún de conflictos sangrientos. Para Malí, para que vuelva a encontrar unidad y estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente no cesan los atentados, que amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y donde muchas personas, incluso niños, están siendo rehenes de grupos terroristas. Paz para el Este la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, donde muchos se ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con miedo.

      Paz en Asia, sobre todo en la península coreana, para que se superen las divergencias y madure un renovado espíritu de reconciliación.
      Paz a todo el mundo, aún tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias, herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia; egoísmo que continúa en la trata de personas, la esclavitud más extendida en este siglo veintiuno: la trata de personas es precisamente la esclavitud más extendida en este siglo veintiuno. Paz a todo el mundo, desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta Tierra nuestra. Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de calamidades naturales y nos haga custodios responsables de la creación.
      Queridos hermanos y hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el mundo, les dirijo la invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / “Eterna es su misericordia”» (Sal 117,1-2).

* * *
      Queridos hermanos y hermanas venidos de todas las partes del mundo y reunidos en esta plaza, corazón de la cristiandad, y todos los que estáis conectados a través de los medios de comunicación, os renuevo mi felicitación: ¡Buena Pascua!

      Llevad a vuestras familias y vuestros Países el mensaje de alegría, de esperanza y de paz que cada año, en este día, se renueva con vigor.
      Que el Señor resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, reconforte a todos, especialmente a los más débiles y necesitados. Gracias por vuestra presencia y el testimonio de vuestra fe. Un pensamiento y un agradecimiento particular por el don de las hermosas flores, que provienen de los Países Bajos. Repito a todos con afecto: Cristo resucitado guíe a todos vosotros y a la humanidad entera por sendas de justicia, de amor y de paz.

‘Él nos sorprende siempre’


Homilía del Papa en la Vigilia de la noche de Pascua 


    
    Queridos hermanos y hermanas:

      1. En el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc 24,1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz.

      Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4).

      ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.

      Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.

      2. Pero volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor −el ir al sepulcro−, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10).

      Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.

      3. Hay un último y simple elemento que quisiera subrayar en el Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» −observa san Lucas−, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8). Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.

      En esta Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (cf. Lc2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.

3/30/13


Encuentro entre el metropolita Hilarión y el papa Francisco

Esperanza de nuevos progresos en las relaciones

El metropolita Hilarión expresó su esperanza de que "los progresos realizados en las relaciones entrela Iglesia ortodoxa rusa yla Iglesia católica romana bajo el papa Benedicto XVI se confirmaran durante el nuevo pontificado". 

La web del Departamento de los Asuntos Eclesiásticos Exteriores del Patriarcado de Moscú da cuenta del encuentro de su presidente, el metropolita Hilarión de Volokolamsk, con el papa Francisco, el miércoles 20 de marzo en El Vaticano. 
El metropolita transmitió al papa Francisco "los saludos del patriarca Kyrill de Moscú y de toda Rusia, que también le agradece igualmente por sus oraciones" y "subrayó que el Primado dela Iglesiarusa había seguido aténtamente la elección y la entronización del Romano Pontíce".
El presidente del DREE ha ofrecido al papa Francisco el libro del patriarca Kirill, Libertad y responsabilidad, en español.
El papa envió sus "mejores deseos para el primado dela Iglesia OrtodoxaRusa".
”Durante la entrevista, el metropolita Hilarión habló de la vida y del ministerio dela Iglesiaen Rusia, expresando su esperanza de que el progreso constatado en las relaciones entrela Iglesiaortodoxa rusa yla Iglesiacatólica bajo el papa Benedicto XVI sea confirmado bajo el nuevo pontificado".
Hizo hincapié en que "el Patriarcado de Moscú da una gran importancia al desarrollo de las relaciones conla Iglesiacatólica, especialmente en el campo del trabajo social, de la ayuda a los pobres y a los necesitados, y la defensa de los cristianos perseguidos".
El metropolitano Hilarión también "informó al pontífice de los problemas que aún existen en las relaciones entre las dos Iglesias, expresando la esperanza de que se puedan encontrar soluciones bajo el nuevo pontificado".
Al final del encuentro, el presidente del DREE ofreció al papa Francisco un icono dela Madrede Dios llamada "Mirad mi humildad", regalo del patriarca Kyrill.
"Los primeros pasos de vuestra santidad después de vuestra elección llevaban la marca la humildad", dijo el metropolita Hilarión, entregando el icono al nuevo pontífice.
El papa respondió: "Yo no soy humilde, y le pido que ore para que el Señor me conceda la humildad".
Este mismo icono mariano fue a su vez obsequiado por Francisco a Benedicto XVI, en su primera visita al papa emérito en Castel Gandolfo, reiterando las palabras que había dicho al metropolita dela Iglesiaortodoxa rusa.

"A veces nos parece que Dios no le responde al mal"

El Papa ayer al concluir la Via Crucis en el Coliseo

Les agradezco por vuestra numerosa participación a este momento de intensa oración, agradezco también a quienes se unieron a nosotros a través de los medios de comunicación, en particular las personas enfermas y ancianas.
No quiero agregar muchas palabras, porque en esta noche tiene que quedar una sola palabra, que es la misma Cruz, la Cruz de Jesús es la palabra con la que Dios respondió al mal en el mundo.
A veces nos parece que Dios no le responde al mal y que se queda en silencio. En realidad Dios ha hablado y ha respondido y su respuesta es la Cruz de Cristo. Una a palabra que es amor, misericordia, perdón.
Y también Juicio. Dios nos juzga amándonos, Dios nos juzga amándonos, si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo estoy condenado, no por Él, sino por mi mismo, porque Dios no condena sino que ama y salva.
La palabra de la Cruz es la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y entorno de nosotros. Los cristianos tienen que responder al mal con el bien tomando sobre sí la Cruz como Jesús.
Esta noche hemos escuchado el testimonio de nuestros hermanos del Líbano, fueron ellos quienes compusieron estas bellas meditaciones, les agradecemos por este servicio y sobre todo por este testimonio que nos dieron, hemos visto cuando el papa Benedicto fue al Líbano, hemos visto la belleza y la fuerza de la comunión de los cristianos de esa tierra y de la amistad de tantos hermanos musulmanes y de tantos otros.
Fue un signo para Medio Oriente y para el mundo entero. Un signo de esperanza. Entonces continuemos esta Vía Crucis en la vida de todos los días, caminemos juntos en la vía de la Cruz, caminemos llevando en el corazón esta palabra de amor y de perdón, caminemos esperando la resurrección de Jesús que nos ama tanto, que es todo amor.

3/29/13


"Pastores con olor a oveja"


Salir a las periferias donde hay sufrimiento, a experimentar nuestra Unción, su poder y su eficacia redentora



* * *

         Queridos hermanos y hermanas:

      Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Saludo a todos con afecto, especialmente a ustedes, queridos sacerdotes, que hoy recuerdan, como yo, el día de la ordenación.

      Las Lecturas nos hablan de los “Ungidos”: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este “ser para” del santo crisma es la del Salmo: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (Sal 133,2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.

      La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires.
      De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza “las periferias”. El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.
      Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, “las periferias” donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...»«Bendígame» y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en petición.

      Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales −pero lo son sólo en apariencia− el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos −futuros sacerdotes− todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la “periferia existencial” sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

      Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las “periferias” donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.
      El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco −no digo “nada” porque nuestra gente nos roba la unción, gracias a Dios− se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con “olor a oveja”, pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción −y no la función− y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

      Queridos fieles, acompañen a sus sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.

      Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las “periferias”, allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén.


El Papa celebró ayer la Cena del Señor con menores encarcelados



Una visita recibida gozosamente por parte de los muchachos italianos encarcelados, que no se la esperaban y que quedaron sumamente sorprendidos por el hecho de que el Papa vaya a una cárcel


      

“Estaba preso y me visitaron” dijo Jesús cuando habló del examen final de nuestra vida. Hoy el Papa Francisco junto a menores encarcelados en la celebración propia del Jueves Santo, la Última Cena de Jesús con sus discípulos, antes de que lo apresaran, torturaran y asesinaran en la cruz. En esta cena Jesús lava los pies a sus discípulos, ofrece su Cuerpo y Sangre y da el mandamiento del amor: “Ámense entre ustedes como los amo yo”.

      Este gesto de Francisco corresponde a su invitación de todas sus primeras homilías en las que nos invita a salir de nosotros mismos para ir a las periferias geográficas y existenciales.

      A la cinco de la tarde, en el Instituto Penal para Menores de ‘Casal del Marmo’, en las afueras de Roma, comenzó la Misa“in cena Domini” celebrada por el Papa.

      En su ministerio como Arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Mario Bergoglio acostumbraba celebrar esta Misa en una cárcel, en un hospital o en un hospicio para pobres o personas marginadas. Y en su primer Jueves Santo como Pontífice, Francisco ha querido seguir también esta tradición visitando este reformatorio romano. De modo que con esta celebración deCasal del Marmo, el Papa Francisco ha proseguido esta costumbre, que se desarrolló en un contexto de gran sencillez, mientras las demás celebraciones de Semana Santa tendrán lugar según el uso habitual.

      En su homilía, el Pontífice recordó que Jesús lavó los pies a sus discípulos. Y añadió que Pedro no comprendía, pero Jesús explicó su gesto. Dios ha hecho esto y explica a sus discípulos que deben seguir su ejemplo. Si el Señor, el Maestro ha lavado los pies a sus discípulos −dijo el Papa− también ustedes deberían hacer lo mismo. Es el ejemplo del Señor. Entre nosotros el que es más alto debe estar al servicio de los demás. Y éste es un signo: lavar los pies quiere decir: yo estoy a tu servicio. Debemos ayudarnos −afirmó Francisco−. Ayudarnos recíprocamente: esto es lo que Jesús nos enseña. Y estos es lo que yo hago. Y lo hago de corazón −dijo el Papa− porque es mi deber como sacerdote y como obispo. Es un deber −añadió− que me viene del corazón. Me gusta hacerlo −explicó− porque el Señor así me lo ha enseñado.

      A veces −dijo Francisco− me enojé con uno o con otro. ¡Olvídalo! Y si te piden un favor, hazlo. Esto es lo que Jesús nos enseña y lo que hago yo. Pero también ustedes −observó− ayúdense siempre y así, ayudándonos nos hacemos el bien. Que cada uno de nosotros piense: ¿estoy dispuesto a servir, estoy dispuesto a ayudar al otro? Este signo es una caricia de Jesús que ha venido precisamente para esto, para servir, para ayudarnos.

      Al respecto cabe destacar que también el Papa Benedicto XVI visitó este Instituto de Casal del Marmo el 18 de marzo de 2007, donde celebró la Misa en la Capilla del Padre Misericordioso.

      Ha sido grande la expectativa de los menores que se encuentran detenidos, unos cincuenta, entre los cuales once chicas.
      En una entrevista de Benedetta Capelli a la voluntaria Annalisa Marra, quien desde hace cinco años presta su servicio en este penitencial ha explicado que muchos de estos menores han recibido la noticia de la llegada del nuevo Papa con gran sorpresa, alegría y curiosidad, especialmente por parte de los que no son católicos, por lo que se preguntaban quién es el Papa.

      Mientras, esta misma noticia ha sido recibida gozosamente por parte de los muchachos italianos que no se la esperaban, y que quedaron sumamente sorprendidos por el hecho, inusual, de que un Papa vaya a una cárcel. Algo que no sucede todos los días.

      Y cuenta que estos menores detenidos han preguntado a los voluntarios cuánto les pagaban a ellos por ir a este instituto de detención. Mientras en el momento en que descubrieron que nadie les ha pagado y que todo se realiza gratuitamente apreciaron mucho este gesto, tal como han apreciado el gesto del Papa, que los ha elegido a ellos, para lavarles los pies. Un gesto de humildad que no los hace sentir marginados sino cerca del mundo real.

      En cuanto a la pregunta de qué querrían decirle estos menores al nuevo Papa, la voluntaria entrevistada explicó que basándose en la precedente visita a esta cárcel de Benedicto XVI, lo que desean es que Francisco rece por ellos, para no sentirse lejos del mundo católico.

3/28/13


Semana Santa: Tiempo para "salir " de nosotros

Enseñanzas del papa en su primera Audiencia General

¡Hermanos y hermanas, buenos días!
Me alegra darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud y veneración tomo al "testigo" de las manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua vamos a reanudar las catequesis del Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos comenzamos esta Semana - centro de todo el Año Litúrgico- en la que acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero ¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir a Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?
En su misión terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce personas simples para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión; las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios. Habló a todos, sin distinción, a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y mujer, como hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos, sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.
Jesús vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su discípulo; sufrió también la traición de un amigo. En Él, Dios nos ha dado la certeza de que Él está con nosotros, en medio de nosotros. «Los zorros - ha dicho Jesús - tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mt. 8,20). Jesús no tiene hogar, porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.
En la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor que recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Jesús entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida. En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para nosotros". El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros.
Y en el Huerto de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilato, no opone resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo hasta la muerte (cf. Is. 53,12).
Jesús no vive este amor que lleva al sacrificio de manera pasiva o como un destino fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana frente a la muerte violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre. Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la cruz, Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal. 2,20). Cada uno de nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno puede decir este “por mí”. 
¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino, el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos - como dije el domingo pasado - para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!
Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere una "salir", salir.
Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansino y rutinario, de la tentación de ensimismarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creadora de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer su misericordia que salva y da esperanza. También nosotros, si queremos seguirlo y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir”, buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús, y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.
Alguien podría decirme: “Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mis pocas fuerzas, también con mi pecado, con tantas cosas?". A menudo nos conformamos con algunas oraciones, con una misa dominical distraída e inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de "salir" para llevar a Cristo. Somos un poco como San Pedro. Tan pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo que Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable, pone en dificultad las seguridades que él se había construido, su idea del Mesías. Y Jesús mira a los discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras del Evangelio: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». (Mc. 8,33).
Dios piensa siempre con misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso de su hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está muy lejos... ¿Esto que significa? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa.
Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino socorriéndolo sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas.
La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestras parroquias, - ¡qué pena tantas parroquias cerradas! - de los movimientos, de las asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre!
Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien los guía y hace fecundas todas nuestras acciones.
Les deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al Señor con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que encontremos.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo

Homilía del Papa en la Misa Crismal


Queridos hermanos y hermanas
Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.

Las Lecturas nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (Sal 133,2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.
La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.
De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.
Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo, esto es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame padre» y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en petición, petición del pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.
Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a  minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.
El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque gracias a Dios nuestra gente nos roba la unción se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja», y esto os pido, sed pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.
Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.
Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén.

3/27/13


Un mundo sin Cruz y sin Dios

Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas


SITUACIONES

Estamos en Semana Santa, en un país donde el 84% se declara católico, en un continente de mayoría católica, en un ancho mundo donde más de mil doscientos millones se confiesan miembros de esta religión, más otros varios millones que se consideran creyentes en Cristo. Entre todos estos, muchísimos se esfuerzan por seguir con fidelidad los pasos del Señor y son realmente santos, héroes, ejemplos a seguir. No sólo están bautizados, meditan la Palabra de Dios, oran y practican los ritos religiosos, sino que luchan por vivir acordes con el Evangelio: sirven a los pobres, combaten la injusticia, alientan la solidaridad social, generan fuentes de trabajo y de desarrollo, defienden la vida y la familia, promueven leyes justas, combaten la corrupción, animan la defensa de la creación.
Sin embargo, muchos oficialmente creyentes, se suman a quienes prescinden de Dios y viven en estos días como si El no existiera. Sólo les interesa descansar, divertirse y pasear; algunos pretenden desestresarse u olvidarse de sus frustraciones por medio de abusos inmorales. Otros no niegan su fe, pero no aceptan la Cruz de Cristo; quisieran una religión light, a su medida, sin esfuerzos por cambiar sus criterios y actitudes contrarias al Evangelio; sólo tienen a Dios como recurso a quien acudir en momentos duros y difíciles. Otros no negamos la Cruz de Cristo, pero no la asumimos en todas sus exigencias. Es tiempo de analizar la coherencia de nuestra vida diaria, con la fe que profesamos.

ILUMINACION

Dios no es enemigo del ser humano; no es una carga insoportable; no nos amarga la existencia; no coarta nuestra libertad. Quien esto afirme, es porque no lo conoce. Dios nos ha creado para que seamos felices, para que gocemos la bienaventuranza que El es, tiene y comparte. En la medida en que lo conocemos y aceptamos el camino que nos ofrece, nos realizamos más y más como personas, como hombres y como mujeres, como niños, jóvenes y adultos. Si no aceptas esto, sólo te invito a que hagas la prueba y verás cuán bueno es el Señor.
Al respecto, dice el Papa Francisco: Por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana de una sola dimensión, según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo. Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la transcendencia que está grabada en el corazón del ser humano” (20-III-2013).
Y nos advierte de la tentación de querer prescindir de la cruz: El mismo Pedro que confesó a Jesucristo, le dice: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’. Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Te sigo con otras posibilidades, sin la Cruz. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Yo querría que todos tengamos el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que se ha derramado sobre la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante” (14-III-2013).

COMPROMISOS

Si tienes vacaciones, disfrútalas. Los misterios de estos días son la causa de que nuestro calendario los marque como no laborables. Cristo es la causa original de tu descanso, aunque ni en cuenta lo tomes. Si eres creyente, descansa y goza con tu familia, con tus sanas amistades, pero organiza tu tiempo para estar con El a solas; participa en alguna celebración; al menos, entra en una iglesia y estate a solas con El. Verás que tu vacación es más plena.
Asumamos nuestra cruz de cada día, desde el levanto, el quehacer ordinario, el trabajo, hasta las enfermedades y los problemas, uniendo todo ello a la Cruz de Jesús: verás que todo tiene un nuevo sentido, incluso redentor.

El lado más ignaciano del papa Francisco


El mensaje de papa Francisco es difícilmente digerible por el riesgo de considerarlo o solamente espiritual, casi abstracto en este sentido, o considerarlo como un libro de denuncia social. El hecho es que además de esto hay algo más. Indica un camino completamente espiritual a un cambio radical de las estructuras sociales. Combinar estos dos aspectos no es sencillo, por eso es un libro muy rico, porque no es simplificable. Así ha definido el padre Antonio Spadaro SJ los dos primeros libros en italiano del papa Francisco, Guarire dalla Corruzione (Sanar de la corrupción) y Umiltà la strada verso Dio (Humildad, el camino hacia Dios), publicados por la Editrice Missionaria Italiana (EMI). Los textos recogen dos meditaciones del entonces arzobispo de Buenos Aires que dibujan la espiritualidad ignaciana. Se trata de textos que el cardenal Bergoglio dio para la reflexión en su diócesis, reunida en asamblea en 2005.     
Ambos textos son un reflejo de la espiritualidad de san Ignacio de Loyola que se expresan en los Ejercicios Espirituales para describir los mecanismos profundos y ofrecer caminos de solución a fenómenos de extrema actualidad como la corrupción, en la sociedad e incluso en la Iglesia, y la urgencia de una vida eclesial marcada por la caridad fraterna.    
Los libros se han presentado esta mañana a la prensa en la sede de la revista de los jesuitasLa Cilviltà Cattolica. Han estado presentes Lorenzo Fazzini, director de la editorial, don Luigi Ciotti, fundador de Libera, Lucetta Scaraffia, editorialista del diario vaticano L'Osservatore Romano y el padre Antonio Spadaro SJ, director de La Civiltà Cattolica.
Durante la presentación se han resaltado algunas características del papa, como su "pobreza jesuita", o su gran "libertad interior", además de destacar la continuidad del papado de Francisco respecto al de Benedicto XVI, "dos papas muy diferentes, delante del mismo escenario con el mismo espíritu".
El director de EMI, Lorenzo Fazzino, ha destacado de este papa que es un "misionero, como nuestra casa editorial", y que, "en los títulos de los libros, se puede entender el programa de este papado".
También la profesora Scaraffia ha explicado que estos libros muestran la parte más ignaciana del papa Francisco, por lo que ayudan a entender más sobre su persona. Ha matizado cómo uno de los dos libros habla de la corrupción de una forma muy profunda, de la corrupción espiritual y teológica. Ha afirmado que existe una cultura de la corrupción en la que el pecado se vuelve aceptable. De la misma forma la profesora ha matizado la unión y complementariedad de Francisco y Benedicto XVI. "Son diferentes pero tienen la misma intensidad en la oración, su complementariedad es una riqueza de la Iglesia". "Benedicto XVI nos ha dado todos los instrumentos para leer la corrupción en la cultura que nos rodea y el papa Francisco nos enseña a ver cómo, también en el interior de nuestra alma, esta corrupción puede actuar y cómo nosotros tenemos los instrumentos para combatirla", ha afirmado.
Spadaro ha querido destacar además que, en algunas ocasiones, los "gestos del papa Francisco han sido interpretados con mucha superficialidad. Pero en Francisco "hay mucha profundidad". Ha explicado que para un jesuita la pobreza no es una elección, es una vocación, no es solamente una "ideología de la pobreza".
Don Luigi es el fundador de Libera, una asociación de promoción social que se dedica a coordinar la sociedad civil contra todas las mafias, y favorecer la creación y el desarrollo de una comunidad alternativa a las mismas mafias. Ha recordado a otro jesuita que también habló de corrupción, el cardenal Martini en el año 1984 habló de "tres tipos de peste", junto con la soledad y la violencia, mencionó la "corrupción blanca".
Para concluir el padre Antonio Spadaro ha destacado que "la digestión de estos libros es fuerte", son libros con los que el lector se siente interpelado. "Si quieres estar tranquilo y que sean los otros los que actúen, no te compres estos libros", bromeó. En ellos, el papa habla de un compromiso social pero con una gran profundidad espiritual.
Al finalizar el encuentro el director de La Civiltà Cattólica ha atendido a los medios y para profundizar un poco en la figura del papa.  
Ha afirmado que "este papa es una persona que va directo a la gente, directo al corazón de la gente", además  "el mensaje del papa pasa y fluye con gran facilidad", "se comprende y se comunica sin las barreras clásicas intelectuales".
ZENIT le ha preguntado sobre el aspecto más pedagógico de Francisco ya que con tres palabras ha conseguido hacer homilías que se recuerdan con facilidad, a lo que Spadaro ha contestado que "él usa un ritmo que es el típico de las meditaciones de san Ignacio, un ritmo ternario que ayuda a la comprensión y a la memorización", "otro aspecto importante es el uso de las imágenes, que son muy fuertes, las metáforas que actúan en la imaginación y ayudan a la memorización".
Estos dos aspectos, ha explicado, se unen también a su capacidad de "comunicar físicamente, con los gestos, hace comprender cómo la atención al otro es lo más importante". 

3/26/13


''La dulce y confortadora alegría de evangelizar''

Síntesis del discurso del cardenal Bergoglio


Durante la homilía que pronunciara en la Misa Crismal, primera que celebrara en Cuba tras varias semanas en Roma para despedir a Benedicto XVI y participar en el cónclave que eligió al papa Francisco, el cardenal Jaime Ortega reveló las palabras del cardenal Jorge Mario Bergoglio en su intervención en la congregación general de cardenales previa al cónclave y que, más tarde, el hoy papa Francisco entregara por escrito, de puño y letra, al arzobispo de La Habana.
Al referirse al momento de “novedad” que vive la Iglesia por la elección del nuevo sucesor de Pedro al frente de la Iglesia --revela a ZENIT el portavoz del Arzobispado de La Habana, Orlando Márquez--, el cardenal Ortega dijo: “Permítanme que les haga conocer como primicia casi absoluta, el pensamiento del santo padre Francisco sobre esta misión de la Iglesia”, y añadió que lo hacía público con la autorización del propio Francisco. Ante los centenares de fieles que asistieron a la celebración en la catedral de La Habana en la mañana del sábado 23 de marzo; en presencia del nuncio apostólico en Cuba, monseñor Bruno Musaró; los obispos auxiliares habaneros Alfredo Petit y Juan de Dios Hernández, y el clero habanero que renovó sus promesas sacerdotales, el arzobispo de La Habana agregó que, durante una de las reuniones de los cardenales previas al cónclave, “el cardenal Bergoglio hizo una intervención que me pareció magistral, esclarecedora, comprometedora y cierta”.
A continuación leyó íntegramente el texto que le entregara el futuro papa, donde se recogen en cuatro puntos el pensamiento que el cardenal Bergoglio deseaba compartir con sus hermanos cardenales y que expresa su visión personal sobre la Iglesia en el tiempo presente.
El primero de esos puntos es sobre la evangelización, y expresa que “la Iglesia debe salir de sí misma e ir a las periferias” no solo geográficas, sino también las existenciales, manifestadas en el misterio del pecado, el dolor, la injusticia y la ignorancia, entre otras.
El punto dos señala una crítica a la Iglesia “autorreferencial”, que se mira a sí misma en una especie de “narcisismo teológico” que la aparta del mundo y “pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir”.
Como consecuencia de esto, se dan dos imágenes de Iglesia según indica el punto tres de la intervención del cardenal Bergoglio: una es “la Iglesia evangelizadora que sale de sí” y otra es “la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí”. Y es esta consideración dual la que debe “dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer” en la Iglesia.
En su último punto, el todavía arzobispo de Buenos Aires confesaba a los cardenales lo que esperaba de quien resultara elegido para dirigir la Iglesia sin saber que sería él mismo: “un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo… ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales”.
El arzobispo de La Habana reveló también en su homilía que, por coincidir con ese pensamiento sobre la Iglesia, preguntó al cardenal Bergoglio tras su intervención si tenía un texto escrito, pues deseaba conservarlo, lo cual este negó.
Pero añadió que a la mañana siguiente, “con delicadeza extrema” le entregó el texto de la “intervención escrita de su puño y letra tal y como él la recordaba”.
Entonces, por primera vez, el cardenal Ortega pidió, y recibió, autorización del cardenal Bergoglio para difundir su pensamiento sobre la Iglesia.
La segunda ocasión en que solicitó el permiso fue durante un encuentro posterior con el ya electo papa Francisco, quien ratificó su autorización para la difusión del texto, cuyo original guarda el cardenal Jaime Ortega como un tesoro especial de la Iglesia y un recuerdo privilegiado del actual Sumo Pontífice.
Al concluir la celebración eucarística, el cardenal Jaime Ortega invitó a todos los fieles a vivir una auténtica Semana Santa, y aprovechar el feriado del Viernes Santo para estar más cerca del Señor en la oración personal y comunitaria.
La revista del Arzobispado de La Habana Palabra Nueva que dirige Orlando Márquez, ofrece una transcripción del manuscrito entregado por el cardenal Jorge Mario Bergoglio al cardenal Jaime Ortega, donde se recoge la intervención del futuro papa Francisco en una congregación general antes del Cónclave en que resultara elegido sumo pontífice de la Iglesia católica.
La dulce y confortadora alegría de evangelizar
Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia. - “La dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI). - Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.
1.- Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.
2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.
3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.
4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de la evangelizar”.