El Papa este lunes en Santa Marta
Mejor tirarse al mar con una piedra al cuello. El Señor prefiere usar una imagen cruda, a cualquier otra expresión más edulcorada, cuando dice a sus discípulos lo que piensa de quienes escandalizan a los demás, especialmente si son indefensos. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio de san Lucas (Lc 17,1-6), donde podemos ver tres palabras clave: escándalo, perdón, fe.
¡Ay de quien escandaliza!, afirma contundentemente Cristo, mientras que en la Carta a Tito (Tit 1,1-9), San Pablo da indicaciones precisas sobre cómo debe ser el estilo de vida de un sacerdote, no violento, sobrio…, en una palabra irreprensible, es decir, en las antípodas del escándalo. Pero esto vale para todos los cristianos. Escándalo es decir y profesar un estilo de vida –¡soy cristiano!– y luego vivir como pagano, que no cree en nada. Eso produce escándalo porque falta el ejemplo, mientras que la fe confesada es vida vivida. Cuando un cristiano o una cristiana, que va a la iglesia, a la parroquia, no vive así, escandaliza. Y cuántas veces hemos oído: pues yo no voy a la iglesia –hombres y mujeres– porque es mejor ser honrado en casa o no ser como aquel o aquella que van a la iglesia y luego hacen eso, esto y lo otro. ¡El escándalo destruye la fe! Por eso Jesús es tanto fuerte: ¡Tened cuidado! ¡Tened cuidado! Nos vendrá bien repetirlo hoy: ¡Tened cuidado de vosotros mismos! Todos somos capaces de escandalizar.
De modo igual, pero al contrario, todos tenemos que saber perdonar. Y perdonar siempre, como Cristo nos invita a hacerlo, hasta siete veces en un día, si quien te ofende te lo pide arrepentido. Jesús exagera para que comprendamos la importancia del perdón, porque ¡un cristiano que no sea capaz de perdonar, escandaliza!: no es cristiano. Debemos perdonar, porque hemos sido perdonados. Y eso está en el Padrenuestro: Jesús lo enseñó ahí. Pero no se entiende con la lógica humana. La lógica humana te lleva a no perdonar, a la venganza; te lleva al odio, a la división. ¡Cuántas familias divididas por no perdonarse! ¡Tantas! Hijos alejados de sus padres, marido y mujer separados... Es importante pensar esto: si yo no perdono, no tengo –parece que no tendría– derecho a ser perdonado, o ni he entendido qué significa que el Señor me haya perdonado. Es la segunda palabra, perdón.
Se entiende entonces porqué los discípulos, oyendo estas cosas, dijeran al Señor: Aumenta nuestra fe. Sin la fe no se puede vivir sin escandalizar ni se puede perdonar siempre. Solo a la luz de la fe que hemos recibido: la fe de un Padre misericordioso, de un Hijo que dio la vida por nosotros, de un Espíritu que está dentro de nosotros y nos ayuda a crecer; la fe en la Iglesia, la fe en el Pueblo de Dios, bautizado, santo. Es un don, la fe es un regalo. Nadie, ni en los libros ni yendo a conferencias, puede obtener la fe. La fe es un regalo de Dios que concede y, por eso, los apóstoles pidieron a Jesús: ¡Auméntanos la fe!